“El escepticismo es la realización…y la experiencia real de lo que es la libertad de pensamiento…”
G. W. F. Hegel
1. De la incertidumbre ambiental, al miedo ampliado entre los ‘sectores medios’ argentinos. De la retórica gubernamental disociada y publicitada como ‘tercera posición’ (fotogénica apariencia de administración independiente de los Estados imperialistas del sistema mundial), al capitalismo realmente existente. De la promesa de un nuevo ciclo de sustitución de importaciones (históricamente imposible en un solo país periférico y falto de un mercado común poderoso en sintonía), a la cancelación religiosa de la deuda externa –a costa de endeudamiento interno y destrucción de derechos sociales- para intentar volver a la Argentina ‘una economía competitiva’, fuera del listado de países de ‘alto riesgo’ para la inversión del capital transnacional.
De la década ‘gloriosa’ de los precios de la soja y otros commodities (cuyos excedentes fueron empleados tanto en financiar medidas sociales como en otras no tan santas, pero menos en industrializar o nacionalizar, siquiera parcialmente, áreas estratégicas como el sistema financiero o atreverse a prologar una reforma agraria); y del actual fortalecimiento del dólar, a la devaluación del real brasilero (y su impacto inmediato en el peso argentino), las consecuencias de la contracción de la economía china, la desmitificación, límites y contradicciones de los llamados países emergentes.
De los programas millonarios para contener conflictos sociales, fabricar incondicionales y no para crear trabajo capaz de producir valor y estabilidad laboral con dignidad, el Estado subsidiario (subsidiario del capital, con utilidades garantizadas por adelantado bajo compromiso empresarial de precio barato de los servicios básicos a boca de consumidor), al ajuste estructural que hace contorsiones para pasar desapercibido hasta las elecciones parlamentarias de octubre de 2013. De la propaganda de un conjunto de iniciativas malogradas -denominadas pretenciosamente ‘modelo’ y después ‘proyecto’-, a la vida real.
2. Pero no se trata únicamente de los inquilinos provisorios y en caída libre de la Casa Rosada. Es asunto, conducta y movimiento de todo el sistema de partidos políticos. Los resultados de las últimas Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), donde el actual Ejecutivo perdió millones de preferencias, se explican más por la disconformidad creciente de los argentinos que por la existencia de alguna alternativa política. La gente votó contra los presentes administradores del Estado, no a favor de la perorata vacía de su ‘oposición complementaria’. Cadáveres políticos resucitados, hace muy poco adversarios acérrimos y hoy atados por los misterios de hacerse del gobierno mañana no importando para qué, elevaron consignas contra la corrupción y la inseguridad, junto al cuidado del medioambiente y la soberanía nacional en abstracto. Se cuidaron, sí, de explicar que la delincuencia es producto de la miseria y la ignorancia; que la principal inseguridad para la población es la laboral y cómo llegar a fin de mes. Que sólo el ambientalismo consecuente y anticapitalista tiene sentido en la fase repetidamente violenta del extractivismo megaminero para sostenimiento e incremento de las utilidades demandadas por el capital en su hora desesperada. Que la soberanía nacional, por sí sola, es un arcaísmo, toda vez que al capitalismo mundialmente financiarizado –como toda hegemonía- enmarca en su movimiento las condiciones de la resistencia contra sistémica para su necesaria superación, y, por tanto, reivindica la comprensión práctica de que no hay más soberanía que la liberación de los pueblos dependientes sin más patria que su situación de explotados y expoliados. Y que la corrupción es una de las determinaciones objetivas y fundacionales del capitalismo, como la especulación, y no un accidente que se corrige con acusaciones morales o sanciones penales (cuando las hay).
3. La agenda del poder ficticio es escenificada mediáticamente y convenida políticamente. Como los medios –los del gobierno y los de su oposición pactada- se han vuelto pura farandulización de la cuestión pública, pantallazo desechable, información chatarra, algunos periodistas bien pagados se han convertido en voces autorizadas para buena parte de la sociedad cuya entretención más barata y accesible es la TV y la radio. Más liderazgo de opinión tiene un comunicador con alto financiamiento, horario premium y transmisión por un canal satelital de alcance nacional, que el propio Papa argentino o Maradona. Aunque el periodista en cuestión apele siempre a los resortes más primitivos de la emocionalidad humana; recorte la realidad a discreción; y no soporte más ética que la proveniente de los intereses de su empleador.
El diario El Clarín –punta de un holding que supera los medios de comunicación- es amarillo (http://es.wikipedia.org/wiki/Prensa_amarilla), de consumo masivo, impone pauta y miente tanto como el holding controlado por la administración de turno. Pura literatura construida con retazos de realidad, portadas estridentes, acentos arbitrarios, órgano oficial del anti-kirchnerismo (si es que el ‘ismo’ tiene algún significado en este caso). Fue kirchnerista. Ahora no. Por eso la Ley de Medios del gobierno nacional va tras su descalcificación, y en modo alguno comporta una democratización genuina de la libertad de información (http://rebelion.org/noticia.php?id=161345). Infinitamente más estratégico es el matutino La Nación (una versión con menos páginas de El Mercurio de Chile,http://www.youtube.com/watch?v=pObhGu4N5b0), que, con calculadora en mano, sugirió en uno de sus editoriales que sería mejor que el ajuste estructural inminente en el país lo conduzca el Estado en vez de que quede liberado e implementado por ‘las fuerzas del mercado’. Es decir, una sugerencia casi keynesiana para transitar a un ajuste antipopular más racional y, de pasada, que el costo electoral lo pague el gobierno. Elegante el crimen.
