Paulina Barrenechea Vergara / resumen.cl
La ciudad de Concepción se ha proyectado sobre una serie de relatos que han marcado su devenir dentro del campo de las prácticas artísticas. Una de ellas, quizás la más reconocida, sea la que le piensa como “Cuna del Rock”. Gesto romántico, reproducido y alimentado por lógicas de apropiación identitaria y turismo, que pese a tener una arista de promoción y difusión del quehacer musical, ha invisibilidado no sólo a otros géneros musicales -quizás con más historia en el territorio- sino que, también, en su mirada única, los aportes y redes que las mujeres en la música han hecho. En ese sentido, el desmontaje de estas “peligrosas” narrativas, ponerlas en tensión e interpelarlas, nos permite mirar con perspectiva crítica y abierta una escena musical potente, diversa y propositiva. Me interesa, por ello, indagar en una intersección que, en virtud de mi trabajo como periodista interesada en prácticas artísticas locales, se me aparece como sugerente en virtud de su producción y desafíos. Por un lado, el alto nivel y presencia que compositores y compositoras de la provincia de Concepción están teniendo y la forma en que están construyendo un espacio de sentido y pertenencia a través de su trabajo. Por otro lado, la consolidada práctica de las artes escénicas, danza y teatro, que no sólo tienen una genealogía profunda que ha seguido desarrollándose con fuerza en la región, sino que ha propuesto particulares modos de hacer en dramaturgia y montaje escénico, sobre todo en este último tiempo, desde una mirada femenina y con proyecto político.
En esa intersección se encuentra Javiera Hinrichs, cantante, guitarrista, pianista y compositora, actualmente, integrante de la banda Pájaro Aletheia e intérprete y directora musical de la compañía de teatro La Obra. Javiera, también, es una de las fundadoras de la Asociación de Músicos Independientes de Concepción, MIC. Su trayectoria es particular de ser reseñada, no sólo por su labor pensante y situada frente a la escena musical, sino que, además, porque ha entendido que las prácticas artísticas son una sola y que en el cruce de saberes se generan las renovaciones culturales. Su visión en torno la música como instituyente de la dramaturgia, nos permite pensar en todo el potencial que pervive detrás de la vinculación de los compositores/as locales y las artes del cuerpo en movimiento, tanto teatro como danza. Esta relación es la que, precisamente, ha marcado los últimos años de la trayectoria de Javiera. Actualmente, y luego de finalizar una circulación por diversas regiones del país, con los montajes “Prometeo Nacional” y “Con-cierto Deseo. Concierto teatral para voces femeninas”, se prepara para participar -con el último- en el 11º Women Playwrights International Conference, a realizarse en Santiago, entre el 7 al 12 de octubre. En ambos montajes, lo sonoro y su lectura como compositora, han logrado convertirse en un filamento afectivo que resalta e impacta, que comunica y activa audiencias en permanente actividad. Son otras formas de acercarse a los dispositivos escénicos y que la música en vivo, claramente, potencia.
Javiera, ¿cómo nace tu inquietud en la composición musical?
“Yo creo que desde pequeña he tenido como un interés innato por lo artístico. Si bien no pude ver tanto teatro como me hubiese gustado, porque también tenía otros intereses como lo deportivo y lo académico, siempre tuve ese bichito. En mi casa se escuchaba harta música y mi papá inventaba canciones. Mi experiencia como primaria, por decirlo así, nace de un impulso vital por expresar, transformar A en B, el desahogo de una emoción. Y también por curiosidad, por jugar. Es como una necesidad orgánica, casi de volver a equilibrarme o resignificar alguna vivencia, mirarla desde otro lado. Nace de una necesidad por expresar estados de júbilo, de dicha y, en otros casos, resignificar ciertas emociones como el dolor o la nostalgia en algo musical, a través de una letra, una melodía y de ciertos acordes. Es un impulso vital. Lo artístico para mí pasa por una necesidad orgánica de expresar, de sanación y, también, de compartir; porque obviamente después una quiere que alguien te escuche. También me siento como una niña descubriendo sonidos, ver un instrumento y tus manos y cuerpo se van solitos. Es una curiosidad que, igualmente, explica por ejemplo, mi gusto por los relatos históricos, y que también me impulsó a estudiar sociología buscando comprendernos un poco más. Esa curiosidad es vital y espero no perderla nunca”.
