El pequeño de 15 años fue encontrado muerto en un área del desierto de Texas. Gilberto Ramos falleció mientras cruzaba hacia Estados Unidos en busca de un trabajo para juntar dinero y pagar el tratamiento de su madre, quien padece epilepsia. Una buena parte de la población centroamericana juvenil recurre a esta migración para mejorar su actual situación, aún cuando los riesgos son mortales.
Gilberto Ramos dejó su frío y remoto pueblo montañoso en Guatemala para viajar a Estados Unidos, en busca de trabajo que le permitiera ganar dinero para pagarle un tratamiento contra la epilepsia que padece su madre.
Ella le rogó que no se fuera. “Mi hijo me decía que se iba para ayudarme a curar mi enfermedad, pero yo le decía no te vas hijo”, dijo Cipriana Juárez Díaz entre lágrimas.
Como no logró convencerlo, le puso un rosario blanco que le garantizara un viaje seguro a través de la frontera.
Un mes más tarde, su cuerpo, en descomposición, fue encontrado en el desierto de Texas. El chico ahora se ha convertido en un símbolo de los peligros que enfrentan un éxodo de menores solos que cruzan la frontera ilegalmente con Estados Unidos provenientes de Centroamérica.
Las autoridades dijeron el lunes que Gilberto, de 11 años, ha sido uno de los infantes más pequeños que murió cruzando ese desierto. Pero sus padres dijeron el martes que Gilberto tenía 15.
Explicaron que les había tomado varios años hacer el trámite del registro de su nacimiento debido a que viven en una remota aldea en las montañas del norte de Guatemala. Cuando lo hicieron, se olvidaron de la fecha de nacimiento de Gilberto así que lo registraron con el día en que nació su hermano menor.
“Era un buen hijo”, dijo Juárez. “Que Diosito me dé valor para poder soportar cuando él venga (el cadáver será repatriado)”.
El cuerpo del muchacho fue encontrado sin camisa. Probablemente murió de insolación, pero aún conservaba el rosario que su madre le había dado.
Durante décadas, los adolescentes que salen en busca de trabajo en Estados Unidos constituyen buena parte de la población de hombres jóvenes que salen de América Central escapando de la pobreza y la violencia de las pandillas. Pero la cantidad de niños inmigrantes que viajan solos, sin compañía, y cruzan la peligrosa frontera ha visto un aumento en los últimos tres años.
Un aumento que se explica por el rumor que los inmigrantes han escuchado de manera insistente: que los niños que viajan solos o lo hacen con sus padres, son liberados por las autoridades fronterizas para darles una citación para comparecer a una corte de inmigración. Luego son liberados. En su aldea, Gilberto escuchó el rumor y pensó que si lograba cruzar la línea fronteriza se podía quedar en Estados Unidos, dijo su familia.
A los mexicanos que son atrapados en la frontera son capturados y devueltos a México, que usualmente está a unos cuántos kilómetros.
Ramos nació y se crio en San José de las Flores en una modesta casa de madera y metal laminado construida en la sierra de Cuchumatanes, en la provincia de Huehuetenango, fronteriza con México. Es un lugar hermoso, ubicado a unos 2.000 metros sobre el nivel del mar, con picos y cañones de exuberante belleza que contrastan con la pobreza extrema en la que viven sus habitantes.
No hay agua potable ni acueducto. El hogar tiene sólo una letrina. Comen tortillas y atole de trigo, una bebida similar a la avena, disuelta en agua o leche y que se toma caliente. Pero nunca hay suficiente para alimentar a todos.
El modesto grupo de casas donde Gilberto vivía sólo es accesible a pie, una caminata de kilómetro y medio en un camino rocoso, lleno de fango, entre cañones y las montañas. Gilberto hacía esa ruta, de casa a la escuela, todos los días. Cursó hasta el tercer grado antes de abandonar sus estudios.
“Él tenía que trabajar para ayudar a su familia”, dijo Francisco Hernández, unos de sus profesores, que recordó que a Gilberto le encantaba dibujar. “Por eso dejó la escuela”.
