“… ahora con esta democracia naciente que viene a disfrazar la dictadura y sus crímenes, se avecinan tiempos difíciles para los revolucionarios…” Raúl Pellegrín F. (**)
[Por José M. Carrera / resumen.cl] La justificación teórica que fundamenta el Golpe de Estado de 1973, según el Acta Institucional N°2 (1976) señala lo siguiente:"...las Fuerzas Armadas y de orden en cumplimiento de su deber esencial de resguardar la soberanía de la Nación y los valores superiores y permanentes de la chilenidad a justo y legítimo requerimiento de aquella, asumieron el 11 de septiembre de 1973, la conducción de la República con el fin de preservar la identidad histórica, cultural de la Patria y de reconstruir su grandeza espiritual y material." Para los militares golpistas, la identidad histórica y cultural de la Patria, así como su grandeza espiritual y material, estaba amenazada por el gobierno de Salvador Allende y se propusieron “salvar el alma nacional”, sin escatimar para ello el uso de la fuerza militar y la violación de los derechos humanos de sus compatriotas.
A cuarenta y cinco años del criminal Golpe de Estado y de su implicancia en la sociedad, el tema militar sigue siendo un tabú para la izquierda chilena. ¿Es posible instalar una discusión al respecto? ¿Hay vivencias o historias para abordar esta temática en Chile? Esta es un modesto intento.
Para ello, es necesario abordar inicialmente algunos conceptos relacionados con el tema: Lo MILITAR hace referencia a lo perteneciente a la milicia o a la guerra, al conocimiento del Arte y la Ciencia Militar para defender la soberanía del país y la integridad territorial. La CULTURA se relaciona con el cultivo del espíritu y las facultades intelectuales del ser humano, expresa la manera como este desarrolla la vida y construye el mundo o la parte donde habita, por tanto, la cultura es la civilización misma. La RESISTENCIA es el acto soberano de los ciudadanos en respuesta a la violencia institucional, alcanza a veces caracteres múltiples, violentos o no violentos, es por tanto la expresión cultural y popular de lo militar.
Para entrar en materia debemos decir algo obvio. Chile es un país que tiene una Constitución que nunca ha sido aprobada por voluntad popular. Mandatar una Constitución por parte del pueblo es un acto de Soberanía. La Constitución de una República es la Norma Magna, la organización que se define o acepta para regir sus destinos, en ella se fijan los grandes objetivos nacionales, los límites y las relaciones que rigen entre los poderes estatales y de estos, con los ciudadanos, para así establecer el "buen gobierno". La Constitución en definitiva garantiza o regula la existencia de los derechos y libertades del pueblo donde se consagra o impone. Es un mandato soberano, cuando es aprobado por los ciudadanos, obviamente.
Como parte de nuestro acervo cultural de chilenos, sabemos, que aparte de los poderes estatales, a saber, el ejecutivo, legislativo y judicial, existen “otros”, no consagrados como tales, y que históricamente han intervenido en las grandes decisiones del país, la mayoría de las veces estas “intervenciones” han significado grandes tragedias. Nos referimos al poder empresarial, al militar, al eclesiástico y al que nunca aparece ni siquiera mencionado en las Constituciones que nos han regido, el supra poder extranjero de turno, que en este período histórico son los gobiernos de los EEUU, de muy negro prontuario en Chile.
Como nunca hemos consagrado soberanamente la Constitución y por la existencia activa de estos poderes acechantes, acreditado históricamente esto con muchos ejemplos en la historia nacional, se puede aventurar la hipótesis de que en nuestra larga y angosta franja de territorio, nuestra convivencia corre el riesgo permanente de verse trágicamente afectada, independientemente de la voluntad de sus ciudadanos. Cualquier cosa puede pasar en Chile, porque estos poderes y sobre todo los no consagrados, se consideran con el derecho de proteger sus intereses por sobre la gobernanza de turno. Y que estos poderes así decidan y que la Carta Magna no esté aprobada, es ya parte de nuestro acervo cultural, los chilenos somos así, dicen ellos “los decididores”, asumen que siempre hemos sido permisivos. Libre albedrío para ellos, consecuencias terribles para nosotros.
