Luna Magnolia / resumen.clEl viaje loco
La primera semana del recién pasado diciembre, partí desde Concepción a Santiago de Chile.
En el terminal de buses Alameda me estaba esperando una compañera y feminista loca que venía viajando desde Talca. Apenas nos encontramos, nos subimos a un nuevo bus. Debíamos llegar al aeropuerto, pues allá nos esperaban otros/as compañeros/as con los que viajaríamos a Lima, Perú.
Este era mi primer viaje en grupo a otro país. Por opción propia, siempre había viajado sola, por lo que esperaba que este viaje se convirtiera en una experiencia inolvidable, no solo porque era entre compañeros/as, sino porque allá nos encontraríamos con otros grupos de personas locas y eso significaba asumir con amorosidad una de las experiencias de vida más dolorosas e íntimas; el diagnóstico psiquiátrico y las reclusiones en manicomios durante parte de mi niñez y toda mi juventud hasta los inicios de la adultez.
Odiaba el capitalismo por explotarnos; al patriarcado por oprimirnos e imponernos la heteronorma; al extractivismo por destruir la tierra, los ríos y el mar; al racismo por estar arraigado al pensamiento occidental que odia y niega el saber y existencia de más de la mitad de la humanidad, ¿qué era odiar también a la psiquiatría, que es el corazón subjetivo de todos los sistemas de dominación que castiga los cuerpos y subjetividades que no se amoldan a ellos?
Por eso, asistir al Encuentro de Red Esfera Latinoamericana de Diversidad Mental no era participar de cualquier encuentro; era un nuevo impulso para tomar una nueva bandera de lucha para el nuevo mundo que llevo en mi corazón.
Quizás se pregunten: pero ¿qué locura es la Red Esfera Latinoamericana de la Diversidad Mental?
Para no realizar un historial descriptivo de cómo nació esta idea, porque, además, pronto circularán publicaciones colectivas de aquello, puedo sintetizar que se trató de un encuentro organizado de principio a fin por usuarios/as, ex usuarios/as, locos/as, personas locas y sobrevivientes de las políticas de salud mental de diez países latinoamericanos (Chile, Argentina, Uruguay, Colombia, Paraguay, México, Nicaragua, Bolivia, Costa Rica y Perú), con el objetivo de conocer las experiencias de organización y movilización que se están generando en toda Latinoamérica contra el cuerdismo, el capacitismo, por el derecho a la locura y a la diversidad de ser, sentir y experimentar una relación con el mundo.
Sí, esta locura buscó visibilizar el desarrollo embrionario de un movimiento loco en el territorio compuesto por personas que hemos vivido y viven la violenta experiencia con los sistemas de salud mental basados en los postulados de la psiquiatría; es decir, patologizar los malestares subjetivos y las divergencias mentales.
Los psiquiatras, psicólogos, los profesionales de la salud mental comunitaria y las psicólogas feministas no estuvieron -y no estarán-, por si aún quedan dudas respecto a que los/as locos/as sí pueden reunirse y compartir, no como víctimas de un sistema que nos margina e invalida, sino como personas que pasaron de ser sujetos/as con conciencia de “enfermedad” a reconocerse como oprimidos/as.
El encuentro duró 3 extensas jornadas, en las que aprendí y lloré muchísimo - ¿cómo no? – y, sobre ello, me gustaría compartir algunas reflexiones que he tenido en las últimas semanas.
La sociedad actual, al igual que la de hace 50 años, tiene instalada y normalizada la medicalización de la vida como una propuesta efectiva para tratar los caudales emocionales extremos (y no tanto) y los malestares subjetivos, sin reflexionar sobre cómo es nuestro estilo de vida en el mundo del capital; por qué es negativo no tener una vida que responda a su control, domesticación y tiempos o por qué debemos siempre estar felices -¿no es la tristeza acaso un estado emocional humano también?-. Así es como, una vez diagnosticados/as con supuestas enfermedades como la depresión, bipolaridad, borderline y tanta etiqueta psiquiátrica cuando estamos estresados/as, frustrados/as, tenemos miedos, carencias afectivas e inseguridades, odiamos nuestros cuerpos, no hemos podido cumplir con los requerimientos de la vida neoliberal o simplemente nos hemos sentido violentados/as por los modos de relaciones humanas, el proyecto capitalista y patriarcal, con sus normas sociales, productivas, individuales y de consumo, nos cierra la puerta y nos confina al aislamiento físico y social.
