La catástrofe griega en tres generaciones de trabajadores

Introducción
Grecia se enfrenta al sexto año de la peor crisis económica europea con un desempleo del 30 % (el 52 % en el caso de los jóvenes) que está deshaciendo su tejido social; el índice de suicidios se ha disparado y más del 80% de la población ha visto reducido su nivel de vida.

Las relaciones familiares e intergeneracionales han quedado muy resentidas y las certezas anteriores han desaparecido. Se producen protestas masivas a diario causadas por la incertidumbre, el miedo y la ira. Se han convocado más de una docena de huelgas generales en las que han participado desde escolares a octogenarios que luchan desesperadamente para conservar los últimos restos de dignidad y su supervivencia material.

La Unión Europea y sus colaboradores griegos saquean el tesoro público, liquidan el empleo, los salarios y las pensiones, ejecutan hipotecas de hogares y elevan los impuestos. Los presupuestos familiares se reducen a la mitad o la tercera parte de niveles anteriores.

Cada vez es más habitual que tres generaciones convivan bajo el mismo techo, y a duras penas sobrevivan con las pensiones menguadas de los abuelos y algunos hogares están al borde de la miseria. La prolongada depresión capitalista –que nunca acaba y sigue empeorando- ha provocado una profunda ruptura en el ciclo de vida y en las experiencias vitales de abuelos, padres e hijos. Este artículo se centrará en ello.

La ruptura intergeneracional se puede comprender mejor en el contexto de las diferentes "experiencias de vida" de las tres generaciones. Nos centraremos en las experiencias laborales, políticas, familiares y de tiempo libre.

Experiencia laboral: los abuelos

Las familias de los abuelos procedían en la mayoría de los casos de áreas rurales o pequeñas ciudades y emigraron durante el periodo posterior a la guerra civil (1946-49), asentándose muchos de ellos en los suburbios pobres de Atenas. La mayor parte de los miembros de estas familias apenas había completado la educación secundaria y encontraron trabajos mal pagados en empresas textiles, de construcción y públicas. Apenas existían sindicatos y los pocos que había eran semiclandestinos y estaban sometidos a una dura represión por los regímenes derechistas apoyados por EE.UU. A finales de la década de los sesenta, los abuelos se comenzaron a inclinarse por los partidos de "centro-izquierda" y reactivaron la actividad sindical. Esto fue especialmente notorio entre los trabajadores de las factorías de montaje y del sector público y en las industrias de electricidad, telecomunicaciones, puertos y transportes. El golpe de estado de 1967, apoyado por Estados Unidos, y la junta militar resultante (1967-1973) tuvieron como resultado la prohibición de la actividad sindical y las negociaciones colectivas, por un lado, y la estimulación del crecimiento económico basado en la inversión extranjera y el clientelismo corporativo por el otro.

La lucha clandestina contra la dictadura, la revuelta estudiantil, la infame masacre de la Universidad Politécnica (1973) y la caída de la dictadura militar tras su golpe abortivo en Chipre "radicalizaron" a los abuelos. La legalización de los partidos políticos y los sindicatos produjo un resurgir de las organizaciones obreras, de sus luchas y avances sociales. La caída de la Junta trajo consigo un aumento de los salarios. La incorporación a la Unión Europea y el flujo masivo de "fondos de cohesión social" produjeron una expansión del empleo en el sector público y un aumento del clientelismo de los partidos políticos que se extendió mucho más allá de los tradicionales regímenes derechistas.

La seguridad del empleo, las pensiones y el aumento de las indemnizaciones por despido crearon una mano de obra relativamente segura y estable, excepto en los sectores manufactureros, perjudicados por las importaciones de los "socios" europeos más industrializados.

