El estallido social que se ha expresado en más de 10 días de intensas y masivas olas de protestas a nivel nacional, ha demostrado no sólo un descontento, sino en muchos casos, un profundo rechazo a instituciones como el gobierno, las AFP, Carabineros y Fuerzas Armadas. Rechazo del que no se excluye la prensa nacional.
Los canales de televisión y radios nacionales, ya sea por mala intención, obstinada obsecuencia a las minutas del Ministerio del Interior o por su limitada capacidad de comprender el fenómeno que está ocurriendo, han realizado una mediocre cobertura, similar a la realizada en el marco del 27/F, centrada en los daños materiales de empresas privadas producidas por vandalismo y saqueos.
Si analizamos este estallido desde una perspectiva de mediano plazo, podemos ver que se trata de la continuación de la forma de abordar el asunto. Las y los estudiantes secundarios -chispa de la revuelta- venían protestando todo el año por las malas condiciones de los establecimientos, manifestaciones que sólo encontraron como contraparte represión, violencia estatal (llegando incluso a instalar Fuerzas Especiales al interior de los colegios, que por cierto no escatimaron en el uso de gases lacrimógenos). Estos y estas jóvenes también debieron enfrentarse a una condena continua y moralizante por parte de los auto-proclamados jueces de la razón, que son los conductores y conductoras de simples programas de TV como son los noticiarios.
Durante prácticamente todo el primer semestre, sin hacer un mínimo esfuerzo por comprender el fondo del movimiento estudiantil, se dedicaron a condenarlo, a fijar exclusivamente su atención en la violencia. Jamás olvidaremos aquellos especiales sobre los llamados "overoles blancos". Sin embargo, sobre las demandas, poco y nada.
Cuando el acorralamiento hacia los y las estudiantes les llevó a trasladar sus protestas ya fuera de los liceos, eligieron brillantemente un símbolo del descontento con los abusos que trasuntaba a todo el pueblo santiaguino: evasiones en el metro.
Acciones que encontraron en la prensa aburridos y repetidos bramidos moralizantes de estos animadores de noticias, y por más que los cizañeros noteros intentaban la cuña mala leche bajo el mantra vacío de "condenar la violencia", se encontraron constantemente bajo una, otra y otra muestra de respaldo a las evasiones, ante la perplejidad de sus limitadas capacidades que otorga su lugar de privilegio.
Finalmente, vino lo que todos y todas sabemos: El estallido. Un rugir social que no ha perdido un ápice de fuerza y que tiene al gobierno contra las cuerdas, a punto de derrumbar todo el régimen guzmaniano construído desde el 80 y perfeccionado por la post-dictadura.
Pese a las millones de personas en las calles de prácticamente cada pueblo y ciudad en Chile reclamando al unísono las mismas demandas: Fin a las AFP, salud, educación, seguridad social, (entre otros aspectos de una lista interminable pero que resume la esencia absoluta del modelo neoliberal), la prensa prácticamente durante 5 días no se dedicaron a otra cosa que criminalizar las manifestaciones, hablando exclusivamente de los daños a edificios y los saqueos, nada más. Incapaces de intentar comprender la profundidad de las demandas y, sobre todo, la forma en que esta se manifestó, que no tiene nada de nuevo en la historia de la humanidad, aunque nunca faltarán quienes se sorprendan que sol salga por el Este.
Lo más ridículo es que su crítica venía desde un rol de jueces morales que nadie les entregó (y para el que les falta muchísima formación si quieren atreverse a ejercerlo) con una distinción básica que se hace durante las tempranas etapas del desarrollo del cerebro en la primera infancia que es la categoría binaria "Bueno / Malo". Es decir "rescatamos las formas que nosotros creemos que son las buenas, y rechazamos las que nosotros creemos que son las malas". ¿Alguien les preguntó?
Quedó del todo manifiesto que estos personajes intentan condenar un fenómeno para el que no poseen las capacidades de entender. Las carreras de periodismo en Chile, lamentablemente, poseen escasa formación (en los casos en que hay) en Ciencias Políticas o Filosofía, y dada las evidencias, difícilmente han realizado la siempre emocionante y enriquecedora tarea de la autoformación que puede hacer cualquier persona con ganas de aprender. Explicar un estallido social les quedó grande y no tuvieron las herramientas para hacer su trabajo, repitieron el discurso del orden público sin pensar, pero por suerte esta vez, también sin causar ningún efecto ni menguar los ánimos.
Si hay algún animador de noticias o periodista de algún canal de televisión que pueda estar leyendo esto permítase recibir un consejo: estudie antes de hablar, sobre todo si quiere hacerlo de un fenómeno tan complejo como lo que ocurre en Chile estos días. Su rol no es "condenar la violencia" sino explicar lo que está pasando.
Sin embargo, su trabajo no pasó desapercibido y el rechazo por parte de la población se hizo sentir en un primer momento: Cacerolazos en las afueras de Radio Bio Bio y algunas estaciones de TV, incluso el ataque directo a las instalaciones de Mega y a la misma emisora en los últimos días. Su vergonzoso trabajo ha significado que no puedan ni acercarse a una manifestación porque son rápidamente -y no de buena forma- expulsados de ésta. Ahora deben limitarse a informar a varios metros de distancia mientras la cámara trata de tener un buen zoom para captar imágenes, esto mientras ven con envidia cómo corresponsales extranjeros pueden caminar entre los y las manifestantes y conversarles, esto siempre y cuando aclaren rápidamente y cada instante que no son prensa local.
Si ponemos atención, al no cumplir su objetivo desmovilizador, buena parte de los canales decidieron casi al unísono, utilizar su arma más eficiente de control de opinión masiva: Los matinales. Estos especiales, de matinales tuvieron poco, pues llegaron incluso a tener coberturas que alcanzaron hasta más de las 10 de la noche. Para esta ocasión los roles de jueces morales se les asignó a la camarilla de conductores, que de todas formas no lograron amainar en lo más mínimo las protestas.
Ahora todo hace indicar que esta vergonzosa tarea consiste en tratar de imponer un retorno a una supuesta normalidad que nunca más volverá a ser tal, el país cambió y el viejo Chile ya no existe. Intentan hacernos creer que el movimiento social es noticia de la semana pasada, pero será en el espacio más político de todos, la calle, donde quedarán en ridículo una vez más. Aquella normalidad era precisamente el problema que nos tiene cansados.
Lo importante es aprender que la prensa es un aparato más del statu quo que se está luchando masivamente por cambiar de manera radical, un aparato ideológico, un cuarto poder. Todos estos canales, radios y pasquines pasarán a la posteridad de este momento histórico y serán mirados en el futuro como representantes de lo peor de aquel viejo Chile que quedó atrás.
Resumen.