Por Ruperto Concha / resumen.cl
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Se inició en Beijing el Vigésimo Congreso Nacional del Partido Comunista Chino, en que participan 2.296 delegados representando a los 90 millones de militantes comunistas del país. Los delegados de este Congreso constituyen la autoridad política suprema de toda la República Popular de China. Pero ese Congreso Nacional sólo se reúne a sesionar una vez cada 5 años. Por eso delega sus funciones en el Comité Central del Partido Comunista, que a su vez sesiona una vez al año, y por lo cual tiene que delegar sus funciones y responsabilidades en el Politburó comunista, cuyos miembros asumen de hecho el Poder Supremo sobre el Partido Comunista y sobre la nación entera.
El presidente de este Politburó asume los cargos de: secretario general del Partido, como máxima autoridad en asuntos sociales, políticos y económicos; presidente de la Comisión Militar Central de la Nación, y, presidente del Estado de China Popular, cargo que en realidad es ceremonial.
Por supuesto, la persona que asume tales cargos pasa a ser el líder supremo de toda la nación.
Así fue elegido el actual presidente de la República Popular China, Xi Jinping, el 15 de noviembre de 2012, y fue reelegido el 25 de octubre de 2017. Y, según se prevé, será reelegido ahora por un tercer período de 5 años.
Ese procedimiento nos suena muy poco democrático, muy burocrático, ¿verdad? Y, sin embargo, permitió que en apenas 30 años los más de 1.300 millones de habitantes de China sean hoy los muy satisfechos y despreocupados protagonistas del segundo país más rico y poderoso de nuestro planeta.
¿Cómo fue eso?
Habría que aceptar que, en cierta medida, el proceso revolucionario de China fue detonado explosivamente por un personaje repugnante y malvado, un astuto conspirador asesino y sifilítico que contagió a su propia esposa dejándola estéril y cubierta de llagas… Que traicionó a todos sus aliados y que finalmente se robó el total de las reservas de oro y dólares que le quedaban a la agonizante República de China.
Me refiero al “generalísimo” Chiang Kaishek, que se sintió amenazado por los marxistas-leninistas y proclamó que no importaba matar a mil inocentes con tal de que ni un solo comunista salvara con vida.
Tras tomarse el poder, Chiang Kaishek, con apoyo de Estados Unidos y Gran Bretaña, lanzó un ejército de más de un millón de soldados con la misión de exterminar en toda China a todos los comunistas y a sus posibles simpatizantes.
Los que lograron escapar, en su mayoría jóvenes, formaron grupos guerrilleros que recibían secretamente apoyo y armas de la Rusia Soviética y que fueron además amparados por los campesinos.
Esos guerrilleros lograron coordinarse entre sí, y desarrollaron no sólo una táctica eficaz de combate, sino también una estructura política práctica, funcional, para sostener una organización en esos tiempos de guerra casi sin esperanzas.
En ese contexto fueron surgiendo los extraordinarios líderes tácticos que, aún con escaso armamento, lograron sucesivas pequeñas victorias en que además iban apoderándose, cada vez, de recursos cada vez mayores.
Entre esos líderes jóvenes ciertamente se desarrolló un sentimiento profundo de lealtad recíproca que permitió instaurar un sistema práctico de consultas mutuas y toma de decisiones que todos acataban por completo, pues en ello se jugaban la vida.
Y fue entre esos líderes juveniles que se agigantó la estatura de Mao Zedong quien terminó logrando formar un gran ejército de formidable eficacia que finalmente tomó la iniciativa en toda la vastedad de China.
Una y otra vez derrotó a las fuerzas de Chiang Kaishek que finalmente tuvo que huir a refugiarse en Taiwán fuera del alcance de los revolucionarios que, claro, no tenían barcos.
Ese origen militar y sangriento de la República Popular China, naturalmente entregó el poder supremo al gran jefe guerrillero Mao Zedong, y la estructura política de la nueva república siguió siendo la misma que había surgido en forma espontánea durante la guerra. La Constitución de la República, en términos prácticos, mantuvo el sistema de consultas entre jefes que trataban de resolver situaciones puntuales, de mutuo acuerdo.
