"En ruso amo, contemplo y pienso; en ruso canto y afirmo que creo en la fuerza espiritual del pueblo ruso y acepto su destino histórico tanto con mi instinto como con mi voluntad."
Tatyana Moskalkova ejerce como Defensora del Pueblo de la Federación Rusa desde el año 2016. En 2001, en los albores de la era Putin, la futura encargada de velar por el respeto a los derechos humanos se expresaba en su tesis doctoral en los siguientes términos:
"Para la formación y educación de los agentes de las fuerzas del orden es esencial su iniciación en el legado teórico de Iván Ilyín que ofrece las bases de la cultura de resistencia activa al mal, inclusive mediante el empleo de la fuerza."
¿Qué es esa "resistencia activa al mal" sobre la que giraba la tesis de Moskalkova? El teórico del fascismo ruso Iván Ilyín (1883 – 1954), del que bebe el pensamiento del místico Aleksandr Duguin y cuyas citas salpican las declaraciones del presidente Vladímir Putin, polemiza en su obra en diferido con el anarquista Lev Tolstói, el paradigma del pacifismo cristiano introspectivo, argumentando que el bien no puede limitarse al fuero interno de la persona. La proyección exterior de la acción contra el mal es una manifestación necesaria del bien interior. Ilyín lo denomina el "amor negador": el verdadero amor exige la negación del mal en el objeto amado y, por tanto, la inflicción del castigo, sin otro límite ni consideración moral. Un camino por el que Ilyín llega a la apología de la muerte y la tortura.
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Una figura central en su pensamiento es el guerrero cristiano. Se trata, como señala el sociólogo Ilyá Budraytskis, de una figura trágica que se ensucia en un combate sin reglas contra el enemigo y el sedicioso, haciendo así posible la vida del monje, pura y alejada del caos mundano. Para Ilyín, hijo de la Guerra Civil Rusa, ese guerrero es el soldado del movimiento blanco. Para Moskalkova, debemos suponer, es el policía, el carcelero, el militar al servicio de un Estado desnudo de toda teleología, un Estado que es un fin (un bien) en sí mismo.
Parece poco probable (aunque quién sabe) que los protagonistas de los brutales vídeos de torturas en el sistema penitenciario ruso filtrados en 2021 hubieran leído a Ilyín. Más familiarizados podrían estar con su obra las y los jueces que en 2024, según el análisis de datos públicos realizado por el Comité Contra la Tortura, absolvieron más acusados de tortura que reos promedio en una relación de 43 a 1. Y aún más probable es que conozcan la obra de Ilyín quienes han concedido las medallas "Al Valor" y "Al Mérito en Combate" a los agentes que sacaron un ojo y cortaron una oreja para metérsela en la boca a los terroristas del centro comercial Crocus City durante su detención en marzo de 2024. Todo sucede con luz y taquígrafos, nadie se molesta siquiera en negar los hechos. ¿Qué sentido tendría? Una parte de la población ya ha normalizado que cualquier barbarie es admisible en la lucha contra el mal y la otra lo sufre en silencio o desvía la mirada. Nótese que ni tan siquiera estamos hablando de Chechenia o los territorios ocupados, auténticas cajas negras en las que el alcance del terrorismo de Estado solo se puede intuir.
No solo Vladímir Putin sino otras figuras de primer orden han citado a Iván Ilyín, tales como el expresidente Dmítry Medvédev, el canciller Serguey Lavrov, el patriarca Cirilo o el presidente de la Duma Viacheslav Volodin. Sus pasajes aparecen en los comentarios de texto de acceso a la universidad. Incluso el líder de la oposición comunista Guennády Ziugánov le ha dedicado en el pasado este tipo de perlas:
"Debemos adoptar la idea de soberanía espiritual y el elevado sentido de la dignidad nacional del nacionalismo ruso ilustrado [uno de] cuyos máximos representantes en nuestra historia [es] el destacado filósofo Iván Ilyín."
