Figura esencial del cine latinoamericano, el boliviano Jorge Sanjinés, nacido en La Paz en 1936, supo mantener una coherencia ideológica que construyó los cimientos de su cine hasta la actualidad. Cine político, claro. Aquel que pretendía cambiar el mundo, defender la cultura indígena y cuestionar las injusticias. Fundador del grupo Ukamau, Sanjinés pudo realizar películas a través de la modalidad de una cooperativa, alejado de las exigencias del mercado. El cineasta viajó a la Argentina como invitado especial, para presentar dos films emblemáticos en el Festival Internacional Unasur Cine: El coraje del pueblo (1971), donde relata la masacre de la noche de San Juan durante el gobierno del general Barrientos, y La nación clandestina (1989), que enfoca en la pérdida de la identidad cultural a través de la figura de un campesino que es sometido a una danza hasta morir.
Sanjinés realizó cine político, en algunos casos, en el género documental, y en la mayoría a través de la ficción. ¿Ambos registros son igualmente potentes para la denuncia? El realizador cree que sí. “En la primera etapa el grupo Ukamau, del que formé y formo parte, se abocó a un tipo de cine de denuncia porque vimos desde muy temprano que el cine era un instrumento de lucha. Queríamos valernos de él para participar del proceso de liberación de nuestro país. Entonces, hicimos, por ejemplo, El coraje del pueblo, que era un docu-ficción, con una innovación: en los papeles protagónicos estaban las personas que habían sufrido la experiencia que relata la película”, detalla Sanjinés.
–¿Se puede decir que su cine transitó de la denuncia en etapas críticas a temáticas desde una mirada más reflexiva?
–Correcto. Cuando vino el proceso democrático, el cine venía a cumplir otra función porque no se trataba de denunciar, algo que lo estaba haciendo la prensa. Cuando hicimos El coraje del pueblo, la prensa estaba silenciosa porque era controlada por las dictaduras militares. Pero cuando llegó el proceso democrático después de la lucha del pueblo, entre fines del ’77 y el ’82, ya pudimos abocarnos a temáticas más profundas como, por ejemplo, el caso del tema de la identidad con La nación clandestina o el problema del racismo con Para recibir el canto de los pájaros.
–¿Cómo observa la realidad actual del cine latinoamericano respecto de la ebullición que significaron los ’60 y los ’70? ¿Se hace menos cine político?
–Hasta hace unos cinco años sí, pasaba ese fenómeno, pero desde entonces hasta ahora ha aumentado el interés de los cineastas por ahondar en la temática política de sus países, porque la política se está volviendo cada vez más urticante. Y el artista no se puede aislar de eso.
–Si antes el cine latinoamericano funcionaba como espacio de denuncia de las dictaduras y de los gobiernos conservadores, ¿ahora acompaña este proceso de transformación política que está experimentando América latina?
–En el terreno documental lo está haciendo. Ha habido un resurgimiento muy importante del documental en América latina. Lo veo también en Bolivia. Los jóvenes hace cinco o siete años no se interesaban en el documental, pero ahora están volcados hacia ese género en una parte considerable.
–En los ’70 se creía que el cine tenía un alcance social y político que podía funcionar como herramienta para transformar el mundo. ¿Cree que esta tesis es posible en la actualidad?
–Nunca se sabe lo que puede pasar con una película comprometida. Nosotros creíamos hasta hacer Yawar Mallku, en el año ’68, que una película no podía más que contribuir a un proceso. Pero resulta que Yawar Mallku cambió la realidad política boliviana. ¿Por qué? Esa película denunció el siniestro plan de control de natalidad en Bolivia a través de los Cuerpos de Paz, que esterilizaban a las mujeres campesinas, sin su consentimiento, en un país con alta mortalidad materno-infantil y un país con poca población. Y esa película provocó una polémica tan intensa en la sociedad boliviana que el gobierno se vio obligado a formar una comisión de investigación y también la Universidad de Bolivia, para determinar si lo que la película había denunciado era o no verdad. Después de unos meses, ambas comisiones llegaron a la conclusión que, efectivamente, los americanos estaban esterilizando a las mujeres campesinas sin su consentimiento. Como consecuencia de eso, el gobierno boliviano expulsó al Cuerpo de Paz de Bolivia: fue una consecuencia política de una trascendencia muy grande. Ningún país había expulsado a los Cuerpos de Paz en América latina, y Bolivia fue el primero que se dio el lujo de expulsar un instrumento del imperio.
–¿Cómo vive la reivindicación de la cultura indígena que hace el gobierno de Evo Morales?
–Bueno, en ese plan nosotros hemos estado desde muy temprano con las primeras películas. Luego de varias experiencias, algunas de ellas muy dolorosas, nos dábamos cuenta de que éramos bolivianos pero relativamente. ¿Quiénes éramos los bolivianos? ¿Eramos la minoría blanco-mestiza que vivía en las ciudades ejerciendo una cultura occidental o los indios que eran la mayoría de la población ejerciendo su propia cultura? Estaba esa contradicción entre una población minoritaria que detentaba el poder político y económico frente a una mayoría ejercitando una cultura clandestina, no reconocida por el Estado. Entendimos que era también una tarea revolucionaria convocar la atención del resto de esa sociedad ajena a esa mayoría para que lo tomara en cuenta y lograr de esa manera un camino de integración en un país que estaba muy dividido.
–Teniendo en cuenta que para la cultura indígena es más importante el colectivo que el individuo, ¿la idea del grupo Ukamau seguía esa filosofía?
–Intentábamos, porque nosotros fuimos cultivados como personas por el individualismo, y pensarse primero como colectivo y después como individuo es un proceso muy complicado, muy complejo. Pero esa es la clave de lo que hoy en día está pasando en Bolivia. Las multitudes que están haciendo la historia antes eran utilizadas por las minorías dominantes políticamente, pero hoy en día se ha invertido el papel. Esas multitudes han crecido, se han hecho más conscientes de sus derechos y están actuando en la vida boliviana bajo los principios del colectivismo.