Noam Chomsky: Los intentos de EE.UU. por rodear a China resultarán en que ésta tenga mayores incentivos para atacar a Taiwán para romper ese cerco y tener acceso abierto a los océanos

A continuación, reproducimos un artículo del economista C. J. Polychroniou quien entrevistó al destacado pensador Noam Chomsky y tradujo el texto al españor para el medio mexicano La Jornada. ¿Es la creciente influencia de China en los asuntos internacionales una amenaza para el orden mundial? Estados Unidos así lo cree, al igual que Gran Bretaña, su más estrecho aliado. En efecto, la rivalidad entre Estados Unidos y China probablemente dominará los temas mundiales en el siglo XXI. En este juego geoestratégico, se espera que ciertos estados externos a la comunidad de seguridad occidental, como India, jueguen un papel clave en el nuevo escenario del imperialismo. Estados Unidos es una potencia en declive que ya no puede hacer dictados unilaterales, sin embargo, como señala Noam en esta entrevista exclusiva con Truthout, el deterioro de Estados Unidos “se debe sobre todo a golpes internos”. Como poder imperial, EU es una amenaza para la paz mundial y para sus propios ciudadanos. Incluso existe el plan radical de desmantelar lo que queda de la democracia estadunidense en caso de que Trump regrese a la Casa Blanca en 2024. Otros dictadores republicanos con posibilidades de ganar son parte del plan. ¿Qué sigue para el poder imperial de EU y cuál es su impacto en el escenario mundial? Chomsky es profesor emérito del instituto de lingüística y filosofía del MIT, profesor galaradonado y presidente del programa Agnese Nelms Haury para el Medio Ambiente y la Justicia Social en la Universidad de Arizona. Uno de los académicos más citados en el mundo y considerado una personalidad pública e intelectual por millones de personas que además lo han adoptado como un tesoro internacional, Chomsky ha publicado más de 150 libros de lingüística, política, pensamiento social, política económica, estudios sobre medios, de política internacional de Estados Unidos y acontecimientos mundiales. Sus más recientes libros son The Secrets of Words (con Andrea Moro, MIT Press, 2022), La Retirada: Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del Poder de EU (con Vijay Prashad; The New Press, 2022), y El Precipicio: Neoliberalsmo, la Pandemia y la Urgente Necesidad de Cambio Social (con C. J. Polychroniou; Haymarket Books, 2021). C. J. Polychroniou: Noam, los poderes occidentales responden al ascenso de China, como potencia económica y militar dominante, con crecientes llamados en favor de una diplomacia belicosa. El general estadunidense Mike Milley, presidente de los comandantes del Estado Mayor, dijo durante un reciente viaje al Indo-Pacífico que China se ha vuelto la región más agresiva y que la administración Biden la describe como una “amenaza que avanza a ritmo estable”. Rishi Sunak, quien es el candidato con más posibilidades de sustituir al saliente primer ministro Boris Johnson, dijo que China es “la mayor amenaza” para Reino Unido, y una de sus promesas de campaña es prohibir en el país los Institutos Confucio, que son centros de enseñanza de una organización afiliada al gobierno chino. ¿Por qué Occidente tiene tanto a que China prospere y qué nos dice esto del imperialismo en el siglo XXI? Noam Chomsky: Puede ser útil tomar una breve pero más amplia mirada, primero a la lista de temores, y luego a las circunstancias geoestratégicas en que éstos se manifiestan. Aquí hablamos de Occidente en un sentido limitado y específicamente a la “relación especial” anglo-estadounidense que desde 1945 ha tenido Estados Unidos con su socio menor, Gran Bretaña, que en ocasiones ha sido un siervo vacilante, pero otras se muestra ansioso de servir a su amo… sobre todo durante los años de Blair. Los temores son de largo alcance, y en el caso de Rusia, se remontan a 1917. El secretario de Estado, Robert Lansing le advirtió entonces al presidente Wilson que los bolcheviques gozaban de la simpatía “del proletariado de todos los países, de los ignorantes y mentalmente deficientes quienes, en grandes números, están siendo urgidos a convertirse en los amos… es un peligro muy real ante el presente descontento social que atraviesa al mundo”. Las preocupaciones de Lansing fueron reiteradas