La Ley de Medios, la vida íntima y pública de los políticos, la entrega por capítulos de la corrupción gubernamental, el famoso y opaco tema de los Fondos Buitres, y los casos obsesivos e intrincados de la página policial, a la enorme mayoría de la población le importa una mandarina. Salvo que la mandarina esté en oferta.
4. El facilitador sin contrapesos para el establecimiento de la inestabilidad y el agravamiento de la vida de los pueblos y trabajadores de Argentina, la multiplicación de la cesantía y la pobreza dura, la polarización y desigualdades sociales, la acentuación de fenómenos peligrosos como el racismo y el olvido de la historia reciente, más otros daños, se encuentra en la ausencia de democracia o inexistencia de participación popular protagónica en las decisiones políticas por arriba, por abajo, por los costados, mirando de cerca o tomando buena distancia.
El imperialismo y las clases mandantes nativas y subordinadas a su reproducción, el patrón primario extractivo y exportador, el mango financiero del sartén capitalista, la intensificación de la explotación del trabajo asalariado, la deuda grande y la individual (que en rigor es generalizada y sólo en su momento de realización parece personal), la ruina de las provincias, los 15 mil mendigos de la Ciudad de Buenos Aires que ni la industria del turismo con los codos zurcidos puede ya tornar invisibles. La mitad de la fuerza de trabajo ‘en negro’, informalizada y también indocumentada en su costilla más empobrecida, y una numeración de determinaciones difícil de sintetizar para representar la totalidad del movimiento del capital, son cuestiones ya conocidas, bien o mal entendidas e interpretadas, pero sufridas de manera objetiva por la sociedad argentina. Más allá de la pirotecnia, la alienación, la cooptación a pago, y lo que resulta más grave todavía: una suerte de lumpenización ampliada del conjunto. No resulta extraordinario o casuístico escuchar a gente de una fracción de los ‘sectores medios ilimitados’ de la Capital Federal la práctica de la especulación comercial a toda escala, la dicotomía formal entre ‘giles y vivos’, que la culpa la tienen los migrantes ‘que vienen a aprovecharse (¿de los peores empleos?)’, y hasta el alarmante ‘con los milicos estábamos mejor’.
Cuando los resultados electorales de las PASO expresan una derechización de los votantes, y las relaciones sociales basadas en la competencia a muerte entre pares desplazan a la solidaridad, a la compasión (‘compartir el dolor’) y a la organización colectiva para enfrentar a los verdaderos enemigos de quienes sobreviven de un salario, se está pavimentando el espanto de la fascistización social.
¿Qué ocurre? Sólo se mencionarán dos causas interdependientes para no dormir al lector. Primero, la existencia de una democracia representativa y antipopular profundamente vertical –que no excluye a la inmensa mayoría de las agrupaciones que se autodenominan de izquierda, representantes del pueblo e incluso ‘revolucionarias’-, donde desde arriba, o desde casi cualquier entidad sistémica, o bien embanderada con el propio Che Guevara o Marx o San Martín, no se consulta ni la hora y sólo persigue la formación de clientela electoral, grupos sociales incautos, demanda legitimadora. Sin participación con poder decisional, es decir, sin conciencia ni convicción, y ausencia premeditada de alfabetización política con el fin de que el sistema de partidos políticos se perpetúe para mantener sus prebendas y se consolide una ‘clase política’ profesional, especializada, prohibitiva, elitizada.
Y segundo. La interminable lista de agrupaciones autoproclamadas ‘para emancipar’ a los pueblos y los trabajadores de Argentina, reproduce en su conducta ese mismo verticalismo con fines básicamente electorales. Algunos honestos intelectuales cuya producción ponen al servicio de los intereses de la mayoría social subordinada, incluso llaman a la unidad de la izquierda, como si la izquierda contuviera o fuera autoridad democrática y radicalmente reconocida por los territorios populares. Es decir, como si cada agrupación política zurda estuviera llena de distintos pedazos de pueblo, y bastara concertarlas para tener en sí y ante sí las fuerzas sociales suficientes para inclinar la realidad a su favor. Para el caso, las mejores intenciones de las izquierdas o de sus direcciones, se reducen a una suerte de reunión instrumental aparatista y sustantivamente electoral. No importa tanto la unidad todavía desintegrada de las diversas luchas del pueblo y su movimiento real, como no importa tanto el sujeto social destacado -en acción o potencia- para superar el capitalismo, toda vez que la única conducción política liberadora capaz de desplegarse creativamente no saldrá sino desde la propia sociedad castigada y sus franjas autoconcientes. Esto es, el problema no es aritmético ni programático ni electoralista ni descansa en el campo de los deseos, por edificantes que ellos sean. Aquellas izquierdas anticapitalistas –no importa su cifrada procedencia (sólo para iniciados u objeto de tesis académicas), de qué corriente o ruptura vengan (que a los de abajo ello los tiene sin cuidado), etc.- que no hagan en la práctica de las luchas concretas el análisis de la situación real y, como un solo movimiento fundido en los materiales que combaten al capital, produzcan colectivamente la estrategia y tácticas de la superación de la sociedad de clases de intereses irreconciliables, ya se han convertido en parte del problema. En obstrucción y distracción autocomplaciente frente a los intereses de la humanidad resumidos transitoriamente en aquellos que les son propios hoy a los pueblos y los trabajadores.