¿Acaso no tenemos derecho y posibilidad de ser personas desnormalizadas? Desnormalizar significa reflexionar, pero también realizar acciones contra toda una cadena perfecta: la familia, el dispositivo de salud mental, la farmacéutica y los prejuicios sociales contra los/as locos/as, la locura y contra las visiones románticas jerarquizadas que nos ubican, en vez de marginados, como especiales y potenciales artistas, escritores o qué se yo.
La subjetividad humana es diversa, tal como lo somos las personas. Antropológicamente hablando, a pesar del imperialismo capitalista y occidental, todavía resisten cientos de sociedades y culturas y, aun así, ningún ser humano es igual a otro. El cliché de que somos únicos(as) e irrepetibles tiene sentido, sin embargo, persiste la imposición de modelos únicos de vivir, sentir y emocionarnos; siempre sumisos/as, obedientes, silenciosos/as y solitarios/as y muy racionales y objetivos/as en lo público, mientras que, en lo privado, podemos estar deseando que se termine el mundo, sus responsabilidades, sus tratos indiferentes, sus sueldos miserables, las burlas contra los/as pobres, gordos/as, originarios/as, diversos/as sexuales, afro y mujeres, o tal vez, sobreviviendo a la soledad o al hacinamiento. La emocionalidad y raciocinio divergente se debe tornar público para que sea parte de nuestras narrativas y contactos cotidianos. Esto significa cambiar nuestra actitud con mis compañeros/as de lugar de estudio, de trabajo, del barrio, del campo; escucharnos y preguntarnos cómo nos hemos sentido subjetivamente.
Feministas y locas
De manera casi espontánea, el último día del encuentro, las mujeres nos reuniremos en una asamblea solo de nosotras, en la que conversamos y problematizamos nuestra situación como locas. Violencias desde sexuales hasta institucionales circularon entre los testimonios que cada una brindó en confianza, afecto, pena y rabia. El problema está allí tan cerca y tan lejos, atravesándolo hasta lo más ínfimo.
Para las locas, la invención de la histeria jugó un rol esencial en la patologización, castigo y exclusión de nuestra subjetividad y sexualidad. Para ellos, nosotras no tenemos el control, la razón ni el deseo. Aquellas que se atrevían a transgredir esos parámetros eran castigadas con el diagnóstico y su psiquiatrización
Reconocimos que nuestras subjetividades, cuerpos y relaciones no solo están marcados por el ojo de la lógica manicomial, sino también por el patriarcado, el capitalismo y el colonialismo.
Por eso no podemos olvidar que la psiquiatría experimentó con nosotras y con los hombres hijos de la clase trabajadora, pobres, lesbianas, gay, negros, originarios y trans. Entre silencios, olvidos, traumas y relatos, nos propusimos levantar un movimiento feminista loco latinoamericano, no por fuera de la actual ofensiva mundial de mujeres contra la violencia machista y toda dominación, sino como un aporte significativo que revitalice y nutra de conocimiento, perspectiva y acción nuestras luchas e idearios feministas contemporáneos. Somos uno y el mismo gran puño golpeando el muro.
Deseamos ser una voz de las mujeres locas, recluidas en los manicomios químicos y físicos, una voz y una compañera para las llamadas discapacitadas intelectuales y psíquicas desde la mirada capacitista.
El feminismo que soñamos no debe integrarnos, debe pensarnos y actuar horizontalmente junto a nosotras. A muchas de nuestras hermanas las han declarado interdictas, les prohibieron decidir sobre sus cuerpos y sexualidades, les han quitado a sus hijos/as, han sido internadas sin su consentimiento, han vivido violencia sexual al interior del manicomio y no se les cree por ser mujeres y locas, se les niega el derecho al trabajo, sus familias y médicos han promovido su esterilización porque existe el supuesto de que no podemos criar, se le han aplicado y retirado métodos anticonceptivos sin su voluntad y se le ha sometido sin consentimiento a la tortura del electroshock o terapia electroconvulsiva (TEC), provocándoles pérdida de fragmentos de la memoria y daño cerebral.
En la próxima huelga general feminista del 8M, ¿en cuántas demandas y vocerías estaremos? Con mucha tristeza, me atrevería a decir que, a nivel mundial, en ninguna.
En esta locura, crisis y desborde colectivo, también nos interesa identificar, recopilar y reflexionar en torno a la relación entre locura, histeria y mujeres lesbianas y trans tomando en cuenta que no solo somos un colectivo universal; también tenemos diferencias de clase, raza, orientación sexual y, en nuestro caso, de estigma psicosocial que nos excluye de todo ámbito, inclusive del feminista.
