[Por Daniel Mathews/ Resumen.cl] El 2011 fue un año de revoluciones y rebeldías a nivel mundial. Pero, si en algún sitio se difundió con mayor fuerza fue en el mundo árabe. Antes incluso de esto, el Movimiento Verde iraní se rebeló en 2009 contra el fraude electoral que dio vencedor a Mahmud Ahmadineyad, siendo objeto de una brutal represión por parte del Estado. Después, en 2011, los estudiantes, trabajadores y campesinos árabes se movilizaron y tumbaron los regímenes dictatoriales de Túnez y Egipto, inspirando intentos similares en toda la región. Fue lo que se llamó la “primavera árabe”. El problema es que se ha pasado no de primavera a verano, sino más bien a invierno. La contrarrevolución ha tenido tres protagonistas: los países imperiales, los gobiernos, los fundamentalistas. Veamos:
En mi anterior artículo comentaba la nueva guerra fría entre Estados Unidos y Rusia. Decía ahí que no podía pasar a guerra efectiva por varias razones y, en cambio, elegían un espacio distinto de confrontación: Medio Oriente. Las pugnas imperiales han sido uno de los factores de la contrarrevolución.
Aliados a ellos los gobiernos, nada democráticos de dichos países. Rusia tiene como principal bastión al gobierno sirio. Los Estados Unidos a Israel. El gobierno sirio está aplicando una política genocida contra su pueblo. Particularmente contra los barrios liberados de Alepo que no están bajo la dominación del régimen de Assad ni de los grupos yihadistas como el EI o Fateh al-Sham (ex Jabhat al-Nusra). Entre el 26 de septiembre y el 2 de octubre, más de 350 civiles han muerto, de ellos un centenar de niños, en los bombardeos rusos y del régimen de Assad sobre el Alepo libre, mientras que sobre el terreno, las fuerzas del régimen, con la ayuda de varios miles de combatientes de Hezbollah libanés y de las milicias confesionales fundamentalistas chiitas rodean y avanzan hacia los últimos barrios bajo control de la oposición.
Si la crisis siria es la peor no por eso debemos creer que los otros gobiernos tienen algo que rescatar. Arabia Saudí, con el respaldo norteamericano, reprimió su propia rebelión de los chiíes y aplastó el levantamiento, protagonizado sobre todo por chiíes, en Bahréin. El Estado chií de Irak, bajo los gobiernos de Nouri al Maliki y ahora de Haidar al Abadi, aplastó la primavera iraquí, reprimiendo en particular a la población suní. Al mismo tiempo, las potencias regionales intentaron manipular la revuelta al servicio de sus propios intereses, apoyando a determinadas facciones del levantamiento popular frente a sus rivales. Así, Turquía, Arabia Saudí y Catar han apoyado a diversas fuerzas contrarias a Asad. Por otro lado, Irán y Hezbollá se juntaron para apoyar al régimen sirio. Ambos bandos han respaldado a sendos rivales en la guerra civil de Yemen.
En Egipto, los Hermanos Musulmanes, que accedieron al gobierno con la elección de Mohamed Morsi en 2012, se mostraron dispuestos a colaborar con el imperialismo estadounidense, cerrando los túneles por los que se abastecía a Gaza y prosiguiendo con las reformas neoliberales de Mubarak. Sin embargo, la clase dominante egipcia no se fiaba de la Hermandad. Aprovechando el creciente descontento con el gobierno de Morsi, el ejército egipcio realizó un golpe de Estado en 2013 y aplastó no solo a la Hermandad, sino también al propio movimiento popular. Aunque al principio retuvo algunas ayudas militares al nuevo régimen, EE UU cambió finalmente de rumbo y reanudó el apoyo. Glenn Greenwald escribió que “EE UU ha enviado repetidamente armas y dinero al régimen incluso cuando sus abusos se agravaron”.
El tercer actor de la contrarrevolución son los fundamentalistas islámicos, particularmente el EI. En Siria volvió sus armas, no contra el régimen, sino contra la revolución popular, incluidos los kurdos, que habían establecido una zona autónoma en Kobane. También colaboró con Asad, vendiendo petróleo a su régimen. En Irak, el EI secuestró la primavera iraquí e impuso su régimen reaccionario en las zonas suníes del país, donde la población lo veía como un mal, pero un mal menor en comparación con el régimen fundamentalista chií de Bagdad. Resulta trágico que la izquierda de la región fuera tan débil que no supo organizar una alternativa a esta quinta columna en las revueltas.
Habiendo perdido la esperanza y desesperados por huir de la crisis, millones de personas han abandonado sus tierras asoladas por la guerra en Siria, Irak, Yemen y Afganistán, desplazándose en su mayoría a países vecinos. Alrededor de un millón se han abierto camino hasta Europa para solicitar asilo. Globalmente, nada menos que 60 millones de personas huyeron de catástrofes de diversos tipos en 2015.
¿Queda algo de la lucha democrática del 2011? Es algo que tendremos que ver en el camino. Las revoluciones son procesos largos, con idas y vueltas. La rusa por ejemplo comenzó en 1905 pero culminó 12 años después. Mientras tanto es en otros terrenos donde el pueblo va abriéndose camino. Pero ese será tema del próximo artículo.