PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Covid y Cerebro

Por Ruperto Concha / resumen.cl Opción 1: archive.org Opción 2: Spotify https://open.spotify.com/episode/3S95TVKQgXCUlzxQ0NzggI Desalentadores han sido los últimos informes de los biólogos sobre las múltiples formas en que evoluciona el COVID-19. De hecho, los científicos ya admiten que la pandemia va a seguir todavía al menos un año más, antes de que podamos tenerla verdaderamente bajo control. Y de todas las noticias inquietantes, la que implica mayores amenazas es que se detectó que el virus permanece presente en personas que se curaron o que no presentan síntomas, y se le encuentra principalmente en el tejido cerebral. Todavía no se ha logrado evaluar qué efectos se producirán en las funciones cerebrales. Pero nadie sueña con que el virus pueda hacernos “más inteligentes”. Más bien se teme que ocurra todo lo contrario, y que, así como se pierde el olfato y otras percepciones, habrá quienes resulten con sus inteligencias disminuidas. Y eso justo cuando estamos en un momento histórico de veloces e intensos cambios en la política, en los centros de poder y en las aplicaciones de nuevas tecnologías. Es decir, todos y cada uno de los seres humanos de este momento tendremos que hacer uso máximo de nuestra inteligencia para comprometernos en favor del bien común de todos, más allá de cualquier frontera territorial, racial, religiosa o ideológica. Las noticias que se acumulan en estos momentos nos anuncian que tenemos muy poquito tiempo para enterarnos de lo que está pasando, entender sus efectos y decidir qué es lo que habrá que hacer. Vamos viendo.

El jueves 20, el demócrata Joseph Robinette Biden, más conocido como Joe Biden, aceptó formalmente asumir la candidatura presidencial para enfrentar al actual presidente Donald Trump en las elecciones generales que se realizarán el martes 3 de noviembre, o sea, en 72 días más. En un discurso ante la Convención Nacional del Partido Demócrata, Biden pronunció unas palabras que sus seguidores aplaudieron con fervorosa emoción. Dijo que “el amor es más poderoso que el odio, que la esperanza es más poderosa que el miedo, y que la luz es más poderosa que la oscuridad”. Suena bien, ¿verdad?... Lástima que el candidato Biden olvidó decir que esas frases eran parte de un discurso pronunciado por el político canadiense Jack Layton. De hecho, ahí mismo, uno de los asistentes le dijo: “Con todo respeto, señor, creo que Ud debió aclarar que esas palabras las tomó… prestadas”. En realidad esa metida de pata tuvo de inmediato un efecto malísimo. Sobre todo porque la gran prensa que apoya a Biden había destacado esas palabras de su discurso como símbolo de una nueva era de honradez, creatividad y justicia en contraste con el período de Donald Trump. Y el tema del plagio, o sea del robo de expresiones ajenas haciéndolas pasar como propias, ya había golpeado varias veces en las campañas políticas de Biden. De hecho, ya en 1987, cuando se candidateaba por primera vez para la presidencia, fue acusado de plagio de un discurso del parlamentario británico Neil Kinnock, y se denunció además que antes había plagiado partes de discursos de Robert Kennedy y del ex vicepresidente Hubert Humphrey. Y, como si fuera poco, salió a luz que ya en su primer año en la Universidad lo habían descalificado por presentar como propios algunos textos de Derecho que había copiado. Fue tal el escándalo, que en 1987 Biden tuvo que renunciar a su candidatura presidencial en la que ya llevaba invertidos más de dos millones de dólares de la época. O sea, esta acusación de un nuevo plagio resulta el peor de los augurios al iniciarse la dura y muy sañuda campaña de 2020, sabiéndose que sigue pesando sobre él el que su hijo Hunter Biden, sin tener ninguna calificación para ello, fue nombrado director de la empresa petrolera Burisma Holdings, de Ucrania, con un sueldo exorbitante, tras el golpe de 2014.