“Es Chile un país tan largo, mil cosas pueden pasar, si es que no nos preparamos resueltos para luchar. Tenemos razones puras, tenemos por qué pelear. Tenemos las manos duras, tenemos con qué ganar. Unámonos como hermanos que nadie nos vencerá”. Es letra de La Cantata Santa María de Iquique, de Luis Advis, que todos conocemos y hemos cantado más de una vez. En ella se advierte, mucho tiempo antes del Golpe del 73, de las masacres sucedidas y las que pueden suceder de tanto en tanto en nuestro territorio.
Enuncio a continuación solo algunas masacres sucedidas en el siglo pasado, como recordatorio:
-La Matanza de la Escuela Santa María de Iquique del 21 de diciembre de 1907 por órdenes del presidente Pedro Montt. El general Roberto Silva Renard, cumpliendo instrucciones del ministro del interior Rafael Sotomayor Gaete, reprimió con sus militares matando a miles de trabajadores y sus familiares, 2200 a 3600 personas, entre ellos un número no determinado de peruanos y bolivianos que no aceptaron el pedido de sus cónsules de abandonar la protesta.
-La Matanza de La Coruña el 5 de junio de 1925. El presidente Arturo Alessandri Palma aplastó por la vía armada a las sublevaciones obreras que se produjeron en una huelga de trabajadores de Tarapacá, el campo de batalla fue La Coruña, en la pampa del Tamarugal. Dos mil obreros y sus familiares muertos, fue el saldo de esta acción armada del gobierno.
-La Masacre o Levantamiento de Ranquil, en junio y julio de 1934, grupos de campesinos y mapuche de Malleco, se sublevaron en contra de los abusos patronales. Las fuentes de la época indican que los muertos llegaron a los quinientos.
-La Masacre de la dictadura cívico-militar de Pinochet, durante la última actuación de estos poderes y supra poderes, el resultado para el pueblo chileno fue, según cifras oficiales: 40.000 víctimas, entre detenidos desaparecidos, ejecutados, torturados y presos políticos. Estas cifras no incluyen exiliados ni sus familias, debido a que la categoría de afectados se decide por parámetros que estos no pueden impugnar, es una categoría a cargo de los gobiernos de turno y las “interpretaciones” de la sapiencia de los profesionales contratados al respecto. De todas estas víctimas, según las cuatro comisiones institucionales creadas desde la salida de los terroristas del gobierno militar, 3.065 chilenos fueron muertos o desaparecidos en el período que va de septiembre de 1973 a marzo de 1990.
Los ataques a las poblaciones, fueron acompañados de quema de libros, destrucción de música, murales y películas, todas considerados por los golpistas como de carácter “marxista”. La fundición de monumentos, como el caso de la estatua del Che Guevara y el busto de José Martí en la comuna de San Miguel y el posterior robo de los cientos de kilos de bronce con que estaban construidos. El diario golpista, El Mercurio, anunció que el retiro del monumento del Che fue efectuado por una patrulla de militares, la coincidencia ocurrió el mismo día que asesinaron a Víctor Jara.
Ha sido, por tanto, a través de la acción de las armas, que de acuerdo a la Constitución imperante, la “sociedad” coloca en manos de las FFAA y de Orden para su defensa y protección, el método clásico de “protección cultural del alma nacional”, como se han resuelto los conflictos sociales en Chile. La Doctrina Militar institucional ha sido beligerante históricamente con la ciudadanía, asume que en el seno del pueblo anida el enemigo interno, y las prácticas represivas siempre han beneficiado los intereses políticos y económicos de la clase más pudiente. Así actuaron los poderes el año 1973, ya es parte también de nuestro acervo cultural: el legislativo deslegitimó el ejecutivo, el gobierno de Salvador Allende, el poder empresarial saboteó la economía, el imperialismo puso los recursos económicos, la iglesia católica demonizó las medidas políticas de la Unidad Popular, los militares colocaron el brazo asesino, y finalmente luego del golpe, el poder judicial justificó los crímenes.
Las últimas palabras de Salvador Allende, reflejan también ese conocimiento cultural de los golpes y represiones de los poderes fácticos chilenos: “En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección. El capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas, esperando con mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios”. “El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse”.
