Opinión | El cuerpo ideológico del fascismo chileno

No traicionar la patria No traicionar al amigo No traicionar la idea. ¡¿Más, qué es la idea?! pregunta Accio a su amigo que lo ha internalizado en el fascismo. Duditativo, el interlocutor le responde que: "la idea es la idea", y con eso basta.

Por Juan Pablo Orellana *

Este preciso diálogo transcurre en una cómica e irreverente película italiana llamada "Mio fratello é figlio unico" (2007) y muestra un importante detalle: ¿Cuál es la idea o cuerpo ideológico propio del fascismo?. Esta materia no es nada fácil, menos aún en nuestra época, donde esta ideología pareciera haber muerto de cabeza en 1945, junto con su máximo referente, Benito Mussolini. Pareciera asunto resuelto, pero veremos que no es tan fácil. En primer lugar, bien conviene entender junto a Robert Paxton, en su Anatomía del fascismo (2019), que este movimiento no tiene símil alguno con los fenómenos ideológicos del socialismo, liberalismo o anarquismo, pues, muy a menudo, tiende a adoptar prácticas contradictorias con su propio discurso primigenio. Por eso, definir o entender "la idea" es casi una misión imposible para Accio, el protagonista de la película mencionada. Aún así, siempre hay elementos que ayudan o posibilitan identificar algunos lugares comunes que se presentan en la fascistización de nuestras sociedades. Te puede interesar: Kast viaja a EEUU para cambiar su imagen internacional de pinochetista, fascista y negacionista del cambio climático Partiremos señalando que el actual fascismo se ha despojado de los uniformes, aunque no deja de añorar la bota militar. En su "pragmatismo" siempre está la mención al orden y el control por sobre la decadencia social, el culto a la unidad nacional a través de la pureza (sea de tipo racial o moral) y por cierto, y no menor, el compromiso servil con la elite. Por tanto, y replicando en esto al mismo Paxton, lo “atractivo” hoy en día del fascismo, no tiene que ver con su pasado, sino más bien con su presente, es decir, con la propia deriva fascista que se transforma en una constante fascistización de nuestras sociedades a través de estos elementos vivificantes (e irracionales) de una ideología que se va sentando en nuestras mesas. Y es que en su forma pública, el fascismo es atractivo porque se presenta bajo la premisa de una acción mesiánica, frente al fracaso del liberalismo y las democracias modernas y por tanto, relativizar ciertas restricciones que plantea, en función de salvar los viejos valores y conseguir una sociedad anhelada, pacificada, es justificable. También se justifica entonces un programa (de gobierno) que excluya a los enemigos de la patria (que bajo esta premisa puede ser cualquier otro) y apoyar a quienes si la realzan, al caso, la familia “bien constituida”, la mujer casada y el padre proveedor, por tanto, ellos sí son dignos de derecho y no los otros. Relativizada la posibilidad fascista, entonces, no resulta tan extraño que crezca también dentro de la juventud que se anima a compartir sus canciones en redes sociales, incluso aunque no se comparta el programa, porque hoy por hoy, es mucho más importante un like, y le hemos llamado fascista a cualquier cosa que nos parezca diferente, que incluso en presencia del mismo, no somos capaces de identificarlo o entender su peligro. Por tanto, como advertencia, el fascismo o capital-autoritarismo, como le mencionan algunos autores, no cuaja por sí mismo, sino que siempre le antecede el fracaso de la manoseada política tradicional y de las propias izquierdas, preocupadas hoy en día de cualquier cosa, salvo de lo importante. Esta espiral de violencia que vivimos hoy, siempre le conviene a este tipo de ideología, una amalgama perfecta entre experiencia (intimidación) y juventud (provocación), así se configura el escenario perfecto para la perdida de libertades civiles y derechos democráticos, que ya en pleno siglo XXI no deberían ni siquiera cuestionarse. A nuestro pesar, estamos en lo que Fusaro denomina "la noche del mundo", donde la oscuridad está tan presente que ni siquiera vemos la oscuridad en sí y por tanto, no tenemos consciencia de la misma. Heidegger (aunque paradójico que aparezca aquí) lo expresa diciendo que "es la noche de la huida de los dioses", en la que ya ni siquiera podemos percibir en la miserable situación en la que nos encontramos. El fascismo y su deriva capital-autoritaria se ha banalizado y nos parece de lo más normal darle minutos televisivos, ponerlo en una papeleta electoral, o hacer sus bailes en TIK TOK, pero debemos darle sentido de urgencia a este problema de la somnolienta noche que nos envuelve: DESPERTAR ES IMPERATIVO, o en última instancia, asumir que seremos residentes permanentes de lo que Lukács denominó “El gran hotel abismo”, que aunque pareciera contar con “cómodas habitaciones”, el precio a pagar por ellas, es elevadísimo.   *Profesor de Filosofía
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