Tienes un trabajo musical potente como cantautora, que viene del proyecto musical de fusión rock Pasajera y, luego, como solista. En esa trayectoria ¿Cómo se cruza tu trabajo musical con el teatro?
“Comencé a trabajar haciendo música para teatro, más o menos, el año 2010, con el director Julio Muñoz y el elenco de la Universidad Católica de la Santísima Concepción . Hice música en vivo en algunos montajes y, ahí, obviamente, aprendí bastante. Estuve en “Lautaro. Epopeya del pueblo mapuche”, de Isidora Aguirre. Ahí participé haciendo la música en vivo junto al cantautor Rucitama. Nos adentramos un poquito en la música mapuche, fue interesante como primera experiencia de hacer música en vivo y original. Luego hicimos "Bodas de Sangre”, de Federico García Lorca, con el mismo elenco de la UCSC y como invitados Ximena Ramírez y Juan Arévalo. En esas experiencias pude conocer el “tejemaneje” detrás de una obra de teatro, que es súper entretenido y complejo, ¡todo un mundo! Todo eso me motivó a ver más teatro. Luego trabajé con la compañía Escarabajo Teatro, junto a Leonardo Iturra, Fredy Flores y Jorge Briano, con quienes hicimos una reversión de “Las Aventuras de Tom Sawyer”, esa fue mi primera experiencia grabando música para teatro, de manera bastante casera por cierto. Luego de ello, comencé a trabajar como directora musical en los montajes de La Obra escritos y dirigidos por Gisselle Sparza: “Domo Achawal” que mezcla danza contemporánea, música y teatro; “Prometeo Nacional” que mezcla música, teatro y memoria, y “Con-cierto Deseo. Concierto teatral para voces femeninas”, que muestra instantes de vidas de mujeres desde un lenguaje musical y sonoro principalmente. Lo último que hice fue componer la banda sonora, la música original, para la obra “Viejo Bosque”, de Laberinto Teatro, obra recién pre-estrenada en Julio de este año en Tomé. Fue lindo reencontrarme, después de varios años, con la experiencia de la grabación. La música se construye desde otro lado. Utilicé como instrumento principal mi teclado, además del kultrún, la melódica y en un track en específico utilicé mi voz. Tuve la suerte de llegar, desde un primer momento, en montajes con cierto nivel profesional. Por ahí fui buscando mi lenguaje, qué es lo que quería decir y, en ello, todas las experiencias me fueron nutriendo” .
[caption id="attachment_55010" align="aligncenter" width="760"] Foto: Paulina Barrenechea Vergara[/caption]
Imagino que hay elementos que definen la práctica teatral que no habías experimentado en la práctica musical. Me refiero a ciertos “modo de hacer” que se dan en ambas disciplinas.
“El teatro me mostró, sobre todo estos últimos años en la compañía La Obra, la disciplina y lo importante de darse el tiempo para descubrir y experimentar. Si bien en el mundo de la música profesional también hay seriedad y disciplina, pienso que, por ejemplo, muchos proyectos de la escena musical penquista están bastante más relacionados con la bohemia y con los bares, y por tanto al copete. Creo que a la larga, en esos ambientes, la gente no escucha, por la naturaleza del espacio, porque la gente conversa, o porque a veces la técnica no es la adecuada. También porque está super naturalizado que los músicos tomen alcohol o un pito cuando trabajan, en los shows y en ensayo, creo que eso es parte del ridículo estereotipo de estrella de rock. Yo también en algún momento de mi vida lo hice, pero ya no me hace sentido. En el mundo del teatro, he visto muy poco eso, y de hecho la práctica más común es todo lo contrario, al menos cuando se está trabajando. A estas altura de la vida, en mi camino, creo que el hacer música o teatro toma sentido cuando generamos un espacio para que nos escuchemos y respetemos. Me preocupa que la experiencia sonora del público y de nosotras las intérpretes sea agradable y lo más óptima posible. El teatro ha implicado para mi bastante disciplina y constancia, es un trabajo en equipo, yo tengo una admiración por esa metodología de trabajo y de realmente darse el tiempo para no sólo ensayar sino que tener una visión escénica, para explorar, para sudar la gota. Me he concientizado de otra manera sobre el poder que puede tener el lenguaje musical, sobre todo en la experiencia dramatúrgica. Entendí que si hay algo interesante del lenguaje teatral, y que debiésemos llevar al campo de la música, es esa forma en que tú puedes generar un mundo en escena con las reglas que tú quieras a través de la iluminación, las palabras, el trabajo de los personajes, el vestuario, todo eso te da un soporte para que lo musical tome otro sentido. Tú estás comunicando con tu cuerpo. Osea, no somos sólo músicos, somos cuerpos en escena, cuerpos vibrando, nuestro cuerpo está diciendo algo y estamos en el escenario donde todo se ve. Aunque a veces las condiciones de producción no dan para hacerse cargo de esto, al menos hay que intentarlo y estar conscientes.”
