Pensar la revuelta: lucha de clases y proyecciones políticas

Por Viviana Bravo Vargas* Octubre de 2019 es una fecha que quedará grabada en la historia de la protesta popular chilena. Cuando una sociedad agobiada por los efectos del neoliberalismo se tomó las calles y los nombres de sus esquinas, las plazas públicas y sus monumentos. Infinidad de formas de lucha expresaron con agudeza ese “hasta acá aguantamos”, la conciencia del carácter insoportable de la existencia social y económica bajo el neoliberalismo. Esta etapa de lucha general y directa, representó una resistencia tanto más poderosa en su interior, por cuanto despertó como una sacudida eléctrica, el sentimiento de clase de cientos de miles. En efecto, al calor de esta movilización política volvieron a escucharse referencias identitarias, sustentadas en procesos antagónicos que definían una experiencia colectiva y que habían sido largamente olvidados o enterrados por la teoría política posmoderna, como pueblo y clase trabajadora. Sin duda, la fuerza motriz de esta revuelta. ¿Por qué protestaban? Si bien, analizadas de manera parcelada, se trataba de un gran abanico de demandas, éstas apuntaban estructuralmente a las lógicas y los efectos del neoliberalismo implementado durante la dictadura y profundizado durante los últimos treinta años. Así, el alza del metro, era una gota más dentro de una asfixiante carga sobre el peso de la reproducción de la vida. Resonaron las voces y la furia en contra de un sistema de pensiones y salud privatizado, las alzas de la electricidad o el transporte público, el excesivo pago en las autopistas concesionadas, la contaminación ambiental, el lucro en la educación, las colusiones que especulan con las necesidades de las mayorías, a las que se añaden conflictos territoriales y luchas por la autonomía del pueblo mapuche, entre muchas otras. No obstante, muchas de estas demandas ya eran parte de los contenidos de las luchas acumuladas durante más de 40 años, encabezadas por sujetos políticos que se rebelaron ante un modelo que perpetua la desigualdad y la explotación de las grandes mayorías. No obstante, la mayor novedad es que se levantaron “todas juntas y al mismo tiempo”, logrando extenderse en el tiempo y el territorio, logrando generar una crisis política importante, que aún continúa en desarrollo. También había otras rupturas no menores, como las escasas expresiones orgánicas y la falta de liderazgo de militantes adscritos a las banderas de la izquierda, tan presentes en las protestas que recorrieron el siglo XX. Diversas tradiciones políticas de lucha convergieron en la revuelta popular de octubre de 2019, tradiciones sedimentadas en el arco histórico que demarca la trayectoria de la protesta social chilena, sedimentada en la larga marcha por oponer resistencia a las consecuencias del desarrollo del capitalismo y sus diversas reconfiguraciones en las formas de dominación del Estado (oligárquico, desarrollista y neoliberal). De esta manera, si muchos analistas destacaban lo espontáneo y novedoso del llamado “Estallido Social”, a contrapunto, historiadores e historiadoras traían a la memoria hitos y ciclos de protesta, como la revuelta de la chaucha en agosto de 1949, la llamada Batalla de Santiago en 1957 o las llamadas Jornadas Nacionales de Protesta contra la dictadura militar desarrolladas en la década de 1980, en que las mayorías consideradas “silenciosas o dormidas”, se tomaron el espacio público cuestionando con diversas formas de lucha las lógicas del modelo de acumulación. Te puede interesar: REGISTRO | UP 50: "No son $30, son 30 años", izquierda y clase trabajadora en la postdictadura chilena La lucha de clases se expresa con más fuerza desde octubre de 2019 en la confrontación urbana, la ocupación del espacio, movilización y confrontación, distintivas del proceso antagónico en curso. También debemos referir la ampliación de procesos de politización, de confrontación de ideas, la capacidad discursiva que se escucha y que vuelve a protagonizar la sociedad chilena. Pero, en el campo de batalla hegemónico, también se expresan los movimientos que realizan las elites para retomar la iniciativa. Se gesta así, en la noche del 15 de noviembre, el pacto llamado “Por la Paz Social y la nueva Constitución”. Un pacto firmado entre cuatro paredes, intentando normalizar la situación del país bajo la política de los acuerdos y la llamada agenda social. Un pacto entre pocos, aprobado desde arriba, barrera de contención al avance de las fuerzas populares. Esa noche se aprueba el llamado a un plebiscito entre opciones como Convención Mixta o Convención Constituyente