Las Tareas del Movimiento Popular Hoy [Entrevista a Sergio Grez Toso]

MQ – Una primera pregunta que te queríamos hacer es específicamente sobre la relación entre el investigador social y el movimiento popular. Nosotros como Fragua apostamos por una posición política y apostamos por dos trabajos específicamente, el primer trabajo hace referencia a dar una explicación teórica del capitalismo, explicar cómo funciona, cuáles son sus estructuras y cómo nosotros podemos derrotarlo y superarlo; y la segunda tarea que nosotros nos proponemos es aportar a la construcción de un proyecto político y una estrategia socialista. Entonces nosotros queríamos preguntarte cómo ves tú esa relación.

SG – En primer lugar yo creo que hay que señalar que la relación entre los investigadores sociales y los movimientos sociales es una relación diversa y compleja. En primer lugar porque no todos los investigadores sociales se plantean en tanto intelectuales orgánicos del movimiento social. Muchos investigadores sociales se conciben a sí mismo -si no explícitamente, por lo menos implícitamente y eso se traduce y se refleja en su práctica- como profesionales, como científicos que analizan la realidad social pero sin que ellos necesariamente tenga que reflejarse en un vínculo más orgánico, más regular, más constante, más estrecho con el movimiento social. Y hay otros, como en mi caso, que concebimos nuestra función, en mi caso la función de historiador, como una responsabilidad social, como un vínculo natural que tiene que darse entre nuestra labor entre comillas científica y el aporte que pretendemos hacer a la sociedad. Yo soy un convencido de que los historiadores tenemos una responsabilidad social, por lo tanto, eso se tiene que reflejar en lo que investigamos, cómo investigamos y para qué investigamos.

Si uno ve lo que ocurre en el mundo, en el gremio de los investigadores, se va a dar cuenta que la mayoría de los colegas no comparte esta concepción. Son investigadores sociales en gran medida, pero ellos conciben su propio rol como el de un científico que observa la realidad desde una posición equidistante, entre comillas objetiva, sin un compromiso objetivo claro, explícito, con algún sector en particular. Ello no quiere decir que ellos no tengan posiciones políticas, pero al realizar su trabajo intentan hacer abstracción, intentan, porque esa abstracción no se puede lograr nunca plenamente, nunca se puede hacer abstracción de la carga ideológica, política y cultural que todos llevamos, de manera tal que la elección, por ejemplo de temáticas, no se ve reflejada en un compromiso con los problemas del tiempo presente porque aún cuando los historiadores por definición estudiamos el pasado, el pasado es un concepto bastante elástico, el pasado llega hasta la fracción de segundo anterior en que hemos pronunciado la última palabra en esta conversación. Al investigar el pasado uno inevitablemente lo hace desde la problemática actual. ¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que aún cuando los historiadores investiguemos épocas muy pretéritas de la historia de la humanidad, siempre lo estamos haciendo desde el tiempo presente, desde nuestras preocupaciones, de los ciudadanos que estamos actuando en este tiempo presente.

Por lo tanto, es el presente quien le formula las preguntas al pasado, porque existe una relación dialéctica entre presente, pasado y futuro. La historia –lo he dicho muchas veces- no es la historia de un pasado muerto sino de un pasado que vive en nosotros y que se proyecta hacia el futuro de manera tal que esa relación dialéctica, esa relación y ese vínculo con los problemas del tiempo presente, no siempre es evidente, no siempre está en las preocupaciones de las cofradías de los historiadores y me imagino que ocurre algo similar –no en relación a los tiempo de la historia sino en relación al objeto de estudio, para qué lo estudiamos- en otras disciplinas de las ciencias sociales y de las humanidades.

Por lo tanto, existen por lo menos dos actitudes distintas respecto de los propios cientistas sociales acerca de cómo y para qué se acercan a sus objetos de estudio. Situémonos, porque ése es el interés de ustedes y el mío. Hay distintas maneras de asumir un compromiso. Hay quienes pueden asumirlo de manera más militante y otros que pueden asumirlo como integrantes de una suerte de comunidad de prestigio que intenta vincularse de alguna manera a los movimientos sociales pero que lo hace desde una posición un tanto alejada. En cambio, hay otros que se preocupan de que su producción y su propia reflexión en lo posible se encuentre vinculada muy estrechamente con los movimientos sociales del tiempo presente. Entonces puedes ver que hay distintas actitudes respecto a la relación entre intelectual o cientista social y movimiento social, y eso, en el fondo, puede llegar a traducirse incluso en distintas epistemologías respecto de la forma en cómo se abordan los temas de investigación.