En algún momento ocurre que tu trabajo musical entra en escena. Te vuelves actriz. Pienso en “Prometeo Nacional” y “Con-cierto Deseo”.
“Sí, yo poco a poco me fui metiendo en el mundo de la actuación y era algo que yo no había experimentado. Una de las grandes experiencias que he tenido es hacer música en vivo, dentro de la escena, como un personaje. Estar en escena, ya en tres montajes estos últimos años, me ha hecho vivir en carne propia el teatro y pensar qué rol puede cumplir la música construyendo contenidos y expresando emociones. Pensar la música no sólo como un acompañamiento, sino como un personaje dentro de la obra, la música compartiendo escenario con las palabras. También trabajando la empatía, el ponerte en el lugar de otra persona para comunicar, invitar al público. Siento que todo eso viene a ser un poco el sello de mi trabajo, impulsado y catalizado indudablemente por Gisselle Sparza, con quien somos compañeras en la vida y en muchas búsquedas creativas”.
En términos de procesos, ¿qué define tu trabajo como compositora en ese contexto? ¿Qué ejes o pulsiones son las más relevantes?
“Me parece importante generar material nuevo, utilizando distintos lenguajes musicales, mostrarte y estar presente, reconocer tus influencias, no creo en eso de lo autodidacta, todas hemos aprendido de muchas personas, creo que pocas personas han aprendido a componer, a tocar algún instrumento o a cantar sin haber visto a alguien haciéndolo antes. Al mismo tiempo, sobre todo estos últimos años, creo importante hacer memoria en torno a la música más antigua, aquella que se va perdiendo y que puede ser un súper caldo de cultivo para crear. En ese sentido, mirar la música de nuestra zona, nuestra oralidad, la décima, la estructura de la cueca y la tradición campesina, dan cuenta de algunos ritos comunitarios que, también, los veo en el teatro y la música. Una de las grandes motivaciones para mi trabajo es, precisamente, el repertorio tradicional campesino, en base a lo que Patricia Chavarría ha recopilado e investigado. Reflexionar el desarrollo de las sociedades occidentales y percatarse de cómo la música está lejos de la gente. Por ejemplo no cantamos mucho, como sociedad le tenemos miedo a cantar. Van a las discoteques, escuchan radio, pero no sienten la música como parte de sus ritos cotidianos, menos como instancia de comunidad. Para mí es súper importante ver la forma de devolver las artes a las personas. Ahí está el norte. Que todos y todas nos volvamos más artistas, más creativas, que no tengamos miedo a mostrarnos. Por eso me interesa el repertorio campesino, su riqueza, sus afinaciones, sus ritos, lo que expresa y que no tiene relación con la concepción del “ser artista”, por ejemplo. La tradición musical campesina es un super insumo para la creación, de hecho, para mis propias composiciones. Toda la construcción del mundo musical para la obra “Prometeo Nacional” la inicié basándome en las décimas propuestas desde la dramaturgia y en el rescate especifico de melodías y afinaciones de ese repertorio. Por otra parte, a nivel vocal, he tenido una búsqueda que cualquier cantante creo debe tener, que es descubrir tu voz, siento que aún me queda un camino largo, pero me parece fascinante el respirar, relajar tu cuerpo y mostrar tu voz, dejar que salga, mostrar quien eres, abrirte, transmitir una emoción, conectarte e invitar al público”.
¿Cómo percibes la escena de las artes escénicas a nivel local y nacional en ese cruce con la composición musical original para cada montaje?
