Hacia la última semana del año pasado un mensaje de emergencia circuló por algunos sitios web y blogs: Lyndon Larouche advertía que la tercera guerra mundial era inminente y que el mundo debía tomar acciones inmediatas para destituir al presidente de Estados Unidos, el principal instigador de tal desastre. El anuncio, de un alarmismo indudable, no alertó a nadie. Larouche parece ser conocido en ciertos ambientes por este tipo de advertencias: en noviembre había detectado en el gobierno británico planes para desatar la guerra.
Larouche es un permanente precandidato a la Presidencia de Estados Unidos. Wikipedia informa que sus seguidores, del Partido Laborista, lo ven como un estadista de la talla de Franklin D. Roosevelt, pero medios como The New York Times lo han descrito como “un teórico de la conspiración, fascista y antisemita”. Es posible descartar a Larouche como un predictor confiable de lo que nos prepara 2012, lo que no quita que el tenor de sus advertencias sea compartido por otros analistas. El economista canadiense Michel Chossudovsky, profesor de la Universidad de Ottawa y activista antiglobalización, publicó en aquella misma semana de 2011 un artículo en el sitio “Global Research” advirtiendo sobre un inminente ataque de EE.UU. a Irán. En el documento, el economista va más lejos: “El mundo está en una peligrosa encrucijada. Estados Unidos está en camino hacia la guerra, por lo que una tercera guerra mundial no es ya un concepto abstracto”. Chossudovsky desarrolla la tesis de un ataque nuclear contra Irán entre fuerzas estadounidenses e israelíes. En los días cercanos a esa publicación, aplicar sanciones económicas contra el gobierno iraní era una posibilidad muy cierta, así como el bloqueo por el ejército iraní del Estrecho de Ormuz, paso clave para el flujo de petróleo. Analistas prevén que el cierre de este paso llevaría los precios del crudo sobre los 150 ó 180 dólares por barril, nivel suficiente para detonar el conflicto bélico.
El sociólogo estadounidense James Petras, aun cuando no alcanza esos grados de alarma bélica, prevé un 2012 también de espanto en el terreno económico. En un artículo titulado “Implacable crisis económica: una mirada apocalíptica hacia el 2012”, Petras tampoco anda con concesiones. Porque la crudeza de sus palabras es una extensión y amplificación de lo vivido en 2011: “La mirada económica, política y social es profundamente negativa para 2012. El consenso casi universal, incluso entre los economistas más ortodoxos, es pesimista”. La argumentación de tal sentencia no requiere de nuevos elementos sobre el terreno económico y político. Simplemente, es un mayor deterioro de lo que hemos comenzado a vivir. Las grandes instituciones y relaciones económicas responsables del auge capitalista de las últimas dos a tres décadas están en proceso de desintegración. Las máquinas económicas de la expansión global, Estados Unidos y la Unión Europea, han agotado sus posibilidades y están en un evidente declive. Y los salvadores de última instancia de la economía mundial, los países denominados emergentes, como China, India, Brasil y Rusia, están también en rápida desaceleración. China ya no es la economía que se expandía a tasas superiores al diez por ciento, en tanto Brasil crecerá este año, con suerte, un cuatro por ciento.
Colapso de la Unión Europea
Petras habla del colapso de la Unión Europea, no como metáfora, sino como acción desintegradora. Específicamente, lo que prevé es una ruptura de los actuales lazos, que serán reemplazados por una serie de acuerdos bilaterales o multilaterales. Alemania, Francia y los países del Norte se refugiarán en ellos mismos para hacer frente a la crisis; Gran Bretaña, aislada, decrecerá; los países del Este y de Europa Central afianzarán sus lazos con Alemania pero sufrirán las consecuencias de la crisis. Y el sur europeo (Grecia, Italia, Portugal y España) sufrirá con creces lo que ya ha vivido: pago de masivas obligaciones financieras acompañado de recortes salariales y beneficios sociales, que conducirán a una drástica reducción del consumo.
Hay más. Depresión económica, desempleo y subempleo para un tercio de la fuerza de trabajo, revueltas y conflictos sociales. El euro será reemplazado por otra divisa o por las antiguas monedas. El nacionalismo estará a la orden del día. Vendrán nuevos rescates, que polarizarán a la población de los países ricos entre contribuyentes y banqueros. El 1º de enero, el primer mensaje que los gobernantes europeos dirigieron a los ciudadanos fue muy poco estimulante. La canciller alemana, Angela Merkel, fue especialmente clara: 2012 será peor que 2011. Al otro lado del Atlántico, la economía de Estados Unidos recibirá, como un boomerang, los efectos de los rescates de 2008. El déficit fiscal será inmanejable, lo que impedirá hacer más gastos para una eventual salida de la recesión que se desatará. En síntesis, dice Petras, todo señala a 2012 como el punto de quiebre para una crisis implacable que se extiende desde Europa y Estados Unidos hacia los países asiáticos, Africa (¡que más puede perder este continente!) y América Latina. “La crisis será global, confrontaciones interimperiales y guerras coloniales minarán cualquier esfuerzo por amortiguar la crisis económica. En respuesta, movimientos de masas emergerán tomando cuerpo como protestas y rebeliones. Esperamos que se transformen -dice- en revoluciones sociales y en nuevos poderes políticos”. El mundo ha cambiado en los últimos doce meses. Analistas financieros estadounidenses escribían la última semana de 2011 en el blog “Zerohedge” que esa transformación se llama economía planificada. Así es. De una u otra manera, los Estados y los bancos centrales han intervenido los mercados, pero en favor de los bancos y contra los ciudadanos. Los Estados han exhibido una vez más su condición de clase.
