Uno puede empezar un día de consultorio con una pareja que se pelea por a quiénes van a invitar al casamiento religioso y terminarlo con otra que discute porque ella quiere subir sus videos sexuales a la web y él no está del todo convencido. Y esta diferencia nada nos dice sobre los niveles de malestar y sufrimiento que cada una de estas parejas tenga, ni nos indica que una sea más “normal” u otra más “enferma”. Pero mejor menciono una situación clínica que me dejó perplejo. Agustín, de 25 años, un tanto impulsivo, quería tener una novia, pero la vertiginosidad no lo dejaba. Mujeres y mujeres en su haber, hasta que una tarde me sorprendió: finalmente había aparecido una novia; ahora, había una con la que salía hacía cuatro meses. Y Agustín me contó que, junto con su novia, había decidido subir a la web un video con sus relaciones sexuales, a una página específica para estas cosas. Dudaron, pensaron, dejaron pasar unos días y lo hicieron. Me contó que en pocos días habían tenido más de 60.000 visitas. Si llegan a 100.000 les pagarán 10 dólares.
Claro, podemos pensar que ese dinero es insignificante. Ester Díaz, en “Las nuevas modalidades del goce. El medio es el deseo” (www.estherdiaz.com.ar), escribe que “en el mercado cultural contemporáneo, son sumamente arteros los dispositivos de poder que entran en juego, ávidos por capturar cualquier vestigio de creatividad exitosa para transformarlo velozmente en mercancía”. Agustín me contó que para ellos había sido un juego. Que se lo habían dicho a unos pocos amigos. Y que si yo tenía dudas, si yo quería, podía darme la dirección. Ahí se acrecentó mi perplejidad.
Esta escena, ¿nos dice algo acerca de la sexualidad en tiempos de la web 2.0? ¿Han cambiado cuestiones centrales en los modos como los jóvenes recorren su sexualidad? ¿O lo de mi paciente es apenas un dato menor, insignificante?
Podemos admitir que “una zona de experimentación operando marginalmente a la pornoindustria oficial estaría en construcción” (Yuderkys Espinosa Miñoso, “Polvo leudante”, Diario Página/12, 30 de enero de 2009). Se trata de una fuga en el dispositivo pornográfico, administrado por los propios usuarios. Como dice la autora, “la proliferación de imágenes, videos, películas, literatura erótica y canales de encuentro virtual que operan por fuera de la lógica y la economía tradicional del dispositivo pornográfico demuestra que, a pesar de su marginalidad, estos espacios existen y cuentan con un público cada vez más demandante”. Pero me gustaría poner en caución la nominación de “pornográfico” para este movimiento en gestación. La pornografía –en su etimología griega– es un tratado sobre la prostitución: porne, “prostituta” y grafhie, “escribir”. Parece necesario pensar que el dispositivo pornográfico, con su industrialización descomunal, empieza a ser erosionado por formas nuevas, espectadores que ya no esperan el encuentro con actores rozagantes, mujeres perfectas, penes siempre erectos y pedazos de cuerpos enfocados hasta el hartazgo. Estos jóvenes filman sus cuerpos reales, más gordos o más flacos, más esbeltos o menos estandarizados. Filman sus encuentros, se los pasan entre ellos y algunos más osados, como Agustín, los publican en la web.
Prefiero provisoriamente hablar de una “sexualidad éxtima” para designar este tipo de prácticas. Paula Sibilia (La intimidad como espectáculo, ed. FCE) señala cómo el diario íntimo, antaño destinado a la mas absoluta privacidad, hoy se publica en la web, ante la mirada del conjunto, y dice que, donde antes había intimidad, hoy hay extimidad. Son prácticas que llegan antes que los discursos que las hablan. Cabe sostener que a menudo los discursos son mucho más conservadores que las prácticas que les son contemporáneas, marcando de esa manera una fisura en la solidez del dispositivo al que pertenecen esas prácticas y esos discursos.
Como dice Paula Sibilia, “ocurre que usted y yo, todos nosotros, estamos transformando la era de la información. Los editores resaltan el aumento inaudito del contenido producido por los usuarios de Internet. En virtud de ese estallido de creatividad entre los que solían ser meros lectores y espectadores, habría llegado la hora de los amateurs. La red mundial de computadoras se ha convertido en un gran laboratorio, un terreno propicio para experimentar y diseñar nuevas subjetividades. No hay duda de que estos flamantes espacios de la red 2.0 son interesantes, aunque más no sea porque se presentan como escenarios muy adecuados para presentar un espectáculo cada vez mas estridente: el show del yo”.