Ahora bien el investigador social nunca es un simple traductor de las demandas, del pensamiento, de los anhelos, de los proyectos del movimiento social. Los italianos tienen una fórmula que es muy exacta, dicen traduttore tradittore, “traductor traidor”. ¿Qué quiere decir eso? Quiere decir que quien traduce, ya sea de un idioma a otro o de un discurso a otro, o sistematiza, como en el caso de los intelectuales, ideas dispersas que están en la sociedad, les dan un orden y las proyectan inevitablemente, está aportando algo propio, algo que no viene directamente del movimiento social y que viene de su propia formación intelectual de la propia comunidad académica donde éste funciona, de su historia personal, de múltiples factores que han incidido en la formación intelectual, cultural y política del investigador. Con esto no quiero decir que el investigador social que se plantea en términos de establecer un vínculo lo más orgánico posible con un determinado movimiento social, al punto de concebirse a sí mismo como un intelectual orgánico, no vaya a recibir poderosos estímulos de ese movimiento. Si es un intelectual orgánico o si intenta serlo, va a recibir esos estímulos, y su discurso, su producción, no van a ser una simple traducción literal de los impulsos que vienen de la base social, siempre hay un aporte propio, hay una proyección. Y ésta es una relación dialéctica entre el intelectual y el movimiento social, el movimiento social da el impulso, provee el material, el intelectual lo procesa. Este discurso elaborado en términos académicos y políticos vuelve al movimiento social, éste lo adapta, lo procesa, de acuerdo con sus necesidades, muchas veces lo modifica y así en un continuo permanente.

MQ – Hablabas de qué y cómo investigamos, ¿podrías profundizar en ello?

SG – Eso se relaciona con lo que te acabo de comunicar, el investigador social tiene una gama prácticamente
infinita de posibilidades de investigación y puede abocarse a investigar temas más relevantes, esto es socialmente útiles, o a temas que son absolutamente inocuos, que no sirven para la solución de los grandes problemas que enfrenta su sociedad y que son meras curiosidades intelectuales.

En historia, por ejemplo, hay muchas opciones, no digo de que algunas de ellas sean poco válidas desde el punto de vista académico, desde el punto de vista académico tienen todas el mismo status, pero desde el punto de vista social y político no tienen todas la misma jerarquía, el mismo valor. No es lo mismo estudiar, por ejemplo, la conformación histórica del Estado, del movimiento popular, de las clases sociales, en un país determinado, que abocarse al estudio de los gustos culinarios o de la percepción de los cuerpos en una determinada época. Insisto, desde el punto de vista del estatus académico tienen todos el mismo estatus, no así si adoptamos como criterio fundamental o muy importante la relevancia social, la utilidad para las necesidades del tiempo presente.

 

La Alternativa Electoral – Entre el Desgaste de las Fuerzas, la Legitimación del Sistema Binominal y el Engaño a la Ciudadanía

MQ – Una segunda pregunta, la que tiene que ver con si participar o no en las elecciones. Tú señalabas que había una dimensión general y otra específica. La primera tú la veías en términos de deslegitimación del sistema político a través de la abstención, de los nulos, de los blancos. Y en la segunda, más específica, abordabas una pregunta más general sobre cuáles eran las posibilidades reales de las organizaciones locales por acceder al municipio y por los rendimientos que podrían tener esas luchas. En esta línea, ¿cómo ves tú las apuestas que han surgido dentro de ciertos sectores de izquierda por competir por escaños en el parlamento e incluso en las presidenciales?

SG – Nos estamos refiriendo al contexto de 2013, porque yo no me refiero a una posición de principio respecto de la participación electoral, es una cuestión de factibilidad, de oportunidad, de conveniencia táctica si tú quieres.