En 1981, el triunfo del movimiento socialista panhelénico, el Pasok, puso en marcha una legislación social populista y aumentos salariales que sirvieron de sustituto de una auténtica socialización de la economía. Los beneficios económicos y de seguridad social fueron constantes, acumulativos y produjeron un aumento en los niveles de vida. Los abuelos se apuntaron a los sindicatos, sus dirigentes negociaban mejoras salariales y de las condiciones laborales y afrontaban el futuro con un relativo optimismo: un retiro cómodo, una mejor educación para sus hijos, un modesto apartamento ya pagado y un coche pequeño. Estaban deseosos de disfrutar de su tiempo libre con familiares, amigos y vecinos. O al menos eso parecía en vísperas de la Catástrofe Griega de 2008.

Como veremos, el progreso económico griego se levantó sobre cimientos podridos: préstamos de la UE obtenidos gracias a cuentas fraudulentas, un tesoro público saqueado por los cleptócratas de los dos principales partidos e inversiones "públicas" en proyectos mastodónticos improductivos con socios empresariales corruptos. En pocas palabras, los "años dorados" del retiro confortable de los abuelos estaban basados en la ilusión de que medio siglo de avances sociales y laborales darían por fruto una vida digna.

Los padres: trabajar y disfrutar pagando luego

Los padres nacieron en la ciudad, tuvieron una educación mejor que los abuelos y recibieron la enorme influencia del espíritu consumista que penetró en Grecia. Entraron a formar parte del mercado laboral a comienzos de los noventa. Se consideraban a sí mismos más "europeos", menos nacionalistas, con menor conciencia de clase y menor participación en las luchas sociales que la generación anterior. Su interés por los deportes y las celebridades así como por su propio avance social impidió que participaran en las grandes luchas sociales de los abuelos. Disfrutaron de mejoras salariales mediante negociaciones de arriba abajo. No prestaron atención al grotesco enriquecimiento de la cleptocrática élite política socialista e ignoraron el aumento de la deuda, tanto pública como personal, que "financiaba" sus vacaciones en el extranjero, la segunda vivienda y los coches alemanes de importación. Pagaban generosamente a los tutores que preparaban a sus hijos para las pruebas de entrada a la universidad. Su futuro estaba asegurado por las estadísticas oficiales cada vez más optimistas (falsificadas) y las evaluaciones positivas de los expertos de la UE. Los sindicatos y las asociaciones empresariales se centraban exclusivamente en los aumentos de salario, de ingresos, de créditos baratos y de acceso a los últimos juguetes tecnológicos del momento.

Los padres hablaban inglés, eran partidarios de una integración europea aún mayor y rechazaban las dudas y las críticas de los abuelos hacia la OTAN y las guerras promovidas por Israel, a las desigualdades dentro de la UE y a los efectos de la liberalización económica. Ignoraron las críticas vertidas contra los estrechos vínculos entre los cleptócratas del Pasok, los banqueros propios y extranjeros, los propietarios de yates y los plutócratas millonarios.

El cinismo era su "reacción moderna" ante la omnipresente corrupción y el creciente endeudamiento. Mientras ellos tuvieran lo suyo, ¿por qué desafiar al statu quo? Con la llegada de la Catástrofe Griega, los padres lo perdieron todo: empleo, seguridad social, casas, coches y vacaciones. Los que habían sido "europeístas" se convirtieron de repente en críticos virulentos de los eurobanqueros –la Troika-, que ordenaban a los padres sacrificar todo lo que poseían para salvar a los gobernantes cleptocráticos, los millonarios evasores de impuestos y los banqueros endeudados. La catástrofe económica fue erosionando hasta hacer añicos la conciencia consumista "europea moderna" de los padres de clase media y trabajadora con movilidad ascendente.

Primero sufrieron sucesivos recortes salariales y luego perdieron la seguridad del empleo, cuando se produjeron despidos masivos con y sin indemnización.

