Se dice que el salmón nada contra la corriente, pues cada cierto periodo “sube” por el río para reproducirse. Trágicamente, los empresarios industriales del salmón van “a favor la corriente”. Siguen el mismo camino de los rentistas nacionales: apuntan a enriquecerse lo más que puedan en el menor tiempo posible. No están “ni ahí” con lo demás. Esta visión obsesionada con el corto plazo los lleva a abusar del sistema que los rodea. No les interesa cuidar a sus trabajadores, ni menos desarrollar las comunidades donde se ubican. Menos podemos pedirles que se preocupen por cuidar la fauna, flora, los ecosistemas.
Recordemos el año 2007. Una terrible crisis atacó la industria salmonera casi destruyéndola por completo. En aquella ocasión fue el virus ISA (una Anemia Infecciosa del Salmón), cuya procedencia no se tiene clara1.
Antes de la llegada del virus ISA, la industria se encontraba en un auge espectacular. Pese a sus sólo dos décadas de existencia, estaba a punto de superar a Noruega y transformarse en el principal productor del mundo. El año 2003 sembraba 200 millones de salmones, y el año 2007 la cantidad subió hasta los 350 millones, lo que refleja un crecimiento gigantesco en poco tiempo. Exportaba más de 650.000 toneladas al año, lo que sumaba una utilidad de aprox. 2.500 millones de dólares para la industria (5% del total de exportaciones nacionales). También generaba en torno a 50.000 empleos directos en sus centros de cultivos y plantas procesadoras, y aprox. 15.000 indirectos (proveedores, transportistas, mecánicos, etc.).
El virus no es una epidemia demoníaca. Su mera presencia no condena a todo salmón a la peor muerte. Al contrario, es evitable y se puede perfectamente convivir con él. Para ello sólo se necesita tener cierta densidad de siembra -o sea cierta cantidad de salmones por metro cúbico de agua- y ciertas normas básicas de sanidad. Pues lógicamente al hacinar cientos de miles de salmones en un espacio reducido, se destruye su calidad de vida, su espacio para crecer y su posibilidad de alimentarse bien, aumentando la probabilidad de contraer enfermedades tanto por la disminución de las defensas, como por la posibilidad de contagio. No hay que ser un genio para saber esto, pues lo mismo ocurre con todo ser vivo, ya sean cerdos, peces o seres humanos. Aunque esto es lógico y de conocimiento público, la codicia del empresario es ciega al hecho. Así, se comienzan a “plantar” más y más salmones.
Una diferencia entre Chile y Noruega, es que la producción en Chile es 50% mayor por concesión, en una superficie total que es 70% más pequeña que en Noruega. No se dejen engañar, no es que seamos más productivos y eficientes que los nórdicos…
El año 2007 atacó el virus ISA, pero por la mala condición en que vivían los salmones, cualquier otro virus pudo haber provocado lo mismo. Las consecuencias fueron desastrosas. La exportación cayó a menos de la mitad (aprox. a 300.000 toneladas). De los 500 centros de cultivo, sólo quedaron 200. Las utilidades cayeron en aprox. un 76%, se cerraron varias plantas procesadoras (estas son las que dan más empleo), se despidió masivamente a aprox. 30.000 trabajadores y se perdieron unos 10.000 empleos indirectos; y a los trabajadores que se quedaron, se les desconocieron totalmente sus negociaciones colectivas a la fecha, obligándolos a partir de cero en su conquista por mejores condiciones laborales. Comunidades enteras quedaron sin empleo. En algunas zonas la industria salmonera era casi la única fuente de trabajo, como en Aysén o en Chiloé. La crisis tuvo fuertes efectos en estas comunidades. Pues si la señora del negocio vendía, o si el taxista llevaba gente, era porque los trabajadores de los salmones tenían plata para comprar.