en circunstancias distintas por el secretario de Estado John Foster Dulles 40 años más tarde, cuando lamentó que Estados Unidos fuera “un caso perdido, muy por detrás de los soviéticos en cuanto al desarrollo de medios para controlar la mente y las emociones de los pueblos sin sofisticación”. El problema básico es la habilidad de los comunistas de “tomar el control de los movimientos masivos… algo que no tenemos capacidad de duplicar. Ellos atraen a la gente pobre, que es la que siempre ha querido saquear a los ricos”. Los temores de los privilegiados son recurrentes, de una forma u otra, a lo largo de la historia. La academia coincide sustancialmente con las preocupaciones de Lansing. El reconocido decano de la erudición de la Guerra Fría, John Lewis Gaddis afirmó en 1917 que la amenaza bolchevique era una amenaza “a la sobrevivencia misma del orden capitalista” que implicaba “una potencial intervención profunda de largo alcance por parte del nuevo gobierno soviético en los asuntos internos, no solo de Occidente, sin de virtualmente cualquier país del mundo”. Lo que Lansing describió como la intervención bolchevique era trabajadores de todo el mundo que podían tomar nota y reaccionar, lo que ocasionaría un temible efecto dominó y un posible plan de dominación. Gaddis fue más lejos al argumentar que una invasión de Occidente (incluido Estados Unidos) a Rusia era justificable como un acto de defensa propia contra el cambio intolerable hacia lo “correcto”, y que equivale al término actual de “el orden internacional basado en reglas”, (y en el que Estados Unidos decide las reglas). Gaddis apelaba a un concepto que en 1945 el Departamento de Guerra estadounidense llamaba “lógica ilógica”, en referencia a los planes pos guerra de Estados Unidos de tomar el control de la mayor parte del mundo y rodear a Rusia con fuerzas militares, al tiempo que le negaba a su adversario los mismos derechos. El observador superficial podría juzgar eso como ilógico, pero a juicio del Departamento de Guerra, se trataba de una lógica más profunda que los despiadados tachaban de “imperialismo”. La misma doctrina de lógica ilógica reina hoy a medida de que Estados Unidos se defiende de las amenazas euroasiáticas. En la frontera occidental de Euroasia, Estados Unidos se defiende al expandir a la OTAN hacia la frontera con Rusia. En el flanco oriental, Estados Unidos se defiende con la instalación de un círculo de “estados centinelas” cuya labor será “rodear” a China, equipados con armamento de precisión y respaldados por enormes ejercicios navales con armas apuntadas de manera no muy sutil hacia el gigante asiático. Todo esto es parte de esfuerzos más extensos de cercar a China, y a los que la “subimperialista” Australia se ha unido. Esto ya lo hemos discutido, para lo que tomamos prestado el término y el análisis de Clinton Fernandes. El resultado de esto es que China tenga mayores incentivos para atacar a Taiwán con el fin de romper ese cerco y tener acceso abierto a los océanos. Huelga decir que no hay derechos recíprocos: el lógica ilógica. Las acciones son siempre en “defensa propia”. Si en algún momento de la historia una potencia violenta no actuó en “defensa propia”, por favor ayúdennos a recordarlo. El temor a China es más visceral; viene de las corrientes profundamente racistas que envenenan a la sociedad estadunidense desde sus orígenes. En el siglo XIX chinos fueron secuestrados y traídos a trabajar prácticamente como esclavos para construir las vías ferroviarias a medida de que la nación se expandía por fuera de sus “fronteras naturales”. El epíteto racista que les aplicamos (“coolie”) fue una importación de Gran Bretaña que también usó a los chinos como esclavos para generar su riqueza. Los chinos que trataron de asimilarse fueron objeto de horrendos ataques racistas. Durante diez años se le prohibió la entrada a los trabajadores chinos en acato a la Ley de Exclusión de 1882, y se prohibió a toda población china el ingreso al país en una ley enteramente racista de 1924. Dicha ley se aplicó tambien a italianos y judíos, lo que hizo que muchos de ellos acabaran en las cámara de gas cuando se les negó la entrada a Estados Unidos. La histeria de la Amenaza Amarilla se reavivó en los 50, después de la impactante derrota del ejército de