Que debíamos estar alerta, no dejarnos provocar ni masacrar, defender las conquistas alcanzadas y el derecho a una vida digna y mejor. No dejarnos arrasar ni acribillar, tampoco humillarnos. Y que los criminales golpistas estarían en nuestras casas, para reconquistar el poder, o la parte que habíamos logrado alcanzar. Eso nos dijo el Presidente en sus últimas palabras. Para sobrevivir en las condiciones impuestas por los golpistas, había mucho que aprender y actuar, echar mano al acopio cultural acumulado en años de represión y explotación, que incluye, sin lugar a dudas, la ciencia y el “arte militar popular”.
Había que cuidar y esconder a tantos perseguidos, con la cultura de solidaridad que abunda en nosotros. Para no perderlo todo, había que re-aprender de la experiencia de clandestinidad vivida en la época de la Ley Maldita del presidente Gabriel González Videla que imperó en el país en los años cincuenta. Y de la cultura de auto defensa para resguardar a las organizaciones políticas y sociales populares, proteger las escuelas y universidades, defender las conquistas sindicales en los centros de trabajos y vivir con dignidad en las poblaciones. Pasada la resistencia inicial, había que hacer las cosas bien para mantenernos informados de la situación que se vivía, conocer los alcances de la represión, establecer nuevas modalidades de contactos, reuniones, denuncias, mítines, rayados, panfletos, en definitiva la superación de la derrota por otros medios. Y lo principal, había que sacar al tirano del poder.
Está documentado en el país, y es conocimiento del mundo, los atroces crímenes cometidos por los militares golpistas, lo sanguinario del terrorismo de las FFAA que buscaba hacer nula la capacidad de resistencia por parte del gobierno de Allende, y de los partidos de la Unidad Popular que lo apoyaban, objetivo logrado contundentemente. Luego, en los años posteriores, el arte militar de los golpistas, fue aplicar la represión de forma mucho más selectiva, en especial en los centros de trabajo, de estudios, en el campo y la ciudad, en contra de los dirigentes y militantes de partidos de izquierda y en el amedrentamiento del pueblo allendista.
Lo anterior provocó que el actuar popular de protesta, nuestro arte militar, se realizara en lugares más familiares, confiables y seguros, donde vivían los manifestantes, los territorios poblacionales pasaron a ser nuestros “teatros de operaciones”.
En las poblaciones se desarrollaban los principales enfrentamientos, auto defensa para atenuar la represión. El empleo de “barricadas” era importante, construidas con materiales caseros que se recopilaban muchos días antes y en el secreto colectivo de los propios pobladores. Los “cierres de calles” eran defendidos por todos y con el empleo de piedras, molotov y miguelitos que frenaban la irrupción de las fuerzas de carabineros y militares. Por lo general este accionar se hacía en plena oscuridad, después de los apagones, la penumbra protegía a la población de los ataques, pero de igual forma los militares con sus vehículos de guerra penetraban, lo que causaba muchos muertos, heridos y detenidos entre los pobladores.
En las manifestaciones diurnas, de calles, se adquirió toda una cultura de lucha, en ellas era más fácil pasar en el anonimato en medio de la masa que protestaba, sobre todo cuando arreciaba la represión. Si bien las organizaciones sindicales, sus dirigentes y los partidos políticos llamaban al paro, este era más notorio en los recintos universitarios que en las propias empresas, debido en gran parte a la acción de la prensa de la dictadura, en los periódicos El Mercurio y La Tercera, entre otros, ocultaban toda información relacionada con los llamados a protestas y no cubrían las manifestaciones. Para llamar a las protestas se aprendió a pintar paredes de forma rápida y creativa. Imprimir octavillas o panfletos claros y concretos por miles, que se lanzaban en las calles en los mítines relámpagos. En muchas ciudades se leían las proclamas llamando al paro, los activistas en forma coordinada luego de la acción, se disolvían una vez cumplida la misión encomendada. En las sedes universitarias se desplegaban luchas masivas, los estudiantes salían de los colegios y cortaban el tránsito en las calles aledañas, se enfrentaban con las fuerzas represivas, luego se replegaban de nuevo a sus centros de estudios. Poco a poco se iba desplegando toda una “cultura de lucha” contra la dictadura.
