El tema de las pestes, plagas, epidemias o pandemias (especificadas así por su carácter ampliado), no ha sido demasiado recurrente aunque sí sustancioso en la literatura de todos los tiempos. Hay varios textos clásicos a menudo señalados como hitos. Empecemos por la Edad Media, con algunos relatos del siglo XIV por Bocaccio en su Decamerón, y Geoffrey Chaucer en sus Cuentos de Canterbury, donde se cuentan detalles no exentos de mordacidad acerca de la devastación causada en Europa por la peste negra, considerada un castigo de Dios.
Bartolomé Leal / Trazas Negras*
En el Diario del año de la plaga, Daniel Defoe, el creador de Robinson Crusoe, narra en una mezcla de documento, novela y memorial, los estragos que causó en la Inglaterra del siglo XVII la llamada “gran peste bubónica”. Dos siglos después, Mary Shelley, la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, publicó en 1826 El último hombre en la tierra, un relato apocalíptico de una sociedad diezmada por la peste. El libro es de un pesimismo tal que fue demolido por la crítica y la sociedad bienpensante. Gracias a una lectura menos sesgada fue revalorizado recién a mediados del siglo XX.
Un gran libro entre los dos siglos es La nube púrpura (1901) de M.P. Shiel, obra de culto que narra la historia de la humanidad aniquilada por una plaga de gases letales. Un personaje de moral frágil vuelve tras un viaje al Polo Norte y se encuentra dueño del planeta. Aunque no toca demasiado el tema de la epidemia misma, el libro es fascinante por sus intrincadas alegorías religiosas y merece ser citado como un precedente de ciertas corrientes en el género de la ciencia-ficción (CF).
Pero es con la novela La peste escarlata (1912) de Jack London, que entramos directamente en nuestro género. Este adelantado de la moderna CF sitúa su libro en el año 2073, cuando el mundo ha sido atrapado por la llamada “peste escarlata”, que prácticamente acaba con la humanidad por su carácter incurable. Unos pocos sobrevivientes luchan por mantenerse organizados precariamente en tribus, a menudo atacándose entre ellas, haciendo del caos un modo de vida.
La consolidación del género
Al menos tres grandes clásicos de la CF del siglo XX recuperaron el tema. Se han transformado en lecturas predilectas de los aficionados. Uno es La tierra permanece (1949), de George R. Stewart, donde un personaje que es mordido por una serpiente cascabel adquiere inmunidad ante una infección masiva que ataca a la humanidad, la cual es prácticamente diezmada. Se dedica entonces a buscar como subsistir en un planeta retomado por las fieras, amén de asignarse la misión de encontrar otros sobrevivientes que den una esperanza de mantener con vida a la especie humana.
Otro título eminente es El día de los trífidos (1951), del británico John Wyndham, que muestra a una humanidad vuelta ciega por un fenómeno estelar (una especie de gran espectáculo pirotécnico), del cual son exentos unos pocos que no miraron al cielo. Se trata de extraterrestres que además plantan unas semillas en el planeta, que se transforman en plantas invasoras, ambulantes y asesinas, cebándose en la humanidad indefensa. Es una obra clásica entre las clásicas de la corriente post apocalíptica.
El tercer libro macizamente apreciado por los lectores y lectoras es la novela Soy leyenda (1954), de Richard Matheson. El mundo ha sido infectado por la llamada “bacteria vampírica”. La humanidad se descubre acosada por una suerte de nueva raza: los vampiros. Un superviviente no solo debe buscar como mantenerse vivo sino también batallar contra los infectados, que aspiran a chuparle la sangre; también para mantenerse ellos con vida, obvio. El protagonista lucha en soledad hasta que termina por darse cuenta que se ha convertido en un anacronismo. El único monstruo es él mismo. Una nueva “humanidad” ha tomado el poder; él no es sino otra leyenda como lo fue antaño el vampiro.
Los libros señalados arriba fueron publicados por Ediciones Minotauro, que hizo una contribución señera a la difusión de los mejores autores del género en idioma castellano. En una revista de esa editorial, que hoy por hoy es manjar de coleccionistas, salió la novela corta Invernáculo (1961) del británico Brian W. Aldiss, donde se toca una variante que la ciencia y la historia irán probablemente demostrando: la pandemia actual (y las que vendrán) no son ajenas al otro flagelo autoprovocado de la especie humana y heredado por la generación actual: el calentamiento global o “cambio climático”, como se le suele llamar. En la novela de Aldiss la humanidad es drásticamente reducida por la luz solar, la cual se vuelve asesina y no más fuente de vida.
Cabe mencionar (aunque se desordene la cronología) que el recordado y prolífico J.G. Ballard en su novela El mundo sumergido (1962), también publicada por Minotauro, desarrolla la megahistoria de un aumento brutal de la radiación solar que hace que los mares inunden las tierras y se provoquen mutaciones en virus, animales y plantas, lo que complica notoriamente la vida de una especie humana incapaz de superar tamaña agresión de la naturaleza.