La consternación, el miedo y la incertidumbre dieron paso a la certeza de estar frente al pelotón de ejecución financiero. Fueron conscientes de estar atrapados en una interminable caída libre. Se echaron a la calle y descubrieron que toda su generación y toda su clase estaban desarraigados y desechados. Los padres descubrieron que no valían nada y que tenían que manifestarse y luchar para reafirmar su propia valía.

Los hijos: ¿quién trabaja?

La inmensa mayoría de los hijos está desempleada: a comienzos de 2013, más del 55 % no ha tenido nunca un empleo. Su número aumenta día a día y semana tras semana, mientras familias enteras se empobrecen y los hogares se desintegran. La asistencia escolar ha disminuido, mientras las posibilidades de empleo se desvanecen y el espectro del desempleo masivo de larga duración acecha cada día. Las posibilidades de que los jóvenes formen parejas estables y nuevas familias han desaparecido.

Se ha multiplicado la "cultura de la calle" y los salones recreativos se han convertido en un lugar de encuentro más que de juego. Se ha reducido la asistencia a conciertos pop y se acude masivamente a las manifestaciones de protesta. Ahora, la creciente politización y radicalización de los hijos comienza en la escuela media y se profundiza en las escuelas técnicas y secundarias y en la universidad.

Muchos jóvenes cercanos a los treinta nunca han tenido empleo, ni se han marchado de casa de sus padres o sus abuelos, por lo que no pueden planear un matrimonio futuro o formar una familia. La falta de experiencia laboral supone la ausencia del compañerismo ligado al trabajo y de afiliación sindical. En su lugar ha cobrado importancia la solidaridad informal del grupo de semejantes. Las perspectivas de trabajo se centran en la emigración, o en la búsqueda ajetreada de un trabajo ocasional miserable o en unirse a la lucha. Hoy en día vagabundean por las calles llenos de ira, desesperación y una profunda frustración. A medida que pasan los años, los hijos cada vez votan más por la Izquierda (Syriza) pero están hartos de la ineficaz oposición parlamentaria, las manifestaciones rituales y los foros sociales sin trascendencia, por los que desfilan conferenciantes radicales locales y extranjeros que exponen teorías sobre la crisis, pero que siempre han tenido un trabajo y un sobre a fin de mes. La inmensa mayoría de jóvenes sin empleo cree que "prometer no cuesta nada". Los intelectuales, los políticos de nueva izquierda y los griegos del extranjero no tienen nada que ver con su experiencia cotidiana ni les ofrecen soluciones tangibles. Por eso los hijos se han unido a la guerrilla urbana anarquista. De momento, son pocos los hijos desempleados que han acudido a la llamada neonazi del Amanecer Dorado. Pero no simpatizan mucho con el apoyo de la Izquierda a los inmigrantes en busca de empleo, especialmente cuando en sus barrios sufren los abusos de camellos y proxenetas albaneses, de Oriente Próximo y de los Balcanes.

Experiencia política: los abuelos y el legado radical

La trayectoria política de los abuelos difiere enormemente de la de su progenie. Muchos de sus propios padres habían sido guerrilleros en el movimiento de liberación nacional dirigido por los comunistas que llegó a contar con un millón de miembros (ELAS-ELAM). Lucharon contra el ejército ocupante de los fascistas italianos y los alemanes nazis y tomaron parte activa en la guerra civil. Tras la intervención angloamericana y la derrota de los insurgentes, cientos de miles de griegos fueron enviados a campos de concentración o de trabajos forzados, donde muchos murieron. Una salvaje represión cayó sobre campesinos y habitantes del mundo rural que fueron expulsados de sus tierras. Sus propiedades fueron confiscadas y millones emigraron a las ciudades en busca de anonimato y empleo. Cuando el partido comunista fue prohibido, muchos de sus miembros y antiguos miembros se unieron a los "partidos progresistas", la EDA, en busca de una alternativa.