Como la gente había abandonado su forma de vida anterior, como habían dejado su huerto y sus animales, su dependencia del nuevo modelo económico era muy alta. A esto se sumaba la semi-destrucción de la pesca artesanal a manos de la pesca industrial. En pocos años habían pasado de ser micro-campesinos y pescadores, a constituir un proletariado pesquero. Y como toda clase proletaria, al perder su fuente de empleo llega la desgracia y la pena. En estas comunidades fue peor, pues no existía otro motor para la economía de la zona que pudiera absorber la mano de obra desocupada. O sea no había ninguna otra fuente de trabajo. Aumentó (aún más) la pobreza, y con ella el alcoholismo, la tensión en los hogares. Finalmente a muchos obreros no les quedó más que migrar de la zona donde habían vivido toda su vida, para buscar una fuente de ingreso. Así llegaron a las grandes ciudades a probar suerte. Pero la gran industria multimillonaria del salmón no se quedó de brazos cruzados y heroicamente hizo grandes planes para relocalizar mano de obra, logrando casi 4 mil empleos (10% de lo destruido), de los cuales seguramente más de la mitad fue esfuerzo del gobierno de turno…
Después de la crisis los industriales se llenaron la boca de mea culpas, y golpeándose el pecho con piedras se declaraban culpables. Tal cual los borrachos se les oía decir: “no tomo nunca más”. Se crearon mesas de trabajo inter-sectoriales. Obviamente, y como es típico en Chile, al comienzo se dejó afuera a los trabajadores, pero luego se les invitó a escuchar. Así el gran capital, representado con sus instituciones gremiales, se reunió con el gobierno al que le financiaban las campañas políticas, con los trabajadores como visitas, para “restructurar” la industria para que no volviera a suceder lo mismo. Se crearon nuevas leyes sanitarias, nuevos acuerdos de cuántos pescados echar a las jaulas, una reglamentación geográfica para minimizar el contagio, etc. Obviamente todo estaba pasado a pescado y a lobby, y las cosas que se hicieron de tal forma que no entorpeciera mucho el negocio.
Así, desde el inicio de la restructuración, a los empresarios se les comenzó a pasar la resaca, la culpa y la pena. Y volvieron a su ADN de pensar con los bolsillos. Hoy, su objetivo es llegar a producir un millón de toneladas. Y para esto han caído en lo mismo: repletar las jaulas de salmones, reventar la biomasa, y tirar por la borda la sanidad de los salmones. Hoy han vuelto a ser vulnerables, pero ya no es el ISA, sino que hoy es el llamado SRS. Y muchos actores relacionados con la industria prevén una pronta crisis.
¿Pero es que acaso no aprendieron nada? Efectivamente, los productores de salmón al parecer no aprendieron nada. Y ni preguntar por la empatía con las comunidades donde se localizaban. El Estado aprendió un poquitito, dándose cuenta (o recordando) de que el capital con libre albedrío deja la embarrada, y que es necesario regular... Pero los que sí aprendieron, fueron las comunidades: aprendieron a no confiar su desarrollo en la industria salmonera, que tras décadas de negocio millonario, de explotación de sus recursos naturales y su fuerza de trabajo, eran incapaces de distribuir riqueza, ni de promover desarrollo en la zona. Por el contrario, se llevaban todo.
No es sólo un problema de sustentabilidad medioambiental, pues si sólo tuvieran un poco de visión de largo plazo, habrían descubierto que están frente a una mina de oro. Si hicieran más caminos, puentes, hospitales o consultorios, mejoraran los colegios, potenciaran carreras técnicas marítimas en los liceos, y pagaran mejores salarios, podrían expandir la producción a lugares potenciales donde hoy no se puede por falta de estos bienes públicos. O sea, como no hay camino, ni colegios, ni posta, ni sueldos decentes, nadie quiere ir. De esta forma podrían distribuir geográficamente su producción de una forma menos riesgosa, abriendo a su vez más centros de producción. Esto no sólo sería bueno para su negocio, sino que a las comunidades, hoy abandonadas, les abriría la puerta para desarrollarse y postular a una mejor calidad de vida material.
Esto lo tienen claro los sindicalistas del pescado (que postulan precisamente lo mismo), pero al consultar a los empresarios por un camino nuevo, nos dicen: “eso es rol del Estado”... Pero el Estado no está dispuesto a invertir en el desarrollo de una región que significa menos de 100.000 votantes. Así, tenemos fallas de la clase económica dirigente (el mercado) y fallas del Estado, ambas instituciones totalmente ineptas e incapaces para promover desarrollo (por lo menos en Chile).
Entonces, ¿qué le queda al Pueblo? Quizás la gente de Aysén lo comprendió.
Alberto Isakson
Estudios Nueva Economía
1 No se sabe si lo trajo la competencia internacional para liquidar la industria, o si llegó por la irresponsabilidad de los empresarios al comprar ovas de menor calidad (o sea más riesgosas) que vendrían contaminadas.