En estos días de campaña presidencial se escuchan toda clase de diatribas desde la derecha (políticos y empresarios, medios mediante) contra una dirigencia política a la que acusan de corrupta y demagógica, responsabilizándola de todas las causas que llevaron a la Argentina a su decadencia, junto a invocaciones a recuperar la “grandeza económica” que el país perdió, según la ultraderecha, a principios del siglo XX.
Por Aram Aharonian
Dicen los liberales locales -y tienen razón- que en la década de 1890 y hasta 1914 se consideraba a Argentina uno de los países más ricos del mundo en términos de Producto Bruto Interno per cápita.
Pero suelen obviar que los gobiernos de Juan Domingo Perón promovieran la industrialización, la expansión del mercado interno, la sindicalización de los trabajadores y la ampliación de derechos políticos, laborales, culturales y sociales. Se sancionó la ley de voto femenino que estableció el sufragio universal en Argentina. Algunos osan afirmar que el mejor registro de PBI per cápita desde el 1900 a la fecha le correspondió al año 2011, durante el apogeo del kirchnerismo.
Lo cierto es que Argentina se ha vuelto reaccionaria: cada gobierno hace tantos desastres que el siguiente es votado para reaccionar contra él, desarmarlo, y dedicarse a producir sus propios desastres. Si usted no es de por acá se preguntará por qué ese país rico en recursos, bien dotado, bien poblado, está como está. Y si vio el primer debate presidencial, ya tendrá la respuesta.
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Uno va caminando por el centro de Buenos Aires y se choca con cientos de ¿turistas? uruguayos, chilenos, brasileños, más interesados en comprar ropa y alimentos mucho más baratos que en sus países, pero también debe esquivar la cantidad de gente sin hogar ni trabajo que sobrevive en las plazas o en las recovas de las grandes avenidas porteñas, tratando de conseguir algún alimento que lo ayude a pasar la jornada.
Las cifras oficiales aterrorizan: la pobreza alcanza a más del 40 por ciento de país y la indigencia araña al 10 por ciento de los argentinos. Las cifras no oficiales son más dramáticas aún: la pobreza, la indigencia, el hambre crecen permanentemente. La proyección hacia el futuro es peor: entre quienes (sobre)viven en el otrora granero del mundo, el 56,2 por ciento de los niños de hasta 14 años son pobres. ¿Es el funeral del futuro?
Crece la desigualdad y la fortuna de los superricos aumenta. Los argentinos con por lo menos mil millones de dólares aumentaron su riqueza un 40 % al mismo tiempo que la pobreza se encamina a alcanzar a la mitad de la población. Mientras un 10% del producto bruto del mundo se encuentra en guaridas fiscales, la proporción escala al 40% en países como la Argentina.
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Transparencia Internacional publicó en enero el ranking mundial de corrupción, donde ubicó a Argentina al mismo nivel que otros países de la región como Brasil, pero algunos escalones por debajo de Chile y Uruguay, los mejores puntuados de la región. La gestión de Alberto Fernández sólo consiguió 38 puntos sobre los 100 posibles y quedó ubicado en el puesto 94 entre los 180 países evaluados.
Cien empresas o personas físicas fugaron 24.679 millones de dólares durante el gobierno neoliberal de Mauricio Macri. Entre los grande fugadores seriales están Telefónica Argentina con 1.248,2 millones de dólares y Pampa Energía SA con 903,9 millones de dólares; Monsanto Argentina SA; Grupo Clarín con Directv Argentina S.A. y Telecom Argentina SA; el grupo Techint con Siderar SA; Hidrovía Paraná SA ; Aceitera General Deheza, Arcor SA de la familia Pagani; el Grupo Galicia de los Braun, Ayerza y Escasanny; el Banco HSBC; y el Grupo IRSA de Eduardo Elsztain.