Primero hay que situar el marco general de lo que dicen estas elecciones. Mi marco general es el de la continuidad sin mayores cambios de un sistema político que tenemos desde 1990, que es una democracia tutelada, restringida y de baja intensidad; profundamente viciada en su génesis, que es la Constitución dictatorial de 1980, la que si bien ha sufrido algo así como 190 y tantas modificaciones hasta las últimas revisadas en el gobierno de Lagos en 2005, en sus bases estructurales se mantiene incólume porque es una Constitución que garantiza el Estado subsidiario. O sea es una Constitución que es una suerte de traje a la medida del modelo económico neoliberal con el agravante de que a esta Constitución se encuentra vinculada la ley de elecciones parlamentarias que tiene un carácter que, como sabemos, es binominal. Ésta es una disposición que antes de las reformas del 2005 hacía parte de la Constitución, pero que salió de la Constitución para convertirse en ley de la República. Pero, en todo caso, ambas son elementos de un mismo sistema, un sistema que no es democrático porque un tercio es equivalente al 65% del electorado en una determinada circunscripción parlamentaria.

Este sistema político, al igual que el modelo económico, ha sufrido una erosión significativa en los últimos años. El desprestigio de la clase política, del sistema político, de las instituciones políticas, de los partido políticos, de la clase política, entre comillas, en general, es gigantesco. Eso se refleja en las encuestas de opinión y una de las encuestas de opinión más evidentes a escala nacional es una encuesta de realidad, fue el resultado de las elecciones de octubre del 2012 de las cuales alrededor del 60% de los ciudadanos se abstuvo de ir a votar. Recientemente se está diciendo que hay como 2000 muertos que no han sido depurados de los registros electorales, pero eso no cambia lo esencial. Aún cuando se descuenten estas 500 mil personas, resulta que son millones los abstencionistas como producto de esta maniobra que quiso hacer la clase política para volver a darle una legitimidad al sistema, la que considera la inscripción automática y el voto voluntario.

Entonces, en el contexto actual del 2013 se presenta nuevamente a la ciudadanía la opción entre los dos bloques mayoritarios hegemónicos que son dos caras de la misma moneda, que son dos formas parcialmente distintas en el modo de aplicación y gestión del modelo económico neoliberal porque en la práctica la historia más reciente releva de manera aplastante que durante los 20 años de la Concertación esta coalición no hizo otra cosa que administrar el modelo económico heredado de la dictadura introduciéndole algunos correctivos sociales y practicando la política de contención social, de contención de los movimientos sociales, para darle mayor gobernabilidad a este sistema.

La ciudadanía está pues confrontada nuevamente a tener que escoger entre dos males, el menor, y así lo sienten muchos ciudadanos y ciudadanas que hace muchas elecciones obvian y siguen absteniéndose o anulando el voto, o votando blanco, o muchos votando por lo que consideran el mal menor.

Y en este contexto surge una vez más tal como ha surgido en este cuarto de siglo candidaturas, como dijera, entrecomillas, alternativas tanto a nivel de las parlamentarias como a nivel de las presidenciales. Aquí hay que hacer un análisis diferenciado. En el caso de las parlamentarias sabemos que corre el sistema electoral binominal, lo que significa que estas candidaturas alternativas, a menos que se unan a alguno de los bloques dominantes como fue en el caso del Partido Comunista mediante sus pactos de consentimiento mutuo con la Concertación y ahora bajo un pacto de gobierno llamado Nueva Mayoría. Estas candidaturas alternativas, a menos que hagan eso, no tienen ninguna posibilidad, dado el sistema binominal, de elegir ni un solo diputado, ni un solo senador, de modo que la única justificación que pueden dar es que lo hacen para instalar un discurso, difundir un programa y es el caso de varias candidaturas que han surgido de ex dirigentes sociales, particularmente del movimiento estudiantil de los últimos años, que se presentan con esa justificación política a sabiendas y han dicho ellos que no van a salir elegidos.

