“No levantaremos el embargo contra Cuba,” afirmó el Vicepresidente de Estados Unidos Joseph Biden durante su participación en el primer intento público de la administración de Barack Obama de marcar una línea de división en las Américas. La mal llamada “Cumbre de los Líderes Progresistas”, iniciativa impulsada por el gobierno de Obama la semana pasada en Chile, tuvo como objetivo destacar la “diferencia” entre países como Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, donde gobiernan líderes de centro-izquierda, y los países Bolivia, Ecuador y Venezuela, donde crece la izquierda socialista. El uso del término “progresista” para clasificar los líderes y países participantes en dicha cumbre fue un obvio intento de identificar ésas naciones con el gobierno demócrata de Washington, ya que la izquierda en Estados Unidos cesó de existir en la época de los setenta y surgieron los “progresistas” en su lugar. El empleo de la palabra “progreso” es una decepción que buscar invocar sentimientos positivos con quienes se identifican con ésa ala política de Estados Unidos. En el final, sus políticas no son de izquierda ni están enfocadas en el progreso social, sino en el económico, y en el avance del mercado libre.
Asi lo mostró la Secretaria de Estado Hillary Clinton en una entrevista en el canal de televisión hispano-estadounidense, Univisión, el 30 de marzo, cuando declaró que el gobierno de Obama “…cree que está en el interés de Venezuela promover una economía de libre mercado y no caer en las políticas del pasado cuando se apropriaron de compañias y negocios para verlos después fracasar…” Eso dicho por la vocera de la diplomacia del país que acaba de invertir cerca de un trillon de dólares para salvar bancos y empresas de seguro que se han quebrado debido al fracaso del sistema capitalista del libre mercado. Clinton no falló en referirse también directamente al Presidente Chávez, continuando el discurso agresivo y hostíl hacia el país suramericano, “Obviamente tenemos muchos problemas con el Presidente Chávez y la manera como está maltratando al pueblo venezolano. La manera como trata a sus vecinos. Su actitud general en política doméstica e internacional que no creemos que esté en el mejor interés de nadie...” Estas clases de declaraciones no varían del veneno escupido por Condoleezza Rice y los otros altos funcionarios del gobierno de George W. Bush durante los últimos cinco años. Visto a ésta mismísima posición, se podría preguntar, ¿dónde está el cambio?
El precioso “cambio” de Obama nada tiene que ver con una reevaulación o una modificación de las políticas de Washington hacia América Latina. Más bien, por las acciones y declaraciones realizadas durante sus primeros cien días de gobierno, se evidencia una continuación de las políticas de Bush, que simplemente son las políticas imperiales de los grandes intereses internacionales. Habra que contemplar, entonces, ¿porqué países como Argentina, Brasil y Uruguay se prestaron al juego de Washington y su búsqueda de retroceder la unidad latinoamericana? Chile, como país anfitrión de la “Cumbre de Líderes Progresistas”, no sorprende, ya que la Presidenta Michele Bachelet ha continuado descaradamente con las políticas neoliberales comenzadas durante la dictadura de Pinochet. Tampoco llama la atención que Brasil, con el Presidente Lula al frente, sigue acercándose a Washington. Hizo lo mismo con Bush, y ahora lo hace con Obama con más razón. Los representantes de Washington se excitan con la mera visión de Lula cumpliendo su agenda y presentándose como el gran “mediador” entre el imperio y la bastión de cambios en América Latina.
Pero Argentina y Uruguay, aunque sus líderes no han implementado políticas tan socialistas como sus vecinos en Bolivia y Venezuela, aun han estado presentes en casi todas las iniciativas de integración suramericana durante los últimos años. Y han dado indicacciones de su deseo de lograr un real “progreso”, un sincero avance social como en Venezuela, y no como la política panfletaria de Washington que siempre habla bonito de lo que es una democracia y un buen estilo de vida y luego hacen todo lo posible para que nunca se logre. Venezuela tan generosamente ha comprado gran parte de la deuda de Argentina, buscando aliviar la grave situación económica del país sureño causada por la estrecha relación de dependencia con Estados Unidos y las instituciones financieras internacionales. Por eso, causa curiosidad ver a la Presidente Cristina Fernández reunida con el Vicepresidente Joe Biden conversando sobre el papel activa que Washington quisiera que tuvieran los países suramericanos en organizaciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Obviamente el gobierno de Obama está preocupado por la pérdida de dominación de Estados Unidos en la región y está buscando desesperadamente como recuperarla. Con iniciativas como la Alternativa Bolivariana para las Americas (ALBA), la UNASUR, el Banco del Sur y otras promovidas por Venezuela y bien aceptadas por una mayoría de países latinoamericanos, la dependencia con el norte se ha disminuido y Washington se está convertiéndose en un demonio del pasado. Entonces, ¿porqué éstos países creen que su resucitación beneficiará la región? ¿O será que simplemente no tienen la valentía de romper esas últimas cadenas imperiales que quedan asfixiando sus pueblos? La próxima Cumbre de las Américas, pronto de realizarse en Trinidad en abril proveerá un escenario para comprobar – cara a cara – la dirección que realmente están tomando los líderes de la región. ¿Tendrán el coraje éstos países “progresistas” de mostrar su solidaridad y lealtad con Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba frente a la presencia de Obama? ¿O se arrodillarían ante la nueva cara del imperio que parece estarles convenciendo de sus “buenas intenciones”? Lo que sí es cierto es que Venezuela y sus hermanos del ALBA mantendrán su posición firme en contra del imperialismo y el capitalismo y no se dejarán engañar por los gestos insinceros y manipuladores de Washington y su cara perfecta.