Las calles, plazas y puentes de todas las ciudades a lo largo de Chile se han
transformado en las arterias donde fluyen y circulan miles de estudiantes y ciudadanos,
entonando y gritando las demandas por cambios estructurales en la educación los que, a su
vez, exigen cambios sustanciales en el paradigma económico, en el carácter y rol del Estado
y en su conjunto, en el pacto social constitucional del país. Desde hace meses las
movilizaciones no han cesado, recuperándose y adaptándose algunas consignas de antaño,
cantándose nuevas que apuntan críticamente al corazón del modelo social y económico
financiero neoliberal actual: el mercado, el crédito, el endeudamiento, el lucro, la inequidad
social y educativa.
Y si bien inicialmente parecía que se hubieran abierto, al fin, las Alamedas, marcando la
llegada de la hora histórica anunciada por el discurso final de Allende, el desarrollo de los
acontecimientos con el recrudecimiento de la represión policial, las amenazas y
amedrentamiento a los/as dirigentes estudiantiles por parte de adherentes oficialistas y la
actuación provocativa de policías encapuchados infiltrados de civil, nos recuerdan que
estamos en un régimen político dirigido por la derecha chilena, heredera de las prácticas de
la dictadura militar y verdadera fundadora del régimen neo-liberal que busca resguardar. Y
mientras los jóvenes copan el cuerpo de Chile y la represión enfurece, suenan los
cacerolazos del apoyo ciudadano, recordando el tiempo de las protestas.
Si no ha llegado aún el tiempo de las alamedas, ha brotado con fuerza la voluntad de poder
de la nueva generación para presionar sobre ellas hasta lograr su verdadera Apertura
histórica.
* * *
Los que realizamos el oficio de historiar nos preguntamos acerca del carácter de este
movimiento y del significado de su irrupción histórica. ¿Se trata de una fase más del
movimiento estudiantil post-dictadura? ¿Corresponden sus demandas a reivindicaciones
básicamente sectoriales? ¿Cuál es la forma de hacer política de este movimiento? ¿Qué
relación tiene este movimiento con la historia de Chile y su fractura provocada por el golpe
armado de 1973? ¿Cómo se articula este movimiento con el camino y orientación de la
historicidad secular de Chile? ¿Qué memoria social y política ciudadana ha activado la
irrupción callejera y discursiva estudiantil?
Si bien es arriesgado responder a estas preguntas cuando se trata de un movimiento en
marcha, los que aquí firmamos lo hacemos como una necesidad de aportar desde la
trinchera de nuestro oficio, con la plena convicción de que estamos ante un acontecimiento
nacional que exige nuestro pronunciamiento, sumándonos a tantos otros que se han
realizado y se realizan cotidianamente desde distintos frentes institucionales, gremiales y
civiles.
1. Consideramos, en primer lugar, que estamos ante un movimiento de carácter
revolucionario anti-neoliberal. Si bien es claro que las demandas del movimiento
estudiantil emergen desde la situación específica de la estructura educativa del país,
basada en el principio de la desigualdad social, una transformación a esta estructura
–como bien lo dicen los gritos callejeros- exige un cambio estructural en el modelo
neo-liberal, donde reside la clave ordenadora del principio de desigualdad extrema,
así como de su correspondiente figura política de Estado en tanto aparato mediador,
neutralizador y garante, a través de sus propias políticas sociales, de dicho principio
des-igualitario; estructura económico-política sustentada en la escritura de una carta
constitucional legitimadora de dicho principio de desigualdad extrema.
No es de extrañar, así, que el movimiento estudiantil actual encuentre un tan amplio
respaldo ciudadano: en la categoría dicotómica de “deudores” respecto de un grupo
legalmente abusivo y corrupto de “acreedores”, se encuentra la mayoría de los
chilenos que grita y cacerolea su apoyo a los estudiantes: porque los estudiantes no
son solo “estudiantes” sino que son ellos mismos en tanto deudores. Porque no sólo
los estudiantes viven en el principio de la desigualdad, sino la mayoría social
chilena actual lo sufre en carne propia. Lo social particular y lo social general se
auto-pertenecen y se auto-identifican mutuamente en una unidad que se construye y
se concientiza sobre la marcha.