El punto a analizar en estos casos es la conveniencia o inconveniencia política de esto, cuál sería la conveniencia política de acuerdo con la argumentación de aquellos que están embarcados en esta aventura. Difundir ideas, instalar un discurso, no dejarse arrinconar por los dos bloques mayoritarios, incluyendo ya como parte de estos dos bloques mayoritarios al Partido Comunista debido a su estrecha alianza con esta suerte de Concertación 2.0; y no quedar excluidos de la gran política nacional, es decir, no quedarse limitados a ser meros portadores de las reivindicaciones del movimiento social, sino que tener la capacidad de una proyección posterior sobre el escenario político nacional. Me parece que es un error garrafal, me parece que los costos de esa opción son mayores que los beneficios. En primer lugar, porque aunque se despotrique contra el sistema binominal, quienes participan de él terminan inevitablemente sometiéndose a sus reglas, legitiman el sistema electoral binominal, le dan una legitimidad con el agravante que viene desde ex dirigentes del movimiento social a un sistema político que está profundamente desprestigiado. También esto va a traer como costos el agotamiento de recursos de estas pequeñas tendencias u organizaciones que no cuentan con los medios de los bloques hegemónicos; un traslado de los dirigentes del mundo social, particularmente estudiantil, hacia el plano de la política electoral que terminará inevitablemente desgastándolos con resultados muy magros.

A esto habría que agregar, que si estas candidaturas pretenden relacionarse con alguna candidatura alternativa en el plano de las elecciones presidenciales, el panorama es más o menos parecido. Existen hasta la fecha de hoy, 10 de mayo del 2013, tres candidaturas alternativas a la izquierda del bloque Concertación – Partido Comunista, tres candidaturas que tienen prácticamente el mismo discurso, el mismo programa y que se disputan el mismo electorado, la misma clientela política. Esto es impresentable. Como justifican estos alternativos, la existencia de tres candidaturas prácticamente gemelas yo lo veo como un acto de mezquindad política, una preocupación fundamental por afirmar a determinadas organizaciones, tendencias o personalidades, como preocupación principal, en vez de poner como preocupación principal la de impulsar un proceso de confluencia de quienes pretenden superar este sistema económico y político. De manera tal que el panorama es desolador. Tal vez no todas estas candidaturas alternativas se van a concretar y llegarán a la papeleta una o dos de ellas, veo difícil que lleguen las tres, pero si no prosperan las tres, no va a ser por un esfuerzo unitario por lo que se ve hasta el momento, sino simplemente por las dificultades objetivas, materiales, que existen para que todas logren inscribirse. En este contexto surge la propuesta que yo comparto y que he estado impulsando con otras personas de la Huelga Electoral Constituyente. Esto es un llamado a la abstención, no al voto nulo ni al voto blanco, sino a la abstención tanto en las elecciones parlamentarias como en las presidenciales del 2013, porque a estas alturas es la única forma de expresar el masivo descontento ciudadano y aumentar el grado de deslegitimación del actual sistema político. No hacerlo así, embarcarse en la aventura electoral en el contexto actual, recalco, esto no lo digo persé, significa infundir ilusiones a la ciudadanía respecto de la posibilidad de que la oposición, que incluye de forma vaga tanto a la izquierda como a neoliberales declarados de la Concertación, obtenga la cantidad de doblajes suficientes como para reformar la Constitución. Eso es imposible, nunca la oposición actual va a obtener la cantidad de doblajes suficientes como para llegar a los quorum calificados que exigen las reformas constitucionales, de hasta cuatro séptimos de los diputados y senadores. Entonces eso es infundir ilusiones, que no tienen ninguna base, a la ciudadanía, a sabiendas de que no se podrá lograr. Se podrá lograr doblajes por aquí y por allá, pero nunca la cantidad necesaria para llegar a una reforma constitucional verdadera, porque la derecha, sabemos, tiene una base dura de a lo menos el 40% del electorado. Ya no recuerdo cuánto fue el número con que llegó Pinochet al final en el plebiscito, pero fue una cantidad muy superior al 40%. Prácticamente el país estaba dividido en dos mitades y en los últimos 23 años, con el pacto de gobierno entre la derecha tradicional y la Concertación, lo cual implicó la legitimación de la derecha pinochetista, esa relación no se ha alternado en lo más fundamental. De manera tal que es un engaño hacia la ciudadanía pedirle mayorías parlamentarias para hacer reformas, además de que tampoco es seguro que quienes estén pidiendo esa mayoría estén dispuestos a hacerlas porque recordemos que gran parte de la dirigencia de la Concertación está liderada por la ideología neoliberal y pudiendo haber hecho muchas más reformas durante su gobierno no las hicieron porque efectivamente pasaron a hacer parte del bloque neoliberal, que es un bloque transversal a ambas coaliciones.

