Nestor Kohan: 50 años de la revolución cubana

Salud a la revolución cubana… por los próximos 50 años de combate

 ¿Por qué reflexionar, celebrar, saludar y escribir sobre los cincuenta años de la revolución cubana? ¿Se trata acaso de un “cumpleaños”?

Sinceramente las efemérides no son lo que a nosotros más nos interesa ni lo que más nos simpatiza. En la batalla de las ideas y en la lucha por la hegemonía lo que define es el contenido político, no el calendario. Ya tuvimos oportunidad de lidiar, tragar amargo y hacernos bastante mala sangre con el “cumpleaños” light y descafeinado del Che en junio de 2008, cuando algunos oportunistas y acomodaticios que siempre van nadando con la onda del momento aprovecharon para llevarle flores y rendirle tramposo “homenaje” como una manera de cerciorarse de que se trataba de un cadáver, prestigioso y con mucho marketing, pero cadáver al fin de cuentas. Un muerto servido y condimentado al gusto del buen nostálgico. Como si eso no alcanzara, congelado en el bronce de una estatua que, faltaba más, no podía llevar fusil... ¡no vaya a suceder que a nuevos jóvenes se les ocurriera continuar con su ejemplo insurgente en el siglo XXI!

No se trata entonces de festejarle el cumpleaños a nadie, ni a los “héroes” individuales ni tampoco a un proceso social colectivo, entrañablemente querido y admirado, como es la revolución cubana. Si así fuese, cincuenta años representarían “la madurez”, el “sentar cabeza”, el inicio de la vejez y el ocaso (en este caso el comienzo del declive de un proceso de cambio).

¿Acaso eso estamos conmemorando? ¡De ningún modo! ¡No lo permitiremos!

La revolución cubana que nos enamoró y a la que seguimos queriendo intensamente con la cabeza y el corazón no es la del “realismo”, la “geopolítica” ni la madura “razón de estado”.

Como lo hemos expresado durante años en la práctica política cotidiana y en las filas de varios colectivos militantes defensores de la revolución cubana, en la formación política del movimiento de Cátedras Che Guevara de América Latina, en libros, artículos y ensayos, para nosotros la sola mención de Cuba, de la revolución socialista y de Fidel, significan algo bien preciso y determinado. Cuando nos hablan de ellos nos vienen a la mente dos procesos inseparables y entrelazados: rebelión y revolución. Ninguna de las dos, creemos, pueden ser recluidas en el polvoriento baúl de los recuerdos ni en el triste museo de homenajes a un “pasado glorioso”…

La revolución cubana es hoy —debe serlo— sinónimo de resistencia al imperialismo y persistencia en el intento por defender las conquistas culturales y los derechos sociales de la transición al socialismo, junto con la indisoluble unidad de liberación nacional y perspectiva anticapitalista.

La vitalidad de la revolución cubana tiene que ver con el futuro, no con la nostalgia complaciente y los suspiros traicioneros de “aquellos buenos viejos tiempos que se han ido y ya… no volverán”.

El ejemplo de la revolución cubana, prisma de las esperanzas más ambiciosas, los deseos más indomesticables y las rebeldías más osadas, es el de la recreación permanente de los proyectos de cambios radicales. Nada más lejos de ese horizonte que la burocracia, la corrupción, el enriquecimiento, la diferenciación de clases y el mercado, como alertó Fidel en su célebre discurso pronunciado en la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005.

La dignidad de la revolución cubana, la de su pueblo y la de su dirección política histórica, se ha ganado con justicia en la confrontación con el imperio más poderoso de la tierra.

Esa es la Cuba que admiramos, respetamos, queremos y defendemos. Lo hicimos, lo hacemos y lo seguiremos haciendo.

No una revolución “jubilada”, cansada y exhausta, atada a la razón de Estado y a los compromisos con diversos gobiernos burgueses de la región (como fue el triste e indecoroso final de la Unión Soviética).

