El bombardeo de la aviación israelí contra un complejo de investigación militar en Siria, según revelan diversos medios internacionales, recibió previamente la autorización de EEUU. Fue una acción bélica contra un Estado soberano, algo cualitativamente diferente a las acciones veladas de desestabilización, que ha añadido más gasolina a una guerra que amenaza con regionalizarse. Decenas de miles de sirios muertos, millones de desplazados, y la guerra sigue haciéndose cada día más sangrienta. Igualmente alarmantes son las señales de incendio en una región altamente inflamable: desplazamiento de miles de refugiados, instalación de baterías de misiles de la OTAN en la frontera siria, en Turquía, Israel lleva sus misiles Patriot a Haifa, frente a la frontera sur del Líbano, un enorme arsenal de armas químicas, motivo de preocupación para unos y de codicia para otros... No son, en teoría, elementos que alienten la perspectiva de una acuerdo político.
La agresión israelí puede venir motivada por una impresión de que, ahora sí, es el momento de una guerra regional que dé relieve a un nuevo mapa de Oriente Próximo a imagen y semejanza de sus intereses. Ese cálculo tiene asegurada, además de la multiplicación de la tragedia, la respuesta de los aliados de Siria, Irán y Hizbullah. Pero, paradójicamente, puede fortalecer la imagen de al-Assad como abanderado del desafío árabe frente a Israel. El presidente sirio ha declarado que tiene los medios para confrontar cualquier ataque exterior, sugiriendo que posee las llaves que abren la puerta del infierno de la regionalización de la guerra. Aunque este, debilitado en el frente interno, parece concentrarse en encontrar una salida política al estancamiento prolongado y sangriento de la guerra.
Y aunque el acuerdo no se vea como algo inminente, el hecho de que el líder de la oposición siria, al-Khatib, se haya reunido con representantes rusos e iraníes demuestra que la líneas de comunicación directa están abiertas. El diálogo nacional sirio es hoy la única alternativa a una guerra regional a la que no faltan «halcones» en el interior y en el exterior.