Así, el movimiento estudiantil, aparentemente sectorial, constituye un “movimiento
social” que, al tocar el nervio estructurante del sistema, irradia e identifica a la
sociedad civil ampliada, reproduciendo socialmente la fuerza de manifestación de su
poder, descongelando el miedo y aglutinando los discursos y las prácticas
fragmentadas.
Es decir, el movimiento estudiantil actual tiene un carácter radical en cuanto busca
revertir el principio capitalista neoliberal de la desigualdad extrema que construye
la sociedad actual, por el principio de la igualdad -promesa irrenunciable de la
modernidad, a pesar de cualquier post/modernidad-; principio que, desde la esfera
educativa chilena, se propaga como fragancia de nueva primavera a todas las esferas
de la sociedad.
2. Este movimiento ha comenzado a recuperar lo político para la sociedad civil,
poniendo en cuestionamiento la lógica de la política intramuros, y con ello el
modelo de seudo-democracia y legalidad que no ha cortado el cordón umbilical con
la dictadura.
Se trata de una política deliberativa en el más amplio sentido de la palabra, que
trasciende los esquemas partidarios (a pesar de las militancias personales de algunos
dirigentes). El movimiento muestra cómo, a través de la orgánica de las bases
movilizadas, con el apoyo de las redes comunicacionales (“política en red”), se
ejerce el poder de las masas en el escenario público, presionando por la
transformación de las estructuras.
Este hecho está replanteando los fundamentos del cambio social histórico,
cuestionando las modalidades verticalistas y representativas, propias de la premisa
moderna, propiciando activamente formas de democracia directa y descentralizada.
Por otra parte, respecto de la relación del movimiento con el sistema político y el
gobierno actualmente imperante, este movimiento corresponde a un nuevo momento
de su trayectoria histórica posdictadura, en el cual la vinculación con la
institucionalidad se realiza básicamente desde la calle, no habiendo entrado a la
negociación institucional dada al interior de los recintos gubernamentales. Desde
esta perspectiva, lo nuevo de este movimiento es la “política abierta” o “política en
la calle” que, al mismo tiempo que permite mantener el control del territorio propio
de la sociedad civil, difunde y transparenta su discurso, su texto y sus prácticas a
plena intemperie, ante toda la ciudadanía. La política clásica de los gobiernos
concertacionistas de “invitación al diálogo” se ha vuelto una trampa ineficaz,
manteniendo el movimiento social actual la fuerza de sus propias prácticas de
poder.
Así, las movilizaciones estudiantiles y sociales que hoy se desarrollan a partir de las
demandas por la educación, no sólo ciudadanizan lo educativo y lo sitúan como
base fundamental del proyecto de sociedad, sino que dan cuenta de la crisis del
sistema político, cuestionando y transgrediendo la “democracia de los acuerdos”,
consagrada como principal herramienta para neutralizar y postergar las demandas
sociales.
Esta nueva política encuentra su expresión manifiesta en un tipo de protesta social
que rompe los marcos impuestos tanto por la cultura del terror de la dictadura,
como la del “bien mayor” de la transición. A través de una incansable apropiación
del espacio público y, en general, a través de prácticas corporales de no-violencia
activa, el movimiento ha generado múltiples acciones culturales en un lenguaje rico,
plástico, inclusivo y audaz que interpela el cerco de la represión policial y de los
medios que criminalizan la protesta.
