Patrimonio cultural y violencia en Medio Oriente

[resumen.cl] En las últimos días de agosto, el grupo terrorista Estado Islámico destruyó dos importantes templos de la era romana de la ciudad siria de Palmira, el Baal y el de Bel, y además, decapitó y colgó en público al responsable de la Dirección General de Antigüedades y Museos en Palmira, el arqueólogo Jaled al Asaad. Luego, el pasado viernes 4 de septiembre, el Estado Islámico dinamitó también tres antiguas tumbas en Palmira, construidas entre los años 44 y 103 a.C. En este contexto, reproducimos un artículo de octubre de 2014 donde se analiza la violencia cultural ejercida por este grupo terrorista, señalándola como una práctica no exclusiva de grupos terroristas islámicos sino como parte de todas las ideologías radicales religiosas o de corte nacionalista: la eliminación del pasado cultural y la memoria para para destruir pueblos y comunidades humanas.

Fotografía: El grupo Estado Islámico publicó fotos de la destrucción de templo milenario de Baalshamin, en Palmira, Siria. Fuente:AP

Patrimonio cultural y violencia en Medio Oriente

Por: Fiona Rose-Greenland, Universidad de Chicago & Fatma Müge Göçek, Universidad de Michigan. Octubre 2014. Original: Cultural heritage and violence in the Middle East

Traducción: Andrés Fonseca López. Licenciado en Filosofía

Teatros de lo borrado: Siria e Irak

La violencia en Irak ha matado a cerca de 6.000 civiles desde inicios del 2014, de acuerdo a la misión de ayuda de la ONU para Irak. En Siria, más de 100.000 vidas han sido arrebatadas y aproximadamente 2 millones de personas han sido desplazadas desde el inicio de la guerra civil en marzo del 2011.

La cobertura de los medios se ha concentrado en la dimensión humana del sufrimiento. Con este ensayo, no obstante, queremos poner en relieve en otro importante aspecto de la violencia: la destrucción sistemática de sitios y objetos culturales.

De acuerdo a los reportes del grupo activista de Facebook Le patrimoine archéologique syrien en danger, los seis sitios declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO en Siria han sido dañados, las colecciones de los museos más importantes han sido saqueadas y docenas de antiguos relatos han sido obliterados por los bombardeos.

En Irak, reportes recientes de los medios afirman que los combatientes de Estado Islámico usan las reliquias para generar ingresos. Las denominadas “reliquias de sangre” funcionan como vacas lecheras, buscando altos precios de parte de coleccionistas inescrupulosos que les permitan capitalizar una atractiva suma para Estado Islámico.

Tan devastador como estas noticias, es el hecho de que Siria e Irak son simplemente capítulos adicionales una larga historia en la que el conflicto es caracterizado por un doble asalto sobre la humanidad: sobre los cuerpos humanos así como sobre los objetos y sitios que los pueblos crean y llenan con significado cultural.

La violencia cultural no es una práctica exclusiva grupos islámicos o áreas bajo su influencia; más bien es parte de la naturaleza de todas las ideologías radicales, religiosas o de corte nacionalista. Ellos proceden con una agenda predecible: primero, pintan el mundo en blanco y negro, y luego proceden a borrar todos los matices de prácticas culturales que van desde el no-blanco hasta el negro.

Antes de preguntarnos a nosotros mismos que pasos deberíamos seguir para salvar artefactos, monumentos y antigüedades en Medio Oriente, necesitamos entender el porqué de la importancia de hacerlo. Esto requiere de una comprensión más amplia del patrón histórico de violencia cultural organizada.

Violencia cultural y genocidio: una historia de odio del siglo XX

La destrucción de comunidades humanas es incompleta sin violencia cultural. Esta fue la conclusión del abogado de derechos humanos Raphael Lemkin, el jurista de nacionalidad polaca que acuño el término “genocidio” y lucho exitosamente por su reconocimiento como crimen por parte de los cuerpos legales internacionales. En “El régimen del Eje en la Europa ocupada” (1944) argumenta:

“Por ”genocidio” nos referimos a la destrucción de una nación o de un grupo étnico…(significa) un plan coordinado de diferentes acciones destinadas a los fundamentos esenciales de la vida de los grupos nacionales con el propósito de aniquilar a estos mismos grupos.” (Lemkin 1944: 80)

Entre los “fundamentos esenciales” de la vida en las sociedades humanas, Lemkin señala, están los sitios culturales, objetos y prácticas. El Holocausto galvanizó su trabajo por los derechos humanos, pero fue el trágico caso de los turcos armenios durante comienzos del siglo veinte lo que sirvió de base para su teoría del genocidio.

Los turcos armenios fueron sometidos al asesinato organizado y a la deportación bajo el gobierno otomano, un episodio ahora ampliamente conocido a pesar de las constantes negaciones por parte de oficiales turcos. La actual discusión académica sobre el genocidio armenio, sin embargo, se enfoca casi exclusivamente en la destrucción humana, sin tomar en consideración la sistemática aniquilación de sitios y monumentos que ha tenido lugar desde entonces.

La destrucción cultural ha sido tan extensiva que en estos días muy poca gente en Turquía sabe que el Asia Menor Oriental fue alguna vez el territorio ancestral de los armenios; no lo saben porque el estado turco y sus gobiernos han removido sistemáticamente todas las huellas de la civilización armenia.