Según Marco Navarro Rivas, director general de Seguridad y Privacidad de Microsoft México, las páginas pornográficas abarcan aproximadamente un tercio del total de páginas de la web; el 25 por ciento de las búsquedas en Internet y el 35 por ciento de las descargas son pornográficas. En el mundo, más de 30.000 personas por segundo buscan pornografía en Internet. Ello representaría alrededor de 6000 dólares por minuto de facturación.
La llegada de lo que se denomina Internet 2.0 ha fomentado la búsqueda de vínculos a través de la red; en ese contexto, en los últimos años han surgido, además de las redes sociales, aquellas que se ocupan específicamente de la sexualidad entre las personas: las “redes sociales porno” empiezan a figurar entre las más visitadas del mundo y ponen en jaque a la industria pornográfica clásica. Actualmente, entre las cuatro más vistas suman unos 25 millones de usuarios únicos al día. La web 2.0 permite que los usuarios participen compartiendo sus contenidos, lo cual genera un desvío de la atención de las páginas porno tradicionales. Así que ya no más cuerpos esculpidos de hombres y mujeres, en todas sus variables posibles, actuando para un público ávido. Ahora, allí, gente como uno, gimiendo su excitación para todos y todas.
¿Qué ha pasado? ¿Qué mutación en los modos de la experiencia sexual ha posibilitado esta catarata de imágenes de “gente como uno” en la web? Mucho se ha dicho y escrito acerca del dispositivo pornográfico, desde Foucault y Deleuze hasta nuestros días. Me voy a ceñir a dos trabajos recientes, que incluyen la existencia de la web 2.0. La filósofa Ester Díaz señala que la sexualidad misma es un dispositivo de poder que opera sobre el deseo: “Cierto ejercicio de poder busca constituir sujetos dóciles, manejables, intercambiables y, llegado el caso, descartables. No obstante, al operar sobre su deseo, lo provocan y producen sexualidad. La sexualidad sería impensable sin los discursos que se ocupan de ella” (ob. cit.). La sexualidad, como un invento de la modernidad, incluyó todo aquello que Foucault nombró como formando parte de un dispositivo: un conjunto de discursos, instituciones que los hablan, leyes y reglamentos, enunciados científicos y filosóficos. La sexualidad son sus prácticas y sus discursos, su normativa y sus transgresiones, sus músicas y sus olores, sus ideales sobre cuerpos y placeres permitidos y prescriptos, traídos a la luz todo el tiempo por todas las formas conocidas de difusión masiva.
Ester Díaz agrega: “Una generación mediatizada comienza a tomar distancia de la inmediatez de lo real. Se podría pensar entonces que la sexualidad, tal como la concibió la modernidad, ya no existe. Su aparente brillo es similar tal vez al de una estrella apagada. Ahora bien, si la sexualidad realmente está muriendo, si los mismos discursos y signos que la gestaron la están destruyendo con su proliferación descontrolada, cabría preguntarse entonces cuál será, de ahora en más, el destino de nuestro deseo” (La sexualidad, esa estrella apagada. Sexo y poder, ed. Azul, Barcelona, 2009).
Dos elementos conjugados en los finales del siglo XX fueron cambiando la relación entre los cuerpos y afectando el dispositivo de la sexualidad, fundamentalmente en lo que respecta a los discursos y a sus prácticas. La aparición del virus del sida alejó los cuerpos por presencia de la muerte como riesgo, ya no metaforizada en la petit morte que define un orgasmo afrancesado, sino allí, cruda. La proliferación de la web como escenario sexual vino a resolver en parte ese riesgo de una sexualidad mortífera, haciendo del autoerotismo la práctica menos riesgosa de satisfacción sexual. “El imaginario social actual no exige, como el moderno, penetración real, eyaculación y orgasmos pénico-vaginales. Exige, más bien, abstenerse de tener relaciones o tenerlas con cuidadosas prevenciones que, sida mediante, nunca llegan a ser totalmente seguras. Estos jóvenes han comenzado a desarrollar sus actividades sensomotoras tocando teclas de computadoras que les abrieron las puertas de mundos maravillosos. ¿Por qué deberían querer una satisfacción más allá del medio mismo, si el en el medio ya hay encanto? En algunos casos han estado más horas frente a una pantalla portadora de imágenes de cuerpos perfectos ajenos a la familia, que frente a la materialidad de cuerpos maternos o paternos concretos que en otros tiempos provocaban, al menos teóricamente, atroces deseos incestuosos”, escribió Ester Díaz.