Los abuelos tuvieron su bautismo político con el renacimiento de la "política populista" a comienzos de los sesenta, promovida por el partido de Unión de Centro. Tras el golpe de Estado de 1967, tuvieron que hacer frente a seis años de gobierno militar respaldado por Estados Unidos (1967-1973). Bajo la junta militar, algunos abuelos participaron en actividades políticas y sindicales clandestinas. Cuando ésta cayó, la mayoría de los abuelos se unieron al partido socialista recién creado por un radicalizado Andreas Papandreu. El decenio posterior a la Junta fue un periodo de intenso debate político donde proliferaron los libros, conferencias, revistas, periódicos, foros y acontecimientos culturales populares de inspiración marxista, anteriormente prohibidos. Mikis Theodorakis, el gran compositor comunista, atraía a sus conciertos a decenas de miles de personas, incluyendo muchos trabajadores, evocando escenas parecidas a los actos en los que Pablo Neruda leía poesía a miles de trabajadores y campesinos en Chile. En las elecciones de 1981, los abuelos votaron en abrumadora mayoría por la izquierda: el Pasok consiguió más del 50 % de los votos y los comunistas casi el 15 %. Casi dos terceras partes de los griegos y más del 80 % de los trabajadores votaron por el socialismo (¡o eso es lo que ellos creían!). Los abuelos celebraron la derrota de la extrema derecha y el fin de más de medio siglo de gobiernos nazis, norteamericanos y militares derechistas. Los abuelos tenían grandes esperanzas en que Papandreu cumpliera su promesa de "socializar" la economía. Veían en la ascendencia electoral de la izquierda un preludio de la ruptura con la OTAN y una transición hacia un estado del bienestar socialista independiente. A pesar de la celebración de diversas conferencias socialistas y sindicalistas de asistencia masiva sobre "autogestión obrera de una economía socializada" y de la quiebra de montones de empresas privadas endeudadas, Papandreu afirmó que "la crisis" impedía "una inmediata transición al socialismo"; defendió la recuperación de la derecha capitalista, pues según él solo entonces podrían ponerse en marcha políticas socialistas. Con ello, ignoraba el hecho de que fue la propia crisis capitalista la que condujo a su elección. Muchos abuelos se sintieron defraudados, pero Papandreu, con hábiles discursos propios de demagogia de balcón, propuso una serie de importantes aumentos salariales, legalizó y amplió los derechos laborales y puso en marcha y mejoró las prestaciones sociales y las pensiones. Los abuelos se conformaron con las reformas populistas y la moderación del proceso político. A partir de mitad de los ochenta, los abuelos siguieron votando socialista, aunque ahora solo para mantener los beneficios económicos y la ampliación de la coberturas sociales en sanidad y pensiones.

Bajo el liderazgo de Papandreu, el Pasok degeneró hasta convertirse en un "tábano" sin trascendencia dentro de la OTAN. Su entusiasta incorporación a la CEE y el mantenimiento de las bases militares norteamericanas en su territorio acabó con los últimos vestigios de antiimperialismo de los abuelos. Estrecharon su campo de mira y se centraron en el Pasok como una maquinaria política clientelista, necesaria para asegurar el empleo y garantizar sus pensiones.

Con la llegada de la catástrofe económica en 2008 y los recortes sociales salvajes puestos en marcha por el absolutamente inepto, corrupto y reaccionario George Papandreu hijo, los abuelos sintieron las primeras ondas sísmicas de inestabilidad y la amenaza de perder sus pensiones seguras de vida. En 2010, abandonaron por completo su apoyo al Pasok. El descubrimiento de casos de corrupción y el recorte de un 35 % de las pensiones empujó a los abuelos a las calles en protestas masivas. Posteriormente, una mayoría votó por el nuevo partido de izquierdas, la coalición Syriza.

Los abuelos han recorrido un círculo completo: la nueva radicalización coincide con el retorno de un gobierno derechista autoritario, bajo el dictado colonial de la Troika europea. Pero ahora sus pensiones tienen que mantener a tres generaciones. Una vez más, la búsqueda de un nuevo partido político cobra tanta urgencia como durante el periodo inmediatamente posterior a la caída de la junta militar.