Pero, ¿qué efecto real podrá tener ese desenmascaramiento de deshonestidad del candidato demócrata?... ¿Cuántos votos se perderán por ello?... En realidad pareciera que la pérdida de votos podría ser pequeña, o al menos no demasiado grande. Por lo pronto, el analista político Patrick Walker publicó el mismo jueves 20 un importante artículo en la revista digital OpEdNews, de Estados Unidos, en el que enfatiza que el sector más progresista del Partido Demócrata, que había apoyado al socialista Bernie Sanders y le había dado la victoria a las 4 candidatas demócratas a la Cámara de Representantes, ahora está siguiendo ahora una estrategia nueva que llama “rechazar primero a Joseph Biden, y luego votar por él”. Según el analista Patrick Walker, esta campaña presidencial está rotulada como “LOTE”, sigla de “Lesser of two evil”, “el menor de dos daños”.  En castellano, se llamaría “Ce De Eme Eme”, por “Campaña del Mal Menor”. Es decir, se acepta la necesidad de votar por Joseph Biden únicamente porque el triunfo electoral del candidato demócrata implica sacar de la Casa Blanca al aborrecido Donald Trump y su equipo de gobierno. Ese planteamiento por supuesto implica un amenazante grado de fiereza en la lucha intestina que seguiría al nuevo gobierno demócrata si es que alcanza la victoria derrotando a Trump. Resulta muy significativo el hecho de que hasta ahora la candidatura presidencial de Joseph Biden se ha limitado a emitir generalidades más bien vagas respecto del supuesto programa de gobierno, y según denuncias del sector republicano, Joseph Biden ha contraído ya compromisos muy fuertes con las grandes corporaciones transnacionales, que se reflejan en que los aportes financieros que han hecho para su campaña ya son casi el doble de los aportes a la campaña republicana y la reelección de Donald Trump. Eso, por supuesto, implica que Biden no contempla materializar el programa propuesto por las parlamentarias izquierdistas, como Alexandria Ocassio-Cortez, que han estado anunciando un gobierno que sería tan socialista como el del célebre presidente Franklin Delano Roosevelt con el New Deal. De ello por supuesto surgirán muy intensas y enconadas pugnas internas entre los “progresistas” de izquierda y los “centristas casi republicanos” que impusieron la candidatura de Biden. Se teme que esa pugna pueda llevar a la unificación de los grupos protestatarios contra el racismo, que han alcanzado niveles extremos de violencia, con saqueos y brutal represión policial, los que podrían sumarse disciplinadamente a procurar el control de la nueva administración demócrata.

Por su parte, en el seno de los republicanos más duros, sigue cobrando más y más fuerza el grupo llamado “Q-Anon”, también básicamente juvenil, de corte nacionalista, similar en cierta medida a los movimientos semi clandestinos sudamericanos de corte derechista, como fueron los “Tacuara” en Argentina  y los “Patria y Libertad” en Chile. Por cierto, la información disponible sobre “Q-Anon” es muy escasa y en su mayor parte se basa en publicaciones hostiles difundidas por la gran prensa controlada por las grandes empresas. En sus denuncias en las redes sociales, los Q-Anon denuncian la existencia de una oligarquía corrupta, que controla gigantescas sumas de dinero y sostiene un espacio secreto donde se practican perversiones sexuales y cultos de carácter satánico. En esa oligarquía, según ellos, participan también altos directivos de las Fuerzas Armadas, la policía y los servicios de inteligencia. Y, por cierto, un número importante de jóvenes nacionalistas, incluyendo supremacistas blancos y evangélicos fundamentalistas, adhieren a Q-Anon con un espíritu belicoso que la CIA ha calificado como “potencialmente terrorista”. Es decir, tanto en el campo demócrata como en el campo republicano, se perfila una posibilidad muy consistente de que después de las elecciones del 3 de noviembre, sea cual fuere el resultado, vendrá un período de fuertes tensiones político-sociales que en demasiadas ocasiones llegarán a enfrentamientos de extrema violencia.