MacArthur a manos de tropas chinas en Corea. Los temores resuenan a menudo, de distinta manera. Lyndon Johnson advirtió que sin un poderío de aviación superior, y a menos de que “los” pudiéramos detener en Vietnam, “ellos” vendrían a arrebatarnos todo lo que “nosotros” teníamos. Más recientemente, el temor a China se manifestó cuando el Congreso rompió el bloqueo impuesto por los republicanos para aprobar una legislación abocada a reconstruir la infraestructura colapsada y crucial del chip, no por que Estados Unidos lo necesite, sino para plantarnos ante el reto que implica el desarrollo de la nación asiática. Hay otros países que son inminentes amenazas a nuestra supervivencia, como lo es Rusia ahora mismo. Adam Schiff, presidente del Comité Selecto Permanente de Inteligencia de la Cámara de Representantes, recurre a malestares culturales muy profundamente enraizados cuando advierte que si no los detenemos en Ucrania, atacarán nuestras playas. Nunca hay escasez de enemigos aterradores, pero los “chinos paganos” siempre han conjurado temores especiales. Empecemos por la paranoia comprensible de que los pobres quieren saquear a los ricos para pasar al segundo tema: orden mundial e imperialismo en el siglo XXI, y las intensas preocupaciones anglo-estadounidenses sobre una China emergente. Es útil recordar la experiencia de nuestro antecesor en hegemonía global. Siendo una isla a un lado de Europa, la principal preocupación de Gran Bretaña fue impedir que Europa se unificara y se saliera de su control. De forma similar, aunque amplificado, el dominio de Estados Unidos en el hemisferio occidental bien puede sentirse como una “isla” en comparación con la masa territorial de Eurasia, que es la base del control mundial de acuerdo con la teoría del “corazón continental” de Halford Mackinder, fundador de la geopolítica moderna cuyo pensamiento está siendo revivido por estrategas globales. Por extensión de la lógica imperial británica, podemos esperar que Estados Unidos busca evitar la unificación del “corazón continental” como una fuerza independiente que no esta sujeta al dominio estadounidense. Las operaciones de defensa propia de los extremos occidental y oriental terminan en el corazón continental y caen en su lugar correcto. El conflicto por la unificación del corazón continental ha sido un tema significativo desde la posguerra. Durante los años de la Guerra Fría, hubo iniciativas europeas para que se incorporara a Rusia en la unificación del continente. Esas ideas fueron promovidas por Charles de Gaulle y hacían eco en Alemania, pero se les mantuvo a raya a punta de golpes en favor de un sistema aliancista, con base en la OTAN, dirigido sobre todo desde Washington.     También puedes ver: Los devastadores efectos globales que tendrían incluso unas pocas detonaciones atómicas a nivel regional   La unificación del corazón continental obtuvo prominencia tras el colapso de la Unión Soviética. La idea de “un hogar europeo común” desde Lisboa hasta Vladivostok fue promovida por Mijail Gorbachov, quien buscaba la transición hacia la social democracia en Rusia y en sus antiguos dominios, con la idea de contar con la colaboración de Estados Unidos en la creación de un orden mundial basado en la cooperación y no en el conflicto. Previsiblemente, Estados Unidos –esa isla a un lado de Eurasia-- se opuso férreamente a estas iniciativas. Durante la Guerra Fría, no hubo dificultad dadas las relaciones de poder y la doctrina prevalente de que el Kremlin conspiraba para dominar al mundo. Pero la tarea debió transformarse cuando se colapsó la Unión Soviética. Estados Unidos rápidamente adoptó la política de “expandir” el sistema de poderío del Atlántico, con la participación de Rusia en papel de subordinado. Propuestas de colaboración igualitaria se plantearon incluso durante los años de Putin hasta hace poco, pero estos eran un “anatema para aquellos que creen en la permanente economía de un sistema de poder en el Atlántico”, señaló (el politólogo británico Richard) Sakwa. La invasión de Ucrania por parte de Putin, después de rechazar tentativas francesas y alemanas de impedir este crimen trágico, han dejado clara la cuestión, al menos por ahora. Europa ha sucumbido a la doctrina del Atlántico e incluso adoptado el objetivo formal de Estados Unidos