Ángel Sanhueza - Lyon, Francia / Resumen.cl
Después de tres meses de movilización de los “chalecos amarillos”, la contestación a las medidas económicas y sobre todo, la denuncia de los costos sociales que ha tenido la implementación paulatina, pero constante, de políticas neoliberales en los últimos 25 años, van mostrando que la defensa de un cierto modelo social, creado al amparo de los llamados “treinta gloriosos” (años de post guerra que trajeron una gran prosperidad económica y social).
Sin entrar en las precisas y clarificadoras consideraciones que el último número del Le Monde Diplomatique llama, “La Lucha de Clases en Francia”, no podemos dejar de señalar que el neoliberalismo ha buscado desmantelar paulatinamente este modelo de sociedad, donde el Estado juega un rol crucial en la mantención de una cierta equidad en los beneficios sociales, en particular, para los más desposeídos.
Lo que está en crisis en Francia es una determinada forma de desarrollo donde la función del Estado se ha ido diluyendo, desde el punto de vista de los sectores populares, y desentendiendo de sus obligaciones sociales.
Quienes manifiestan hoy en las calles los fines de semana, quienes se encuentran en las rotondas de caminos rurales o secundarios, son quienes, hoy, concretamente, denuncian, que ya no es posible vivir con sus escuálidas pensiones, con sus bajos salarios o la precaridad a la que modelo de desarrollo los ha condenado. No se trata ya de la la bencina o de si 80 kilómetros de velocidad es mejor o peor. De lo que hoy se discute es de la fragilidad social que significan los puestos de trabajo a tiempo fijo (dos o tres meses de trabajo y después la cesantía), de condiciones y salarios que no siguen, desde hace mucho tiempo, los reajustes constantes del alza del costo de la vida, de la pauperización de quienes están al final de la escala de salarios, los trabajadores precarios y de desempleados.
Después de tres meses este movimiento ha ido decreciendo en la cantidad de manifestantes que se desplazan los días sábado, pero continúa contando con el apoyo de más de 54% de la población, independiente de los hechos de violencia denunciados por el gobierno y ampliamente difundidos por la prensa.
Durante todo este tiempo, la represión ejercida directamente contra los manifestantes, no ha decaído, ni el rol de la prensa, ni la furia de una intelectualidad ligada a la defensa de los valores tradicionales y profundamente enraizados en la burguesía francesa y que, como antaño, ha llegado a excesos de lenguaje, que recuerdan otros periodos de la historia de la confrontación social en Francia.
Hoy podemos citar entre otros a un ex ministro de la educación de Sarkozy, Luc Ferry, refiriéndose a la poca represión desatada contra los “chalecos amarillos”, pues declaraba en una radio parisina, (Radio Classic el 7 de enero) : “Que ellos se sirvan de sus armas de una buena vez”, contra “esa especie de matones, esos bastardos de la extrema derecha y de la extrema izquierda o de los barrios que vienen a golpear policías”… con la clara intención, no sólo de deslegitimar la movilización considerándola como una acción de la extrema derecha, sino llamando a una represión más dura y sangrienta, de las que la historia de Francia esta plagada.
Después de la comuna de Paris con sus 20 mil muertos y casi cuatro mil detenciones, Émile Zola escribirá: “El baño de sangre que acaban de tomar (el pueblo de Paris) fue quizás de una terrible necesidad para calmar algunas de sus fiebres." (1)
Una inmensa herida, nunca completamente cerrada, se ha reabierto en la sociedad francesa, es la herencia de la lucha de siglos, es la herencia de la vieja e histórica disputa entre los que nada tienen o aquellos para quienes las migajas no son suficientes para mal vivir y los poderosos.
La necesidad de retomar la iniciativa por parte del gobierno y en especial de Macron, por la personalización a ultranza de la función presidencial, frente a las próximas elecciones europeas del mes de Mayo, lo han llevado a plantear un gran diálogo nacional… Después de haber desahuciado, durante 18 meses los cuerpos intermedios hoy Macron trata, de encaminar el diálogo nacional sobre sus propias y únicas propuestas, con un lenguaje condescendiente y profesoral cuando señala : "Mes enfants, (mis niños)… dando lecciones de moral y de realismo político porque no se puede hacer esto o esto otro, son un intento, febril, de retomar la iniciativa política."