3. Si bien este movimiento corresponde a un momento nuevo de la política y de la
historia social posdictadura, este sólo puede comprenderse desde la perspectiva más
amplia de la historicidad siglo xx en Chile. En el curso de ésta, la equidad
educacional junto a las limitaciones legales impuestas al capitalismo anárquico,
habían alcanzado una maduración estructural en los años ‘60 y ‘70, siendo este
proceso abortado con el golpe del ’73 en su fase de plena consolidación. El
movimiento social estudiantil actual es expresión de la voluntad y del acto de
recuperación de esa hebra rota de nuestra historicidad. Es la irrupción del brote de la
semilla que fue pisada y soterrada por la bota dictatorial y el neoliberalismo. Es el
renacimiento, en la nueva generación, del sueño y voluntad de sus padres de fundar
una sociedad basada en la democracia, la justicia social y los derechos humanos
fundamentales, de los que la educación es uno de sus campos más fértiles.
En efecto, el pacto social educativo alcanzado en los ’60 y ’70 fue el fruto de una
larga lucha dada por muchas generaciones desde mediados del s. xix. Proceso y
lucha que consistió básicamente en la voluntad política progresiva de arrancar los
niños proletarizados en el mercado laboral, para escolarizarlos, como una vía hacia
una sociedad más equitativa y como un camino de emancipación social y cultural.
Este trayecto histórico, que involucró a toda la sociedad, alcanzó a producir semillas
que fructificaron en las décadas del ’60 y ’70 cuando el Estado y la sociedad civil
hicieron del pacto social educativo uno de sus más caros proyectos de construcción
de nueva sociedad democrática. Es ese proceso el que hoy irrumpe nuevamente en
el discurso y en la práctica del movimiento estudiantil. Se trata de una generación
que no acepta volver a ser objeto de mercado al que deban proletarizarse sin mas, ya
por la vía del endeudamiento o de una educación de mala calidad. Lo que está en
juego y que hoy se encarna en este movimiento, es el “proyecto y pacto social
educativo republicano/democrático” chileno, como principio ético-político de
igualdad social.
Aquí radica la densidad histórica de este movimiento, produciendo, a su paso, una
irrupción de memoria histórica en el seno de la ciudadanía: la memoria de los
padres y abuelos que marchan y cacerolean su apoyo a la nueva generación que está
recogiendo y tejiendo a su modo la hebra de nuestra historicidad.
Así, en su triple carácter dado por su alcance revolucionario anti-neoliberal, por la
recuperación de la política para la sociedad civil y por su conexión con la historicidad
profunda del movimiento popular de Chile contemporáneo, el actual movimiento ciudadano
que los estudiantes de nuestro país aparecen encabezando con fuerza, decisión y clara
vocación de poder, recoge y reinstala las dimensiones más consistentes que la frustrada
transición chilena a la democracia sacrificó.
* * *
A través de estas breves reflexiones este grupo de historiadores/as chilenas, con el apoyo de
mucho/as, saludamos al movimiento estudiantil y adherimos a las reivindicaciones
estructurales que ellos han instalado sobre la política chilena. Saludamos y nos sumamos a
las demandas de Asamblea Constituyente.
Al mismo tiempo, invitamos a no ver a este movimiento actuando en la sola coyuntura de
este gobierno de derecha, sino a tomar conciencia de que este es un momento de un proceso
histórico ya en marcha, cuyo principal fruto sin duda será dejar instalada definitivamente la
demanda de las reformas estructurales al neoliberalismo, como irrenunciable voluntad de
poder de la ciudadanía y como agenda indispensable de los proyectos políticos inmediatos
y porvenir.
16 de Agosto del 2011
Comité Iniciativa:
Karen Alfaro Monsalve
Fabián Almonacid Zapata.
Pablo Artaza Barrios.
Mario Garcés Durán.
Sergio Grez Toso.
M. Angélica Illanes Oliva.
Alexis Meza Sánchez.
Ricardo Molina Verdejo.
Julio Pinto Vallejos.
Gabriel Salazar Vergara.
Verónica Valdivia Ortiz de Zárate.
Adherentes: