En medio de la nueva guerra fría, la nueva guerra fría como la economía concentrada, la economía regentada por el capital financiero, y la política como la economía condensada; el planeta capitalista es organizado por las ofensivas de sus polos centrales, esto es, China-Rusia y el Estado usamericano y sus amigos alemanes, japoneses y sionistas. De fría a caliente, algunos hipotetizan los preparativos para una guerra frontal, como las de antes, pero hoy en un mundo más pequeño y con armas apocalípticas y definitivas. Crimea y Oriente Medio son su representación dramática y sintética; su anticipación a escala, la pesadilla quirúrgica. La carnicería del barrio que tantea el mercado, mide la competencia, quema sobreproducción, calcula inversiones a futuro.
Los pueblos dependientes, semi-coloniales, periféricos, saqueados de biodiversidad, recursos naturales, trabajo esclavo, medio esclavo, trabajo barato; escasos de conocimiento propio, de ciencia y de tecnología, son incorporados al presente reordenamiento geopolítico de manera subordinada. También como antes, pero ahora en tiempo real y clave financiera y energética y televisada y más envilecida que de costumbre. Así como China y EE.UU. funcionan como megacorporaciones mundiales y duopolio mandante, complementario y conflictivo, los territorios marginales menos empobrecidos, lo hacen como mini-pymes. En la cadena global de valorización del capital, los tutelados desde hace tanto, realizan su aporte al desastre desarrollista en curso con sangre, enfermedades mentales, analfabetismo funcional, servicios varios, comercio asimétrico, y el fetiche de la creación de burguesías subsidiadas, como si la historia fuera lineal, unívoca, cuestión de poner el reloj a la hora y ya estamos.
Y como la crisis civilizatoria que arrancó a mediados de 2007 y no parece remontar –sino, consulten a los africanos, a los griegos, a los hondureños, a los españoles, a los argentinos, a los saharauis, a los palestinos, a los kurdos, a los paraguayos, a los tunecinos, a los haitianos, a los mexicanos, etcétera-, no ha provocado ninguna insurrección aún, en consecuencia, el capital –concentrado, deslocalizado, financiarizado y armado hasta los dientes por la deuda y la industria bélica-, venga de donde venga (¿a quién se le ocurrió que la hegemonía china es más benévola que la norteamericana?), devora y devora “a dentelladas secas y calientes”.
En suma, unas izquierdas derechizadas y unas derechas nazificadas. Unas izquierdas sin memoria ni imaginación, sin proyecto ni decoro, acariciando el mito de una suerte de socialdemocracia para pobres, pero sin colonias con qué sostenerla. Los límites del progresismo y el progreso únicamente para una minoría.
Los revolucionarios prudentes y comedidos, resignados, realistas que se nombran, a la defensiva, rabiosos y en compás de espera. Que no en compás de voluntad colectiva insubordinada y creativa. Los derechos humanos, o sea, la retaguardia, tornada en la vanguardia posible. Como si la lucha de clases -independientemente de los aparatos populares pequeños y más grandes, los autoproclamados, los movimientismos arropados con zapatos viejos y con la extraña certeza de ser una solución y no un episodio, un momento en la recomposición de la fuerza social emancipadora- no existiera o fuera pura ideología. Como si la necesaria conducción política de los intereses de la mayoría explotada, asaltada, expoliada, endeudada, sobreviviendo al día, fuera cuento, manual, desafío y decisión prescindibles. Así la mayoría, sabiéndose explotada, asaltada, expoliada, endeudada, sobreviviendo al día, se la pasa comiendo lo que puede, recogiendo migajas de carbohidrato y programas sociales insuficientes e ineficientes. Rogando a los santos para conjurar a la muerte, comprando educación funcional, pésima asistencia sanitaria, vivienda a cuotas de por vida, automóviles más caros que los hijos y, entonces, automóviles en vez de hijos; o bien dormitando en el transporte público o con la cabeza apoyada contra las vitrinas de las multitiendas, en la fila de los supermercados, colgando de celulares para hablar sin decir (que la comunicación virtual sólo produce relaciones virtuales, aparentes, falsificadas), consumiendo suerte en la lotería, esa gramática mágica que pueda lanzarte a una privadísima piscina aclimatada y a la renta de un paquete de acciones insignificante en el casino bursátil más próximo.