Fue justamente este sello editorial el que publicó años después la inaudita novela Galápagos (1985) de Kurt Vonnegut Jr. Una crisis financiera feroz es el resultado de una peste infecciosa que derrumba a la civilización. Los humanos han devenido estériles. Un grupo de ejemplares aún fértiles escapa hacia una isla del archipiélago de Galápagos, donde pretende recomponer la especie. Sin embargo evolucionan darwinianamente y entonces…
La nueva ola y el ciberpunk
Frank Herbert, el creador de la saga Dune, disfruta de una pléyade de seguidores fieles. En materia de pandemias es autor de una novela titulada La peste blanca (1983), que trata de un científico que para vengarse de ofensas personales (su familia ha sido diezmada por un atentado extremista), crea un arma biológica destinada a acabar exclusivamente con las mujeres. La propaga en ciertos países promotores del terrorismo. Es transmitida por los hombres y con ello, por cierto, se bloquea el crecimiento futuro de la humanidad.
Muchos otros autores y autoras del género CF se han acercado a los temas de la desaparición o decadencia de la humanidad, por enfermedades masivamente catastróficas. La muy querida Úrsula K. Le Guin con El eterno regreso a casa, publicado en 1985 y el no menos venerado Philip K. Dick con su libro de 1965 Dr. Bloodmoney, aportan en esas novelas con otras visiones de la humanidad aniquilada. Aunque tal vez la novela más radical en esta línea sea El rebaño ciego (1982) del británico John Brunner. Se vive una época donde nadie puede bañarse en las playas, llueve lluvia ácida, nadie puede salir a la calle sin mascarilla ni beber agua del grifo, mientras el gobierno proclama que todo está bien, que hay seguir adelante con la vida normal y los ensueños personales...
Los rusos Arkadi y Borís Strugatski publicaron en 1972 la novela Picnic junto al camino (Picnic extraterrestre, también titulada Stalker), en la cual unos alienígenas dejan abandonada una basura que contamina un lugar (La Zona), que el gobierno y los expertos sanitarios decretan confinada para los visitantes, no así para algunos intrusos que propagan sus efectos letales. En esta misma línea, nada ajenos a la crítica del estado y las grandes corporaciones frente a las catástrofes masivas, han predicado algunos popes de la corriente ciberpunk de la CF como William Gibson y Bruce Sterling, el primero con Neuromante (1984) y el segundo con Islas en la red (1988).
Por su parte, El sobreviviente (1989, reedición 2019) de Edward Grove aporta una visión novedosa de la temática “el último hombre en la tierra”. En esta novela se trata de un virus que ha atrapado a la humanidad y que transmite a los contagiados, primero un desenfrenado apetito sexual y luego un impulso por matar que no se detiene ni ante la propia autodestrucción. Una extraña imposibilidad de alimentarse los hace beber y beber cada vez más, hasta colapsar. Grove mete el dedo en la llaga en asuntos que nos representan.
El aporte del cuento
Aunque también en el cuento breve el tema ha sido brillantemente tratado. Empecemos por un precursor, el colosal Edgar Allan Poe, que en 1842 publicó su relato “La máscara de la muerte roja”, donde la furia de una plaga es gatillada por el comportamiento disipado de un grupo de nobles que se ha encerrado en un castillo para escapar a su destino. El relato cierra así: “Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo” (traducción de Julio Cortázar).
Otro precursor, H.G. Wells, con su cuento “El bacilo robado” (1894), desarrolla con humor el caso de una manipulación mortífera de un descubrimiento científico para buscar un efecto letal. Es otra muestra del prolífico autor británico para sorprendernos con sus profecías. Hemos traducido el cuento mencionado para incluirlo en este número de la revista Trazas Negras.
“El hombre iluminado” se titula un cuento de J.G. Ballard aparecido en la revista Minotauro 5, 1965. Un grupo de científicos dialoga sobre un virus enigmático: “Me recuerda los virus de estructura cristalina, ni animados ni inanimados, e inmunes al tiempo… Usted y yo seremos como ellos, muy pronto, y también el resto del mundo. ¡No estaremos vivos ni muertos!”.
En “Regresa, cazador”, de Richard McKenna (revista Minotauro 6, 1965), un planeta de ecología virgen donde animales y plantas son la misma cosa, es intervenido masivamente para instalar proyectos de desarrollo. Se le ataca con unas malezas asesinas llamadas thanasis, que son finalmente vencidas por una peste vengadora que acaba con aquellas y con los humanos invasores. Como se dice al final del cuento: “Ellos, los hombres, eran su propia plaga”.
En “Una corona de fumaria fétida”, de Vance Arandhal, (revista Minotauro 10, 1968) se trata del soliloquio de un sobreviviente, “uno de los pocos que se llevarán a la tumba las cicatrices amarillas y azules de la peste... mientras otros agonizan en las calles”. Termina con el protagonista cavando una fosa destinada a una niñita moribunda, quien le ofrece unas flores apestosas para que adorne su propia tumba.