Entonces estas elecciones se presentan bajo ese signo, bajo el signo de un impasse político, del pantano político en que nos encontramos, en el que no hay alternativas reales de cambio y las candidaturas que se presentan como alternativas son candidaturas meramente testimoniales, tal como han sido testimoniales las candidaturas de todos los alternativos desde 1990 a la fecha.

 

Sistema Político Deslegitimado y la Refundación de la Institucionalidad Política a Través de la Asamblea Constituyente

MQ – Nosotros tenemos un análisis con respecto a la Asamblea Constituyente y el Movimiento Popular. Nosotros analizábamos que justamente estas candidaturas extraparlamentarias señalaban que hoy día era el momento de cambiar el sistema político porque este sistema político, como bien decías tú, estaba completamente deslegitimado. Pero nosotros vemos que a lo largo de los años ha habido otros momentos en donde el sistema político ha estado en el mismo nivel de deslegitimación que hoy día sin sufrir, por ello, cambios profundos.

SG – A ver, yo creo que hoy día efectivamente es más profundo y eso se ve en la tasa de abstención, la que no es el efecto solo de la inscripción automática, porque recordemos que en las municipales la tasa de abstención entre 1990 y vísperas de esta reforma del 2012 fue in crescendo de manera permanente. Es decir, éste es un fenómeno de larga duración, no es atribuible solo ni principalmente a la inscripción automática, entonces yo creo que no hay que confundir la realidad con los deseos. El peor error en política, y en cualquier análisis de la realidad social, es confundir la realidad con los deseos. El sistema está desacreditado, está deslegitimado, hay descontento ciudadano, hay síntomas de agotamiento del modelo extractivo productor chileno por la depredación que significa sobre los recursos naturales y sobre el ser humano, pero eso no genera necesariamente una crisis política pues para ello faltan otros factores. Las crisis política las hacen los actores políticos y si no hay un actor político constituido que se plantee en términos de contestación frontal al sistema existente, si los contestatarios de alguna manera son cooptados por el sistema porque son engañados o se autoengañan creyendo que a través de levantar estas candidaturas marginales están ganando espacios políticos infringiendo una derrota al sistema, evidentemente esa alternativa no va a surgir nunca o va a tardar mucho en surgir, lo que no invalida el argumento de la Asamblea Constituyente. La Asamblea Constituyente es la única manera democrática de refundar la institucionalidad política de este país.

En Chile nunca ha habido una Asamblea Constituyente. Todas las Constituciones, desde los reglamentos constitucionales de la Patria Vieja hasta la actual Constitución reformada de 1980, han sido el resultado de las cavilaciones y consensos de pequeños grupos de la clase dirigente y de la clase política, generalmente apoyados por la fuerza de las armas. Las tres Constituciones más importantes que ha tenido Chile, la de 1833, de 1925 y de 1980, han sido fruto de la imposición de la fuerza armada. Nunca en Chile la ciudadanía ha sido convocada para discutir y aprobar libre y democráticamente las normas básicas que tiene que regir su vida política, siempre han sido pequeños grupos, pequeñas comisiones designadas a dedo. Entonces, si queremos refundar el sistema político, si queremos establecer una República auténticamente democrática, es necesario que la ciudadanía, no la clase política actual, juegue un rol protagónico y ese rol protagónico no es otro que el del proceso constituyente a través de una Asamblea Constituyente. Pues bien, ¿cómo podemos llegar a la Asamblea Constituyente en el contexto actual?

La reforma a la Constitución a través de la vía legal parlamentaria es imposible porque no existe ni las voluntades políticas ni las mayorías. Quienes dicen que van a reformar la Constitución, en particular la Concertación, si no lo hicieron durante los 20 años que fueron gobierno, deberían indicar cómo lograrán hacerlo ahora. Ellos dicen, “dennos una mayoría parlamentaria”. Si mayorías parlamentarias tuvo la Concertación, no la suficiente como para reformar la Constitución pinochetista de 1980, pero sí tuvo mayorías parlamentarias para cambiar leyes y ordenamientos jurídicos que no cambió. Voy a poner ejemplos, porque tuvo esas mayorías parlamentarias, porque durante el último año y medio de Lagos producto de los desafueros combinados de Errázuriz y Pinochet, que era senador; y durante los dos primeros años de Bachelet, cuando la Concertación tuvo una mayoría de 20/18 en el Senado. La Concertación tuvo las mayorías necesarias como para haber cambiado leyes que no son parte del ordenamiento constitucional y que no son leyes orgánicas. Por ejemplo, la ley de Universidades, la ley de Isapres, la ley de AFP, la ley de Auto-Amnistia de 1978 de la dictadura, que no necesitaban quorum calificado. Por errores, entre comillas, que cometió la dictadura, si la Concertación no las cambió, fue porque no quiso cambiarlas y ahora nos dicen que van a cambiar la Constitución, que necesitan quorum calificado, ¿o acaso alguien es tan ingenuo para creer que, suponiendo que exista en todo el bloque la voluntad de cambiar de fondo esta Constitución, que puedan tener la cantidad de doblajes suficientes como para llevar a esos quórum? Quienes crean eso están cometiendo un gran error que es producto de una gran ingenuidad política.

