La herencia de Lucía más “viva” que nunca

Lucía Hiriart, la mujer fuerte de la dictadura como se le denominó, fue una persona muy activa en la política chilena mientras Pinochet gobernaba tiránicamente el país. Lucía era rostro habitual de la televisión y aparecía constantemente en actividades públicas muy masivas, entre las más conocidas estaban sus discursos frente a las mujeres de “colores” en el edificio Diego Portales, antiguo UNCTAD y actual GAM. En esos encuentros masivos se dirigía a las fundaciones formadas por cientos de mujeres de militares y civiles afectos a la derecha golpista, dejando en claro que era la mujer de hierro a la hora de marcar el destino de la sociedad chilena. Tanto historiadoras como periodistas han revisado la figura de Hiriart y resulta interesante detenerse en ella a la hora de revisar los escándalos por las fundaciones que están acaparando la agenda política nacional. Lucía dirigió al menos una decena de fundaciones y lideraba a 45.000 mujeres. Estas fundaciones de marcado carácter asistencialista, como la Corporación Nacional del Cáncer, Fundación Nacional de Ayuda a la Comunidad, Comité Nacional de Jardines Infantiles y Navidad, entre muchas otras, se definieron por el modo de operar. Utilizando recursos públicos, realizaba obras sociales que la dictadora consideraba buenas, todas ellas de carácter muy conservador. Pero la palma se la llevaba CEMA Chile, fundación de la era ibañista que Lucía recogió y consolidó como su arma más letal, desde allí operó para desfalcar al Estado con dinero y propiedades, mientras la utilizaba como plataforma política para levantar a la dictadura. Lucía Hiriart fue señera en esta forma de esquilmar las arcas fiscales, como recordarán, si hasta la plaza de armas de Paine, una localidad de la zona central, estaba inscrita a nombre de CEMA, pueblo azotado por la violencia política, con 38 campesinos asesinados con la complicidad de la familia Kast, por cierto. Te puede interesar | Estado subsidiario: el negocio de los "vivos" que tiene más de 30 años Pero para saber más acerca de Lucía y su modus operandi para defraudar están los textos de Alejandra Matus e investigaciones de la prensa independiente. El punto aquí es reconocer que Hiriart fue una de las primeras en utilizar las figuras de las fundaciones para quedarse con dinero público, que fue políticamente activa en eso y que utilizó las mismas figuras legales, o al menos, muy similares para sus fines: crear un red de fieles seguidores y testaferros, generar convenios con el Estado mediante esas redes y limpiar los dineros para un destino diferente al original, la ayuda social. En este periplo, había desaparecido o era mínimo -es decir, como ahora-, el dinero destinado a los pobres. No llegaba lo prometido y fuera de los manidos “ajuares de guagua”, zapatos y útiles escolares, no se compara con las comunidades de las casas de los Pinochet, adornados por mármoles italianos, entre otros lujos. Lo relevante es pensar que nada ha cambiado mucho y que ahora otra generación, también con discursos de superioridad moral, recoge la posta de Lucía Hiriart y opera de un modo similar, utilizando las necesidades más sentidas de los chilenos para defraudar dinero y de paso, fortalecer sus plataformas políticas. Cabe señalar que la continuidad en este asunto es larga, porque los años de Concertación y derecha también beben de la misma fuente pinochetista, sus fundaciones fueron tanto o más prolíficas, y nada grave pasó con ello, tal vez por eso los jóvenes devinieron de la dirigencia estudiantil a los directorios de las fundaciones sin mayor apuro, como quien aprende de los sabios. Por último, todo este circo mediático y político en torno a las fundaciones nos comprueba que estamos frente a un legado más del pinochetismo, que nada ha cambiado mucho y que todo moralismo discursivo termina cayendo ante la realidad de un sistema político, económico y social que nació del robo y que no puede sostenerse sin éste. La herencia de Lucía está más “viva” que nunca. Resumen.
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