que no contemplan una demanda de fondo, durante décadas levantada por el movimiento popular: Asamblea Constituyente. El Acuerdo incluye diversos candados que serán muy difíciles de sortear, como un quórum de 2/3 para cualquier modificación. Recordando el blanqueamiento de La Moneda, durante la transición a la democracia, esa madrugada, Plaza Dignidad fue recubierta de extensos lienzos blancos, en el centro la palabra PAZ resaltaba junto a la estatua de Baquedano[1]. Además, el 24 de diciembre se promulgó la Ley 21.200 que fijó la agenda electoral y los mecanismos reguladores del proceso, como el sistema de elección de los constituyentes, basado en las disposiciones que rigen para senadores y diputados, cuestión que afecta directamente a las posibilidades de candidaturas independientes. También excluyó ámbitos sensibles de transformación, como la imposibilidad de vetar los tratados internacionales suscritos por Chile, y que conectan nuestra economía a las lógicas del capitalismo mundial. Pero la iniciativa de los sectores dominantes, ocuparía distintos frentes, como la aprobación en enero de 2020, de la Ley Antibarricadas (Ley 21.208), aprobada por promotores del Acuerdo de Paz. Además de la intensa campaña mediática criminalizadora de la protesta popular y la condena a la violencia, “venga de donde venga”. No pocos advirtieron sobre otros acuerdos pacificadores, en que la élite dejó al pueblo afuera, bajo la vieja táctica de dividir las fuerzas, de separar lo condenable de lo aceptable, lo pacífico de lo violento, lo social de lo político. Ejemplo de ello, fue la transición a la democracia, gestada por los interlocutores válidos para el régimen, a mediados de la década de 1980. Una transición que redujo el campo de la política al terreno del lápiz y el papel, que promovió la despolitización y atomización de lo que hasta entonces constituía una sólida red de organizaciones sociales y políticas que enfrentaron a la dictadura. Que destacó los beneficios del modelo y permitió la vigencia de la Constitución de 1980 y la continuidad de los militares en la escena política. Una tarea continuada y profundizada bajo los gobiernos de la Concertación. No obstante, la gran mayoría decidió participar activamente en el plebiscito del 25 de octubre y finalmente la opción Apruebo triunfó con el 78% de los votos. Fundamentaban que una correlación de fuerzas favorable, como la manifestada hasta entonces permitiría no sólo obtener el triunfo de la opción APRUEBO y Convención Constituyente, sino que romper los candados y rebasar la normativa, levantando la opción de una verdadera Asamblea Constituyente, libre y soberana. Lo distintivo entre ayer y hoy, sería que había experiencia acumulada, que la desconfianza estaba sembrada, y por tanto, la participación electoral solo sería otra forma de lucha. “No abandonar la calle” y seguir construyendo mayorías en el espacio público fue la consigna movilizadora. La lucha de clases, que era el trasfondo de los procesos que referimos, quedó graficada en el plano de Santiago. Las comunas más adineradas, que concentran gran parte de la riqueza, fueron las únicas en que ganó la opción rechazo. El resto se inclinó por una opción con esperanzas transformadoras. Desde el día siguiente, desde distintos sectores comenzaron a levantarse candidaturas constituyentes que hasta el día que escribimos estas líneas, concentran las energías del debate político. La apretada agenda electoral impuso su lógica: hasta el 11 de enero se podrán inscribir candidaturas y el 11 de abril deberán ser electos los 155 miembros que la conformarán. Sin duda, se trata de un proceso abierto con variadas proyecciones políticas. Queda por ver si efectivamente, en el campo múltiple de fuerzas, dónde se expresa materialmente la lucha de clases, la movilización política de las calles logrará romper e impugnar los mecanismos impuestos por las élites y retomar la iniciativa. Queda por ver, si la lucha de calles será fértil en un proceso de organización y conciencia política e ideológica, que sostenga las luchas más allá de la contingencia, o, por el contrario, si la fuerza centrífuga de la apretada agenda electoral, dentro de la cancha rayada por las élites, colmará por inercia los espacios que ocupó la revuelta. Queda por ver, las formas y los contenidos, los límites y potencialidades que caractericen a este nuevo proceso de transición. *Historiadora. Academia Humanismo Cristiano. Integrante de CLASE. Referencias: [1] https://www.t13.cl/noticia/nacional/paz-intervencion-cubrio-plaza-baquedano-este-15-noviembre
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