Febrero en Chile es el mes de vacaciones, todos salimos a esparcir nuestras miserias materiales y sociales acumuladas durante todo el año. Febrero es el mes cuando los medios masivos de comunicación nos dicen que no pasa nada, no hay noticias, y es mejor que todos se vuelquen a mirar ese torvo espectáculo televisivo llamado Festival de Viña del Mar. Bueno, eso nos dicen, pero este febrero pasó de todo con el otro espectáculo, el más vibrante show de la tele chilena, el de la política. La verdad es que entre farándula y política no hay muchas diferencias, ya se ha encargado Pamela Jiles de aleccionarnos sobre ello y eso le costó que la sacaran de pantalla y la devolvieran a su relegamiento farandulero del medio día, pero eso es otro asunto.
Me quiero centrar en el tratamiento de la política como espectáculo, ya lo decía Guy Debord hace décadas atrás cuando inauguró el situacionismo; el poder, la política por ejemplo, es una representación expuesta de la realidad y según ello, lo que hacen los medios hoy en día es relatarnos en una historia, con hilo dramático y personajes, una serie de supuestos hechos de la realidad. Ya se ha dicho que el caso Penta es una teleserie, que el caso Caval seguramente se convierta en ello y yo creo que efectivamente es así. Lo que me parece más relevante, es que ello sirve para sacar el foco de dos elementos esenciales que, por lo demás, son deberes del periodismo: los hechos como tales y su novedad y el análisis desde diversos enfoques (político, judicial, ético) de los mismos. Estos dos puntos, por parte de la prensa afecta al poder, han sido espantosamente vulnerados.
Esos dos elementos se han subsumido en la forma del relato que asumen los diversos medios, propio de fatmagules y sherezades, con madres sufrientes, hijos tarambanas; con villanos ladrones y macucos udi-fascistas, centrados en sentimientos y moralismos, la prensa no ha explicado al público grueso, de manera llana y pertinente, que hay delitos y consecuencias sobre actos reñidos con la ética y la probidad. No me meto con los detalles de los casos aludidos, simplemente -y espero que las izquierdas lo entiendan por fin-, me meto con las formas de presentar la información, por favor tenerlo en cuenta cuando elijan sus candidatos y hagan sus campañas, si es que ello ocurre.
La política y la farándula, la Polítula llamaré desde ahora, no se encuentran necesariamente en poner a cuatro viejóvenes diputados bailando en la tele, en realidad se encuentran en cómo nos cuentan sus cahuines, es lo mismo, es una forma de entregarnos los datos en que prima la irracionalidad, el corazón para ponerlo en sus términos; todo ello lo hacen con la intención de sacarnos de la racionalidad de los hechos y su interpretación, lo hacen para que no intentemos entender los hechos, solo que los castiguemos un rato, hasta que se acabe la teleserie y se de paso a la siguiente, luego todos olvidaremos, mientras ese círculo continúa, con sus indignados y sus tuiteos progres, Caimanes seguirá sin agua gracias a Luksic, los bosques del sur seguirán quemándose por culpa de las forestales y los chilenos endeudándose (todavía más) para capear marzo.
En definitiva, la polítula, la política-farándula es lo que veremos desde hoy en adelante en la prensa y la tele, animados por toda la corte de bufones periodistas que se instalan en todos los noticiarios y programas de tarde, mañana y noche, en todas las redacciones y editoriales, todo es “show de noticias” o “última hora” del escándalo de político de moda. Yo estoy harto de indignarme y desde hoy espero y exijo una izquierda con programa y abiertamente contra la clase político-económica y su construcción ideológica en crisis eventual: el neoliberalismo. Para ello, faltando debate e ideas, una eventual Asamblea Popular Constituyente no deja de comenzar a tomar sentido si hay una izquierda capaz de levantar su programa, como contra propuesta a las dos derechas en el poder.