Por Robinson Silva Hidalgo
Esta semana estuvo intensa en noticias constituyentes, entre la polémica mediocre respecto al carácter de República que se propondrá en la nueva carta y las nuevas declaraciones de mezquindad respecto al resultado del proceso por parte del constituyente Harboe, se van colando asuntos realmente importantes y que merecen algo de minucia. Pero vamos al detalle, primero la forma y luego el fondo del debate.
La decisión de mantener los 2/3 de la cocina constituyente de noviembre de 2019 es realmente un pantallazo revelador de la conformación de la Convención. Poco a poco van cayendo algunas caretas e independencias para dar con un mapa político que se acerca mucho -y peligrosamente- a los 30 años impugnados por la Revuelta. Ahora bien, esa imagen nos deja a la derecha, la ex Concertación y al Frente Amplio como los defensores de las recetas del acuerdo por la paz y, por otra parte, al Partido Comunista, los pueblos originarios, los independientes de movimientos sociales y la Lista del Pueblo (o lo que queda de ella) en el otro lado. Todo esto es noticia en desarrollo y seguramente vamos a ver movimientos de ajustes en ese mapa que delinea sus espacios de manera más honesta, algo es algo y nunca es malo.
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Pero no todo es forma, vamos al asunto de fondo, la cuestión que ha hecho mover la política constituyente ha estado dada por esos 2/3 y por la propuesta de plebiscito dirimentes para cuando no se alcance este guarismo. Recordemos que en muchos programas y propuestas de las campañas constituyentes se propuso más y mejor democracia, superar la lógica representacional para avanzar en un proceso de deliberación política más directa, pues bien, ésta es una forma de realizar aquello, que sean los pueblos quienes decidan en puntos discordantes ¿o es que la democracia sólo existe en los debates palaciegos de quienes portan un título habilitante para votar? Eso se llamó voto censitario en el Siglo XIX y obviamente no queremos más de eso.
Desde mi perspectiva la politización de la sociedad chilena es de máxima necesidad, hacer las preguntas al pueblo es sacarlo a la cancha, hacer que ejerza esa soberanía liberal de la que tantos discursos hacen gala. Créame que a muchos nos interesaría votar por un país unitario o federal, por garantizar derechos sociales, por darle garantías de seguridad al medio ambiente. Resulta mucho más interesante eso que votar por cada uno de los rostros soporíferos que buscan inscribirse en la papeleta presidencial. Esa democracia dirimente pondría a trabajar a muchos y podría generar nuevos proyectos que nos ahorre la política del acuerdo y el arreglo por arriba.
Los plebiscitos dirimentes son otra oportunidad para legitimar el carácter democrático del proceso constituyente, tal vez una forma elegante de desbordar o rodear, como tanto se habló en 2020. Vamos a ver si los y las constituyentes comprometidas con un proyecto político verdaderamente popular -así como el pueblo que no baje la presión sobre el organismo- logran arrebatar este punto a los defensores del orden político, incluso a los que desde su progresismo trasnochado buscan “honrar” el acuerdo, aunque eso signifique faltarle el respeto a quienes los pusieron ahí para cambiarle el rostro a Chile.