La magnitud, fuerza y variabilidad del accionar en las Jornadas de Protesta entre los años ochenta, así como el tipo de participantes y las múltiples organizaciones sociales, estudiantiles, políticas y de grupos de combate sorprendió no solo a la dictadura sino hasta los propios convocantes de las protestas. Fue nuestra estrategia. La creatividad del pueblo iba en aumento, lo que se reflejaba en el grado de organización que se alcanzaba, así como la modalidad de protesta que se ejecutaba.
En esa creatividad la música popular jugó un papel determinante, las canciones educaban a los manifestantes en los métodos de lucha, quien puede olvidar “El Camotazo”, de extraordinarios artistas, de combatientes de la cultura. Sus temas, entre tantos, La Barricada, El flaco, Y están por disparar, La sublevación, se interpretaban en los actos, peñas, fiestas, y también en concentraciones operativas previas a las protestas.
Las organizaciones y el propio pueblo se vieron obligados a enfrentar la represión brutal que crecía y aumentaba en correspondencia con los avances de la propia lucha por acabar con la dictadura. En forma masiva la acción terrorista de cientos de policías, militares y civiles allanaban los hogares de centenares de chilenos, estas acciones del arte militar de la FFAA se hicieron comunes y de conocimiento de todos. Los habitantes de las poblaciones como La Victoria, La Castrina, la Yungay, la Joao Goulart, La Legua y tantas otras, conocieron que ser mayor de catorce años, era un acto de culpa y motivo para ser conducidos a canchas y sitios eriazos para ser chequeados brutalmente por horas. Solo en la cuarta de jornada protesta del 11 y 12 de agosto de 1983, 18 mil efectivos militares salieron a las calles, el saldo de la represión en esa oportunidad fue de 29 chilenos muertos, 200 heridos y mil detenidos. Y es en la mayor de todas las protestas, la realizada el 2 y 3 de julio del 86 donde se produce el Caso Quemados, un oficial al mando de un piquete de militares terroristas quemaron vivos a dos jóvenes compatriotas, en otra gran muestra del arte militar de la dictadura.
En las Jornadas de Protesta se evidenció el acumulado cultural de lucha y de experiencia del pueblo chileno. Paralelo con ello, las organizaciones políticas de izquierda, dejaron de ver el tema de la preparación combativa, -lo militar, como un tabú, o como tarea solamente de especialistas. En medio de esas luchas (con el componente político-militar obligatoriamente presente) la necesidad creó nuevas formas de organización, a saber: de seguridad, autodefensa, milicias, fuerzas combinadas contra la represión. Con el enemigo reprimiendo y la voluntad de hacer y de vencer de los revolucionarios, se resolvía que todas las formas de lucha eran legítimas para el pueblo sometido y gran parte de la izquierda. En esas luchas de resistencia, incorporadas a nuestra cultura, los chilenos fuimos conociendo nuevos tipos de lealtades, las que se crean al pasar a la lucha ofensiva, lo que nos ayudaba a superar los dolores y frustraciones de los primeros momentos del Golpe de Estado, de las primeras luchas defensivas. Este tipo de lucha ofensiva, la protesta, cambió la mentalidad de muchos y fue el camino elegido para la construcción de las fuerzas necesarias para las nuevas etapas de lucha que se aproximaban, los grupos operativos o de combate.
En esta resistencia los principios del arte militar, estuvieron presentes, como la instrucción, la iniciativa, la sorpresa, la decisión, la agresividad, la capacidad del uso acertado de los distintos medios para frenar la represión. La dirección principal y la cooperación entre fuerzas. La profundidad territorial en todo el despliegue represivo enemigo. La moral, otro principio importante en el uso de los factores políticos y psicológicos para desmoralizar a los oponentes y romper la voluntad de represión. La seguridad que complementa la sorpresa y el apoyo logístico de carácter permanente. Existe una tradición cultural en Chile contra la represión, la auto defensa, que viene de la época de lucha contra el invasor español, que se oculta, es poco investigada desde el punto de vista popular y se mantiene latente como respuesta al abuso institucional hasta nuestros días. La resistencia a la dictadura de Pinochet acopió conocimientos y experiencias en el tema militar, y esa fue una conquista teórica y práctica del pueblo, que hoy es parte de nuestra cultura y que no puede ser olvidada ni abandonada.
