Se dice de ella que es una ola, pero en realidad es un tsunami. Así como febrero de 2010 cambió nuestra consciencia sobre la naturaleza de Chile como país telúrico, este mayo de 2018 la llamada ola feminista avanza para cambiar la historia impactando el tótem del sexismo que las malas prácticas académicas han perpetuado impunemente de maestro a discípulo, generación tras generación, contaminando tanto a docentes como a estudiantes. Esa academia ha transcurrido en cofradía sin autocrítica ni sintonía con los escenarios actuales de denuncia que, por primera vez, exigen masiva y organizadamente erradicar el machismo que impera en las aulas del país, entendiendo que sólo mutando esa estructura será posible poner fin a siglos de violencia, desigualdad, discriminación y vulneraciones de todo tipo en contra de la mujer.
¿De dónde emana esa cultura machista? Sabemos que del sistema patriarcal que al mismo tiempo marca el origen del capitalismo. Pero ¿quién se encarga de adoctrinarnos en ello hasta hoy? La plataforma es nada menos que el proceso transversal que signa nuestra vida entera: la educación. Las universidades cumplen un rol preponderante en ese proceso, porque consolidan en la adultez los discursos instalados desde la infancia. Cuando esos discursos son patriarcales, resultan profundamente nocivos ya que potencian una visión violenta del mundo, forman a personas llenas de miedo a lo diferente, personas centradas principalmente en competir, en homogeneizar y explotar a su entorno. Todo eso somos. Esos cimientos sociales casi inmutables que padecemos son los que la marea feminista vino a fracturar, por esa fractura entra la luz que disipa tanto tiempo de oscurantismo.
Y así como la fuerza de la naturaleza pone al descubierto las precarias condiciones sociales del territorio, el feminismo visibiliza la catástrofe del abuso que miles de personas soportan a diario en los más diversos ámbitos por el solo hecho de ser mujer, incluidos espacios supuestamente seguros como lo es un aula universitaria. El feminismo nos muestra que allí donde el respeto mutuo es un supuesto esencial a la experiencia de aprender y enseñar, la mala academia ha naturalizado la denigración de la mujer asumiendo con eficiencia la tarea de eternizar esa doctrina transmitiéndola, como todo un sistema pedagógico de la humillación. Síntoma de tantas otras exclusiones y violencias provenientes de la mirada binaria sobre lo étnico, las clases sociales, el género.
Esos malestares encarna el actual movimiento de mujeres al que adhieren las jóvenes de secundaria, estudiantes universitarias e investigadoras de todo Chile. Ellas son quienes mantienen viva la lucha para la emancipación iniciada por sus ancestras, sumando al “Ni una menos”, “Vivas nos queremos”, “Hermana yo te creo”, una nueva consigna "Educación feminista y no sexista" tan reivindicatoria como lo fue en los ochentas “Democracia en el país y en la casa”.
Aunque todas las acciones feministas desplegadas en las 15 universidades y 30 facultades en toma resultan valiosas y pioneras (como la inédita toma del Instituto Nacional por parte de estudiantes del Liceo Carmela Carvajal), hace especial eco lo que ocurre en las facultades de Derecho de la Universidad de Chile (la más antigua del país y de reconocida tradición misógina) y de Educación de la Universidad de Concepción, dado que esta ola de cambios precisamente problematiza cómo estamos educándonos y cómo estamos ejerciendo nuestros derechos. Temáticas transversales al cuestionamiento sobre la distribución de los recursos y del poder. Esa es la lucha que despierta el feminismo, espacio en el que caben todos los hombres también, aunque todavía no lo comprendan y continúen pasivamente presos de sí mismos sin hacer nada al respecto o más bien haciendo todo mal, mofándose, defendiéndose o atacando sin límites.
Ambas universidades están rankeadas entre las mejores del país y de América Latina, ambas se encuentran enfrentando este movimiento con una serie de denuncias que incluso retroactivaron experiencias de humillación, acoso sexual y abuso. Ambas están encabezadas por rectores recién electos: Ennio Vivaldi Véjar, que mantiene su cargo en la Universidad de Chile; y Carlos Saavedra Rubilar, que desde este mes releva veinte años de rectoría de Sergio Lavanchy en la Universidad de Concepción.
Además, como sucede en estos momentos con todas las autoridades de Chile, están siendo doblemente interpelados ya que hoy son los hombres quienes deben reflexionar críticamente sobre su posición de poder androcéntrico, dominante, privilegiado; y son los rectores los llamados a escuchar y alinearse a la vanguardia que las mujeres en general y las feministas en particular, instalaron en sus campus para desaprender, para refundar las representaciones del conocimiento con las que se educa a las personas.
Qué buena suerte tienen esos rectores. Qué orgullo deben sentir frente a las estudiantes valientes que toman posición activa y los exhortan al desafío de una nueva era ¿Existe mejor escenario para hablar con los hechos que una fuerza social en ascenso como es el feminismo?
Es una inmensa oportunidad más aun recién iniciando su periodo y a un año de celebrar el centenario de la Universidad de Concepción. Ese es el verdadero panorama UdeC del nuevo rector Carlos Saavedra Rubilar, quien tiene la buena estrella de estar inmerso en un proceso histórico y revolucionario impulsado por mujeres autoconvocadas de la Facultad de Educación, la primera toma feminista y separatista en cien años de universidad, un espacio reflexivo y político de mujeres planteando soluciones para mujeres. Si en el siglo pasado se logró conquistar derechos políticos y civiles como el voto, el control de la natalidad, el divorcio, el acceso al trabajo; el siglo XXI evoluciona hacia una Educación libre de sexismo y abusos, una pedagogía feminista. Si la nueva rectoría en la UdeC comprende con lucidez, si acoge las demandas y propuestas de las estudiantes en toma, inscribirá este 2018 como el año de la transformación con matriz feminista al centro de los cambios en el alma mater.
Luego, si avistamos a las jóvenes que están una generación más allá en prospectiva, veremos que la fuerza de esta ola nos precipita al próximo eslabón: la revolución doméstica. Cuando las mujeres puedan librarse definitivamente del mandato de criar, del trabajo doméstico no remunerado convenientemente confundido con la idea de amor (como en las estampas callejeras de la artista Ailen Possamay). Porque es en la familia donde aún permanecen ocultas las más relegadas, la mujer rural, las dueñas de casa, las ancianas, las niñas que asumen el rol de cuidadoras. La lucha de las mujeres está creando un mundo nuevo y todo lo que se dice es cierto, llega con las nietas de las brujas que antaño no pudieron matar. La revolución está siendo feminista.
* Periodista Investigadora en Cultura, Educación y DDHH. Fundadora del programa "Activa tu Presente con Memoria", educación artística no formal con enfoque de Derechos