Las «ganas» que muchos le tienen hace tiempo a Gadafi -aunque al mismo tiempo mantengan acuerdos estratégicos- y el temor a que la ola de cambio acabe con los aliados locales de Occidente explican el silencio sobre la Península Arábiga.Sobre la región planea la pugna que mantienen Arabia Saudí e Irán como potencias regionales.
Mientras la atención mediática sigue centrada en Libia, olvidando intencionadamente lo que ocurre en Túnez o Egipto y pasando por alto otros escenarios, otra sucesión de protestas sacude los cimientos de las hasta ahora intocables monarquías del Golfo Pérsico.
El nerviosismo se ha apoderado de los «cleptócratas reales», conocidos por su animadversión a todo cambio democrático o conato de protesta popular.
La hasta ahora aparente estabilidad de las monarquías del Golfo se debía en cierta medida a una interrelación de factores. El primero, la irrupción de un grupo dirigente y cohesionado que logra unir sus intereses con los de otros grupos poderosos (empresarios, terratenientes, clérigos, militares...), alianza que se plasma en un ideal político que dota a esos gobernantes de cierta legitimidad ante la sociedad. A todo ello habría que sumar el soporte que a este tipo de regímenes del estamento militar y sobre todo, el apoyo incondicional de EEUU y sus aliados.
La represión planificada de toda manifestación opositora, la ausencia de vías para que la población pueda expresarse democráticamente, el control más absoluto de los medios de comunicación, la alianza con diferentes manifestaciones religiosas (según los estados), el enriquecimiento ostentoso de unas pequeñas élites políticas y con fuertes lazos familiares y una corrupción endémica... son características comunes de esos estados-monarquías, y que hasta la fecha no han supuesto ningún contratiempo para la mayor parte de la clase dirigente (política y económica) occidental, que recibe con los brazos abiertos a esos autócratas y déspotas que se enriquecen a costa de sus propias poblaciones.
Ante lo vertiginoso de los acontecimientos, tal vez sea el momento de dirigir una detenida mirada hacia la compleja realidad de la zona.
Bahrein, el pequeño estado que se encuentra entre los dos gigantes de la región (Irán y Arabia Saudí) ha registrado protestas populares masivas. Era cuestión de tiempo, sobre todo si analizamos la historia reciente del pequeño archipiélago, marcada por los continuos intentos para lograr un vuelco demográfico, nacionalizando a emigrantes suníes para contrarrestar a la mayoría de la población chií local; el rechazo sistemático a tomar en consideración cualquier demanda de reformas por parte de la oposición y el incumplimiento de las promesas, realizadas en 2000 y 2001, de cierta liberalización política.
Como en otros lugares, el régimen utiliza una mezcla de sectarismo (anteponiendo el supuesto enfrentamiento entre chiíes y suníes) y de perjuicio de clase (desdeñando a todos los que se han quedado fuera del reparto del poder). Por ello, en torno a la familia real de los Al-Jalifa, encontramos a la burocracia estatal (beneficiaria de los contratos con empresas extranjeras), los empresarios locales y sobre todo el Ejército (compuesto en su mayor parte por soldados paquistaníes de procedencia baluche o punjabí, y a quienes curiosamente Occidental no tilda de «mercenarios»).
Y frente a las fuerzas de palacio, hasta hace unos años se encontraban dos movimientos opositores importantes, al Wifaq (un grupo chiíta) y Wa´ad (laico y no sectario), pero la decisión de ambos de participar en las elecciones de 2006 se materializó con la formación de un nuevo movimiento opositor, Haqq, un Movimiento por la Libertad y la Democracia que cuenta con figuras políticas de peso que han apostado por organizar las bases sociales atrayendo a seguidores de las comunidades chiíes y suníes, así como a antiguos militantes de los otros grupos opositores.
A ellos hay que sumar grupos de activistas jóvenes que han apostado por la defensa de los derechos humanos y que han sido víctimas de la brutalidad del régimen. Los eslóganes de los manifestantes señalan en cierta medida la superación del supuesto sectarismo, así como la necesidad de ir más allá de un mero cambio facial del régimen.
Es evidente que los acontecimientos en Irak o el peso de las minorías chiíes en los otros estados del Golfo tendrán su influencia en lo que ocurra en Bahrein, como lo es que si en este Estado tiene lugar una importante transformación política y social, las consecuencias influirán en los países vecinos, donde la población puede seguir el mismo camino.
Y todo ello sin olvidar la importancia geoestratégica de Bahrein, que a día de hoy alberga a la quinta flota de EEUU y que sirve como base permanente para Washington en una región muy «complicada» desde el punto de vista geopolítico.
Yemen parece de momento, y mediáticamente hablando, el gran «damnificado». Las protestas han añadido una nueva ficha al ya de por sí complejo y complicado escenario yemení. Los llamamientos a un «diálogo nacional» pueden haber llegado demasiado tarde.
Saleh se apoyó en las tribus del norte, pero la reciente muerte de dos importantes líderes tribales, que ha abierto pugnas por el poder y una nueva relación con Sana'a, puede trastocar el hasta ahora impermeable poder tribal y poner en entredicho el sistema de «favores» que el presidente ha ido forjando para asegurarse el apoyo tribal.
El vacío de poder, la corrupción y la ausencia de transformaciones democráticas han sido la tónica de Yemen, algo que tampoco parecía preocupar a Washington, conforme con el supuesto apoyo del Gobierno yemení a la campaña «contra el terror» desplegada por la anterior Administración y que Obama sigue cumpliendo.
La guerra abierta del régimen contra la minoría chiíta del norte, las divisiones entre el norte y el sur secesionista y la presencia de importantes elementos de las redes del movimiento yihadista transnacional, contribuyen aún más a deteriorar la situación y a colocar a Yemen al borde del precipicio.
Un deterioro importante de la situación podía situar a Yemen en una situación similar a la de Irak, Afganistán o Somalia, aunque tendría también sus consecuencias directas en la vecina Arabia Saudí o en otros estados del Golfo.
Omán parecía hasta ahora una especie de oasis en la región. Sin embargo las cosas también están cambiando en el último sultanato de Arabia.
El hecho de que la corriente islámica predominante del país sea el ibadhismo ha mantenido alejadas las tensiones e influencias de las ramas más radicalizadas del sunismo o del chiísmo, al tiempo que ha propiciado una cierta modernización religiosa, evitando en buena medida las prácticas más reaccionarias de sus vecinos saudíes.
La cuestión tribal -el actual sultán Qabus se apoya en los gobernadores locales (walis),- siempre ha sido clave. Las diferencias entre los habitantes de la capital, Muscat, más abiertos que aquellos que proceden del interior y guardan unas costumbres más rígidas, siempre han estado presentes en Omán.
La situación económica, tras el boom del pasado, ha dado lugar a importantes carencias para la población local, que si bien no se ocupa de las labores más duras (las brigadas de trabajadores extranjeros con sus buzos azules se pueden ver en todo el país), está viendo cómo otros extranjeros están desempeñando los empleos ligados a la hostelería o el mundo de las finanzas e incluso son la mano de obra que adquieren las empresas extranjeras. Todo ello unido a unos salarios muy bajos con los que no pueden hacer frente a la inflación, y a las demandas ligadas cada vez más a una transformación social y política.
Las diferencias de Omán con sus vecinos del Golfo son evidentes, pero es patente la preocupación de la Casa Blanca y de los palacios de algunas petro-monarquías locales. Por un lado está la importante posición estratégica: puerta de control del estrecho de Ormuz, y con fronteras con los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Yemen. Y de todos es sabido que el paso del petróleo por esa zona es una de las principales preocupaciones de Occidente, temeroso de que cualquier cambio pueda de poner en entredicho el tránsito del crudo, vital para las economías de buena parte del mundo.
No hay que olvidar el pasado de Omán, donde la resistencia a la ocupación extranjera junto a las alianzas que en el pasado se forjaron entre fuerzas progresistas, nacionalistas árabes y algunas tribus del sur, podrían dotar de una nueva perspectiva a las protestas locales, y al mismo tiempo servir de modelo para otras realidades de la zona.
Arabia Saudí o las grietas en la casa de los Al-Saud. Nadie duda tampoco del peso que a día de hoy adquiere este gigante árabe, tanto en clave regional como más allá del Golfo. Este aliado estratégico de Occidente es el Estado más poblado de la región, y uno de los más ricos. Su régimen dictatorial y absolutista no recibe presión alguna desde EEUU o la UE.
La intocable monarquía de la familia Al-Saud debe hacer frente a toda una serie de realidades que puede llevarle a una crisis de consecuencias impredecibles. La transformación de la realidad social se hace cada vez más evidente, y si en el pasado el boom del petróleo contentaba a la población, son cada vez más los sectores que ven cómo la riqueza sigue llenando los bolsillos de la casa real y la pobreza comienza a extenderse entre los saudíes de a pie y el paro amenaza cada día a más familias.
Los lazos comerciales y políticos con Washington siguen favoreciendo, de momento, a los Al-Saud. A día de hoy, los acuerdos en torno al petróleo o a la venta de armas (es uno de los que más gasta per cápita en armamento militar del mundo) son básicos para entender la supuesta estabilidad.
Sin embargo, encontramos también un importante sector de las tendencias más reaccionarias del islamismo actual, cuyos clérigos representan la voz de posturas cercanas al yihadismo transnacional, todo ello junto a la presencia de células amadas de esa tendencia que ya en el pasado han llevado a cabo ataques contra intereses extranjeros.
Y otro frente que preocupa en Riad es el de la minoría chií del este del país, que habita en la región de Al-Hasa, donde se encuentran los principales yacimientos de petróleo. La población local es excluida de las riquezas que se extraen en sus tierras, lo que unido a la brutal represión, hace que germine continuamente el rechazo al régimen, mientras que los monarcas saudíes prefieren ver «la mano extranjera» (en clara referencia a Irán).
Y es que ése es otro de los ejes claves para entender el posicionamiento de los actores en torno a la región, y los apoyos que unos u otros puedan recibir. Sobre toda la zona planea esa pugna entre Teherán y Riad, y cualquier alteración de la situación puede inclinar la balanza hacia uno u otro lado, con las consecuencias que ello traería.