"He acudido reiteradamente al legado filosófico de Iván Ilyín, cuya contribución a la ideología del patriotismo de Estado ha sido de gran relevancia."
Para que nos entendamos, el líder del Partido Comunista de la Federación Rusa ensalza a la persona que dejó escritos fragmentos como los siguientes para la posteridad:
"Europa no entiende al movimiento nacionalsocialista. […] Y cuanto menos lo entiende, más cree en los rumores difamatorios difundidos por […] agoreros."
"Hitler ha parado la bolchevización de Alemania y ha prestado así un inestimable servicio a toda Europa. Mientras Mussolini guíe Italia y Hitler Alemania, la cultura europea disfrutará de un tiempo de prórroga."
"El espíritu del nacionalsocialismo no se reduce al 'racismo'. […] Plantea retos positivos y creativos […] ¿Acaso no se calumnió también al movimiento blanco? […] ¿O a Mussolini?"
Tras la derrota del Eje, Ilyín, refugiado en Suiza, matiza sus antiguas simpatías:
"El fascismo tenía razón en tanto que partía de un sano sentimiento nacional-patriótico."
"El fascismo buscaba reformas sociopolíticas justas. A veces acertaba y otras veces no. Se enfrentaba a grandes obstáculos y sus primeros pasos podían haber sido equivocados. Pero […] era necesario."
Desde luego, Iván Ilyín no es la única inspiración del régimen ruso pero su creciente presencia en el espacio público ilustra su evolución. Cada vez más frecuente en la década de 2010, su popularidad se intensifica con la invasión de Ucrania. En septiembre de 2022 el Kremlin fija constitucionalmente la ocupación del Sudeste ucraniano y Putin lo anuncia con un discurso que termina con una cita del manifiesto "Por la Rusia nacional" de 1938 de Ilyín:
"En ruso amo, contemplo y pienso; en ruso canto y afirmo que creo en la fuerza espiritual del pueblo ruso y acepto su destino histórico tanto con mi instinto como con mi voluntad."
A comienzos de 2024 se inaugura en Moscú la Escuela Superior de Ciencias Políticas Iván Ilyín dirigida por el conocido ultraderechista Aleksandr Duguin. La movilización de respuesta de miles de estudiantes da lugar a la formación de una nueva fuerza unitaria de la izquierda universitaria, el Frente Estudiantil Antifascista, y fuerza la dimisión del rector de la Universidad. Aún así, no logra el cambio de nombre y los estudiantes son tachados, como viene siendo habitual, de agentes de Ucrania y de la "guerra informativa de Occidente contra Rusia". El buen nombre de Ilyín encuentra, además, acérrimos defensores en la Comunidad Rusa, una organización escuadrista que ha experimentado un exuberante crecimiento en el último año y en la que merecerá la pena detenerse en otro momento.
Iván Ilyín no es causa, sino síntoma. La conexión del actual régimen ruso con el fascismo es demasiado compleja para abordarla en este espacio: habría que hablar de la ambigua relación histórica del Kremlin con la ultraderecha organizada; distinguir entre la ideología profunda de las élites y las estridencias de la propaganda; ver qué elementos conforman el tsunami identitario y militarista; analizar cómo el culto a la muerte convive con la obsesión demográfica; contrastar el esfuerzo por mantener la pasividad de la población con amagos de movilización; determinar la medida en que están muertos el Estado de derecho y el pluralismo político. Atender, en fin, a la forma en que desde las estructuras económicas corporativas rusas parten los procesos de fascistización en el interior y expansionismo imperial en el exterior. Sea como fuere, es constatable tanto que el hilo del pensamiento fascista ha vivido en la esencia del régimen ruso desde su violenta génesis en 1993, como que en los últimos años su protagonismo ha desbordado los cauces de lo meramente teórico para ir apoderándose de parcelas cada vez más amplias de la realidad política y social.