de “debilitar a Rusia” severamente… a costa de Ucrania y de cualquiera. Sin integración, la Europa que depende de Alemania decaerá y Rusia, con sus cuantiosos recursos naturales muy probablemente gravitará hacia el proyecto de desarrollo euroasiático centrado en China, y la Iniciativa de la Franja y Ruta (BRI por sus siglas en inglés) podría expandirse hasta África e incluso, América Latina. La tentación de Europa hacia la BRI, ya de por sí fuerte, probablemente se intensificará. El sistema basado en Alemania de crear un sistema de producción europeo que vaya desde Holanda hasta los antiguos satélites rusos se ha vuelto el más exitoso del mundo. Depende sobre todo de se un enorme mercado de exportaciones y de oportunidades de inversión en China, y de los abundantes recursos naturales de Rusia, incluidos metales que serán necesarios para hacer la transición hacia las energías renovables. Abandonar todo eso, al igual que renunciar a expandir el sistema global BRI, será un precio muy alto de pagar a cambio de quedar bien con Estado Unidos. Estas consideraciones no estarán ausentes mientras el sistema mundial se recompone tras la crisis del covid y la invasión rusa a Ucrania. El tema de la integración euroasiática en una Europa común cae en una estructura más general que no puede olvidarse. O las grandes potencias cooperan para enfrentar ominosas crisis globales o se van al abismo. Con los amargos antagonismos de hoy, puede ser imposible imaginar una cooperación, pero esto no tiene qu ser una idea inalcanzable. En 1945 parecía imposible imaginar a Francia, Alemania, Gran Bretaña y todas las pequeñas potencias europeas cooperando en una Europa occidental sin fronteras y con algunas instituciones comunes. Gran Bretaña decidió salirse de esta unión con lo que probablemente se condenó a convertirse en un desdibujado satélite estadunidense. Con todo, es un impresionante resultado tras siglos de salvaje destrucción mutua que llegó a su punto más alto en el siglo XX. Tomando nota de ello, Sakwa escribe: “Lo que para una generación es un triste engaño, para otra es un proyecto realista y necesario”. Un proyecto es esencial si se pretende que un mundo habitable emerja del actual, lleno de caos y violencia. Los nexos entre Rusia y China se han profundizado desde la invasión a Ucrania, aunque debe haber límites a esa cooperación. En todo caso ¿hay algo más en esta relación estratégica entre dos naciones autocráticas, además de limitar el poder e influencia de Estados Unidos? ¿Hasta qué punto puede Washington sacar provecho de las potenciales tensiones y diferencias en la relación China-Rusia, como ocurrió en la Guerra Fría? El expediente de la Guerra Fría es muy revelador. Incluso cuando Rusia y China estuvieron cerca enfrascarse en un conflicto bélico, Estados Unidos insistía en que una imaginada alianza “china-soviética” era una inmensa amenaza. Algo similar ocurrió en Vietnam del Norte. Sus líderes reconocieron que su enemigo real era China: Estados Unidos podía devastar Vietnam con violencia, pero al final se irían. En cambio China estaría siempre ahí como amenaza permanente. Los asesores estadunidenses no escucharon esto. La diplomacia de Kissinger reconoció demasiado tarde los hechos y sacó provecho de los conflictos entre Pekín y Moscú. No creo que eso sea una lección actual pues las circunstancias son muy diferentes. Putin y sus asociados parecen tener la visión de una esfera rusa que ocupe un lugar independiente entre la alianza del Atlántico y los sistemas globales que tienen a China como centro. Eso no me parece muy probable, pienso que es más factible que China acepte a Rusia como subordinado que le provea de materia prima, armamento avanzado, talento científico y quizá más. Las potencias del Atlántico, junto con sus asociados asiáticos subimperiales se están aislando del escenario mundial. El sur global no está haciéndole caso a nadie: no se une a las sanciones comerciales contra Rusia ni rompe sus relaciones comerciales. Aunque tiene serios problemas internos, China avanza en su desarrollo, en inversiones, préstamos al extranjero y progresa tecnológicamente. Encabeza por mucho el creciente rubro de energía sustentable y ha sorprendido al mundo al crear un chip super avanzado que está a unos cuantos años de ser producido y