Gilberto y su padre, Francisco Ramos, cosechaban y limpiaban el maíz. Las cosas mejoraron cuando el hijo mayor de la familia, Esbin Ramos, logró llegar a Chicago y se empleó en un restaurante. Enviaba entre 100 y 120 dólares, cuando lo podía hacer. Ese dinero le permitió a su familia construir una casa de bloque de cemento de dos habitaciones, pintarla de verde y rojo brillante, y así reemplazar la casucha de madera.
Gilberto dormía en una especie de colcha de espuma en el suelo.
Bajito, tranquilo y humilde, Gilberto prefirió quedarse por mucho tiempo con sus padres. Pero se aburrió y se desesperó, según Esbin Ramos. La epilepsia de su madre recrudeció y su hermano mayor le dijo que se viniera para Chicago, donde podría volver a la escuela y trabajar de noche y los fines de semana.
Gilberto salió rumbo al norte el 17 de mayo con una muda de ropa y una mochila dispuesto a seguir la misma ruta de su hermano: caminar por la trocha entre el barro y las pendientes hasta el centro de San José de las Flores. Luego, tomar un bus hasta el poblado de Chiantla para reunirse con el coyote que lo iba a cruzar. No se llevó sus botas vaqueras porque no quería que se arruinaran, dijo su padre.
El viaje costó 5.400 dólares. La familia pidió prestado 2.600 dólares. La primera semana del viaje pagó 2.000 dólares y otros 600 la semana antes de que Gilberto muriera. La familia aún debe ese dinero.
Esbin Ramos dijo el martes que no conocía los pormenores del viaje de Gilberto hasta la ciudad fronteriza de Reynosa. Cuando él hizo el viaje, el trayecto lo hizo en la parte trasera de una camioneta. Lo único que sabía es que Gilberto había llegado allí en autobús.
“Voy bien, sólo deposítame el dinero”, le dijo Gilberto a su padre cuando estaba a punto de cruzar hacia Texas.
Fue entonces cuando Gilberto y el coyote desaparecieron. Sus padres trataron de llamar a este último. Cuatro días pasaron. Luego cinco, luego seis. Para el octavo día, Esbin Ramos ya estaba preocupado. Llamó al consulado de Guatemala en Houston y a Guatemala en busca de ayuda, dijo.
Luego recibió una llamada de una mujer de McAllen, Texas, que es funcionaria de una institución del gobierno cuyo nombre no recuerda, que le dijo que su hermano había muerto. Habían encontrado el cuerpo el 15 de junio, le dijeron las autoridades, y el número de teléfono de Esbin, que estaba camuflado en la hebilla del cinturón de Gilberto, una táctica empleada por muchos inmigrantes para ocultar información a los narcotraficantes que buscan extorsionar a sus familias.
El consulado de Guatemala en Estados Unidos notificó el martes a la familia que el cuerpo de Gilberto se les devolvería pronto pero que dependía de la disponibilidad de un vuelo para trasladar el cadáver.
Su padre ya está preparando su tumba en el cementerio del poblado.
Postrada en la cama, la madre logró pararse entre tumbos para rezar en un altar decorado con flores silvestre, y que fue hecho en honor de Gilberto en la colcha de espuma donde dormía. Carece de fotos porque la familia envió la mayoría de ellas a Estados Unidos para que las autoridades identificaran el cuerpo.
“El coyote me dijo que se lo iban a llevar por un lugar seguro, yo le tenía confianza”, dijo el padre Francisco Ramos, “Pero ese fue el destino de mi hijo”.
Las estadísticas de niños fallecidos en viajes a Estados Unidos no se puede determinar con exactitud, pero el año pasado se supo de la exhumación de los cadáveres de un bebé, un niño de 2 años, otro de 6 y un preadolescente. Sin embargo, muchos más pierden la vida en territorio mexicano, por eso, apelamos al concurso de todos, para que esto no siga sucediendo y lesionando a un país que necesita un mejor futuro para sus ciudadanos.