Junto a México, y sin pretensión de desmerecer al resto, Argentina ha desarrollado lo más destacado del cine latinoamericano. Detrás de impecables producciones, directores como Adolfo Aristarain (Lugares comunes), Juan José Campanella (El secreto de sus ojos), Fernando Ayala (La Patagonia rebelde), Luis Puenzo (La historia oficial) y otros cuantos más; han marcado los puntos más relevantes en el mapa del cine trasandino. Pero entre el predominio varonil y galas hollywoodense, en 2001 se abría paso una salteña con anteojos con forma de gato, punzante y radiógrafa de un país que a principios del siglo XXI ya evidenciaba graves síntomas de desmejora; hablamos de Lucrecia Martel.
Elías Miranda / resumen.cl
Nacida en Salta en 1966, Lucrecia Martel no es solo excepción a la regla, es aceptación a una decadencia inexpugnable que tiene actualmente a Argentina en el descalabro. Cuando terminé de ver su filmografía, me sentí en el lugar de una hormiga que se escabulle por entre las grietas del pavimento, evitando desesperadamente no ser pulverizada por la lupa de un infante de siete años. Es que el cine de Martel quema y no precisamente por las llamaradas del clímax. ¿Reconoces la cámara que sigue la carrera de los atletas en los Juegos Olímpicos? Así es el cine de Lucrecia, aunque lejos de la hiperventilada velocidad, avanza al asecho, esperando que sumerjas el último ápice de tu prejuicio en personajes ambiguos y encarcelados en sí mismos. Un rasgo característico -mérito en su trabajo como guionista- es la atmósfera en la que se envuelven sus películas, cargadas de silencio, descripciones de ambiente, miradas desorbitadas y un trabajo sonoro como sello distintivo.
En sus más de 25 años de carrera, cuenta con una filmografía de cuatro largometrajes, los tres primeros correspondientes a la denominada “trilogía de Salta”, mientras que el último se basa en un drama histórico. Además, cuenta con varios cortometrajes disponibles en cine.ar (, totalmente gratis.La Ciénaga (2001), La niña santa (2004) y La mujer sin cabeza (2008) son parte de una formula con común denominador: la fractura irreparable de la clase media-alta argentina, que no es parte de ninguna búsqueda de la identidad, sino más bien una sencilla foto al vacío, prescindiendo de especulaciones; porque no hay intención de Martel por ahondar en rasgos identitarios: “La identidad es una cárcel. Hay una idea de que la identidad nos salva de algo, yo no creo en eso. Lo que llamamos identidad es una cosa muy barata… no creo que ayude a la humanidad a encontrarse consigo misma". El desarraigo de vínculos comunes al que apela la directora, no pasa por renegar realidades, ni por esculpir contenido político a la fuerza. Los elementos que componen la anatomía del cine marteleano se enfrascan en familias disfuncionales, desvaríos morales/éticos y de religiosidad enclaustrada. Ella misma ha sido categórica en afirmar que su escritura no pasa por un coladero político: “yo no estoy pensando “acá voy a poner un componente político”; pienso “acá voy a poner una señora hablando con una sirvienta”; aunque claro, el desarraigo de una intención no implica que el resultado final reúna temáticas de clase y servidumbre.
[caption id="attachment_82031" align="alignnone" width="900"] Lucrecia Martel repartiendo instrucciones a los actores Diego Giménez y Matheus Nachtergale en “Zama”. Foto extraída de Infobae.com[/caption]Si bien sus tres primeros trabajos le valieron un reconocimiento en diversos festivales nacionales e internacionales, tuvieron que pasar casi diez años para que estrenara Zama (2017), su última entrega, ubicada entre las 10 mejores películas de lo que va de siglo, según una lista elaborada en el diario británico The Guardian. Basada en la novela del escritor argentino Antonio Di Benedetto, Lucrecia Martel cuenta que tuvo este libro apilado en su casa durante cinco años y tras un viaje en barco con el libro en sus manos por el río Paraná, fue donde cayó la teja. Sin duda es su película más ambiciosa en cuanto a financiación, producción y locación. Grabada en la inmensidad verdosa del Amazonas, vemos con tal precisión un pausado decaimiento del protagonista, perfectamente homologable a una vela usada que al ocuparla sabemos que no durará mucho. Un gran retrato del colonialismo español en nuestro continente, Zama es el viaje existencial de un invasor a la deriva.
Entre la variedad de críticas que se pueden encontrar por internet (cómo no), una de las más compartidas es lo imperceptible de los conflictos y la lentitud con la que los trabaja, que no es más que la mala costumbre de esperar producciones cargadas de parafernalia, pensando en lo que en su momento Martin Scorsese se refirió al universo de los superhéroes. Pese a la supremacía de las grandes producciones, es reconfortante saber que los nuevos directores/as latinoamericanos estén retomando ese realismo social puro y duro, abordando lo que nos aqueja, como la destacada directora nacional Claudia Huaiquimilla (Mala junta de 2016) que tiene a La Ciénaga entre sus grandes influencias cinematográficas.
Fanática de Naked Lunch, cinta de David Cronenberg, Lucrecia Martel ha dado pie para trabajar el cine latinoamericano desde otras perspectivas, con tratamientos sonoros que han ido perdiendo terreno en un contexto donde muchas veces la música es casi indispensable para acompañar momentos. Una panorámica de lo real, de lo que ignoramos en esas microhistorias que se forman en la vida en convivencia; una radiografía a lo que pareciera no tener arreglo, donde la fractura es irreparable. Esa es la riqueza del cine, que antes nuestros ojos podemos ser capaces de ver por debajo de la superficie, entre los huesos que crujen y se agrietan, como cual máquina de rayos x. Larga vida al cine de Lucrecia Martel y no así a la espera de su próxima film.
“Las cosas son lo que son, no lo que quiero que sean, las cosas son lo que crean y a veces es destrucción; tengo la impresión de que entonces son mala idea, si la realidad guatea recomiendo la ficción”
-Nosecuenta