Perú, cuando la política deja de serlo y la vergüenza no alcanza

Por Julio Rocha, Lima La vergüenza es un sentimiento que por uno u otro motivo la mayoría de nosotros ha vivido y no queremos repetir dado que le hemos asociado a algo desagradable y poco placentero.  La vergüenza nos inhibe o debería hacerlo. Incluso con mayor ímpetu cuando ejerces algún tipo de cargo público. Predicar con el ejemplo, ejercer la representación con decoro, probidad, compromiso. Es lo que gran parte de nosotros esperamos y lo por estos lares pareciera no existir. La vergüenza -entre otras cosas- debería ser la encargada de decirnos en algún momento… date cuenta cojudo, la estás cagando. ¿Pero qué pasa cuando tu sistema político e institucionalidad se degrada a tal nivel que ya ni la vergüenza propia te detiene? ¿Qué pasa cuando tu obsesión descontrolada, morbosa y obscena por mantener el poder te lleva a sacar a tu presidente democrático en ejercicio sólo porque impulsó una ley que te va mal? es lo que está pasando hoy en Perú. Lo sé, te dirán que había que sacarlo porque la corrupción de aquí, que esto otro de allá, pero te digo mi pata, lo sacaron porque les quería joder el boliche. Punto. Después de un par de intentos por parte de los congresistas del Perú, finalmente se ha vacado, al ahora expresidente, Martín Vizcarra. Hace un mes y algo más escribí otra columna en RESUMEN respecto del escándalo político ligado a la corrupción que le explotaba al presidente a través de unos contratos relacionados a un cantante con el ministerio de la cultura y, precisamente ahí mismo, expresábamos la fragilidad Martín, un presidente que no tenía bancada política o algún tipo de apoyo al interior del Congreso. Vizcarra es un suplente que se quedó sin equipo jugando solo el partido más importante de su carrera política. Hoy finalmente lo ha terminado de perder por goleada, 105 votos a favor, 29 en contra y 4 abstenciones marcaron el fin de su mandato. ¿Pero qué carajos pasó?  Es la pregunta que nos hacemos todos. Parecía que Martín lo lograba, pensábamos algunos que sobrevivía a su travesía en el desierto Limeño, pero a poco de llegar… ¡no fue más! no todos son finales felices y en el Perú lo saben mejor que muchos. Tan cerca pero tan lejos, sólo a unos meses de terminar su período se queda Vizcarra. Las crónicas dirán que al oriundo de Moquegua se lo comió su discurso, que fue consumido por su personaje, dirán que no pudo más y que al igual que su predecesor PPK, se va vacado envuelto en un manto de corrupción que, aunque no sea ODEBRECH, en el Perú sigue doliendo. Dirán que el poder de la paradoja es inmenso y que otra vez nos abofetea en las bruces después de gritarnos que a Martín lo ha vacado por corrupto la institución política más corrupta y obscena que debe haber en Latinoamérica: el Congreso Peruano. Leeremos que poco les importó que gran parte de los peruanos -a quien dicen representar- no estuvieran de acuerdo con iniciar un proceso de vacancia por segunda vez en menos de dos meses y en medio de una crisis social y sanitaria. Somos testigos de la desconexión total entre institución y ciudadanía, de cuando la política deja de serlo y la vergüenza no es suficiente. Mientras el atribulado peruano de a pie intenta sobrevivir a la crisis económica, alimentar a su familia mientras gambetea una pandemia, otros andan pendientes de sacar a Martincito. Sólo porque no quería dejar postular a cargos públicos a condenados por delitos de corrupción ¿De dónde sacaría tamaña locura? El tamaño de la desconexión del Congreso con la realidad es desproporcionado. Grotesco. No interesa lo público, lo común o la comunidad si se quiere. Importa lo particular, la pelea chica sin visión de futuro, sin proyecto de país, sin decencia. Noviembre del 2020 y ha sido el último episodio para Martín, quien por ingenuo o por pasado de vivo se va para Moquegua con el rabo entre las piernas. Otro picante episodio de la teleserie llamada política peruana. Ahora, el titular del Congreso, Manuel Merino, deberá asumir la Presidencia de la República hasta julio del 2021.  A ver si llegamos pe.
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