¿Cómo sintetizar entonces medio siglo de revolución? Quizás con pocas pero entrañables palabras: dignidad, herejía, originalidad, audacia, osadía, autoestima popular, tozudez, patriotismo, internacionalismo, ética, cultura y subjetividad comunista.

¿Qué significó históricamente la revolución cubana?

A nuestro entender, la recomposición del espíritu de ofensiva de los “años radicales” de la década del ’20, opacados por la sombra gris y mediocre de hegemonía stalinista y populista durante casi treinta años.

Recuperar hoy ese mismo espíritu de ofensiva, ochenta años más tarde que Mariátegui, Mella y Farabundo Martí y cincuenta años después de aquel heroico ingreso del Ejército Rebelde en La Habana, es la gran tarea de una nueva generación continental. Tarea que sólo podrá concretarse en aguda e impiadosa disputa contra los viejos y los nuevos reformismos. Los mismos reformismos que en su momento insultaron a Mariátegui y condenaron el asalto al cuartel Moncada en nombre de la supuesta “falta de condiciones para la lucha”. Un leitmotiv que reaparece periódicamente... década tras década...

Espíritu de ofensiva, bien, pero… ¿ofensiva contra qué y contra quién? Contra el capitalismo, contra el imperialismo, y contra las corrientes ideológicas que los legitiman (principalmente el posmodernismo, pero también el posestructuralismo y el posmarxismo). Sin embargo no sólo contra ellos. También contra quienes apuntan —con lenguaje seductor, edulcorado y engañoso— a revertir los logros de la revolución cubana restaurando paulatinamente los trillados mecanismos mercantiles y en definitiva el capitalismo.

¡Sí, de eso se trata, de recuperar la ofensiva tras la internación en terapia intensiva durante un cuarto de siglo para los proyectos revolucionarios!

Y en ese camino, vertiginoso y arriesgado pero apasionante, aprender de la revolución cubana y de su liderazgo histórico. ¿O acaso Fidel y el movimiento 26 de julio, junto con todo el pueblo cubano, hicieron la revolución siguiendo los “consejos” de alguien? ¿Respetaron acaso el Ejército rebelde y todos los jóvenes que lo integraron y acompañaron la geopolítica de otros estados? ¿El primero de enero de 1959 se privilegió, quizás, las necesidades diplomáticas de países amigos?

¡No! Definitivamente, no. Fidel siguió su propio camino. Por eso triunfó. De eso se trata, de adoptar y aplicar su método de análisis y actuación de aquel entonces. Hoy necesitamos independencia mental. No ceñirnos a los “consejos” de nadie. No diagramar nuestra agenda política y nuestra estrategia de confrontación a largo plazo atando nuestras luchas a los compromisos coyunturales de ningún ministerio de relaciones exteriores, incluyendo los de los estados amigos y hermanos. Igual que hizo Fidel para poder triunfar. La revolución cubana ha sido y es una excelente maestra. Esperamos haber aprendido la lección que nos enseñó.

Recuperar entonces y reactualizar el internacionalismo militante, el latinoamericanismo apasionado y la independencia mental.

No dejarnos atrapar por los espantapájaros del macartismo ni por los cantos de sirena de ese reformismo putrefacto y recalentado, que sigue oliendo tan mal a pesar de que nos lo quieren presentar con envolventes perfumes.

La significación de la revolución cubana tuvo y tiene entonces alcance mundial.

¿Cómo entender la radicalidad del movimiento afrodescendiente en Estados Unidos obviando la relación de las panteras negras con la revolución cubana? ¿Puede tal vez desconocerse la influencia de Fidel y el Che sobre los jóvenes rebeldes del 68 europeo? ¿Y la solidaridad con Vietnam? ¿Quién puede borronear la presencia solidaria de la revolución cubana en la liberación de Angola y el fin del apartheid sudafricano? ¿Y la insurgencia latinoamericana? ¿Cómo comprender la teoría de la dependencia, la pedagogía del oprimido, la nueva novela y el nuevo cine latinoamericano o la teología de la liberación sin el terremoto de 1959?