Los padres y las políticas de movilidad descendente

Los padres alcanzaron su mayoría de edad política durante el apogeo del clientelismo electoral. En los noventa votaron al Pasok, aunque sin los ideales o las ilusiones de sus padres, los abuelos; tampoco participaron en ninguna lucha histórica. Votaron a los candidatos y los partidos que les facilitaban acceso al crédito y a préstamos a bajo interés al tiempo que les adjudicaban concesiones lucrativas dentro de una administración pública muy politizada. Los padres no solían abordar los aspectos ideológicos de mayor calado. Creían que los debates sobre "capitalismo frente a socialismo" eran un anacronismo. Estudiaron inglés y utilizaban anglicismos en su discurso y sus escritos. No volvieron a prestar atención a las consecuencias negativas de la pertenencia a la OTAN y a la Unión Europea. Los grandes temas eran los Juegos Olímpicos que organizaría Grecia y cómo sacar el máximo provecho de los presupuestos desorbitados y el gasto generalizado. Los dirigentes del Pasok dieron ejemplo escamoteando su parte de cada contrato de construcción, amañando las cuentas, evadiendo impuestos y asesorándose con Goldman Sachs sobre cómo acumular deudas y convertir los déficit en superávit. Cuando estalló la crisis económica, los padres no estaban preparados. En un principio intentaron racionalizarla, con la esperanza de que "la crisis" sería temporal, que llegarían nuevos préstamos para su rescate; que ellos –especialmente el sector público- no se verían afectados. Cuando la Catástrofe se instaló, los padres abandonaron su apatía e indiferencia: las decisiones políticas que se tomaban ahora afectaban a sus salarios, sus beneficios sociales y su capacidad de hacer frente a las hipotecas y las deudas de sus tarjetas de crédito. La conformidad cínica se vio reemplazada en primer lugar por la incertidumbre y la ansiedad. Cuando el régimen del Pasok dejó caer la guillotina y refrendó los despidos masivos de trabajadores públicos y la reducción de salarios, los padres empezaron a protestar ante "sus" líderes y, ante la carencia de resultados, les castigaron en las urnas. La mayor parte se desplazó hacia la izquierda, apoyando a Syriza, con la esperanza tanto de regresar al pasado como de construir un nuevo futuro socialista.

Los hijos y la política del "No future"

Los hijos han alcanzado la mayoría de edad política sin ninguna experiencia previa de lucha o de movilidad ascendente. Están atascados al fondo o en perpetuo descenso. Al no haber tenido nunca trabajo ni oportunidad alguna, pasan a la acción para afirmar su existencia, su presencia y su capacidad de reaccionar ante las sucesivas oleadas de ataques salvajes a su vida cotidiana respaldados por la UE. Se unen a padres y abuelos en marchas multitudinarias que afirman la solidaridad intergeneracional. Pero solo ellos llevan la carga de no haber pertenecido nunca a ningún partido político o sindicato ni haber experimentado "la buena vida". Nunca recibieron préstamos ni favores políticos, pero ahora se les exige que sacrifiquen su futuro con el fin de enriquecer a los acreedores, los evasores de impuestos y los cleptócratas. Su sabiduría política se basa en el conocimiento visceral de que toda la clase política está podrida; y tienen sus propias dudas sobre aquellos políticos que abandonaron el Pasok, se unieron a Syriza y ahora dicen ser sus salvadores. Dieron la espalda a esos politólogos y periodistas que hablan una lengua y elaboran un discurso completamente al margen de su experiencia cotidiana. Se preguntan, francamente, si el lenguaje fabulado de un filósofo italiano muerto (Gramsci) podrá sacarles de la catástrofe. Los teóricos extranjeros vienen, se van, y la vida cada vez se hace más desesperada. Algunos creen que solo quienes arrojan un cóctel Molotov pueden aportar cierta luz temporal al oscuro túnel de su experiencia diaria. Los hijos más combativos participan en batallas callejeras y se apuntan al bloque negro (black bloc). Los menos audaces buscan en Internet formas de reubicarse; piensan que es preferible emigrar a los centros imperiales que sufrir toda la vida en esta colonia saqueada y devastada.