Y, por supuesto, la base valórica del nuevo orden de gobierno era la ideología marxista-leninista con que se había alcanzado la victoria. De hecho, la aplicación extrema de la ideología marxista interpretada por Mao Zedong llevó, primero, a la Revolución Cultural, cuyos excesos prácticamente desintegraron los consensos básicos dentro del propio Partido Comunista Chino, y, luego después, tras la muerte de Mao Zedong, llevó a una revisión profunda del rumbo que debía tomar la Revolución.
Mao murió en 1976, dejando una dolorosa herencia ideológica que había entrado en conflicto con el análisis del proceso revolucionario planteado por Marx y Engels que incluía la llamada “dictadura del proletariado” como etapa previa a la construcción de la nueva sociedad y de duración indefinida.
Muchos analistas marxistas de la época consideraban inevitable admitir que, por un lado, el proceso revolucionario debía estar sujeto al proceso de transformación propio de la dialéctica. Es decir, una evolución capaz de generar una realidad nueva de reconciliación social a partir de los avances inteligentes de la civilización.
De hecho, admitieron que las leyes de la economía de mercado no tienen ninguna ideología. No son ni capitalistas ni socialistas. Son simplemente leyes naturales que pueden utilizarse de una manera u otra, para la codicia egoísta o para la ganancia generosa y bien distribuida.
Y, en cuanto a la generación de la riqueza en una economía de mercado, entendieron que el efecto de la libre competencia sería necesariamente generar una acumulación de riqueza, de más y más riqueza en manos de unos pocos ganadores.
Si los ganadores en la competencia de mercado fuesen capitalistas privados, la acumulación de riqueza finalmente sería tan enorme que inevitablemente alteraría las estructuras democráticas del poder.
Frente a eso, en cambio, si la acumulación de riqueza, más allá de un límite políticamente aceptable, pasa a manos del Estado, el Estado la devuelve entonces a la base social mediante prestación de servicios como educación, salud, vivienda, previsión social, proyectos ecológicos, etcétera.
Es decir, el Estado redistribuye el exceso de riqueza acumulada en el proceso de la economía de mercado.
La nueva interpretación de los procesos económicos y sociales tuvo efectos muy intensos y dolorosos en las dos grandes potencias comunistas de finales del siglo pasado: la Unión Soviética bajo el régimen de Mikhail Gorbachov, y la República Popular China.
Tras los trágicos episodios de Shanghai y la Plaza Tiananmen de Beijing, en China se avanzó irresistiblemente en una nueva doctrina que establecía las llamadas “tres representaciones” del Partido Comunista Chino, que eran: Uno, “representa el cumplimiento de todo lo necesario para el desarrollo y avance de las fuerzas productivas de la China”. Dos, “impulsar un poderoso desarrollo científico y cultural del pueblo chino”, y, tres, “Orientar el desarrollo y las capacidades atendiendo al interés de la gran mayoría de la gente de China”.
Ya bajo el gobierno de Jiang Zemin, en 1992, la revolución económica, cultural, tecnológica y emocional de la nación china se tradujo en un vertiginoso crecimiento económico, del 12,8%, y de hecho se ha mantenido invariablemente lejos por encima del crecimiento de los demás países, aunque sean los más ricos y los más desarrollados.
E incluso ahora, en que la economía del mundo entero está contrayéndose, sumida en procesos inflacionarios y al borde de la recesión global, la economía de China, en cambio, se mantiene con un margen sólido, aunque menor, en su crecimiento.
Frente a ello, Estados Unidos está enfrentado un déficit cada vez peor, y se da por descontado que ya para financiar su presupuesto del próximo año, 2023 el Gobierno de Joseph Biden tendrá que recurrir a un endeudamiento sin precedentes, presumiblemente de más de dos millones de millones de dólares, en momentos en que ya su deuda es mayor que la totalidad de su producto interno bruto.
¿Es eso una buena noticia para China?... Según la vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Mao Ning, el actual presidente Joseph Biden parece aferrado a una añeja mentalidad de Guerra Fría, confrontacional contra China, justamente cuando lo que más necesita Estados Unidos es una cooperación fructífera.