Trato de imaginar los cambios que implicaría un triunfo de Milei en materia económica (dolarización, fin del Banco Central), institucional (plebiscitos si no logra reunir las mayorías legislativas), educativa, de política exterior (salir del Mercosur y enfriar la relación con China “por comunista”). Si gana y hace una décima parte de lo que grita, Argentina se transformaría en un país muy diferente. Y a la desestabilización de la región es a lo que temen Washington y la Unión Europea.
Sergio Massa, ministro de Economía, puso en marcha, -tarde, muy tarde- una serie de medidas que beneficiarán a los abajo -después de consultarlo con el Fondo Monetario Intrnacional-, y se mantiene gracias al pulmotor de Cristina Kirchner, que sigue siendo la principal ordenadora de la oficialista Unión por la Patria, aunque su figura se ve hoy tan devaluada como el peso argentino.
¿Y si la que gana es Patricia Bullrich, la tercera en discordia, ministra de Seguridad del gobierno neoliberal de Mauricio Macri? Con dosis crecientes de violencia conceptual se concentra en prometer la liquidación del kirchnerismo,y montar plataformas de vigilancia digital para toda la ciudadanía (detrás de lo cual sin dudas habrá un gran negocio de las empresas estadounidenses e israelíes).
Hay quienes dicen que el país se ha convertido, en las últimas décadas, en una confederación inestable de feudos estabilísimos, donde cada jefe provincial retiene el mando durante décadas e impone condiciones al jefe nacional,como separar sus elecciones para no comprometer su poder en la búsqueda de una opción común. Esta confusión muestra, también, el talante de esos jefes, sólo salvarse ellos.
Un país reaccionario es un país calesita (tiovivo), que da vueltas y vueltas sin avanzar ni un paso. Y por eso gana apoyos alguien como Javier Milei, que dice ser libertario, grita citas bíblicas y declara que está a favor de la dolarización de la economía, la venta de órganos y todo lo público, “porque el mercado libre tiene que ser libre”. Pero consigue fascinar a muchos jóvenes -y no tanto- hartos de los políticos acostumbrados.
El suyo es un liderazgo personalista –no enfrentó a nadie en las elecciones primarias–, vertical y centralista, que grita su estribillo de que “los políticos no son la solución, son el problema. No quieren que nada cambie porque va en contra de sus privilegios. Si ellos no quieren cambiar, ¡vamos a sacarlos definitivamente!”¿Será que Milei no es un político?
Paren el mundo
Circulan en redes sociales distintas publicaciones que muestran una supuesta viñeta de la caricatura “Mafalda”, creada por Joaquín “Quino” Lavado en la que dice “¡Paren el mundo, que me quiero bajar!”. “Yo jamás hubiera puesto en boca de Mafalda esa frase, porque Mafalda no quiere que el mundo pare y ella bajarse, ella quiere que el mundo mejore. Entonces jamás se le pudiera haber ocurrido eso”, dijo Quino.
Pero Mafalda, comic que estuvo presente en la Argentina desde 1964 a 1973 y después recorrió el mundo y todos los idiomas, se bajó hace 50 años. Daniel Divinsky, editor de Quino, agregó que “más de la mitad (de las frases que se encuentran en internet sobre Mafalda) son falsas” y asoció la frase de marras a una comedia musical de Broadway, “Stop the world, I want to get off”, cuya versión cinematográfica, dirigida por Philip Saville, fue estrenada en 1966 (sin Mafalda, claro).
En aquellos años de dictaduras y dictablandas, Mafalda tendría razón para bajarse. Claro, que no se vivía una pobreza “para todos” de la de hoy, con indignantes cifras de pobreza infantil. Con cierto humor, el economista tucumano Horacio Rovelli recuerda que estas cifras son anteriores a la devaluación de agosto.
“Lo único que puede decir el gobierno actual es que los otros son peores, pero esto no soluciona la situación de los pobres”, añade, de cara a las elecciones presidenciales, donde aparece encabezando las encuestas el ultraderechista Javier Milei, superando al candidato oficialista Sergio Massa, también ministro de Economía.
“No creo que Massa pueda contener esta situación porque todavía faltan los números de agosto posdevaluación. Encima, ahora están devaluando fuertemente el dólar … y cuando el dólar aumenta, suben los precios. Las grandes empresas formadoras de precios siguen aumentando y se espera otro salto inflacionario”, dice.
