PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Cambiar lo malo, cuidar lo bueno

Por Ruperto Concha / resumen.cl Opción 1: archive.org Opción 2: Spotify https://open.spotify.com/episode/0oHeYvFZ3I8x1LstQ5xIxQ?si=S7UuZVozQKyOwtGMjLaNfQ&dl_branch=1 Esta crónica debe comenzar con la denuncia de la ex primera dama de Haití, doña Martinne Moïse, subida a Twitter desde el hospital de Miami en que curan sus heridas. En la grabación difundida ayer, ella afirma que el ataque del miércoles 7, en que fue asesinado el presidente Jovenel Moïse, su esposo, fue obra, fíjese Ud., de mercenarios al servicio de… ciertos oligarcas. Entre las personas importantes de Haití que han sido sometidas a interrogatorio, sobresalen muy fuerte los grandes empresarios Reginald Boulos y Dmitri Vorbe, junto a los exsenadores Jouri Latortue y Steven Benoit. Asimismo, las declaraciones de las familias de los mercenarios exmilitares colombianos, coinciden en que estos fueron contratados por una empresa de seguridad privada, radicada en Costa Rica, con un sueldo superior a los 3 mil dólares mensuales cada uno. Es decir, el grupo de 30 exmilitares colombianos representaba una inversión de más de 90 mil dólares mensuales. Oiga, ¿qué partido de la oposición izquierdista en Haití dispone de tanto dinero en efectivo cada mes? ¿Y por qué se habrían lanzado a esa aventura criminal, cuando las encuestas ya señalan que la izquierda ganará las próximas elecciones? Pero, por otro lado, ¿por qué una oligarquía derechista querría eliminar al extremadamente derechista presidente Moïse?... Existe la posibilidad de que en algún futuro no demasiado lejano pueda conocerse la verdadera verdad de la increíblemente corrupta política haitiana que, con el “debido respeto”, ha sido manipulada una y otra vez, década tras década, sin el más mínimo escrúpulo por Estados Unidos, según exhiben los propios documentos de Washington que han sido desclasificados. Vamos viendo...   La historia de Haití actual se inicia con el fin de la dictadura terrorífica de “Papá Doc” , Francois Duvalier, inventor del llamado “Collar Haitiano”, para liquidar a quien se le mostrara indócil. Ese “collar” consiste en un neumático viejo, que rellenan con estopa empapada en bencina, y que colocan en el cuello del condenado. Luego, ceremoniosamente y con tambores de vudú, le encendían fuego. Al parecer la víctima alcanzaba lanzar unos cuántos alaridos antes de morirse. En 1971, Papá Doc Duvalier se murió gordo y viejo, y le dejó en herencia el gobierno de Haití a su también gordo hijo Jean Claude Duvalier de 19 años, conocido como “Baby Doc”, quien a su vez fue derrocado en 1986 por un tal general Namphy, quien fue derrocado por otro general, Prosper Avril, quien fue derrocado en 1990 por el general Abraham, tan brutal y corrupto como sus uniformados predecesores. Pero en medio de esa podredumbre, estaba surgiendo por otro lado un joven sacerdote salesiano llamado Jean Bertrand Aristide, profundamente imbuido por el Concilio Vaticano Segundo, la Teología de la Liberación y el movimiento político “Cristianos por el Socialismo”. Su actividad política llevó a que la Orden de los Salesianos lo expulsara, lo que le permitió seguir adelante solo, siguiendo sólo a su conciencia. Impulsado por el entusiasmo que producían sus propuestas, y tras una campaña electoral realizada con míseros recursos económicos, en 1990, inesperadamente, Aristide ganó las elecciones presidenciales con más del 60% de los votos. Y, claro, a los seis meses de su gobierno, otro general corrupto, un tal Raúl Cedras, le dio un golpe militar en que mató a 4.000 de sus compatriotas para “mantener el orden”. Pero las cosas estaban cambiando para Estados Unidos. Con el fin de la Unión Soviética, Washington consideró que ya no necesitaba sostener generalotes dictatoriales, y así como le quitaba el apoyo al chileno general Pinochet, se lo quitó también al haitiano general Cedras, y permitió el retorno del derrocado presidente Aristide, en 1991. Luego, en las elecciones presidenciales de 2001, Bertrand Aristide volvió a ser presidente de Haití, esta vez obteniendo el 91,2% de los votos! Así lo quería su pueblo. Pero nuevamente la orientación de estrategia internacional de Estados Unidos había cambiado y el nuevo gobierno, ahora encabezado por el belicoso George W. Bush, se crispaba ante el surgimiento de una ola de gobiernos izquierdistas en América Latina. El presidente Aristide estableció alianzas latinoamericanas que incluyeron reanudar relaciones diplomáticas, comerciales y científicas con Cuba y también con la naciente Revolución Bolivariana encabezada por Hugo Chávez en Venezuela. El 29 de febrero de 2004, el presidente Aristide fue secuestrado por un comando militar de Fuerzas Especiales de Estados Unidos. Lo subieron a un avión y se lo llevaron, primero a la República Centroafricana; después a Jamaica, y por último a Sudáfrica, país que lo recibió y lo acogió con honores presidenciales. En marzo de 2004, una comisión investigadora dirigida por el ex fiscal general de Estados Unidos, Ramsey Clark, reveló que el gobierno de George W Bush había enviado 200 soldados de las Fuerzas Especiales en febrero de 2003, para entrenar y proporcionar armamento a los golpistas. La intensificación de esos ataques le dio al embajador estadounidense James Foley, el pretexto para secuestrar al presidente Aristide, a fin de “protegerlo” de las fuerzas insurrectas. Y, por supuesto, asumió el poder una camarilla ultraderechista que, bajo el nombre de “Convergencia Democrática” reunía al grupo que sólo había llegado a un 8,2% de apoyo democrático, pero claro que incluía a los principales empresarios de Haití, encabezados por el millonario André Apaid, quien se hizo célebre cuando se destapó que tenía a 4000 trabajadores a los que les pagaba menos de la mitad del sueldo mínimo legal… Oiga, eso era menos de 600 pesos chilenos diarios…     El nuevo gobierno, amparado por Washington, pudo obtener un periodo de estabilidad política basada en la alianza de empresarios y fuerzas militares, a través de los presidentes René Preval, hasta 2011, Mitchel Martelly, hasta 2016, cuando fue elegido el infortunado presidente Jovenel Moïse, de quien estamos hablando. Estos gobiernos, enfocados radicalmente a la prosperidad de las empresas, derivaron inevitablemente en aumento de la desigualdad social, una inflación desatada, y un patético empobrecimiento del Estado. Ya febrero de 2019, las condiciones de vida de la gente se había deteriorado dramáticamente y estallaron fuertes oleadas de protesta en las que se le pedía que renunciada a la presidencia. La furia popular generalizada aumentó tras la publicación de un informe del Tribunal Nacional de Cuentas, que revelaba los niveles de malversación de recursos públicos por personeros del gobierno. Y, en ese informe, se señalaba que las empresas del presidente Jovenel Moïse estaban zambullidas en todos los manejos de malversación de fondos. Para enfrentar los estallidos sociales, el presidente Moïse resolvió postergar las elecciones legislativas de ese año, que debían renovar la totalidad de los diputados y dos tercios de los senadores… Pero, oiga, eso sin que los parlamentarios mantuvieran sus puestos hasta las nuevas elecciones. O sea, todos los diputados y dos tercios de los senadores quedaron cesantes y con ello este difunto presidente Jovenel Moïse comenzó a gobernar su país exclusivamente a través de decretos presidenciales. El 30 de junio pasado, otro estallido de protestas fue reprimido por personas de civil que se unían a la policía y comenzaron a disparar contra la gente dejando un saldo de 15 muertos en las calles, incluyendo a una joven activista poblacional y un periodista que cubría los hechos. Bueno, entonces, ¿a qué oligarcas se refirió la viuda del presidente asesinado?... ¿Qué estrategia es esa que no perdona a un presidente fracasado y puede resolver asesinarlo si no renuncia a tiempo? Habrá que ver qué trapos sucios saldrán a ventearse al cálido sol de Haití.   Está claro que la supremacía imperial de Estados Unidos está derrumbándose y con ella están cayendo también sus palitroques internacionales. La situación en Afganistán es ya patética, mientras el movimiento de los talibanes está controlando el 80% del territorio de ese país, y son miles los militares que ya han desertado para unirse  a ellos. Apegándose a los compromisos suscritos con el gobierno de Joseph Biden, ya los líderes talibanes iniciaron acciones diplomáticas con Pakistán, con Rusia, con Irán y con China, ofreciendo garantías que el nuevo gobierno que ellos formarán no dará ninguna cabida a organizaciones terroristas como el Daesh Islámico. Y, más aún, anuncia que no acogerá las demandas de los grupos de la minoría Uighur, del Sinkiang de China, que estarían coludidas con Estados Unidos y la OTAN para lanzar acusaciones sin fundamento sobre un supuesto “genocidio” del gobierno chino sobre esa etnia de turcomanos uigures. Y, por supuesto, los talibanes anuncian apoyo total a la Ruta de la Seda que unirá la China con el Golfo Pérsico, cruzando Afganistán y Pakistán. De hecho, en sus visitas ya casi oficiales a Rusia, a las exrepúblicas soviéticas del Cáucaso, a Irán y a