Chile en la lucha de clases
En nuestra estrecha franja de tierra las cosas tampoco son mejores. La única buena noticia es que el modelo neoliberal, levantado cual paradigma de desarrollo, bienestar y riqueza, se derrumba día a día. Aun cuando las grandes corporaciones pueden ufanarse de hacer grandes negocios, de ostentar con arrogancia sus enormes utilidades, la ciudadanía, durante décadas marginada de aquellas grandilocuentes cifras, ha comenzado a liberar una rabia acumulada durante décadas. La lucha de clases está en Chile más viva que nunca.
Si hace diez años las corporaciones le mostraban al país con orgullo sus resultados financieros, hoy lo hacen, si aún tienen una mínima conexión con la realidad, con cautela. Casos como las Isapres, que han obtenido casi 50 mil millones de pesos de ganancias al tercer trimestre -gracias al aumento unilateral de los aranceles que pagan los cotizantes-, o como las empresas mineras, sólo siembran un poco más de cizaña en el terreno social nacional. La compra de un banco colombiano por Corpbanca o la adquisición del canal de TV Mega por el grupo que controla Falabella, simplemente estimulan más la ira ciudadana por un modelo económico diseñado para practicar el abuso y la colusión. El sector financiero, con sus tasas de interés usurarias, ha permitido la expansión y la avaricia obscena de estos grupos económicos. Esta nueva conciencia nacional es, sin duda, el gran cambio manifestado en las más de cinco mil movilizaciones de 2011, una transformación que en palabras de Petras podría estimular revueltas, revoluciones sociales y nuevos referentes políticos. El resto es un escenario de evidente descomposición, que va desde el gobierno, la oposición, los mercados, a toda la institucionalidad política y económica. De mal en peor De partida, el gobierno de Sebastián Piñera ha terminado 2011 con un 23 por ciento de apoyo ciudadano, la peor evaluación registrada por la encuesta CEP. Pero no es sólo el gobierno. Su propia coalición política, con apenas 20 por ciento de apoyo, y la Concertación, con un 16 por ciento, no pueden hacerlo peor. El rechazo es hacia toda la institucionalidad política. Lo que clama la ciudadanía es algo que ni el gobierno ni la oposición son capaces de oír y menos de practicar: un cambio de institucionalidad. Atrás quedarán las promesas electorales del gobierno, o el salto al desarrollo hacia mediados de la presente década. En la segunda semana de diciembre, el Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó un informe muy poco divulgado en Chile: un colapso de la banca europea afectará especialmente a Latinoamérica. Y entre los países latinoamericanos el más comprometido, sería Chile. El informe, aun cuando fue silenciado por el gobierno y rechazado por el sector financiero, tuvo sus consecuencias: el Banco Central anunció que consideraría un rescate a los bancos chilenos en caso de insolvencias.
La prensa corporativa y el gobierno continúan narcotizando a la población con el éxito del modelo chileno. Hacia finales del año levantaron como gran noticia los flujos de inversión extranjera, que se han canalizado principalmente hacia la minería, que aún goza con altos precios en los minerales. Y también lo hacen con las estadísticas de empleo, las que no miden, como nunca lo han hecho, su calidad ni el nivel de salarios. Pueden crearse muchos nuevos empleos en un país cuando uno solo no alcanza para mantener a una familia. Lo que podemos ver en estos días es el comienzo del colapso de un modelo económico que ha segregado y regresado al país a escenas propias del siglo XIX. Cuando todo Chile vio por televisión a la clase dominante defender las humillantes políticas discriminatorias de un club de golf de Chicureo, lo que observó es el objeto de su rabia en su mejor expresión. ¡Qué mejor performance para incentivar la lucha de clases! El malestar, y hoy la ira social en Chile, se ha expresado de forma distinta al mundo desarrollado. Mientras los ciudadanos estadounidenses y europeos protestan contra un sistema económico injusto, que en su decadencia presiona a los gobiernos por recortes sociales para mantener sus privilegios y su sobrevida, en Chile los ciudadanos se han movilizado contra un modelo neoliberal aún vigoroso en cuanto a ganancias conseguidas durante décadas por medio del abuso, el sometimiento y el despojo de la población. Una práctica obscena sólo posible con el amparo y ayuda activa de toda la clase política. En junio pasado, en estas mismas páginas, escribimos sobre las movilizaciones de los estudiantes. Dijimos que era la punta del iceberg de un malestar mucho más profundo, incubado desde los albores del neoliberalismo. Los estudiantes canalizaban una indignación que era la expresión del abuso corporativo-financiero a toda la ciudadanía chilena. Los estudiantes en las calles eran también millares de familias endeudadas que respaldaban y siguen respaldando las protestas de sus hijos. La encuesta CEP de diciembre pasado lo constata: más de un 60 por ciento de la población apoya al movimiento estudiantil pese a la campaña de desprestigio del gobierno y de los medios de comunicación corporativos. Aquel levantamiento ciudadano se estaba anunciando desde hacía varios años. Sólo faltaba conocer su momento de explosión. Hoy, al finalizar el glorioso 2011, y pese a todas las espantosas predicciones para el año que ha comenzado, podemos augurar un 2012 de fortalecimiento del poder ciudadano, que se expresará en protestas y revueltas periódicas. Al observar el grado de avance en la politización de las bases y en la organización social, no sería raro que presenciemos durante este año atisbos revolucionarios
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 750, 6 de enero, 2012
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