Los abuelos: El regreso a la familia extendida

La comida del domingo era un sello distintivo de la época de los abuelos: la familia se juntaba alrededor del cordero asado con patatas, una ensalada campesina con queso feta y aceitunas y dulces de postre.

Los abuelos mantuvieron la costumbre hasta que la Catástrofe acabó con otra "estupenda tradición familiar", como con el resto de cosas placenteras. Tres generaciones viviendo juntas, bajo un mismo techo, de una sola fuente de ingresos (la pensión menguante del abuelo) no es una situación que permita mantener buenas relaciones. Los ahorros disminuyen, las deudas se acumulan y la frustración provoca conflictos y rencores. Ocasionalmente, la ira se dispara contra los seres más próximos. La falta de independencia produce discusiones; los préstamos familiares no se devuelven. Las comidas se convierten en el momento para contar las penalidades. Las bromas ligeras, el buen humor y las historietas desaparecen en un miasma de preocupaciones sobre la próxima comida, el precario presupuesto familiar y la búsqueda infructuosa de empleo.

Las comidas han pasado a ser un momento para reflexionar sobre las tensiones de la supervivencia cotidiana.

Los padres: La familia como precaria red de seguridad

Los padres se preguntan, ¿qué pasará cuando muera mi padre y desaparezca su pensión? ¿Cómo podemos sobrevivir cinco personas cuando el régimen, presionado por la Troika, ha reducido a la mitad la pensión de mi padre? ¿Cómo pueden vivir dos familias con 500 euros al mes? Lo único que separa a muchos padres de la miseria absoluta es la familia extendida, pues los recortes sociales han reducido las pagas por desempleo y los ahorros están agotados.

Antes de la Catástrofe, los padres y sus mujeres se juntaban con otras parejas en la taberna, el viernes o el sábado por la noche, para escuchar música tradicional y disfrutar una buena mesa repleta de aperitivos, una garrafa de buen vino y muchas risas. A diferencia de los abuelos, que eran clientes del panadero y el carnicero del barrio, los padres hacían la compra en supermercados y centros comerciales multinacionales, signos de "modernidad europea" y buena "relación calidad-precio" y pagaban con sus tarjetas de crédito.

Las vacaciones en Londres son ya un lejano recuerdo. La casa familiar en el Egeo hace tiempo que se vendió para poder pagar deudas. Como mucho, pueden aspirar a una escapada de fin de semana a las atiborradas y contaminadas playas de Ática huyendo de los calores de agosto.

Los hijos: La familia está donde la encuentras

Las familias se han convertido en algo sombrío, ya no son un refugio frente al duro mundo exterior: en casa siempre hay motivos para quejarse. Los hijos vienen y se van. Escuchan música solos en su habitación. ¿Quién quiere llevar a la novia a un dormitorio diminuto, bajo la mirada de desaprobación de la abuela y caras largas por todas partes? Se van a la esquina, bajan al centro de Atenas, al barrio de Exarchia1 y pasan el rato en un portal o un salón recreativo, o se echan al hombro una bandera negra en una manifestación contra toda la podrida mierda, contra los ladrones, banqueros y acreedores. Si su profesor se atreve a hablar de "democracia y deberes cívicos" –muy pocos lo hacen, pues incluso sus empleos están en peligro- una tímida risilla da paso a un tsunami de carcajadas e insultos; las clases se interrumpen y los compañeros de colegio se juntan para compartir ratos de amistad íntima, ausente en la sombría austeridad de sus hogares desintegrados.

