Luces y sombras en torno a la crisis en Libia

altNadie duda de que buena parte de las demandas de la sociedad libia sean legítimas, como tampoco de que las revueltas cuentan con el respaldo material o tácito de las potencias occidentales. Lo que está claro es que Libia no es una copia del Túnez de Ben Ali ni del Egipto de Mubarak, ni es comparable con Yemen o con las monarquías cleptócratas del Golfo. En todos esos casos encontramos sistemas alineados con Occidente. El caso de Gadafi, a pesar de sus acuerdos en materia de crudo o emigración, es bien diferente.

Libia lleva semanas en el centro del huracán mediático y de las maniobras geoestratégicas de los distintos actores. Las protestas iniciadas a la estela de Túnez y Egipto han ido derivando hasta escenificar una fotografía compleja en la que confluyen distintos intereses.

Durante mucho tiempo, la figura del dirigente libio ha sido presentada como la de un qaid (líder musulmán) que ha sabido conjugar hábilmente la retórica revolucionaria con una lectura sui generis del islamismo, manteniendo al mismo tiempo una postura de enfrentamiento ante las pretensiones colonialistas de algunas potencias occidentales. Sin embargo, y a pesar de los logros domésticos (en materia de educación y vivienda), la deriva de los últimos años ha contrarrestado buena parte de esos avances, y además, en materia exterior, también ha dado un importante giro, que le ha permitido, tal vez ingenuamente, desaparecer de la «lista negra» de EEUU y sus aliados europeos.

Así, las cifras de desempleo han ido aumentado junto a la frustración de importantes sectores sociales, a lo que se han añadido las dificultades en materia de vivienda, junto a las expropiaciones y proyectos que han beneficiado a los grupos que se mueven en torno a la floreciente industria del turismo y que cada día están más ligados a las tramas de corrupción presentes en la región.

A la hora de intentar comprender a lo que acontece en Libia destaca la importancia de varios actores y factores presentes en la realidad del país.

La llamada oposición. Ofrecer una imagen compacta y homogénea de la oposición al Gobierno libio es sólo posible si uno es rehén de intereses previos. Engloba todo un abanico de posturas, movimiento e ideologías, con poco peso en su mayor parte dentro de Libia y cada uno con su propia agenda. Lo que une a los grupos de exiliados, islamistas, antiguos militares, baazistas, socialistas, liberales... es la demanda de acabar con el régimen de Gadafi, sobre todo con su figura, algo que puede coincidir también con los deseos occidentales de «cambiar algo para que nada cambie», tal y como hemos visto se está intentando en los estados vecinos.

En estas últimas semanas a ese espectro opositor se han unido militares y diplomáticos que han abandonado sus cargos para unirse a la rebelión. En algunos casos lo han hecho convencidos de la necesidad de cambio, pero otros muchos han decidido dar ese paso por puro tactismo. Personas que hasta la víspera han sido parte del engranaje del poder libio han querido aprovechar las demandas populares, y sobre todo el posible apoyo de Occidente, para situarse en una privilegiada situación de cara a un hipotético escenario post Gadafi.

El sistema tribal. El peso tribal es determinante para entender la estructuración y el poder en algunos estados. Yemen, Asia Central, Afganistán y Libia son ejemplo de ello. Históricamente las tribus libias (más de 140 tribus y clanes) han tenido importantes cuotas de poder, sobre todo antes de la independencia de 1951, pero también durante el régimen monárquico posterior. El triunfo de la revolución de los 60 vino acompañado de una nueva política impulsada por Gadafi que intentará contrarrestar ese poder y reforzar el nuevo estado libio.

El complejo sistema que abarca tribus, subtribus, clanes y familias logra en muchas ocasiones que las fidelidades y relaciones dentro de las mismas primen sobre su adhesión al Estado central. De ahí también que la presencia en cargos de poder (civiles o militares) sea vista en ocasiones como un apoyo a una u otra tribu, generando también las consiguientes recelas «perjudicadas».

El propio Gadafi ha sabido, o al menos lo ha intentado, mantener un cierto equilibrio entre ellas, pero no ha impedido que las desconfianzas perduren. Las actuales lealtades de las tribus libias hacia unos u otros, evidentemente, guardan relación directa con las expectativas en torno al futuro escenario libio.

A día de hoy, algunas ya se han decantado. Así, en el este, las tribus Abu Llail y Misurata, con una importante presencia en la región y sobre todo en Bengasi, se sitúan frente a Gadafi, quien a su vez cuenta con el apoyo de la tribu Al-Awaqir, que siempre ha tenido un importante peso en la realidad libia.

En el oeste, la mayor tribu del país, Warfalla, ha decidido abandonar a Gadafi, a quien ha apoyado en las últimas décadas. La tribu del dirigente libio, Qadhafah, sigue fiel. Por último, un importante número de tribus todavía no se han posicionado, esperando el discurrir de los acontecimientos, probablemente para acabar apostando a «caballo ganador». Magariha y Zawiya son dos ejemplos.

Las disputas dentro del régimen. Muchas veces magnificadas por Occidente, es cierto, sin embargo, que en los últimos años sí han tenido lugar algunos pulsos de poder entre sectores del entorno del dirigente libior. Las pugnas sucesorias entre varios de sus hijos, que algunos presentan como un enfrentamiento entre supuestas posturas «reformistas y conservadoras» según se trate de uno u otro de sus hijos; las diferencias entre Saif al-Islam y algunos ministros de la vieja guardia, e incluso las discrepancias entre los hijos y el propio dirigente libio, son ejemplos que han ido apareciendo en la prensa en los últimos años.

