Sólo un par de días nos separan del trascendental 4 de septiembre de 2022, día que pasará a la historia por la consulta en que los pueblos decidirán si mantener la Constitución de Pinochet (Rechazo) o aceptar la propuesta emanada de la Convención Constitucional (Apruebo). Estas dos opciones son las únicas que estarán presentes en la papeleta, cualquier otra sobreinterpretación no es más que un intento de ciertos grupos de llevar agua para su molino y así pretender imponer reformas que nadie ha pedido, pero que han logrado instalar en la agenda de los medios de comunicación hegemónicos.
Por Alejandro Baeza
Y es que cuando hay una victoria electoral, todos los sectores intentan atribuírsela. Eso es lo que sucederá desde la misma noche del 4 de septiembre ante el -cada vez más evidente- triunfo que tendrá el Apruebo en el plebiscito constitucional.
Diferentes espectros de la vetusta clase política intentarán, bajo diversas premisas, asegurar que el triunfo se debió a que la población quiere lo que ellos piensan, atribuyéndose un rol de traductores de la soberanía popular que nadie les asignó.
En esto debemos tener cuidado, pues una parte de la clase política, principalmente de la ex Concertación, consientes que el cuadrarse con el Rechazo muy probablemente significará una mancha oscura difícil de ocultar para sus eventuales aspiraciones futuras, se ha subido al tren del Apruebo con la intención de poder posteriormente realizar reformas con el actual Congreso (¡electo con la Constitución de Pinochet!) para dejarla lo más parecida posible a la carta magna de 1980 en una serie de aspectos.
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Que un poder saliente de una Constitución ilegítima, impuesta en dictadura en base al atropello a los derechos humanos, que fue defenestrada abrumadoramente por la población en las calles y luego por un 80% de la votación en un plebiscito, tenga atribuciones para realizar reformas a un nuevo pacto social, el primero legítimo y democrático en 200 años, en un hecho a todas luces raro en la historia del constitucionalismo mundial, se debe en gran medida a que la misma Convención Constitucional no fue capaz de defender su trabajo, pues en uno de sus artículos transitorios estableció que «hasta el 11 de marzo de 2026, para la aprobación de los proyectos de reforma constitucional, se requerirá del voto favorable de cuatro séptimos de las y los integrantes de la Cámara de Diputadas y Diputados y del Senado», siendo en algunos ámbitos necesario además un plebiscito.
Por eso fue que apenas tres semanas antes del plebiscito, las directivas de los partidos políticos oficialistas -algunos financiados por SQM- publicaron una serie de «acuerdos» de espalda a la población para realizar reformas a la nueva Constitución en caso de aprobarse, en el actual Congreso, la institución más desprestigiada del país y así en muchos aspectos, dejarla igual al régimen político actual, imponiendo así de facto una Convención Mixta.
La idea de una Constitución redactada de manera conjunta entre delegados electos para este propósito y representantes del Congreso ya estuvo presente en la segunda papeleta del plebiscito de 2020 (llamado «plebiscito de entrada»), donde el 80% de la población dio un rotundo NO en una muestra de profunda desconfianza no sólo a la clase política, sino a toda la institucionalidad del Estado, por ello es que se creó la Convención Constitucional que en un año de trabajo creó la propuesta que el próximo 4 de septiembre solo tiene dos opciones: Apruebo o Rechazo, nada más, sin ninguna otra interpretación.
Tanto el acuerdo de los partidos de Gobierno, como las declaraciones de la derecha y el trabajo de los grandes medios alineados con el poder, pretende pisotear la soberanía popular que eligió sus delegados y delegadas para redactar una carta magna que será plebiscitada.
Esta idea de «aprobar para reformar» sólo circula en los pequeños círculos del poder, pero no tiene un correlato en los sectores populares que se manifiestan y hacen campaña por el Apruebo.
Por eso es importante que la población salga con banderas, lienzos y cánticos en las celebraciones del eventual triunfo de éste, que dejen en claro que no queremos esta cocina.
Todo cambio debe hacerse con la institucionalidad del nuevo pacto social. No queremos otra cocina. No podemos permitir que nuevamente la elite pase por encima de la soberanía popular que muchos quiere hacer que gane el Rechazo, incluso ganando el Apruebo.
En la papeleta sólo hay dos opciones, absolutamente nada más.
¿Se atreverán a decir de nuevo «no lo vimos venir»?
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