Se requiere iniciar o continuar un camino de investigación de la cultura combativa chilena, tal como se ha hecho en lo relacionado con las violaciones de los derechos humanos cometidas por la dictadura de Pinochet. Así como se han construido, producto de ese esfuerzo, varios museos de los DDHH, debe haber museos de la memoria combativa del pueblo chileno. ¿Habrá razones para que todavía no existan esos museos?
El historiador Gabriel Salazar en uno de sus tantos libros, expresa, algo certero: “¿No levantamos nuestras propias ollas comunes? ¿Nuestros talleres productivos, cooperativas de consumo, centros salud, comités de derechos humanos, talleres culturales, redes de educación popular, e incluso nuevos grupos "de resistencia armada"? ¿De dónde sino de allí sacamos la capacidad y la audacia para hacer estallar, entre 1983 y 1987, veintidós jornadas nacionales de protesta?... Nadie esperaba eso: ni Pinochet, ni los políticos que después negociarían la llamada "transición", ni los observadores internacionales. Nadie. ¡Fueron 22 jornadas nacionales de protesta! ¡Hasta intentamos matar al tirano!...” “Perdimos el miedo”… "Y cayó"...
Al visitar las páginas de internet relativas la cultura institucional chilena, y dejarnos llevar por ellas para conocer lo que celebramos o conmemoramos, descubrimos las fiestas religiosas y paganas que caracterizan nuestra “chilenidad” y también las celebraciones de carácter “oficial”. No aparecen, obviamente las conmemoraciones del 29 de marzo, “Día del joven combatiente” por ejemplo.
A pesar que han pasado cuarenta y cinco años del fatídico 11 de septiembre de 1973, el magnicidio se sigue recordando por el pueblo chileno. La batalla en La Moneda, los enfrentamientos desde el Ministerio de Obras Públicas, los primeros combates de la Resistencia, la dignidad de los presos políticos encarcelados en recintos militares y campos de concentración y la lucha anti dictatorial de carácter político y militar son fuentes de remembranzas e inspiración de diferentes tipos de homenajes, desde los litúrgicos y hasta los de carácter combativo en cada septiembre.
Vale la pena precisar que el golpe de Estado fue “la continuación de la política por otros medios”, aplicada por las FFAA, junto a los partidos de derecha, grandes empresarios y la Democracia Cristiana constituidos en una alianza golpista cívico-militar en contra del gobierno de la Unidad Popular, ya que el 43% de votos obtenidos por la Unidad Popular en la elección de marzo de 1973, hacía imposible lograr el quorum necesario de parlamentarios para destituir constitucionalmente a Salvador Allende como Presidente.
¡Es una guerra! Anunciaron los terroristas de Estado en septiembre de 1973. Sus generales al declararla, tomaron como enemigo a los propios ciudadanos que juraron defender de agresiones externas: el pueblo chileno y en especial a los partidarios de Allende. Los clásicos militares lo enuncian en sus tratados y los mandos saben que una guerra cuando se acomete, debe cumplir tres grandes objetivos:
a) Destruir las fuerzas que enfrentan, sus enemigos.
b) Controlar el territorio o el teatro de operaciones y
c) Romper la voluntad de lucha del pueblo atacado, destruyendo su moral combativa. Esto último es esencial, pues garantiza el triunfo total y en el tiempo a los vencedores. ¿Cumplieron estos objetivos estratégicos, los golpistas?
Al margen de que cada objetivo merece un análisis particular, en esta opinión solo generalizaremos. Las fuerzas populares que apoyaban y defendieron a Allende a pesar del honor y la desigualdad de fuerzas y medios, fueron destruidas, y las que posteriormente enfrentaron la dictadura también. Los militares controlaron rápidamente el territorio nacional. Pero ¿destruyeron la voluntad de lucha? ¿La moral combativa fue aplastada? ¿Los combatientes perseguidos, apresados, relegados, expulsados del país, renegaron de sus ideas?, ¿el pueblo chileno olvidó a Salvador Allende y su sueño socialista? ¿Son historias olvidadas las vidas de Miguel Enríquez, Raúl Pellegrín, y tantos otros héroes del pueblo chileno?
