En los últimos años, han tenido lugar protestas en todo el planeta llamando la atención sobre la crisis climática y la agricultura. Las protestas buscan, por un lado, presionar para que quienes se dedican al campo obtengan mejores condiciones laborales y, por otro, asegurar la protección de la agricultura, sus circuitos comerciales y la soberanía alimentaria de las comunidades agrícolas.
Por Daniel Santander, geofísico chileno, est. Maestría en Ciencias, Gestión Ambiental, CAU Kiel, Alemania y Dirk Kock-Rohwer, agricultor orgánico y miembro del Parlamento en Schleswig-Holstein , Norte de Alemania.
Agricultores, campesinas y campesinos saben el cambio climático les afecta severamente: provoca crisis en los campos, cambios en las economías, deterioro de soberanías agrícolas y problemas con los cultivos como plagas, sequía, erosión, además de pérdida de nutrientes cómo fósforo o nitrógeno, entre otros.
Si bien desde hace décadas se sabe que la agricultura es una de las actividades más expuestas al cambio climático, las políticas de transición y adaptación que se han implementado no han sido efectivas. Esto se debe en parte, a que los esfuerzos siguen estando enfocados en el crecimiento económico, incluyendo —por ejemplo— la apertura de los mercados de carbono, que buscan la captura artificial de este a través de cultivos agroforestales sin comprender a los suelos como un organismo vivo. Al hacer esto, las funciones ecosistémicas del suelo quedan limitadas o reducidas y, a largo plazo, vuelve a los suelos menos productivos.
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La apropiación del campo
Semillas, aguas y abonos han sido apropiados por el gran mercado de la agricultura industrial, principalmente tras la denominada «revolución verde». Desde entonces, las personas del campo —aquellas dedicadas a la agricultura pero también las campesinas que subsisten gracias a su siembra anual— se han visto cada vez más obligadas a comprar y depender de las reglas de los grandes mercados y monopolios de la agroindustria. Dichos mercados son manejados por corporaciones internacionales muy poderosas y, poco a poco, han desplazado a las economías locales e ido acabando con las tradiciones campesinas de comercio y producción.
Las grandes corporaciones multinacionales dedicadas a la agroindustria han utilizado todas las herramientas del lobby imaginables para modificar las reglas del sistema —tanto a nivel local como global—. Asimismo, han permeado a las diversas instituciones que regulan los mecanismos de cultivo, generando con ello incentivos para la agricultura industrial dentro de los estados y modificando las políticas públicas que protegen al campesinado y a las tierras con el propósito de distorsionar los mercados para su beneficio monopólico.
Alternativas de cambio
Si bien la agricultura industrial domina el panorama, existe una ventana que permitiría darle vuelta a la situación, al menos de manera parcial. La agricultura orgánica es uno de esos pilares que tenemos disponibles para mitigar la crisis. Se caracteriza por trabajar con insumos naturales, abonos orgánicos, semillas polinizadas de manera natural —por polinizadores como abejas, mariposas, murciélagos, colibríes— y el no uso de semillas transgénicas y agrotóxicos tales como herbicidas, pesticidas y fertilizantes químicos.
La agroecología es una de las propuestas dentro de la agricultura orgánica y constituye una de las soluciones más importantes para combatir el cambio climático. Consiste en un enfoque integral que busca armonizar la producción con los ciclos naturales, mediante la conservación del suelo, aplicando principios de diversificación y de rotación de cultivos, entre otros.
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La estigmatización sobre la agricultura no industrializada —por considerarse opuesta al progreso— y falta de incentivos de los gobiernos —por todo el trabajo de lobby de las multinacionales agroindustriales— ha hecho que las diversas técnicas agroecológicas que existen alrededor del mundo hayan caído en desuso y, en consecuencia, sean desconocidas para sectores importantes de la población que se dedica a la agricultura.
Pese a ello, los resultados de implementar técnicas agroecológicas son notables para quienes todavía las usan o para quienes han hecho la transición a ella: altos niveles de captura de carbono atmosférico, regulación de los ciclos biogeoquímicos del suelo, tratamiento biológico de las aguas y la protección de la biodiversidad. Es decir, es una manera de cultivo que garantiza las funciones ecosistémicas.
Por estas razones es que deberían existir fuertes incentivos desde los gobiernos locales, nacionales, internacionales y los organismos supranacionales —ONU, FAO, etc.—para la promoción de la agricultura orgánica y, particularmente, para que las comunidades campesinas transicionen a la agroecología, incluyendo transferencias de capital y construcción de capacidades, es decir a la financiación de proyectos de inversión física como infraestructura y equipamiento junto con el desarrollo y el fortalecimiento de las habilidades, conocimientos y recursos.
El futuro debe ser sustentable
¡La Tierra tiene que reverdecer! Debemos transformar los monocultivos en bosques de alimentos que protejan la biodiversidad, mitiguen el cambio climático y fortalezcan las cadenas de economía local.
Sin embargo, para realizar esta transición resulta necesario discutir una nueva economía de apoyo para los campos. Por fortuna, el entorno es favorable debido, en parte, a los cambios culturales que ha ido generando la crisis climática —particularmente en los países del norte global—. Por ejemplo, los productos orgánicos o «bío» han abierto nuevos mercados y se han vuelto más rentables —llegando incluso a convertirse en un nicho de negocio para la agroindustria—; debido a que las preferencias de los consumidores han cambiado y están haciendo que —las personas que pueden hacerlo— opten por productos amigables con el ambiente y la biodiversidad cada vez con más frecuencia.
El futuro de los campos y de la agricultura está en riesgo. Se necesitan inversiones urgentes en la agricultura orgánica tanto de los estados, los fondos privados como de los organismos multisectoriales y supranacionales. Se requiere capital para la transición de los cultivos, para adaptar las instituciones y para atraer y ajustar las tecnologías que permitan reacomodar a los sectores agrícolas.
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Es posible pensar en la renovación de la industria agrícola y fomentar los mercados de productos orgánicos gracias a un trabajo integrado junto a las organizaciones campesinas y de agricultores.
Transformemos nuestros cultivos en medicina para los suelos y las aguas: Invertir en la agricultura orgánica es invertir en el futuro de las próximas generaciones y en la protección de la biodiversidad. ¡A globalizar la esperanza! Dirk Kock-Rohwer, agricultor orgánico y miembro del Parlamento en Schleswig-Holstein, Norte de Alemania.
Daniel Santander, geofísico chileno, est. Maestría en Ciencias, Gestión Ambiental, CAU Kiel, Alemania y Dirk Kock-Rohwer, agricultor orgánico y miembro del Parlamento en Schleswig-Holstein , Norte de Alemania.