¿Quién anima a su equipo de fútbol? ¿Quién se burla del farsante Papandreu, de la cara de cerdito de Venizelos2, de los vampiros Stournaras y Samaras3...? Los políticos apestan como un pescado podrido al que no se acerca ni el gato más hambriento. Los hijos asisten a los mítines de Syriza. Todo está muy bien, hacen claras denuncias con llamadas a la acción... pero ¿otra manifestación? ¿Otro llamamiento para "captar jóvenes”? Los hijos piensan: "Nos sentamos por aquí, nunca en las primeras filas; les escuchamos, parecen conocerse unos a otros; hablan en códigos que solo comprenden ellos... Así que salimos, damos vueltas, nos fumamos un porro, gorroneamos una cerveza, o nos juntamos con los amigos y hablamos de lo nuestro".

El paternalismo, el patriarcado y la devoción filial están acabados. Las relaciones ocasionales sin perspectivas a largo plazo son la nueva realidad.

El ocio: Los abuelos y el café como refugio

Los abuelos tienen sus cafés favoritos en el barrio. En sus paseos dejan atrás montones de locales clausurados (más de 160.000 quiebras desde el inicio de la Catástrofe). En estos días, una taza de café es el pase que permite sentarse a una mesa, con un mazo de cartas manoseadas que aún muestran cierto color en los reyes y las reinas. Hubo un tiempo en que, en el trascurso de una tarde, un abuelo podía invitar a copas de ouzo4 y surtidos de aperitivos –queso Kasseri y aceitunas- a sus compañeros de juego. Luego los golpes del dominó y los movimientos rápidos de las fichas de backgammon resonaban en el ruidoso café, lleno de humo. Ahora, el camarero se mueve entre los parroquianos buscando alguna propina olvidada en una mesa. Incluso los camareros profesionales se encuentran desorientados para sobrevivir en una habitación llena de supervivientes. ¿Dónde está la generación que reemplace a los abuelos? Los padres no tendrán una pensión que pague la posibilidad de sentarse en una mesa a tomar un café.

El ocio: Los padres y el final del ocio en Europa

Hubo un tiempo en que los padres pasaban largas horas en Internet, leyendo publicidad de consumo con un fondo de música pop cantada en inglés, mientras planeaban las excursiones de fin de semana. Los domingos veían los partidos de fútbol en la tele, para discutirlos el lunes en el almuerzo con los colegas o compañeros de trabajo. No era una vida lujosa, pero era una rutina cómoda. El tiempo libre, que se pasaba con los amigos o la familia, los compañeros de trabajo y los vecinos, suponía un agradable respiro de las tensiones del trabajo diario, una escapada hasta la playa o a alguna posada rural a cenar el fin de semana.

Ahora, con la Catástrofe, el tiempo libre es forzoso y abundante: no hay trabajos estresantes, no hay ni trabajo ni dinero. Las monedas tintinean al fondo del bolsillo, quizá suficientes para comprar un litro o dos de gasolina para poder llamar a puertas cerradas que no contestan o que tienen clavadas anuncios de quiebra. ¿A quién ir a ver y dónde acudir?