Además, nos comprometemos a recuperar y reflexionar sobre la memoria de las mujeres con etiquetas psiquiátricas, porque las locas hemos estado y resistido durante toda la historia. ¿Qué modos de locura nos representaba en otros contextos? ¿Cuáles fueron las formas de resistencia con relación a la práctica de la psiquiatría? ¿Existieron locas organizadas que no callaron y se expresaron con furia ante lo que no les gustaba de las normas sociales de la vida y la cultura? ¿Qué rol jugaron las locas en el movimiento internacional feminista en otras olas?
A su vez, hemos visto como en los últimos años de feminismo y lucha han surgido las autodenominadas psicólogas feministas. Por la propia experiencia activista y militante en el movimiento, hemos compartido con algunas que, si bien visibilizan la relación entre malestar subjetivo y opresión patriarcal, aun se manejan desde una impronta ideológica y epistemológica que responde al mismo sistema de salud mental manicomial que nosotras queremos abolir. Incorporarle la mirada feminista y comunitaria al quehacer profesional, no garantiza que las locas puedan ser sujetas plenas, sin ser infantilizadas ni menospreciadas por el entorno y las instituciones sociales.
Lo feminista y comunitario, en diversas ocasiones, solo se remite a escucharnos, invitarnos a practicar yoga e ir a visitarnos a nuestras casas y celdas para recibir un trato más humanizado en el vínculo entre paciente y profesional dentro del sistema de la mal llamada salud mental.
Pero nuestro deseo y orientación es distinto; aspiramos a que las locas podamos existir con libertad, sin ser controladas por nada, ni nadie y que podamos organizarnos con independencia con nuestras pares para apoyarnos y acompañarnos mutuamente en momentos en que lo necesitemos.
También, para exigir el cierre de los manicomios, el fin a la práctica de tortura del electroshock, de las internaciones forzadas, de la normalización del uso de drogas psiquiátricas, de las esterilizaciones involuntarias y, finalmente, para promover la desmedicalización paulatina y la creación de espacios organizativos de apoyo mutuo entre locas que se movilicen, generen acciones callejeras y estén dispuestas a establecer alianzas con los movimientos sociales anticapitalistas, antirracistas y antipatriacarles.
Repudiamos las voces progresistas que alertan a la sociedad y a los gobiernos del grave problema de salud mental (altos índices de suicidios, altos consumo de drogas, licencias médicas por supuestas depresiones, acoso escolar, etc) arguyendo que necesitamos ampliar la cobertura y mejorar los dispositivos de salud mental para así poder abordar, con una supuesta justicia, los siguientes rotulados comunes entre las mujeres: depresión mayor, depresión post parto, trastorno afectivo bipolar, estrés post traumático, distemia, esquizofrenia, entre otras.
Somos críticas y, luego de reflexionar, no abogamos por el desarrollo de nuevas leyes de salud mental, pues, a la larga, este tipo de políticas públicas tiene como objetivo estratégico el fortalecimiento del poder de la psiquiatría a través del aumento del presupuesto, lo que significa aumentar la cantidad de psiquiatras por persona, mejorar la infraestructura de los manicomios públicos y, seguramente, cofinanciar a privados, ofrecer pepas de última generación para los locos y, en definitiva, facilitar la consolidación del abordaje manicomial de los síntomas de las personas que están viviendo sufrimiento humano o desadaptación social como el exceso de tristeza, el miedo, las ganas de no continuar viviendo, no tener deseos de levantarse, no querer ir a trabajar, llorar en exceso, tener autoestima negativa, albergar ideas suicidas, entre otras expresiones de malestar profundo.
Por eso, detrás de nuestra lucha, debe existir una postura que abogue por una revolución social, cultural y despatologizante, que no pierda de vista que, antes de ello, cada loca que quiera liberarse de sus cadenas debe conspirar y actuar en cada movimiento y acción de lucha contra la explotación, opresión y dominación del panóptico.
Luego de aquella efervescente jornada, organicé mi retorno a Concepción. No solo volví a mi hogar, también volví a la antiseparación de mi mente y cuerpo, que después de haber escapado del manicomio, de las 15 pastillas y los 30 cigarrillos de tabaco diarios, los más de 10 especialistas que me diagnosticaron con distintos trastornos mentales -de los cuales ninguno pudo ni podrá comprobar científicamente la falta de algún químico en mi cerebro- y de la aceptación del disciplinamiento propuesto por los psiquíatras, que me condenaba a ser una mujer sin convicción ni decisión y que me hizo creer que no podía vencer mis miedos y debilidades, convenciéndome finalmente de rechazar a aquella joven que era y soñaba seguir siendo.
Fotografía principal: Estudio de Francesca Woodman, artista y fotográfa loca [1976]. Cedida por la autora.