En otra revista clásica del género que creó adictos por los años 50, apelada Más Allá, en el cuento “El rito de pasaje” (junio de 1957), de Chad Oliver, antropólogo, se cuenta de una astronave convertida en sarcófago: “El Juárez estaba completamente muerto. Alguien, de algún modo, había corrido el albur con un germen, en uno de los planetas exteriores. Quizás hubiera estado apresurado, quizás hubiera sido un olvido, quizás hubiera sido simplemente una de esas cosas que suelen ocurrir”.
También en Más Allá, número de abril de 1956, en la extraña novela corta Mañana es otro día de John Brunner, se plantea la inevitabilidad de ciertos procesos globales: “El impulso de vivir es el más bestial de los instintos del hombre. Es una multiplicación ciega, no pensada. Representa las guerras, la peste, representa demasiada gente y pocos alimentos. Representa los suburbios superpoblados y las plagas y centenares de millones de gusanos ciegos, que se arrastran creyéndose importantes…”.
Imposible no mencionar en el rubro narraciones cortas, una obra maestra de la CF, El hombre ilustrado (1951), de Ray Bradbury, libro conformado por una sucesión de historias que son contadas por un hombre poseedor de tatuajes que cobran vida y cuentan lo suyo. Varias de tales historias tienen que ver con humanos agobiados por un planeta Tierra asolado por las plagas y las epidemias.
Lester del Rey
Este autor norteamericano, que uso tal seudónimo aunque no tenía nada de hispano, tal vez sea menos conocido que otros de la Época de Oro de la CF. Descolló sobre todo en el cuento. Se inició en los pulps, como tantos otros olvidados que suelen aparecer en las viejas revistas. Así, en el ejemplar de Más Allá de enero de 1954, el cuento “Misión tenebrosa” trata de un expedicionario marciano que busca un planeta para colonizar. Marte se halla atrapado por una peste que arrasa con la población: “Ese mal estaba en la piel de la persona afectada, donde otro al tocarla se contagiaba, y luego se propagaba a muchos más. En el aire, pocos minutos bastaban para matar y otros nuevos gérmenes se desprendían de los poros de la piel de modo que siempre había patógenos al acecho… Con el contacto, la enfermedad comenzaba su insidiosa conquista”.
En el cuento “Fidelidad” de Lester del Rey, en la misma revista, quien narra es un perro evolucionado tras la desaparición de le especie humana. “Durante algún tiempo los hombres y nosotros disfrutamos de paz, entregados a reconstruir lo destruido por las guerras fratricidas. Fue entonces cuando sobrevino la plaga. Las antitoxinas preparadas dejaron de ser eficaces cuando la plaga aumentó en virulencia… Su efecto era como el de una dosis fuerte de veneno. Sus víctimas morían entre horribles calambres y náuseas. Por un breve período, los hombres unieron sus fuerzas para combatirla pero ya era demasiado tarde”.
Lester del Rey fue subiendo de pelo en la CF, creó revistas juveniles y publicó novelas. Incluso tuvo la buena idea de casarse (por cuarta vez) con una célebre intelectual llamada Judy Lynn, editora adorada por autores a quienes promovió, como Philip K. Dick, Robert Heinlein e Isaac Asimov. Recibió un premio Hugo póstumo (el Cervantes de la CF se podría decir). Genio de las finanzas, Judy compró al joven George Lucas los derechos de La guerra de las galaxias para sacar la saga en libro, un año antes del estreno de la primera película de la serie. Se hizo millonaria y con ella el marido, Lester del Rey. Su figura está en el altar de escritores y fans de la CF. Agreguemos que Judy Lynn padecía de enanismo y tenía sangre negra. Su humor cáustico era legendario.
Hay mucho más en la cantera inagotable de los cuentos y novelas de CF. Lo presentado hasta aquí es una muestra somera del poder no siempre apreciado del género para predecir el futuro, sin recurrir a supersticiones gastadas ni a supuestas revelaciones. Como lo expresó más o menos Arthur Clarke: “Cuando un viejo científico dice que algo es posible, probablemente ocurrirá; cuando dice que algo es imposible, con toda seguridad se equivoca”.
¿Un futuro distópico?
Para cerrar. Si hemos de creer a estos profetas de la distopía terminal, situación en que acabaremos tarde o temprano, el futuro se prevé ominoso. ¿Evolucionaremos para soslayarlo? No tenemos respuesta. Los caminos son inciertos. La probabilidad apunta a que lo haremos aún peor. Y no solo por los estados totalitarios que se sucederán, como el que Orwell presagió en su novela 1984, escrita en 1948; sino porque, como lo puso Aldous Huxley en su injustamente olvidada novela Mono y esencia (también de 1948): el afán de lucro ilimitado de los mandriles mutantes que se han adueñado del planeta, tras la autodestrucción de la especie humana, tampoco aporta esperanzas. ¡Para nada!
*Este artículo ha sido publicado en el tercer número de la revista que puede ser adquirida a través de su sitio web trazasnegras.cl
Imagen de contexto extraída de pagina12.com.ar