Incluso otros países, supuestamente aliados muy estrechos de Estados Unidos, como es el caso de Japón, en estos momentos están tomando iniciativas de colaboración en inversiones con China.
Por su parte, la percepción popular sobre la gente de China ha variado favorablemente en Japón por la presencia cada año de alrededor de 10 millones de turistas chinos que visitan Japón.
Más aún, en momentos en que el “yen”, la moneda japonesa, está devaluándose en caída libre, diversas empresas de tecnología avanzada están en Japón proyectando hacer inversiones industriales en la China. Es decir, como comenta amargamente la revista Business Insider, de Estados Unidos, lo que se perfila es que capitales japoneses, con tecnología japonesa, comenzarán a producir en China para obtener ganancias que no serán japonesas sino chinas.
Uno de los más prestigiosos analistas estadounidenses en temas de estrategia y economía, Nigel Green, publicó el miércoles pasado un artículo en la revista Asia Times, bajo el título “¿Será reelegido Xi Jinping con una declaración de guerra fría?”
Según él, “el antagonismo entre las dos naciones más ricas y poderosas del mundo ya se ha vuelto estridente, explícito, atrincherado y agresivo”.
Por su parte, Bonnie Glaser, directora del Programa Asiático de la Fundación Marshall de Washington, declaró al periódico financiero Bloomberg que “todo hace prever que las relaciones entre Washington y Beijing van a volverse más confrontacionales y agresivas, y temo que se producirá un shock muy grave a nivel mundial para que ambas potencias al fin puedan decidirse a dialogar buscando la coexistencia pacífica”
Y un exdiplomático John Hunstman, ex embajador de Washington en Moscú y Beijing, declaró que “lo que más une a los gobiernos de Rusia y la China es la bronca que ambas naciones tienen contra Estados Unidos”.
¿Significa esto que el peligro de una bancarrota de la economía global no puede tener una solución inteligente? ¿Tiene que desembocar en guerra y destrucción?
Ya dos importantísimos aliados de Estados Unidos en Asia, Corea del Sur y Taiwan, se están viendo traicionados por las decisiones de Washington sobre la producción de microchips que apunta a privar a China de abastecimiento de ellos para su industria electrónica avanzada.
De hecho, las estruendosas amenazas y anuncios del gobierno de Joseph Biden han tenido por efecto que ambos centros industriales ya hayan tomado medidas previendo la pérdida del mercado chino y eventualmente la pérdida también del mercado estadounidense.
Al menos, ya se sabe que los microchips utilizados para producción de armamento y proyectos espaciales u orbitales, ya son actualmente producidos en China, con tecnología china.
Pero hay algo misterioso e inexplicado en las decisiones tomadas por el gobierno de Xi Jinping en relación con la pandemia de COVID, que en prácticamente todo el resto del mundo ya se ha dado o se está dando por superada.
En China, cualquier repunte de contagios de COVID, en cualquier lugar del país, ha sido enfrentado dramáticamente por el gobierno que, incluso, ha vuelto a aislar por completo importantes ciudades y centros industriales, hasta terminar por completo las más leves posibilidades de contagio.
Eso ha tenido ya un gravísimo costo en la economía del país. ¿Qué información secreta tiene el gobierno chino, y qué cálculos ha realizado para aceptar tener que pagar ese enorme precio por asegurar que no haya un nuevo brote de COVID en la China?
La proliferación de laboratorios de investigación biológica sobre virus letales, en países de muy escaso prestigio científico, como Ucrania, Letonia o Estonia, y bajo control de Estados Unidos, ¿debe ser entendida como una señal de amenaza latente?
¿Por qué en Rusia la pandemia sigue activa, aunque en número ya muy reducido de contagios?
Es posible que muchas de las incógnitas inquietantes de este momento encuentren una respuesta o una explicación al término del Vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino.
Pero, como sea, gente amiga, … ¡Hay peligro!
Mientras los chinos logran reaprender lo que es democracia y lo que es derecho, ¿qué están aprendiendo, por ejemplo, esos idiotisaurios de la OTAN?
https://www.youtube.com/watch?v=X__1wDLicCw&ab_channel=ResumenTV