Para Rovelli, a esta complicada situación se le suma la falta de respaldo de los grandes grupos económicos a Massa: Milei tiene el apoyo de los fondos buitres, los fondos de grandes capitales internacionales, la neoliberal Patricia Bullrich juega con Clarín y la prensa hegemónica, además de los grandes empresarios vernáculos.
El que está huérfano y solo tiene el apoyo de quien fuera dos veces presidenta (y actual vicepresidenta) Cristina Fernández de Kirchner es Sergio Massa, señala. No es que el capital trasnacional los haya abandonado: apuesta y hasta financia a los candidatos con posibilidades para resguardar las grandes ganancias en la explotación de los recursos naturales, como la minería, el petróleo, el gas…y ahora el litio.
Esta elección la podría ganar Massa si lograra mostrar (demostrar es otra cosa) que los otros son peores, pero le cuesta por la pobreza y la situación económica en la que se encuentra el país, a pesar del nuevo paquete de medidas impuesto por él, que favorecen, entre otros, a los trabajadores informales. Y no supo hacerlo en el patético debate televisado entre candidatos presidenciales realizado el domingo 1 de octubre en San Luis.
Allí, la más contundente fue Myriam Bregman, candidata del Frente de Izquierda y de los Trabajadores: “«Milei es un empleado de los grandes empresarios, que han ganado millones en estos años, algunos viviendo del Estado, y con él esperan ganar mucho más (…) No es un león, es un gatito mimoso del poder económico», aseguró.
La derecha, con el bombardeo de sus medios de comunicación, ganó una de las batallas: el desprestigio de Cristina Fernández, que había ganado las elecciones de 2011 con un 54%. Era el enemigo a demoler para poder avanzar.
Pero la realidad es que las grandes empresas formadoras de precios y los opinadores seriales y formadores de opinión aprovechan la fragilidad del gobierno del intrascendente Alberto Fernández -entretenido en autocalificarse de “progresista” e ir a toda reunión o cumbre fuera de fronteras- para remarcar precios. Un efecto de la devaluación del 14 de agosto se propaga todas las semanas con los aumentos en los precios.
Y millones de argentinos ni siquiera están pudiendo cubrir sus necesidades básicas. Incluso los que cuentan con las mejores remuneraciones padecen como consecuencia del creciente costo de vida. No solo porque -como dice un famoso refrán del expresidente Juan Domingo Perón- «mientras los precios suben por el ascensor, los sueldos suben por la escalera», es decir: corren siempre por detrás.
Y después de siete décadas y media, pareciera que el desgobierno ha logrado suicidar al peronismo.
Pienso en la juventud sin ejemplos y lo que eso significaría para el futuro. Me queda en la retina el mensaje mafioso de la ultraderecha cuando veo las fotos del intento de magnicidio de la aún vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, de la pistola apuntándole a la cara, ¿sin disparar? El mensaje quedó grabado en las retinas de todos: los podemos matar cuando queramos, a ustedes, a sus hijos, a sus nietos.
Mientras se define quién tomará las riendas del país el 10 de diciembre, los argentinos ruegan (los creyentes rezan) poder llegar a fin de año sin repetir las grandes debacles que marcaron las últimas décadas, como la hiperinflación del 1989/90 o el estallido económico y social de 2001, cuyo recuerdo aún duele hoy y que bien podría repetirse.
Dan ganas de creer en Dios, dice el dramaturgo Roberto Cossa, en su ¡Ay, Patria! ¿Hay patria? Sí, hay patria: nos lo recordaron unos futbolistas (la mayoría vive fuera del país) que lograron unir a los argentinos al salir campeones del mundo. ¿A eso se reduce el concepto?
Digamos que paran el mundo y me bajo de la Argentina. Quedan 46 millones de sufrientes expectantes, mirando qué puede pasar. Pero, si me voy… ¿a dónde voy?
Foto principal: El País