El origen de la rebeldía de Juan Cristóbal Sotomayor, narra las vicisitudes de Diego, el tío de la liebre que asesinó a un apoderado y huyó con los pasajeros del bus escolar de un colegio ubicado en la comuna de Vitacura.
Julia Guzmán Watine / Trazas Negras
Este relato, además, transita en las vidas del conductor de la liebre y la de sus rehenes Luis, Aníbal, Sebastián, Mateo, Camila y Martín; cruza el tiempo entre los primeros años de los niños, los meses antes de la tragedia y la misma aventura que están experimentando. Los capítulos llevan como título los nombres de los personajes y van contando, con un narrador omnisciente, sus historias. De modo que la novela realiza este recorrido para entender las motivaciones de los personajes, como un viaje iniciático hacia el pasado, donde los recuerdos forjadores de traumas o sufrimientos acompañan el interminable trayecto hacia el norte y sus recovecos.
La novela se compone de tres partes. En la primera, los recuerdos de los personajes se enmarcan en la permanencia de los fugitivos en una estación de servicio entre Tongoy y Los Vilos. Ellos se encuentran acorralados por la policía, ignorante de la actitud cómplice de los niños con su secuestrador y amigo. En la segunda parte, la narración del pasado de los personajes se alterna con la fuga que abarca desde el asesinato del apoderado en el colegio Winston Churchill de Vitacura hasta la llegada a la estación de servicio. Y por último, la tercera parte, con exactamente la misma estructura, comienza con la huida de este grupo de forajidos desde la bomba de bencina hacia el norte. Además, a lo largo de la novela se intercalan las transcripciones de la sicóloga de Mateo que cuenta la sesión y describe al paciente. Este registro se sitúa temporalmente después de la historia principal, lo que hace vaticinar una desgracia para los personajes de esta aventura.
Por las características de los crímenes (homicidio de un adulto y toma de rehenes menores de edad) se sospecha que la persecución terminará trágicamente; se asoma el presagio de que esto no concluirá bien, que será un escape sin sentido, como el mero reflejo de supervivencia que solo prolonga una agonía. De suerte que durante la lectura surgen preguntas, como por ejemplo: ¿Cuál será el costo? ¿Quién saldrá lastimado? ¿Habrá víctimas? ¿Qué pasará con Diego, el secuestrador? ¿Sobrevivirá? ¿Qué ocurrirá con los niños? ¿Hay alguna lectora o algún lector que desee que Diego sea capturado, acribillado o ultimado? ¿Existe algún experto en males ajenos que espere que los niños vuelvan con sus atribulados padres?
Se produce, entonces, una suerte de relativización porque, tal vez, se problematiza la culpabilidad de este descalabro y se traslada a los mismos padres pertenecientes a un grupo pletórico de privilegios. ¿Acaso se representa a los miembros de los grupos de poder haciendo lo humanamente posible para reproducir dobles suyos o mejorados (según ellos) y, así, recrear un modelo de soledad y sociedad enferma? ¿Es un tema de expectativa o de temores basados en prejuicios por experiencias fallidas (propias y ajenas)? ¿Es que, en este contexto, todos los productos finales de seres humanos han sido, desde sus inicios, conducidos hacia la misma insensibilidad y egoísmo que les hizo tanto daño? Y seguimos: ¿Quiénes son los canallas aquí? ¿Es Diego, el secuestrador? ¿Son los padres? ¿Son los niños, aprendices de homicidas? ¿Es la falta de límites, cariño o atención? ¿Quiénes son los malhechores? O, tal vez: ¿Hay culpables si estos adultos fueron alguna vez niños? Y avanzando un poco más hacia el horizonte: ¿Qué fue primero: el huevo…?
Mientras leía la novela, me acordé del gran cuento “Hijo mío” de Antonio Rojas Gómez, publicado en Santiago Canalla. En este relato se presenta la voz derrotada del protagonista que narra su miopía y fracaso como padre; se contraponen las peligrosas expectativas (producto de una sociedad especializada en puntas de icebergs) con la realidad compleja e insondable de su hijo. Y así se enumera una gama de causas y consecuencias gestoras de vidas, diferencias e inseguridades. ¡Qué equivocado todo! ¡Qué vidas tan erradas, miopes, parciales! Y en esta realidad y mar de tropezones vienen los requerimientos irracionales y las decepciones.
El origen de la rebeldía plantea como interrogantes quién es responsable de tantas infelicidades y percepciones de fracaso; quién es el o la que continuamente está forzando existencias hacia el aniquilamiento de todo tipo de naturalidad, ilusión y, también, inocencia; quién o qué es lo que verdaderamente enceguece, disocia, porta insatisfacción o, tal vez, asesina.
Esta reseña ha sido publicado en el quinto número de la revista que puede ser adquirida a través de su sitio web trazasnegras.cl
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