Así van surgiendo nuevas versiones sobre la masturbación. Poco ha quedado en pie de aquellas primeras descripciones freudianas que decían que sólo la acción específica del coito era recomendable para una sexualidad saludable. Ni coitos interruptus, generador de neurosis de angustia, ni la masturbación, que destinaba a su hacedor a la más implacable neurastenia. No, en la era del sexo seco y de la inseminación artificial, la masturbación comienza a mostrar sus virtudes.
El autoerotismo, la máquina masturbadora de la inseminación artificial, el sida, la fabulosa red porno de la web inauguran nuevas formas de satisfacción del deseo que no requieren ya de cuerpos reales. Ya no la neurastenia como neurosis actual, ya no como patología.
Y no sólo eso: el dispositivo de la sexualidad, y el de la pornografía, ensalzan el autoerotismo desde la industria productora de variantes infinitas de juguetes sexuales que vuelven a poner en valor el viejo y devaluado clítoris de la era freudiana, destinado a ser una variable imperfecta de un orgasmo de baja calidad, en comparación con el verdadero “orgasmo vaginal”, aquel que declaraba que esa mujer era digna de un psicoanálisis que funcionaba. Como en aquella película de Woody Allen en que una joven le contaba a un amigo que había tenido su primer orgasmo pero “mi analista me dijo que era de los malos”.
“¿Será un perverso?”
Cuando les conté a algunos colegas acerca de mi paciente Agustín, rápidamente se instaló la polémica acerca de la perversión. Mi paciente, ¿no sería un perverso? Hace ya 15 años Joyce McDougall, en Las mil y una caras de Eros, sorprendió con la multiplicidad de la vida sexual: “Durante los años de mi formación psicoanalítica, todas las soluciones, incluyendo las homosexualidades, eran definidas por nuestros maestros como ‘desviaciones en relación con el acto sexual considerado normal’, tal era la marca indeleble de la perversión y del perverso. Pero entonces hablar de desviación pulsional implicaría una norma, que no se encuentra en absoluto en el ser humano. Me acuerdo de mi sorpresa cuando, como analista novel inexperta en la materia, escuchaba analizandos que decían ‘hice el amor anoche, estuvo... más o menos bien’, para enterarme algunos meses después de que ese ‘más o menos bien’ implicaba para unos atar a su partenaire a la cama con cuerdas, para otros recibir latigazos, dar o recibir enemas, o pagar una prostituta para orinar sobre ella, con el fin de acceder al orgasmo” (conferencia publicada en Trópicos, año VII, volumen I 2000, ed. Sociedad Psicoanalítica de Caracas). La autora sostuvo que todos sus analizandos reinventaban la escena primaria a su modo, acorde con sus deseos, en forma totalmente a-conflictiva; contradijo así a aquellos que los calificaban como actos perversos y afirmó que “la forma específica que reviste la predilección sexual de un analizando no es un problema clínico que hay que resolver, a menos que provoque sufrimientos”.
Así se iniciaba en el psicoanálisis un camino que intentaría desmontar el aparato ideológico que designaba la homosexualidad como perversión (y que, en el interior de las instituciones psicoanalíticas, mantenía acallados a los analistas homosexuales, como condición para sostener su pertenencia).
J. McDougall realizó un acto político, fundó los cimientos de una nueva ética psicoanalítica y permitió en ese acto desmontar un escotoma que no permitía ver más allá de lo instituido. “Neosexualidades” fue el nombre acuñado para tal fin. Fue acto político porque inició un camino de polémica en el interior del psicoanálisis. Fundó cimientos de una nueva ética al sostener que no hay satisfacción sexual buena y mala, siempre y cuando los modos de satisfacción respeten al otro en su deseo y en su necesidad.
