No hay peor respuesta a una provocación que caer en ella. Así podríamos definir el rifirrafe montado tras las palabras del presidente de Argentina, Javier Milei, llamando corrupta, sin nombrarla, a la esposa del presidente de gobierno de la monarquía española Pedro Sánchez.
Por Marcos Roitman Rosemann
Guste o no, Milei ha sido elegido por una parte no despreciable de argentinos. Su discurso pronunciado en Madrid no iba dirigido a los demócratas, estaba destinado a los militantes de la derecha de todo el mundo.
Hacerse eco de sus palabras y construir un discurso enfatizando sus salidas de tono, es profundizar en lo evidente. Es la actitud que precede su comportamiento. Recordemos las descalificaciones a los presidentes de México, Colombia Brasil, el Papa Francisco, tanto como sus peroratas sobre el socialismo, la democracia, la justicia social o el feminismo.
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Nada impensable acorde a su ideología. Tal vez, nos sorprendería si su discurso hubiese sido un alegato a favor de Palestina, condenase el genocidio de Israel y su primer ministro Netanyahu, atacase a Donald Trump, Bolsonaro, despotricara contra Meloni o Marine Le Pen. Responder a sus bravatas aumentando los decibelios, es generar más ruido.
En Argentina, la ola de patriotismo nacionalista cierra filas con su gobierno y en España la derecha se desmarca de una condena. ¿Pero se esperaba otra cosa? Si algo podía modificar el escenario hubiese sido que el rey Felipe VI hubiese tomado la palabra. Pero eso es impensable. El “¿por qué no te callas?” de su padre, dirigido al presidente Hugo Chávez, nunca tendrá como blanco a uno de sus aliados estratégicos, Milei, cuando se trata de proteger las inversiones de los empresarios españoles en Argentina.
La conducta de Milei, como la del resto de invitados y su anfitrión, Santiago Abascal, responde a una propuesta articulada para forjar identidad. Una versión actualizada del lenguaje sobre el cual se construyó el éxito de Hitler.
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Hoy, la extrema derecha está en las instituciones y sus críticos sólo atinan a menospreciarlos, caricaturizarlos. Son primeros ministros, presidentes de República, cuentan con medios de comunicación y plataformas digitales, amplificadas por sus usuarios.
Mientras, la socialdemocracia en crisis, junto con una izquierda descabezada, plantea apoyar a la derecha democrática (sic) para evitar su ascenso. ¡Pero si ya están!
Para apoyar lo dicho, recurro a dos clásicos, Richard Sennett y Víctor Klemperer. El primero en La cultura del nuevo capitalismo, al referirse a la publicidad de las marcas señala: “La plataforma consta de un objeto básico al que se le imponen cambios poco importantes y superficiales con el propósito de convertirlo en un producto […]. Los fabricantes llaman dorado a estos cambios para vender algo básicamente estandarizado, el vendedor magnificará el valor de las diferencias de poca monta y diseño rápido y fácil, de modo que lo que cuente sea la superficie”.
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La derecha y la extrema derecha, en la actualidad, comparten 90 por ciento de su ideario, pero están obligadas a diferenciarse, tanto como entenderse, y lo hacen en el tono y sus palabras altisonantes. La introducción de adjetivos es un aliciente para establecer el dorado en el discurso político de la derecha, se llame capitalismo libertario, anarcocapitalismo, o se defina bajo el eslogan de ¡Libertad carajo! O ¡libertad o comunismo!
La necesidad de aplicarlos a la vida cotidiana lo han entendido todas las derechas. No por otro motivo hablan de la guerra cultural contra la izquierda. Necesitan un ejército de fanáticos y lo están consiguiendo. Así lo explica Víctor Klemperer en La lengua del Tercer Reich, texto escrito durante el ascenso del nacismo: “Fanático, durante la era del Tercer Reich fue un adjetivo que manifestaba reconocimiento en términos superlativos.
Significaba la exacerbación de conceptos tales como valiente, entregado, constante o para ser más preciso, una concentración gloriosa de todas estas virtudes y hasta el más mínimo matiz peyorativo desapareció del uso habitual de la palabra […].
En los días festivos, en el cumpleaños de Hitler o en la celebración de la toma del poder, no había artículo periodístico, ni felicitación, ni proclama dirigida a una unidad militar o alguna organización, que no incluyera un juramento fanático o una profesión fanática de fe, que demostrara una fe fanática […]; cuanto más sombría se mostraba la situación, tanto más se manifestaba la fe fanática en la victoria final”.
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Si analizamos la reunión de los aspirantes a führer en Madrid, dirigen sus discursos a forjar fanáticos cuyo destino se encuentra en luchar por los valores de Occidente. Europa está en peligro, necesita héroes y luchadores por la libertad. No olvidemos, la convocatoria marcó el comienzo de la campaña electoral al Parlamento Europeo. Sus eslóganes estaban dirigidos a fanáticos que lentamente van engrosando sus organizaciones, gracias, entre otras cosas, a bailarles sus chascarrillos.
El futuro incierto abre la puerta a un cuarto Reich donde toda la derecha mundial tendrá el poder en sus manos. Mientras otros siguen debatiendo si Milei tiene cuatro o cinco perros, debe pedir disculpa o cortarse las venas. ¡Por favor, no pidan peras al olmo!
Fuente: La Jornada