Otro de los temas de enfrentamiento enconado entre republicanos y demócratas ante las elecciones de noviembre, es el uso de la votación por correo, que permitiría que los ciudadanos inscritos emitan su sufragio desde su casa, depositándolo en los buzones de correo. Para el gobierno de Donald Trump, ese sistema es gravísimamente vulnerable a manipulaciones dolosas y falsificación del proceso electoral. De hecho, han denunciado que en estos momentos el servicio de correos de Estados Unidos está prácticamente en quiebra y ni siquiera dispone de suficiente maquinaria para selección automática de sobres, que permitirían separar los sobres de votación de la correspondencia común y los paquetes. En la Publicación National Review, que es de tendencia republicana, han estado difundiendo un diálogo humorístico que contiene expresiones como “Mi abuelo fue republicano hasta el último día de su vida. Ahora que está muerto parece que va a votar por los demócratas”. Como fuere, en estos momentos el apoyo interno al gobierno de Donald Trump se mantiene asombrosamente estable, a pesar de su desastrosa política internacional. Las mismas encuestas que señalan una ventaja clara en favor de John Biden, señalan sin embargo que la opinión pública sigue apoyando a Trump en cuanto a su enfrentamiento belicoso contra China e Irán y aplaudiendo el resultado de su gestión económica. A partir de las enormes emisiones de dinero como auxilio financiero a la gente y las empresas por la pandemia de COVID 19, y la perspectiva de nuevas remesas antes de noviembre, se ha producido un efecto de relativo bienestar económico. Asimismo, la mayor disponibilidad de efectivo, en momentos en que el valor de las acciones se había derrumbado a precios bajísimos en las bolsas de comercio, llevó a la noción de que el dinero disponible podía ahora invertirse comprando a bajo precio acciones que eran tradicionalmente seguras y que supuestamente volverán a subir de precio. Con ello, pese al derrumbe general de la actividad económica, en las últimas semanas los valores bursátiles se han elevado muy por encima de lo normal.

Pero ese fenómeno no va más allá de las fronteras de Estados Unidos. Todas las iniciativas del régimen de Donald Trump en política internacional han sido rechazadas tanto en las Naciones Unidas como en los organismos internacionales, incluyendo la Unión Europea, el Grupo de los 7 y la Organización Mundial de Comercio. De hecho, Gran Bretaña, Francia y Alemania rechazaron de plano las propuestas de Washington para modificar la Organización Mundial de la Salud, que intentaba imponer procedimientos supeditados a la política de Estados Unidos. Igualmente, los países europeos se mostraron unidos con las posiciones de China y Rusia, rechazando las pretensiones de Washington de prolongar las sanciones contra Irán. En la crisis política de Bielorrusia, la Unión Europea, si bien se negó a admitir como sanas las últimas elecciones que dieron la reelección del presidente Lukashenko, se negó también a intervenir directamente en los asuntos internos de ese país. Los opositores al autoritario gobierno de Lukashenko, al que apodan como “el último dictador de Europa”, esperaban que la Unión Europea los apoyara directamente, con dinero y con efectivos militares. En cambio, la decisión final fue convocar a un diálogo nacional, bajo los auspicios tanto de Rusia como de la Unión Europea. Por otra parte, los opositores habían esperado aportes de auxilio por varios miles de millones de euros. Pero la ayuda de la Unión Europea se limitó a menos de cien millones de euros, para enfrentar los efectos de la pandemia. Es decir, sea quien fuere el vencedor en las elecciones del 3 de noviembre en Estados Unidos, su posición ante el resto del mundo se encontrará dramáticamente debilitada. Incluso el mismísimo primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu, ya comenzó a intentar coloquios íntimos con Joseph Biden. Y Biden, por su parte, provocó reacciones de disgusto en su propio partido por el entusiasmo con que saludó el acuerdo diplomático promovido por Donald Trump entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos.   Así, pues, el que iba a ser El Siglo de Estados Unidos sobre el planeta, aparece ahora perfilándose de maneras complicadas, en las que difícilmente se permitirá que una súper potencia, estadounidense, china, rusa o europea, pueda imponer sus intereses sobre los de las demás naciones. ¿Cómo se estructurará una nueva coexistencia internacional sin dominaciones imperialistas? ¿Será posible llegar a un súper plebiscito planetario capaz de generar una Constitución Política para toda la humanidad? Bueno, eso no será más que un sueño fantasioso mientras la gente común, los ciudadanos, no aprendamos a pensar en términos humanistas. Recordemos que incluso la propia Internacional Comunista, reunida en París después de la represión soviética sobre Praga, admitió que las ideologías finalmente no son más que una masilla, una argamasa para rellenar los vacíos que presenta una teoría científica. O sea, las ideologías sólo tienen valor en donde la ciencia no llega. Sólo naciones pobladas por gente que ha aprendido a pensar, podrán realmente ser democracias sanas. Y, oiga… se está haciendo sentir que cada vez hay más gente dispuesta incluso a desafiar sus propios amados viejos prejuicios, en busca de mejor entendimiento. Eso, aun desafiando a aquellos virus endiablados que tratan de instalarse a vivir en nuestros cerebros. Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro. Pero hasta ahora ningún peligro nos ha vencido para siempre.
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