Hay otro acto político donde se puede saludar a los amigos, envidiosos de quienes todavía tienen trabajo o de quienes reparten invitaciones para la comida. Hay marchas de protesta y se vive la cordialidad y solidaridad del momento. Hay explosiones de abucheos a los trajeados cleptócratas, agazapados en el Congreso o deslizándose subrepticiamente por la puerta de atrás después de aprobar otra pena de muerte –la llaman "orden de austeridad"- condenando al suicidio a otra docena de personas la próxima semana. El tiempo libre ahora no es placentero, es preocupante: ¿quién pagará las facturas médicas de los abuelos, las inyecciones de insulina, los honorarios escolares de los hijos, los gastos del coche? Bueno, al menos los pagos de la hipoteca ya no cuentan: el apartamento ha sido embargado. El padre está "liberado" de esa obligación, por eso duerme con su esposa en una habitación libre de casa de los abuelos. Esas veladas haciendo el amor se han convertido ahora en noches insomnes de profunda ansiedad. Cuando al fin se duerme inquieto, tiene pesadillas paranoicas –o reales- de persecuciones por oscuros laberintos, corriendo por todos lados sin dirección aparente, sin conocer las calles, los edificios o la gente. El propósito de la vida se ha desvanecido, junto con los recuerdos de excursiones felices y planes futuros. Ahora, la necesidad principal es encontrar trabajo, eso lo domina todo. El padre tiene que afrontar que se acaban sus prestaciones de desempleo. ¿Tendrá que hacer cola junto con su familia, para conseguir un plato de sopa? ¿De Syriza o de Amanecer Dorado? ¿Cuál de los partidos ofrece un muslo de pollo con la sopa?

El ocio: los hijos y la lucha en la calle

Era divertido ir por ahí después de la escuela: los chistes, los porros, los abrazos y besos en público... Los viajes en ferry con mochilas y los ratos estudiando con los amigos... los exámenes, los cursos difíciles y la ansiedad por tener que elegir una carrera dentro de unos años. Esas "preocupaciones" han desaparecido. La catástrofe ha eliminado el "curso difícil", las dudas a la hora de escoger carrera... ahora hasta los profesores se han ido de las aulas –una liberación involuntaria- los despidos han reducido las ofertas. El futuro de los hijos está echado a perder... así que cualquier "carrera" puede servir.

"Los mayores ladrones no son los que roban un banco, sino los dueños del banco", contaba un estudiante de filosofía a una multitud de hijos mientras les enseñaba cómo fabricar un cóctel Molotov. Otro estudiante, éste de ciencias exactas, calculaba el número de veces que los académicos revolucionarios locales y extranjeros habían mencionado la "crisis" en una hora y planteaba una ecuación que equivalía a cero resultados positivos. La pérdida de perspectivas de futuro y el peso de una vida hogareña sombría están eliminando cualquier resto de respeto por un sistema político y legal que impone miseria, indignidad y humillaciones para poder pagar a los acreedores extranjeros. "Les pagamos, de modo que puedan sentarse al sol en nuestras playas, comprar nuestras casas, comer nuestra comida, bañarse en bolas en nuestro océano y decirnos que somos perezosos y que nos merecemos la miseria que tenemos".

Los hijos tímidos, joviales o asustadizos están creciendo rápidamente. La madurez empieza a los quince. La asistencia a manifestaciones antes aún. Luego las ideas políticas radicales. ¿Y después qué, "hombrecito"?

Los hijos forman un ejército cada vez mayor de desempleados y están madurando rápidamente. En la actualidad están dispersos. Algunos quieren salir, irse de Grecia... pero la mayoría se quedarán. ¿Conseguirán organizarse e ir más allá de la actual oposición electoral, diseñar un nuevo movimiento radical que rompa con el podrido sistema electoral represivo? ¿Se convertirán en los militantes de un nuevo movimiento de resistencia heroico? ¿Cuál de los nietos escalará las paredes del parlamento desafiando a los colaboradores coloniales y a sus amos de la Troika? ¿Quién levantará la bandera de una nueva Grecia libre, independiente y socialista?

Notas del Traductor:

1: Barrio estudiantil del centro de Atenas, núcleo de movimientos contestatarios y anarquistas.

2: Vicepresidente y Ministro de Finanzas de junio de 2011 a marzo de 2012, líder actual del Pasok (sucesor de Papandreu).

3: Respectivamente, ministro de finanzas y primer ministro actual (y líder del partido Nueva Democracia).

4: Licor con fuerte sabor dulce y olor a regaliz usado en bodas y fiestas familiares.


Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

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