Entonces la única vía para el cambio constitucional, para el cambio del régimen político, viene desde fuera del sistema político. ¿De dónde? Desde los movimientos sociales, de la ciudadanía, no puede venir de otro lado. Es necesario combinar el impulso de poderosos movimientos sociales, más poderosos aún de lo que viene desarrollándose desde el 2011 a la fecha, con una campaña permanente de Huelga Electoral en la perspectiva de la Asamblea Constituyente. Yo no veo otro camino real. No es un camino que vaya a dar frutos en lo inmediato, en el presente año, pero es el único camino que puede prometer algo, porque los otros caminos están bloqueados porque la transición chilena que impulsaran las fuerzas hegemónicas terminó hace rato, porque su objetivo no era otro que éste de llegar a este sistema de democracia tutelada, restringida. Su objetivo no era la democracia plena, una democracia auténtica, sino ésta.

MQ – Nosotros también hablábamos que hoy día la AC no era una herramienta. Primero porque hoy día, donde el sistema está tan deslegitimado, hacer una AC en este momento específico sería reordenar el sistema dominante y darle un aire a la deslegitimación que sufre hoy. No significaría una apertura con nuevos actores, pues hoy día la clase trabajadora no constituye una fuerza suficiente para realizar los cambios.

SG – Mira, lo primero es que hay que definir qué entendemos por Asamblea Constituyente. Ésta no es un simple comisión constituyente. Para que sea una Asamblea Constituyente tiene que ser un cuerpo elegido por sufragio universal e igualitario, no por sufragio ni censitario, ni binominal, ni directo. Esto desde el punto de vista estrictamente técnico. Pero desde el punto de vista político, histórico y concreto, que es lo que determina la realidad chilena actual, lograr una Asamblea Constituyente no es una tarea tan fácil porque muchos temen que la clase política saque de no sé de qué bolsillo de mago una fórmula de Asamblea Constituyente que sea una manera de burlar la aspiraciones democráticas del pueblo chileno. Eso no es tan evidente, no es para nada evidente. Las principales cabezas de la Concertación, desde Escalona hasta Pérez Yoma, han rechazado de plano la Asamblea Constituyente, y si Bachelet no ha hecho tal ha sido simplemente porque ella no se define respecto de nada y, como es su costumbre, reenvía los problemas a estas comisiones constitucionales para que estudien el tema.

De manera que la fórmula que va a salir de esa comisión constitucional concertacionista no va a ser evidentemente una fórmula plenamente democrática ni va a ser una fórmula destinada a llamar a la constituyente. Además, va a ser una fórmula inviable, de eso estoy casi seguro, entonces eso no invalida, sino que todo lo contrario, la necesidad de levantar la reivindicación de la Asamblea Constituyente hoy día. Te voy a poner un ejemplo, un paralelo histórico, el sufragio para las mujeres que es un vieja reivindicación. Tú sabes que el sufragio para las mujeres se consiguió en Chile de manera escalonada desde la década de 1930 hasta 1952. En 1930 las mujeres empezaron a votar en las elecciones municipales, posteriormente en las parlamentarias y, me parece que en el año 1948, se les dio el sufragio ya a las presidenciales, que fue ejercido por primera vez en las elecciones presidenciales de 1952. Uno de los argumentos entre los propios sectores progresistas de la época era que si bien se compartía la aspiración del voto universal para las mujeres en todas las elecciones, no era conveniente, por el momento, porque las mujeres estaban bajo la influencia del clero, el Partido Conservador y los sectores más reaccionarios. El argumento que tú me das es un argumento parecido guardando las distancias. Hay un tema de principios que nos obliga a mantener ciertas banderas, ciertas reivindicaciones, aún cuando estimemos que no estén todas las mejores condiciones para su ejecución porque como tú bien dices, las fuerzas políticas tradicionales de ambos bloques hegemónicos serían las hegemónicas. Pero hay que entender que la constituyente es un camino, el camino hacia la constituyente va a ser necesariamente largo. Si se llega a la constituyente, a la verdadera Asamblea Constituyente, va a ser por imposición de las bases sociales, de los sectores populares, de la ciudadanía democrática; por una imposición de estos sectores a la clase política, a los benefactores del actual sistema, y en ese proceso es cuando el pueblo se educa, se autoeduca, de manera tal que a la llegada de ese proceso, a la reunión de la Asamblea Constituyente, podemos estimar que la correlación de fuerzas va a haber cambiado.