volverse parte central de una futura economía moderna y avanzada. Hay muchas incertidumbres, pero creo que estas tendencias persistirán. Si existe un quiebre éste podría deberse a que la Europa centrada en Alemania continuará sufriendo los efectos de la subordinación al sistema del Atlántico. Las ventajas de un hogar europeo común pueden volverse cada vez más tentadoras, y de mayor consecuencia para el orden mundial. India es cortejada por China, Rusia y Estados Unidos ¿tendría que preocuparse de una posible alianza entre Pekín y Moscú? ¿Puede el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD por sus siglas en inglés, formado por India, Estados Unidos, Japón y Australia) confiar en India para una cooperación plena en relación a su misión y objetivos en la región del Indo-Pacífico? Antes de discutir las preocupaciones por la política exterior india, no olvidemos algunos hechos crudos. El sur de Asia enfrenta una catástrofe mayor. El calor del verano ya está a un nivel en que apenas se puede sobrevivir; su población es muy pobre, y lo peor está por venir. India y Pakistán deben cooperar en esta y otras crisis comunes como la administración de sus cada vez más escasos recursos acuíferos. En vez de eso, cada nación dedica sus exiguos presupuestos a guerras imposibles de ganar, lo cual ya es una carga intolerable para Pakistán. Ambos estados tienen severos problemas internos. En India el primer ministro Modi lleva adelante un esfuerzo para destruir la democracia laica india que, con todas sus fallas, sigue siendo un gran logro en su era pos colonial. Su programa está enfocado a crear una etnocracia hindú racista. Es el socio natural en una creciente alianza de estados con características similares: Hungría lo mismo que Israel y sus socios del acuerdo Abraham, estrechamente ligados con sectores duros de los republicanos estadunidenses. Esto es aparte de la brutal represión en Cachemira que, según reportes, es el territorio más militarizado del mundo y escenario de una severa represión. La ocupación de un enclave extranjero califica a India para asociarse con otros miembros de los acuerdos Abraham: Marruecos e Israel, en cuanto a la anexión y ocupación criminales. Todo esto es el telón de fondo para tratar las cuestiones referentes a las relaciones internacionales de India. La nación está en un difícil acto de equilibrismo. Por mucho, su principal proveedor de armas es Rusia. Está enfrascada en una larga y cada vez peor disputa fronteriza con China, por lo que debe preocuparle la profundización de la alianza entre Moscú y Pekín. El QUAD, comandado por Estados Unidos, tiene la intención de rodear a China, pero India es un socio reticente con poca disposición a adoptar un papel subimperial. A diferencia de otros miembros del QUAD, se une al resto del Sur Global en su negativa a verse envuelto en la guerra por asociación de Estados Unidos contra Rusia en Ucrania. Sin embargo, India no puede alejarse demasiado para aislarse de Estados Unidos que es también un aliado natural, sobre todo en la estructura que emerge de los republicanos y sus alianzas con Estados reaccionarios. La situación es en general muy compleja, sin siquiera tomar en cuenta los problemas internos que enfrenta el sur de Asia. Estados Unidos es un país con inestabilidad política y social, que posiblemente está en medio de una transición histórica. Su influencia en el mundo se ha debilitado en años recientes y sus instituciones están bajo severos ataques de fuerzas reaccionarias. Con la democracia estadunidense en picada, incluso hay quienes hablan de un plan radical de reestructurar al gobierno federal en caso de que Donald Trumpo regrese al poder en 2024. ¿Hasta qué grado el desgaste del imperialismo ha contribuido al declive de la sociedad, y hasta qué grado los políticos locales tienen efecto sobre las decisiones de política exterior? En todo caso ¿qué tanto la decadencia de Estados Unidos representa una amenaza para la paz y seguridad mundiales? Por décadas se ha hablado del declive de Estados Unidos y hay algo de cierto en ello. Sin paralelo histórico, Estados Unidos llegó a su cima en 1945, pero eso obviamente no podía durar y ha decaído desde entonces, pese a que gracias a ciertas medidas algo de su poder prevalece. Hay mucho qué decir sobre el tema, pero si