La primera vez que pasé frente a él, pensé que se trataba de la instalación de las vigas principales para una nueva multitienda o -más ingenuamente- de los cimientos para el nuevo puente sobre el Bío Bío que nos habían prometido.
Me costó un momento comprender, que aquellas torres oscuras y retorcidas eran en realidad un monumento a las víctimas del terremoto del 27 de febrero. Y más aún, hasta la fecha no comprendo que se haya gastado en ellas la friolera de 2.000 millones de pesos.
2.000 millones de pesos. No es fácil sopesar la cifra. 2.000 millones de pesos costó restaurar los cerros Alegre y Concepción en Valparaíso. 2.000 millones costó restaurar la ruta entre Freire y Villarrica. El apoteósico operativo de rescate de los 33 mineros en San José tuvo ese costo.
No me malinterpreten. No soy de los que creen que todo el erario debe usarse sólo en inversión social. Aunque algunas voces aún critican su costo, creo que la Fuente Bicentenario en Providencia es uno de los grandes aciertos de la comuna. Un lugar mágico que no sólo es imposible no voltearse a admirar, sino que revitalizó el Parque Balmaceda como punto de encuentro de familias, parejas, artistas y -convenientemente- de turistas.
Pero gastar 2.000 millones de pesos en 5 bloques irregulares de concreto gris, es otra cosa.
¿Recordarnos todos los días los edificios que cayeron con el sismo? Genial idea, considerando que tuvimos que soportar durante casi 3 años el deprimente espectáculo de las ruinas del edificio Alto Río y la Torre O’Higgins, entre otros.
Es que en la Región del Bío Bío, parece que las prioridades no están muy claras. Mientras monumentos nacionales como la planta hidroeléctrica Chivilingo -concebida por el propio Tomás Edison- o el remolcador RAM Poderoso -uno de los barcos más antiguos de Latinoamérica- pudren sus daños en el olvido, se destinan 400 millones de pesos para el emplazamiento de… una bandera gigante junto a la Intendencia Regional.
Tanto la bandera como el monumento al terremoto del 27F generaron una fuerte oposición entre quienes vivimos en la ciudad. En los últimos meses, no hay penquista con quien haya conversado del tema que no los haya calificado como una soberana tontera (por decirlo suavemente). Pese a ello, el gobierno insistió y acabó por concretar el levantamiento de ambos, con total indiferencia hacia la opinión de la comunidad.
Es probable que la mayoría de los penquistas no seamos críticos de arte como para comprender a cabalidad las imágenes conceptuales del cuestionado monumento. Por lo mismo y tratándose de un tema tan delicado como el sufrimiento, ¿por qué no se atendió la sugerencia de los familiares de las víctimas del edificio Alto Río y se emplazó un parque?
Un parque. Una obra viva como homenaje, que puede ser recorrida, disfrutada y que cualquier ser humano con sentidos es capaz de apreciar. Una obra que, por lo demás, habría sido notablemente más económica que los 2.000 millones de pesos gastados en el fierro y el concreto.
Pero a estas alturas, ya nada queda por hacer. Con pompa, el Presidente y otras autoridades dan este miércoles el vamos a una obra no sólo inconclusa, sino incomprensible.
Quizá ellos le llamen monumento a las víctimas del 27F.
Para los penquistas, este siempre será el monumento a la estupidez.