“A nivel nacional en el teatro hay búsquedas interesantes, por ejemplo, el trabajo de Manuela Infante, la última que vi de ella fue “Estado Vegetal”, ella escribe, dirige y compone las bandas sonoras, es impresionante, me dejó muy conmocionada; también está el trabajo de Trinidad Piriz, en su obra “Fin” y “Hellen Brown”, que tiene que ver más bien con lo sonoro. Esta última se acerca a parte de la búsqueda de nuestra obra “Con-cierto Deseo”. A nivel regional, pudiera ser mucho mejor aprovechado considero yo, ya que el porcentaje de obras que una ve, en las que hay música en vivo original y con un rol súper protagonista, no es tan alto. Está el trabajo del Tronqui, Cristobal Troncoso, o el proyecto Mute impulsado por Teatro Reconstrucción. El Cuti Aste y su vinculación con la danza local a través de la producción de bandas sonoras para coreografías de Paola Aste, lo último que vi fue “Volver”. Igualmente está Plataforma Mínima, en danza, con música electrónica y también los aportes de Cristian Reinas con la compañía Lokas Juanas. Paralelamente el Colectivo Conmover y Colectivo Una, convocan una vez al mes a unas jams donde se conjuga la formación en contact improvisación con música en vivo, espontánea y original en algunos casos. Esa conciencia de interdisciplinariedad está súper interesante, porque vincula el cuerpo desde otros lugares y nos hace una invitación a re-integrar todas nuestras facetas. Se abrió un camino interesante en ese sentido. Por supuesto que está toda la otra veta de las danzas tribales o de la danza afro donde, claramente, la música en vivo está mucho más presente. Ahora, salvo esas experiencias, no he visto más compañías de danza o teatro de la región que se interesen por vincular la música en vivo o la composición de piezas originales para sus obras como ejes centrales de su trabajo. En danza es generalmente música envasada. Personalmente, yo siento que es una tontera separar las artes, y pensarlas en sub especialidades. Creo que la música, la danza, el teatro, van todas de la mano. A nivel histórico siempre fue así y después se fue especializando en distintas disciplinas. Pese a ello, en forma cíclica, siempre hay una vuelta a lo multidisciplinario o interdisciplinario”.
Javiera, como mujer en esta intersección sugerente de las artes escénicas ¿Cuáles son las dificultades que has encontrado en tu trabajo escénico?
“La música y el teatro son, también, un trabajo. En ese sentido, claramente, la variable género afecta. Cuando, por ejemplo, te relacionas con los otros actores de la escena musical o teatral. Como hay muchos hombres en el mundo musical, siempre hay un técnico o un sonidista o un productor. Muchas de mis experiencias con técnicos en sonido o encargados de sala han sido desagradables en algún punto de la jornada. Y como una no trabaja sola, en muchas de esas interacciones he sentido que ellos creen que tú no sabes lo que quieres y necesitas. Que no sabes de sonido, por ejemplo. Ahora bien, yo no pretendo que ellos piensen que sé, eso no me interesa, porque me parecería muy masculino entrar en esa competencia, pero igualmente siento que debo ponerme como fuerte y hacerles entender que sé de lo que estoy hablando y sé lo que necesito para determinada situación. No tengo problemas en pedir consejos, para nada, pero son notorias las diferencias. También he visto esto con nuestra encargada técnica en la compañía, cómo la tratan y las cosas que debe enfrentar son un gasto de energía gigante. Me pasó en teatro que cuando pedí algo a nivel de sonido que era necesario para nuestra obra, me dijo un técnico que no se podía, y cuando se lo dijo al rato nuestro técnico hombre resulta que sí se podía hacer lo que yo había pedido. Se trata de una discriminación por género, como que llega a ser ridícula por lo evidente, es un gasto de energía del que no me gustaría tener que ocuparme. Es una lata. Cuestionan lo que les pides, porque además no saben adecuarse a cuestiones teatrales, no quieren que los saques de su estructura, desde el paradigma cuadrado de lo que significa amplificar a una banda de rock. Por otro lado, está el público. Por contarte algo, la última vez que toqué en un bar me gritaron “rica”. No sólo una vez, entonces, por supuesto que una pierde la concentración. Osea, de verdad ¿quién eres tú para decirme eso? Yo no te ando diciendo que ese pantalón te queda bien, menos en un contexto donde yo estoy presentando mi trabajo musical. En esa oportunidad atiné a exclamar una onomatopeya como: shaaaa. Y luego dije: El machismo mata. Y decidí seguir concentrada y continuar con el show”.
Fotografía pricipal: Sady Mora