Tiempo después, Silvia Bleichmar tomó la tarea de desplegar aquello que en J. McDougall estaba en germen. En sus clases, en sus seminarios, en sus textos, la discusión acerca de la perversión se hizo con una profundidad metapsicológica notable, llegando finalmente al libro Paradojas de la sexualidad masculina (ed. Paidós, 2006), un verdadero tratado de la sexualidad para un nuevo psicoanálisis: “El otro punto que aparece interesante es la introducción del fetichismo, pero como prototipo de todas las perversiones, lo cual lleva, por supuesto, a posteriori a considerar la teoría de la castración como el eje de toda la problemática de la perversión y a introducir en la perversión formas del funcionamiento humano que hoy serían totalmente imposibles de ser reducidas al plano de la perversión y me refiero muy particularmente a los modos de la transexualidad y de la homosexualidad”. De esta manera, la perversión deja de ser pensada en relación con la diversidad de los modos de goce y la diversidad de las zonas erógenas, para ser resituada en el campo de lo intersubjetivo: “Redefinamos entonces la perversión como proceso en el cual el goce está implicado a partir de la des-subjetivación del otro. No se trata ya de la transgresión de la zona ni del modo de ejercicio de la genitalidad, sino de la imposibilidad de articular en la escena sexual el encuentro con otro humano” (Paradojas...).
Profanación
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Giorgio Agamben desarrolló un concepto que me resulta útil retomar aquí: el de profanación. Sostenía que las cosas sagradas eran aquellas que pasaban a pertenecer al mundo de los dioses, con lo cual eran sustraídas al uso y al comercio de los hombres. Consagrar era el término que definía que esa cosa ya no pertenecería al mundo de los hombres sino al de los dioses celestes (de allí, sagrado). Profanar era restituir al uso de los hombres lo que antes había sido consagrado. Uno de los modos de restituir al mundo de los hombres era el juego. El juego libera lo sagrado y lo acerca a lo humano. Una vez profanado, eso que ya no estaba en la esfera de lo humano es restituido a su uso. Ahora bien, me interesa remarcar que, para este autor, profanar es una operación política, ya que desactiva los dispositivos del poder y vuelve a poner en uso lo que había pasado a ser sagrado y consagrado. “En su fase extrema, el capitalismo no es más que un gigantesco dispositivo de captura de los comportamientos profanatorios. De manera que en su fase extrema, el capitalismo apunta a la creación de un improfanable, lo que sería que allí donde había uso pase a haber consumo.” La pornografía es para Agamben un dispositivo improfanable. “Todo improfanable se funda sobre la detención y sobre la distracción de una intención auténticamente profanatoria. Por esto es necesario arrancarles a los dispositivos –a cada dispositivo– la posibilidad de uso que ellos han capturado.” (“Elogio de la profanación”, en Profanaciones, ed. Anagrama, 2005.)
Mi paciente no es un perverso. Nada de su sexualidad apunta en la dirección de la utilización del otro como objeto para su propio goce. Me pregunto si la experiencia naciente de la publicación de la sexualidad de las parejas en las redes sociales específicas no responde a un intento de profanar el dispositivo pornográfico; si hay allí, como diría Agamben, una intención auténticamente profanatoria, un intento de volver al uso humano lo capturado por la pornografía como dispositivo de poder. Es posible que el mismo dispositivo pornográfico vaya creando las condiciones para declararlo improfanable. Por eso decía más arriba “por ahora” cuando planteé que mi paciente cobraría apenas un puñado de dólares por una gran cantidad de visitas al sitio. Pareciera ir perdiendo su interés profanatorio al mismo tiempo que se intenta instalar. Marie-Hélène Brouss lo dice con una gran claridad: “‘Todo el mundo se acuesta con todo el mundo’ es una fórmula extraída del discurso analizante que caracteriza la vida sexual en el siglo XXI, organizado por las webs de encuentros que le han dado una nueva fórmula, mucho más allá de su estricta utilización. La lógica del consumo se ha impuesto, y con ella la que conlleva todo producto: competencia, categorizaciones (por género, edades, características físicas y psíquicas, fantasmas de sí mismo y/o del partenaire), etiquetas, fecha de vencimiento, búsqueda loca del producto ideal, caída en el olvido, saldos, buenas ofertas, reciclado” (Marie-Hélène Brousse, “Los nuevos desórdenes”, en www.nel-mexico.org/articulos/seccion/varite/edicion/La-vida-sexual-contemporanea/558/Los-nuevos-desordenes).
Mi paciente decía que para él era un juego. Tal vez este juego sea un intento de volver a humanizar la experiencia sexual, realizada en tiempos de extimidad. En ese escenario, quizá nos resulte raro pensar la extimidad sexual como un juego profanatorio. El tiempo dirá.
* Presidente de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo. Texto presentado en el III Congreso de Psicoanálisis de las Configuraciones Vinculares “Interrogando experiencias” realizado este mes.