A pesar del terror impuesto en todos esos años de dictadura, o a la posterior denegación de justicia, debido a la decisión de Patricio Aylwin de implementar su doctrina de “juzgar en la medida de lo posible a los criminales violadores de DDHH”, o de Eduardo Frei de salvar de la justicia internacional al dictador preso en Londres, o del deseo de “dejar que las instituciones funcionen” de Ricardo Lagos, circunscribiendo los crímenes a responsabilidades individuales y no a doctrinas institucionales. A pesar de la “Transición Democrática” que explica el estado de injusticia y de corrupción que vivimos en nuestros días, ¿Perdimos nuestra voluntad de lucha los chilenos?
No, los golpistas no destruyeron la voluntad de lucha.
Esa férrea voluntad demostrada por esas generaciones de mujeres y hombres en septiembre de 1973, se constituyó luego en paradigma histórico, sobre todo cuando los partidos de la izquierda tradicional abandonaron las ideas socialistas y anti capitalistas, los principios revolucionarios y las posturas clasistas. Si bien es cierto, orgánicamente la izquierda hoy es una gran diáspora en el escenario político nacional, se ven signos de miradas comunes, lo que es un gran avance.
Esa férrea voluntad también explica la decisión de los familiares de víctimas de los DDHH de no aceptar la reconciliación sin justicia y castigo a los culpables de los crímenes de la dictadura. Las leyes secretas de la Transición y la voluntad política de los actuales mandos de las FFAA de proteger y honrar a criminales rematados por la justicia les dan la razón, sin lugar a duda.
El mejor homenaje a los héroes y heroínas, es recuperar la lealtad mostrada en las más duras condiciones por los primeros combatientes de ese 11 de septiembre, y reconstruir la unidad, que siempre es preludio de avances y victorias de los pueblos.
A modo de preliminares conclusiones:
No se puede perder lo aprendido por nuestro pueblo en la lucha contra la dictadura, conocer el “estado del arte” alcanzado, sirve para el presente y futuro, qué duda cabe.
Debe haber siempre una mirada estratégica en la lucha de los revolucionarios.
La unidad entre los luchadores y el pueblo debe ser monolítica.
Es nefasto el sectarismo como método de formación y práctica política.
El proceso de acumular ideas nuevas y fuerzas, no termina nunca.
Reivindicar la memoria de los combatientes, es un deber revolucionario.
Otras.
Al terminar estas ideas, que pretenden reivindicar la permanencia de la lucha por la justicia social, el derecho a opinar de todo y el valor de la sabiduría popular en nuestro país, vale la pena citar opiniones de Raúl Pellegrín, realizadas luego del triunfo del No y antes de los ataques a los pueblos del 21 de octubre de 1988, hace ya 30 años:
“Intentarán perpetuar su modelo de dominación económica y política, intentarán maquillar y legitimar la esencia de un sistema injusto y criminal. En ese difícil escenario que se avecina, quedaremos muchas veces aislados, sin provisiones, sin medios, cercados, agobiados, muchos de nosotros posiblemente caeremos. Sin embargo, en este difícil momento se define el carácter histórico de nuestra lucha, no debemos dejar de luchar, mantener la lucha irrenunciable del pueblo por la dignidad y la justicia.”
¡Honor a los héroes revolucionarios de Octubre!
José M. Carrera
Director CITEL -Centro Ideas Teniente Edgardo Lagos (***)
Santiago Chile, Octubre, 2018
(*) Publicado en la Revista ProvocAcción Popular, Nº 8, Octubre 2018, Año 3. Título “Insurrección de masas para la felicidad de los Pueblos” Editorial Chile Popular.
(**) Raúl Pellegrín y Cecilia Magni, máximos dirigentes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, FMPR, comandaron el 21 de octubre de 1988 el ataque y toma de cuatro poblados rurales hace ya 30 años, como única respuesta política y moral a la “transición política” que garantizó el paso de la dictadura a la democracia a finales del siglo XX en Chile, negociada espuriamente “en la medida de lo posible”, con beneficios judiciales, políticos y pecuniarios para los negociadores, sus instituciones y partidos políticos hasta nuestros días.
(***) Teniente Edgardo Lagos, oficial internacionalista chileno, formado en las FAR de Cuba, fallecido el año 1979 a consecuencia de heridas de combate en la guerrilla nicaragüense del FSLN.