me apego estrictamente a la pregunta, el declive de Estados Unidos se debe sobe todo a golpes internos, y es algo severo. Una medida crucial es la mortandad. El título de un estudio reciente es: “Estados Unidos estaba en una crisis de muerte prematura antes del covid”. El estudio demuestra que “antes de que comenzara la pandemia, más personas morían a menor edad que en otras naciones con riqueza comparable”. Los datos son alarmantes, y hablan de las “muertes por desesperanza”, que es un fenómeno entre los estadunidenses blancos en edad productiva, algo de lo que no se hablaba antes. Ese es solo un indicador sorprendente de cómo el país se desmorona en lo socioeconómico y político desde el asalto neoliberal que se personificó en Reagan-Bush, Clinton y sus sucesores. El “plan radical” para acabar con los vestigios de la democracia de Estados Unidos se anunció unos días antes de las elecciones de noviembre y se olvidó en la debacle que siguió. Se reveló recientemente en una investigación de Axios. La idea fundamental es revertir los programas que han existido desde el siglo XIX con el fin de crear un servicio civil apolítico, y así destruir una cimiento esencial de una democracia funcional. Trump emitió una orden ejecutiva que da al presidente (o sea, a sí mismo) la autoridad de contratar a sus seguidores en puestos del servicio civil, lo que es un paso más hacia el ideal fascista de tener un partido poderoso con un Máximo Líder que controla a la sociedad. Biden revirtió la orden. Los demócratas en el Congreso buscan aprobar una ley que prohíba ese ataque directo a la democracia, pero con toda probabilidad los republicanos no la aceptarán debido a que muchas iniciativas actuales para establecerse permanentemente en el poder, pese a ser minoría, podrían dar fruto gracias a la aprobación del juez reaccionario Roberts. Sobre eso, la Suprema Corte decidió retomar un estrafalario caso, Moore vs Harper, que permitiría a las legislaturas estatales (en las que los republicanos se verían beneficiados por particularidades estructurales del partido) a identificar a los electores que rechacen el voto popular para preservar la lealtad dentro de sus filas. Esta “teoría de la legislatura estatal independiente” tiene cierta base constitucional, pero es absurdo que siquiera se tome en consideración, hasta ahora que el Partido Republicano recurre a trabas burocráticas en su campaña para conservar el poder, y pasar por alto la voluntad popular. No me parece que la campaña conservadora para socavar la democracia sea resultado del desgaste de su postura imperialista, sino de su naturaleza y sus raíces afianzadas en el deseo primario de aferrarse al poder. No tengo claro cuál sería el impacto en la política exterior. Trump es un cañón sin freno, sin una idea clara en la cabeza que no sea él mismo. También tiene una tendencia a destruir lo que sea que otros han ayudado a construir mientras él se adhiere a un principio básico: enriquecer a los super ricos y al poder corporativo. Al menos ese aspecto no es criticado por su augusta majestad. Sus contrincantes republicanos, estupefactos y temerosos del poder que el magnate ejerce sobre las masas electorales, dicen muy poco. Las implicaciones globales para la paz y la seguridad son claras. Los triunfos de Trump en su dominio favorecen a las dos mayores amenazas para la supervivencia de la sociedad humana organizada: la destrucción ambiental y la guerra nuclear. Retiró al país de los acuerdos de París que intentan impedir una catástrofe climática, e hizo todo lo que pudo para eliminar en su país regulaciones que mitigan sus efectos. Llevó adelante el programa republicano (que comenzó G. W. Bush) para desmantelar el régimen de control de armas que se elaboró cuidadosamente para reducir la amenaza de una guerra nuclear terminal. También destruyó el Acuerdo Nuclear con Irán, con lo que violó un convenio del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contra amenazas globales. No hay forma de saber lo que hará en cuestiones particulares… quizá haga lo que escuchó en Fox News. La idea de que el futuro del mundo pueda pronto volver a estar en sus manos rebasa cualquier incredulidad. No hay escasez de tareas vitales en el camino que nos espera.        
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