Dicha destrucción cultural ha ocurrido en etapas. Primero, la posibilidad de una amenaza interna fue levantada públicamente para legitimar la expulsión forzada de mujeres, hombres y niños armenios del Imperio Otomano, saqueando lo que dejaban atrás e instalando refugiados musulmanes en sus casas. Luego, todas las iglesias armenias, escuelas y monasterios fueron confiscados y liquidados por ambos: funcionarios estatales u oficiales, o figuras musulmanas importantes.

En tanto que Asia Menor ha sido la tierra ancestral de los armenios por miles de años, las iglesias y los monasterios, así como sus cementerios fueron especialmente significativos en documentar el curso de la historia humana. Aquellas construcciones armenias que no se convirtieron en mezquitas fueron derribadas, usadas para guardar cereales o como establos, o utilizadas por los militares como campos de práctica de tiro.

También importante en este contexto ha sido el reemplazo sistemático de los nombres de lugares en armenio (en calles, edificios, barrios, pueblos y villas) por nombres en turco. La eliminación de los armenios de la memoria colectiva fue completada durante la República Turca; en sus libros escolares de historia, los niños turcos no se enteraban de nada relativo a la cultura armenia o simplemente aprendían que eran los enemigos de los turcos.

En suma, todo significado cultural que ha emergido en el pasado y el presente ha sido eliminado sistemáticamente golpe a golpe, dejando atrás patrones de discriminación suprimidos con profundos silencios. Esto es muerte cultural y es especialmente peligrosa porque legitima la negación de la diversidad por parte de estados autoritarios y sus sociedades.

La violencia cultural no fue una innovación otomana. Los registros históricos documentan eliminaciones anteriores de pueblos y su cultura: los nativos americanos y las primeras naciones de Norte América; los Mayas y Aztecas de Mesoamérica; y la destrucción romana de Cartago (norte de África), la que algunos académicos identifican como el registro más temprano de un genocidio organizado.

Entonces ¿qué es lo nuevo en la actual serie de hechos de violencia cultural en Oriente Medio? Internet y los nuevos medios están trayendo una nueva complejidad a la persecución y resistencia de la violencia cultural. Terminaremos nuestra exposición dirigiendo nuestro enfoque a la doble habilidad de los medios para silenciar y amplificar la experiencia de la violencia cultural.

Los peligros y posibilidades de los nuevos medios

El sitio de Facebook que mencionábamos en la introducción de este ensayo es uno de los muchos esfuerzos para llamar la atención acerca de la destrucción de sitios históricos, estructuras y monumentos en Siria basado en el uso de nuevos medios.

Proyectos complementarios están en marcha en Egipto, donde la arqueóloga Dra. Monica Hanna, regularmente postea tweets y mensajes en Facebook acerca del daño al patrimonio histórico egipcio; y en Camboya, donde el sitio de Facebook Heritage Watch—Cambodia está documentando en texto e imágenes a los saqueadores vaciando los antiguos templos y las ventas ilícitas de objetos culturales camboyanos.

¿Son efectivos estos esfuerzos? Si su primer objetivo es hacer públicamente disponible la evidencia de la violencia cultural, entonces sí, han tenido éxito. Que esos esfuerzos han contrarrestado la intensidad de la violencia cultural, no podemos afirmarlo. Lo que no sabemos, es que la amplificación de estos hechos amenaza a los poderes dominantes.

El caso en cuestión es el de la angustiosa situación del periodista sirio Ali Mahmoud Othman, co-fundador del sitio Le patrimoine archéologique syrien en danger. Othman fue arrestado por fuerzas del gobierno en marzo del 2012 y no se ha sabido de él desde su “confesión” televisada en mayo del 2012. Al momento de escribir este artículo, sus amigos y seres queridos temen por su vida.

Si Ud. es un lector medianamente informado, es posible que nunca haya oído acerca del caso Othman, pero posiblemente si ha oído mucho sobre James Foley, el periodista asesinado por Estado Islámico el mes pasado. El lado oscuro de los nuevos medios es que tienen el poder de dirigir nuestra atención a casos o asuntos particulares mientras ignoran otros.

En imágenes de internet vemos a los combatientes de Estado Islámico decapitando hombres occidentales, lo que invisibiliza las igualmente escandalosos y horrorosos actos de violencia sexual contra las mujeres, torturas de niños; destrucción de hogares, mercados, templos, mezquitas chiitas y monumentos antiguos. Todo esto configura el desafiante escenario en el cual los activistas culturales deben realizar su trabajo.

Avanzar hacia adelante preservando el pasado

¿Qué debemos hacer con todo esto? Seres humanos están sufriendo muertes, traumas y desplazamientos forzados todos los días en Siria e Irak, lo que obliga a una pregunta incómoda: ¿debe el sufrimiento humano ser prioridad sobre los objetos culturales?

La respuesta sencilla es si; las personas están primero y los operativos estratégicos básicos de las organizaciones de ayuda y gobiernos extranjeros –que proveen de tiendas de campaña, comida, medicina y apoyo psicológico- deberían llenar los convoyes.

Sin embargo, clasificar las prioridades de ayuda desde la más a la menos urgente es complicado y cortoplacista. Las enseñanzas de Lemkin todavía tienen algo que decirnos: sin monumentos y objetos culturales, los grupos sociales son atomizados y convertidos en individuos descontentos, sin alma.

Por esta razón, el entorno cultural merece una atención simultánea de parte de quienes diseñan las políticas públicas, de los gobiernos extranjeros y de las ONGs. Cuando a la violencia cultural se le permite florecer, el proceso de reconstrucción de las comunidades humanas es difícil, pero no imposible.

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