Ningún continente quedó al margen del huracán sobre el azúcar.

Nuestro campo de batalla abarca todo el mundo”, insistía Fidel cada vez que podía. Nosotros seguimos creyendo en eso. ¿Está mal?

Que la revolución cubana no abandone ese internacionalismo resulta esencial para su supervivencia. No es la política diplomática del “buen vecino” la que frenará la voracidad y la agresividad del imperialismo sino la emergencia de nuevas luchas radicales y el fortalecimiento de las que ya existen.

Seamos claros en este sentido y evitemos cualquier posible ambigüedad. Nos repugna el lenguaje de los eufemismos y las medias tintas. Sólo la verdad es revolucionaria. Hoy más que nunca hay que apoyar las luchas de la insurgencia en América Latina como la mejor manera de solidarizarnos y defender la revolución cubana. Para que Cuba no siga peleando solita frente al imperio más poderoso de la Tierra hacen faltan nuevas resistencias. Y cuando hablamos de insurgencia nos referimos explícitamente a la mexicana y a la colombiana, pero principalmente a ésta última, bastante más poderosa y mucho más radical que aquella otra (no casualmente mucho más demonizada desde el macartismo yanqui y sus medios de masivos de manipulación que pretenden asociarla con el narcotráfico o deslegitimarla llamándola “terrorista”). A no engañarnos, compañeros y compañeras. Cada golpe dado por la insurgencia contra los gringos en Colombia resulta infinitamente más solidario con la revolución cubana que mil turistas que pasean bronceados y se toman fotos por las playas de Varadero.

Cuba y su revolución, tan querida y tan admirada por todos nosotros, no pueden ni deben abandonar a los movimientos sociales latinoamericanos ni darles la espalda a las experiencias políticas más radicales en aras del entendimiento o la convivencia diplomática con gobiernos que, supuestamente, no atacan a Cuba.

La mejor solidaridad con la dignidad de esta revolución caribeña que hoy cumple 50 años y con su heroico pueblo que la ha sostenido cada día y cada minuto frente a la bestia imperial, la solidaridad más eficaz, la más digna, la más justa, la más realista, consiste en continuar la confrontación contra el capital, organizarse, prepararse para acelerar las luchas, recuperando el espíritu de ofensiva de los años ’20 y los años ‘60, combatiendo al imperialismo donde quiera que esté.

Seamos realistas. Pisemos firme. No nos mareemos. Necesitamos ubicarnos en nuestra época. Pues bien. Ya no estamos en el desierto de los años ’90, la situación latinoamericana ha cambiado. Tenemos que dejar la mentalidad defensiva de aquellos años tristes y mediocres posteriores a la caída del muro de Berlín y la derrota del sandinismo en Nicaragua. La impostergable solidaridad con la revolución cubana tiene que tener en cuenta ese dato.

En las nuevas luchas que se avecinan en este siglo XXI la bandera gloriosa de la revolución cubana seguirá flameando. En cada barrio, en cada fábrica, en cada hacienda, en cada escuela, en cada selva y en cada montaña en que se levante una nueva generación insurgente y revolucionaria habrá corazones palpitando junto a Cuba.

Estamos seguros que los trabajadores, las campesinas, los estudiantes, las mujeres, los defensores del medio ambiente, las guerrilleras, los combatientes y todos los militantes latinoamericanos por el socialismo seguirán llevando en el corazón la estrella incandescente de la revolución cubana, junto a la alegría y al ejemplo de su pueblo.

¡Salud queridos hermanos y hermanas de Cuba!

Nos seguiremos encontrando en la lucha...

Hasta la victoria siempre!

31 de diciembre de 2008

Néstor Kohan es coordinador de la Cátedra Che Guevara del Colectivo AMAUTA de Argentina (http://amauta.lahaine.org) y autor del libro Fidel para principiantes, entre otros.

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