Por Robinson Silva Hidalgo
Este viernes se trasparentó una noticia de la que se habló en las últimas semanas: la candidatura presidencial de la Lista del Pueblo. Entre incredulidad y cierto temor en las filas de la izquierda tradicional, se sabía que esta agrupación buscaba una figura para presentarla a los comicios de noviembre. Pues bueno, se nominó al sindicalista Cristian Cuevas como el ungido del conglomerado. Inmediatamente las críticas sobre su pasado militante en diversos partidos y movimientos de izquierda, acusado de ser parte de los 30 años, un político profesional, bacheletista y un sin fin de adjetivos van marcando las primeras horas de la nominación.
Ahora bien, la cuestión que genera ruido es el mote de tránsfuga para el candidato Cuevas, con este adjetivo se suele acusar a un político de renunciar -por oscuras motivaciones- a un cargo. Estos ejercicios han sido tan repudiables en el pasado que han merecido el rechazo popular y el descalabro de sus carreras, recordemos el caso de Pepe Auth en el último tiempo. Respecto a todo ello, cambiarse de bando y alinearse con el enemigo es un asunto grave, tanto así que en países como España se ha penalizado.
Pero el caso de Cuevas no es propio de una actitud trásfuga, le guste o no su candidatura, ha renunciado a diversas tiendas políticas por razones éticas o por disidencias con esos partidos, esto no tiene que ver con motivaciones económicas o por tener una mejor perspectiva electoral en otro conglomerado, sobre todo si nunca esto se relacionó con un cargo de elección popular. Por lo tanto, la crítica a Cuevas deberá ir por otro lado, por sus ideas y propuestas o por sus definiciones políticas. Así, se abre la contienda por la izquierda y, además, tensionada por cuántas y en cuánto tiempo reunirá el apoyo popular manifestado en patrocinios ante el Servel.
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La manifestación de transfuguismo más clara la hemos visto en la convencional Loreto Vidal del Distrito 20. Lamentablemente observamos cómo renunció a la agrupación electoral que le dio el triunfo (Lista del Pueblo), en ahora sí un cargo electo. Pues bien, alegando razones éticas ha dejado de pertenecer a ese grupo, acusando de infantilismo y otras lindeces a sus excompañeros. Se desconoce el destino de ese curul; es una situación a tener en cuenta, porque abandona el proyecto colectivo del que hace parte poniendo por delante el afán personalista.
Para hacer el contrapunto y se entienda bien porqué es importante detener el transfuguismo comparemos el caso con Cuevas: siendo agregado laboral de la embajada de Chile en España, renunció a su cargo ante la tibia reacción de su partido de entonces (PC) respecto del asesinato de Nelson Quichillao en 2015, o el repudio a la firma unilateral del acuerdo del 15 de noviembre del hoy candidato Boric en 2019 (CS). Esas son decisiones políticas, analizables y hasta cuestionables, pero no tránsfugas, pues no defraudan la representación popular. De esta forma, -y respecto de Vidal- es muy diferente separarse, restarse de un proyecto que cambiarse de bando, llevándose el cargo nominativo producto de una definición personal, esto último sí puede definirse como un ejercicio de transfuguismo. En resumen, si se tienen diferencias insalvables con el partido o grupo, lo ético es renunciar, no llevarse el cargo para la casa.
Así entonces, la representación del nuevo ciclo político debe reflejar mejor los proyectos colectivos, no las ideas individuales, por eso debe privilegiarse la renuncia a los cargos cuando por razones de incompatibilidad (ética, económica o de salud) un o una representante deba alejarse, cediendo su espacio al siguiente en la lista presentada, tarea para la convención y para el nuevo sistema electoral que emerja luego de instalado este nuevo ciclo que deje atrás estas odiosas prácticas.