Evidentemente, en política no hay seguros de vida, no es cierto. Nada es garantía absoluta de nada. La Asamblea Constituyente no es la panacea, es un momento de la lucha social y política en que se cristaliza nuevas fuerzas políticas y viejas fuerzas políticas que se enfrentan en el terreno de la política, para definir lo que no es ni más ni menos que un nuevo rayado de cancha. Entonces, hay que ver esto de manera dialéctica, no hay que pensar que la clase política va a sacar un as de la manga y de aquí a tres o cuatro meses más vamos a tener una Asamblea Constituyente, que no sería sino la repetición de la actual correlación de fuerzas políticas. Hay que verlo en una perspectiva de más largo plazo, en la cual son los sectores populares, principalmente los sectores consecuentemente democráticos de la ciudadanía, los que imponen a la clase política la reunión de la Asamblea Constituyente. Y si han logrado imponerle esto es porque han adquirido un mayor nivel de desarrollo de su conciencia política, por lo menos yo lo veo así. Por ende no, es el momento de bajar la reivindicación de la constituyente, sino que levantarlo con mayor fuerza, pero sin engañar a nadie, sin decir que la constituyente está a la vuelta de la esquina, que en cuestión de meses, que en la actual coyuntura electoral, que apenas venga el próximo Presidente de la República la constituyente va a estar al alcance de nuestras manos. Yo lo veo como un proceso más largo y más complejo. Pero además la historia es un libro lleno de sorpresas, nadie tiene la bola de cristal para saber el camino por el cual se va a desarrollar la historia futura. Lo que sí te puedo afirmar es que en la coyuntura actual, no veo más alternativa que el fortalecimiento de los movimientos sociales y la Huelga Electoral en la perspectiva de la constituyente. Y respecto de los argumentos de los alternativos y su necesidad de trabajar en dos planos, de seguir impulsando los movimientos sociales y participar de las coyunturas electorales, bueno, ése es el mismo argumento del Partido Comunista, no tiene ninguna diferencia. Hace 23 años que el Partido Comunista viene planteando eso. Lo planteó cuando era una efectiva posición de izquierda a la Concertación, la que dejó en el momento en que entró y cruzó hacia la vereda del frente. Pero ahora estas candidaturas alternativas parece que pretenden ocupar el lugar que el Partido Comunista ocupó sin mayor éxito porque recordemos que si hay tres diputados comunistas en el parlamento, eso se debe única y exclusivamente al pacto con la Concertación, porque el porcentaje electoral de ese partido no ha variado mayormente en los últimos años. Más aún, si observamos el porcentaje obtenido por los comunistas en las elecciones, no solamente porcentajes, sino que además la cantidad de votos totales, en las elecciones municipales desde hace 12 años han venido bajando sistemáticamente. Entonces, esos productos vienen de una obra de ingeniería política y de acuerdos políticos, con los costos que ello implica, y ha resultado del fortalecimiento de los poderosos, de fuerzas alternativas que logran romper con la exclusión. Yo veo que los alternativos recién salidos del movimiento social se están embarcando más o menos en el mismo camino, con el peligro que ya explicaba: los peligros de quedar entrampados en esta institucionalidad política, que es una institucionalidad tramposa, pantanosa, y de abandonar lo que constituía su fuerza principal, que era su enraizamiento de los movimientos sociales.

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