China, los representantes del Movimiento Talibán han enfatizado que, siendo ellos un movimiento islámico, son también un movimiento democrático, que garantizará las libertades religiosas y culturales, tanto en su propio territorio como en las demás naciones. En Irak, en tanto, se ha intensificado el movimiento popular de repudio a la presencia de tropas estadounidense en su territorio nacional y los bombardeos de Estados Unidos sobre objetivos en Irak y en la república de Siria vecina. En todo el proceso de antagonismos sobre el Asia Occidental ha quedado en claro la carencia por parte de Estados Unidos de una estrategia racional que permita el retorno de la paz y el provechoso intercambio entre las naciones con interés, no de dominio sino de provecho para todos. Pareciera que sólo es por falta de ideas y de nociones creativas que las potencias occidentales se han puesto a jugar el juego de las amenazas con la esperanza de provocar suficiente miedo para que sus competidores se resignen a rendirse.     En tanto, en el próspero interior de esa enormidad que es China, el gobierno comunista parece estar dándole lecciones de economía política a Occidente. De hecho, ha parecido realmente ejemplar la implacable intervención del gobierno chino sobre las empresas que tienen demasiado éxito y con ello demasiada acumulación de riqueza y de poder financiero. En el fondo, la intervención estatal sobre las grandes empresas que tienen demasiado éxito, es simplemente la aplicación de la tesis teórica de Marx sobre la economía de mercado. Marx señala que una eficiente economía de mercado necesariamente provocará acumulación de riqueza. Si esa acumulación queda embolsada en manos privadas de las grandes sociedades anónimas, el efecto será de acumulación de poder político y anulación de la libre competencia, en favor de la propiedad privada y con un terrible efecto de corrupción y soborno. Pero si la acumulación de riqueza, más allá de cierto límite, no queda en manos privadas sino en el Estado, la riqueza acumulada entonces es devuelta a la sociedad, a la gente común, a través del gasto público en bienestar social, educación, prestaciones de salud, protección del medio ambiente y, muy especialmente, en desarrollo científico y tecnológico. Bueno, eso suena a discurso político socialista que quizás no le inspire mucha confianza a algunos. Pero el viernes pasado el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, golpeó la cátedra frente a las grandes sociedades anónimas, anunciando un reforzamiento durísimo de las normas anti-monopolio. Emitiendo una Orden Presidencial Ejecutiva, puso en movimiento el diseño de medidas administrativas para poner límite al poder de las enormes sociedades anónimas y su capacidad de manipular el mercado laboral, restringir las aspiraciones de los trabajadores y provocar aumentos injustificados en los precios de los productos. Oiga, en palabras del propio Joseph Biden, el objetivo de esta nueva y fuerte regulación de las normas antitrust y antimonopolio, es una planificación apuntada a que los precios se mantengan bajos y que los sueldos y salarios aumenten. Según Biden, se trata de dar pasos concretos hacia una economía que realmente funcione para satisfacción de todos. Y agregó que si una empresa quiere vencer en los negocios tendrá que ofrecer mejores servicios, mejores productos, mejores precios, mejores sueldos y, sobre todo, ideas nuevas. Por lo pronto, el plan del gobierno apunta a corregir los abusos de las megaempresas y monopolios en sectores como salud, agricultura y tecnología de punta, que, en palabras de Joseph Biden, “llevan muchas décadas arruinando y consumiendo a sus competidores” Entre otras medidas inmediatas, la orden ejecutiva facilitará el cambio de trabajo de los trabajadores, aumentar fuertemente los sueldos y salarios y poner fin a los contubernios con que las megaempresas fingen que hay competencia cuando en realidad lo que hay son acuerdos secretos y colusión. De acuerdo a la información entregada por la Casa Blanca, en los últimos 50 años ha disminuido a menos de la mitad la capacidad de Estados Unidos de iniciar nuevas empresas. Bueno, ¿no es eso comprender que la economía debe ser planificada y regulada?... ¿No es eso aceptar que los periodos de mayor desarrollo y bienestar económico siempre han estado unidos a políticas de planificación y regulación económica?   ¿Será que las amenazas de guerra se desinflarán a medida que los gobiernos empiecen a entender? Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense. ¡Hay peligro!...
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