Mientras tanto, en el Chile transnacionalizado y reprimarizado –servicios financieros, cobre, litio y pinos embarcados a saco, retailer, asesorías mineras, agroindustria-, la Nueva Mayoría, hacia adentro, intenta parecer la versión posmoderna de la Unidad Popular de Allende con la bendición de la Asociación de Bancos e Instituciones Financieras a su reciente proyecto de reforma laboral, y hacia afuera, desesperadamente, trata de presentar la lucha centenaria del pueblo Mapuche como un acotado incidente delincuencial para no atemorizar a los capitales, procurando acelerar los planes de inversión atrasados en materia minera y energética. Siempre a costa de comunidades, agua, territorios útiles para la siembra. Y siempre a riesgo de la sublevación de localidades enteras, que ya nunca más de ambientalismo en pose cinematográfica, sino que de combate por la supervivencia, tan real como la sed, el hambre, el sitio donde morir.
El Estado de Chile abastecido de drones con dedicatoria al pueblo Mapuche que combina la guerra centenaria con el anticapitalismo y optimiza-actualizando la acción de golpear y hundirse en campo conocido. Desafiando el monopolio de la violencia estatal, ampliando la solidaridad chilena e internacional, voceando la libertad y la soberanía desde las cárceles; una vez más, quebrando la geografía de un país solamente zurcido en el discurso práctico de la milicia ocupante.
Y, claro está, los aparatos de inteligencia en competencia de cada una de las especialidades de las fuerzas armadas, los carabineros, las policías y de la propia Agencia Nacional de Inteligencia del gobierno (Anita, para los ex amigos y ex compañeros y ex hermanos). Sin paranoia, pero con ojo que lee el editorial del poder, que todos los empeños populares independientes produzcan sus recaudos, su precaución planificada, que presten atención a los cazabobos, que se cuiden de las invitaciones, las ofertas y los cursillos provenientes de los personajes de pasado combatiente y presente mercenario. El proverbio de la inteligencia es doble: “Extermínelos antes de que crezcan y/o, extermínenlos cuando hayan crecido lo suficiente”.
Sin embargo, el terror de los dueños de todo, aunque instale cámaras, compre y forme aparatos de vigilancia contra todo lo que se mueva; ejecute leyes antiterroristas, se haga de policía política ex verde-oliva con todos los recursos a su disposición, sólo puede retardar lo inevitable y lo necesario. O lo inevitable por necesario. No es fatalismo ni determinismo históricos. Se trata de la voluntad colectiva que sistematiza la experiencia rebelde y revelada, es decir, que crea conocimiento. La fuerza social y popular en construcción que piensa-haciendo y que vuelve a pensar para depurar el hacer. Y que pensando-haciendo se multiplica, deletrea las relaciones de fuerza concretas y el estado del arte. Que pulveriza las fronteras interiores, que se internacionaliza, que reafirma su composición orgánica, de clase, con las potentes corrientes migratorias venidas de la vecindad continental y extiende su armadura hacia el género humano en lucha de todo el planeta; esa resistencia totalizada sin la cual, aunque en el 2015 se desmoronen las catedrales conocidas de la zurda, resulta cretino imaginar una sociedad humana en la naturaleza, autogobernada, sin clases sociales ni Estado, a cada cual lo que precisa para bien vivir, y de cada quien lo que mejor de sí puede ofrecer al conjunto. Esto es, ya no el trabajo asalariado, ya no el trabajo como maldición, sino que todo lo contrario: el trabajo como energía creadora, colectiva y existencialmente realizada y realizadora.