Algunas fuentes apuntan que probablemente uno de los mayores riesgos para Gadafi puede presentarse desde dentro de su propia estructura de poder. Los deseos de acaparar más protagonismo y poder, como hemos visto con las recientes deserciones de militares y diplomáticos, podrían contagiarse y poner en serios aprietos al dirigente libio.

Los actores extranjeros. EEUU y sus aliados occidentales han apostado claramente por la desestabilización de Libia, para poder materializar un «cambio de régimen» que sirva a sus intereses.

Desde hace muchos años esos actores han buscado el cambio en Libia, y en ese sentido conviene recordar la inclusión de ese estado en la famosa «lista negra» junto a Irak, Sudán, Somalia, Siria, Afganistán Líbano o Irán. Y vemos cómo en la mayoría de esos países la alianza occidental ha intervenido de diferentes maneras, en la mayoría de los casos con un resultado negativo para las poblaciones locales, muchas de ellas empujadas a un escenario de caos y violencia.

Ahora que esos mismos protagonistas pretenden recuperar los viejos discursos intervencionistas (exclusión aérea, ayuda humanitaria...), cabría interpelarles por su participación directa vía venta de armamento, el mismo que estaría empleando Gadafi para contrarrestar la rebelión, y que en su mayor parte procede de empresas occidentales, algunas con importantes lazos con sus respectivos gobiernos. O incluso por las armas que estarían poniendo en manos de los rebeldes, y que a futuro podría situarnos ante una Libia plagada de armas sin control.

Los intereses, en materia energética o de emigración, han sido determinantes a la hora de entender la postura de Occidente y los deseos de una «nueva Libia» que, al igual que sus estados vecinos, se someta a los designios de Washington o Bruselas. El Gobierno de Gadafi no ha sido impedimento para los acuerdos de gas y petróleo que Italia, Irlanda, Austria, Grecia o el Estado francés tienen firmados con Trípoli, pero un régimen «colaboracionista» sería la fórmula ideal.

Tampoco conviene olvidar los calurosos recibimientos que el propio Gadafi ha recibido por parte de los mandatarios occidentales en los últimos años.

Los medios de comunicación. En ocasiones utilizados y en otras ocultando su desconocimiento, o incluso sirviendo interesadamente a unos u otros, buena parte de los medios de comunicación están también desempeñando su papel. Desde corresponsales que desde cientos de kilómetros de distancia comentan realidades en base a supuestos o a informaciones sesgadas, hasta noticias que hablan de «los bombardeos de la aviación de Gaddafi contra las casas (sin mostrar imágenes), y una líneas más abajo describen la existencia de supuestos francotiradores de Gadafi ¡en los tejados de esas mismas casas!

El manto de silencio que esos mismos protagonistas han desplegado en torno a Túnez o Egipto, la condescendencia que muchos de ellos muestran ante las monarquías del Golfo son factores a tener en cuenta a la hora de valorar la aportación mediática en relación a Libia.

En este sentido, otro protagonista que está siendo objeto de críticas locales es Al-Jazeera, la cadena que ha difundido buena parte de las noticias del mundo árabe y musulmán en el pasado, y que ha permitido que esas sociedades tengan una visión diferente de la que hasta entonces recibía desde cadenas occidentales. Algunos analistas remarcan el papel que este medio, ligado al emir de Qatar, estaría desempeñando. El frío tratamiento de las revueltas en el Golfo o la cobertura de Libia son objeto de críticas que ponen en cuestión el papel que está desempeñando.

El futuro escenario. Es difícil predecirlo a día de hoy, pero sea cual sea, las cosas no volverán a ser iguales. El escenario de una guerra civil parece obedecer más a los intereses de las potencias occidentales, para justificar su intervención, que a la realidad libia. Geográficamente y socialmente es poco probable que nos encontremos ante una situación similar a la que se vive en otros conflictos en el continente africano, y la incidencia del islamismo yihadista también es una incógnita.

En el pasado, tanto los Hermanos Musulmanes como los movimientos yihadistas han sido casi borrados del mapa por las fuerzas de Gadafi, y a día de hoy no se muestran en primera línea. No obstante, no habría que menospreciar la capacidad de estas fuerzas para convertirse en un importante actor en el futuro, en función del desarrollo de los acontecimientos. Además, si finalmente se produce la intervención militar extranjera, el caos que le seguiría sí que sería un campo abonado para las franquicias de Al-Qaeda en la región, como se ha visto en Somalia hace poco tiempo.

Como bien señalan analistas locales, «una guerra civil basada en las diferencias étnicas, regionales o tribales, no está en el horizonte» y el único riesgo vendría de la mano de «una alianza entre los intereses de figuras importantes que han abandonado el régimen y los gobiernos extranjeros».

Si finalmente Gadafi logra controlar la rebelión puede que combine la represión con medidas reformistas, de cara a maquillar la situación frente a las demandas occidentales. Y habrá que ver también, en ese caso la respuesta que algunos gobiernos occidentales, tras su apuesta por el derrocamiento del actual régimen, reciben por parte del propio Gadafi.

Y si la rebelión acaba triunfando, no parece probable que nos encontremos ante un cambio estructural de calado, sino ante el relevo en la cúpula del poder, eso sí, con apoyo extranjero.

Nadie duda que buena parte de las demandas de la sociedad libia sean legítimas, pero al mismo tiempo nadie puede ser tan ingenuo para pensar que las recientes movilizaciones no cuentan con el respaldo material y tácito de las potencias occidentales, que con armas y otras medidas buscan un cambio de régimen favorable para apuntalar sus intereses en Libia y en toda la región.

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