El envío de gran parte de sus ministros a explicar e intervenir en estos debates ciudadanos para predicar la “buena palabra” del gobierno y donde él mismo ha participado en reuniones maratónicas de seis o siete horas y, en mangas de camisa, explicar y re explica lo bien fundado de sus medidas y de la necesidad de llevarlas adelante, cerrando de paso toda posibilidad de discutir demandas centrales como la reinstalación del impuesto a la fortuna, una reivindicación central de los “chalecos amarillos” y apoyada mayoritariamente por la población.
En este proceso, la idea de un plebiscito hace lentamente su camino, pero un plebiscito absolutamente controlado y donde no estaría en juego el rol del Jefe de Estado ni de Gobierno, circunstancia mucho más controlable que una disolución del parlamento y el llamado a nuevas elecciones legislativas.
La discusión que hoy atraviesa la sociedad francesa lentamente va dejado claro que las últimas elecciones lejos de haber sido un apoyo a un candidato o la adhesión a un proyecto, fueron la expresión de un “ras le bol”, “hasta la coronilla”, de una población que ya poco o nada cree a la clase política y que al final, frente a la extrema derecha que logró pasar a la segunda en las últimas elecciones presidenciales se volcó, masivamente, a votar contra la candidata del Frente Nacional.
Emmanuel Macron asumió que había sido su propuesta la que había sido plebiscitada, en condiciones que, sin partido, sin una organización eficaz, el sólo hecho de encontrase frente a Marine Le Pen en la segunda vuelta, permitieron su entrada al Palacio del Eliseo.
El ejemplo más claro de esto, es que en la segunda vuelta de las elecciones legislativas, que se produjeron dos meses después de la presidencial, la abstención en la segunda vuelta fue masiva, más de la mitad del padrón no se presentó a ejercer su derecho ciudadano, lo que permitió al movimiento del presidente obtener la mayoría absoluta en el parlamento, con apenas 8 millones de votos, de un cuerpo electoral de 45 millones de potenciales electores…
Ho la revuelta que cada día se hace más concreta y dura -por primera vez después de las manifestaciones de la guerra de Argelia no se registraban muertos en movilizaciones- señalan claramente que un límite ha sido alcanzado, un estadio nuevo donde observadores de largo tiempo de la política francesa señalan la particularidad del momento histórico que vive el país…
Referentes de la prensa francesa cercanos al poder y por quienes ninguna acción masiva debe traspasar los marcos escuálidos de una legalidad de clases, no dejan de llamar a la calma y que esto acabe, sin ver que esta vez son los franceses de abajo, los sin grado como dicen, quienes se movilizan para denunciar que la pobreza y la desigualdad han avanzado de la mano de un sistema injusto.
Efectivamente podemos señalar que la actual confrontación en la sociedad francesa es una de clases, una confrontación contra un Estado y gobierno que protege y ampara a quienes lo tienen todo, mientras desde la otra vereda, millones ven como la pobreza y las carencias se acumulan en un modelo de sociedad que aumenta y profundiza las desigualdades sociales.
El modelo liberal ha mostrando su incapacidad de asegurar el bienestar de la gran mayoría de la población, la crisis de crecimiento del sistema de acumulación lo lleva a marcar el paso, permitiendo que sólo una minoría privilegiada pueda usufructuar de ganancias exageradas y degeneradas, obtenidas a costa de la degradación de las condiciones de vida de la gran mayoría de la población.
Nunca antes los ricos habían sido tan ricos y acumulado semejantes ganancias, aun con un bajo crecimiento en la economía (1,5% a 2%), largamente insuficiente como señalan los economistas, sin embargo, en la pirámide de la concentración y re distribución de la riqueza las grandes fortunas se refriegan las manos porque nunca antes habían acumulado tanta riqueza y nunca antes tanta riqueza había ido a parar a los paraísos fiscales.
Emmanuel Macron no puede sacarse la etiqueta de presidente de los ricos, es muy cierto, la movilización que tiende a mantenerse y a involucrar a otros actores sociales como los sindicatos, va señalando claramente un camino, sin embargo, sin proposiciones transformadoras de fondo, asumidas mayoritariamente por la población y el surgimiento de liderazgos claros que re planteen nuevas formas de hacer política, la oportunidad que se abre para buscar nuevas formas de organización y de participación social, serán cooptadas por quienes desde el poder y con esa concepción de la cual ya Carlos Marx nos señalaba, de una “conciencia de clase para sí”, buscarán mantener sus privilegios, independientemente que para ello, deban hacer algunas concesiones que en nada disminuirán su condición de clase dominante.
(1) Le Monde diplomatique