“Sólo un hecho impide hablar del siglo xx como de una época de barbarie […] la existencia de la izquierda: una cierta comunidad de individuos, una cierta fraternidad, a veces compacta, a veces difusa, que ha vivido esta historia bárbara como la negación de otra historia deseada y posible a la que se debe tener acceso mediante la revolución. Comunidad y fraternidad, no solamente libertad e igualdad, son las palabras claves de esta definición, palabras que dicen de ciertos sentimientos y ciertas relaciones entre seres humanos antes que de programas o de proyectos políticos, que éstos vienen después. Tienen que ver aquellas palabras con la antigua idea de la “economía moral”, que no se refiere a la llamada ciencia económica, sino a lo que para la comunidad es justo y a lo que no lo es. De esta noción de justicia y de la de comunidad humana, sin las cuales no hay izquierda en el sentido que al inicio digo, se desprenden cuatro palabras: fraternidad, solidaridad, lealtad y respeto a sí mismo (lo que suele llamarse “dignidad”). Son condiciones necesarias para quien se proponga ser parte de la tarea interminable que define a la izquierda: organizar a los explotados, los oprimidos, los despojados, los humillados, los subalternos de todos los regímenes donde mandan la riqueza y la violencia”.