Por Ruperto Concha / resumen.cl
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En los últimos dos meses de verano, en Canadá, estallaron más de mil incendios forestales, que destruyeron 130 mil kilómetros cuadrados de bosques naturales. Un infierno gigantesco que aniquiló toda la hermosa y riquísima vida silvestre que se cobijaba allí. No hay recuperación posible. La espesa humareda de esos incendios llegó hasta Nueva York y Chicago.
En tanto, el 10 de agosto, miles de kilómetros al oeste, en la isla de Maui, en el archipiélago de Hawái, un súbito y fulminante incendio devoró los paradisíacos bosques tropicales de ahí, también resecos por el calor, la falta de lluvia y los ventarrones huracanados.
La destrucción de los campos también fue letal para toda la vida silvestre, y se extendió hasta destruir las lujosas aldeas turísticas de la isla, donde mucha gente tuvo que salvarse del fuego metiéndose en el mar. Hubo al menos 53 víctimas fatales.
Las aldeas de la isla, totalmente destruidas. Los daños se estiman en decenas de miles de millones de dólares. Las pérdidas ecológicas son incalculables.
Y, como siempre, el cambio climático exhibe sus contrastes, con lluvias torrenciales que en otras partes ahogan los campos y las aldeas. En Rio Grande do Sul, Brasil, kilómetros y kilómetros de selva quedaron inundadas bajo más de un metro de agua, y sucesivos chaparrones de lluvia llegaron hasta 400 milímetros en un par de horas.
En otras zonas, como el altiplano perú-boliviano, ha habido una sequía ruinosa. De hecho, el inmenso lago Titicaca ya ha disminuido un metro su nivel.
Y todos ya lo sabemos, o al menos debiéramos saberlo: es el recalentamiento del planeta porque la atmósfera está enturbiada por gases opacos, producidos por el hombre, que impiden expulsar hacia el espacio el exceso de radiación solar.
A ello se agrega que también los océanos se están recalentando, están tomando un color verdoso que tiene menos capacidad de reflejar el calor atmosférico. Por ello las aguas oceánicas a ciertas horas ya están alcanzando una temperatura de 21 grados Centígrados, según las mediciones satelitales.
En algunos puntos tropicales se han registrado más de 36 grados en el mar, o sea, la temperatura de nuestro cuerpo. Y en el Mediterráneo se reportó un lugar donde el agua a cierta hora había llegado a 38 grados.
Y, oiga, esas temperaturas nos están anunciando la muerte por asfixia de millones y millones, y millones de los habitantes de los océanos que quedan sin oxígeno.
En todo el mundo es muchísima la gente que se siente sobrecogida, abrumada por las evidencias de que la totalidad de la vida en nuestro planeta está realmente en peligro de muerte.
Y, sin embargo, más allá de algunas patéticas protestas suprimidas rápidamente por la policía y apaciguadas con pomposas promesas de la clase política, hasta ahora no se ha logrado ningún resultado funcional.
Incluso ha cobrado alguna fuerza la noción fatalista de que el ser humano, la humanidad misma, es una especie esencialmente destructiva. Que el hombre inevitablemente oculta en un rincón de su alma un espíritu de odio agresivo hacia los demás hombres y hacia los demás seres vivos.
Según esa visión fatalista, los seres humanos estaríamos condenados a mantener una conducta similar a la de las bacterias encerradas en un tubo de ensayo o en una cápsula, o en un cuerpo enfermo, con una cantidad de alimento que es abundante pero no ilimitada.
Las bacterias se reproducen velozmente hasta agotar el alimento y saturar la cápsula, y después de eso, mueren y se pudren. Según esa visión, nuestro planeta sería algo así como el tubo de ensayo en el que moriremos y haremos morir la vida como la conocemos.
Por supuesto, esa visión de la humanidad nos parece inaceptable. Sin embargo, nos mantenemos sumisos e impotentes ante un proceso histórico, político, cultural, económico y tecnológico que de hecho ya en estos momentos nos está destruyendo.
Ya este año, a nivel mundial, las inversiones en maquinaria y armas para ejércitos y guerra supera lejísimos los recursos para la defensa ecológica, para una mejor educación para crear opciones enriquecedoras de la calidad de vida humana.
Y la súper población mundial sigue aumentando, saturando y agotando todos los espacios naturales de nuestra patria planetaria. En la muy progresista República de la India, en las regiones más atrasadas, el índice explosivo de natalidad sigue siendo de más de cinco hijos por mujer. Este año ya la India llegó a más de 1.400 millones de habitantes, pasando a ser el país con mayor población del mundo.
Precisamente en Nueva Delhi, capital de la India, acaba de concluir la reunión del llamado Grupo de los 20, un foro mundial que reúne a los países del Grupo de los 8, (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia) más la Unión Europea, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, México, Sudáfrica y Turquía. El Grupo de los 20 agrupa el 90% del Producto Nacional Bruto mundial, el 80% del comercio global y dos tercios de la población mundial.
Desde 2008, como consecuencia de la crisis mundial iniciada en Estados Unidos, el G-20 pasó a ser una Cumbre de jefes de Estado, como foro de discusión de la economía mundial.
En la reunión de este año no estuvieron presentes dos importantísimos jefes de Estado. Los presidentes Vladímir Putin, de Rusia, y Xi Jinping, de China, quienes fueron representados por sus ministros de Relaciones Exteriores.
En su edición del viernes 8, el periódico británico The Telegraph había anunciado con grandes titulares que, en esta Cumbre, “el Grupo de los 20, en pleno, trabajará unido para enfrentarse contra Putin”.
Según ese periódico, los grandes protagonistas de la Cumbre serían el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el primer ministro británico Rishi Sunnak, mientras los demás jefes de Estado se dedicarían “a recoger los fragmentos que quedarán tras la destrucción de Putin”
Sin embargo, desde el inicio mismo de la Cumbre de los 20 todos los intentos de movilizar una declaración conjunta contra Rusia se estrellaron contra la fuerte mayoría de los asistentes que rechazaron de plano los textos anti rusos propuestos por Washington y Londres.
La abrumadora mayoría declaró que el Grupo de los 20 no respaldará mantener sanciones o descalificaciones contra otros países miembros, y que, si el Grupo de los 20 no fuese capaz de defender su posición neutral, tendrá que desintegrarse.
De hecho, llegó a temerse que la Cumbre del Grupo de los 20 no pudiera ni siquiera llegar a acuerdo para una declaración que fuese aprobada por todos.
El intento de Londres y Washington de obtener una declaración contra Rusia y en favor de Ucrania finalmente concluyó en una declaración contra el uso de armas prohibidas e inadmisibles, incluyendo, por cierto, las armas nucleares, pero también las bombas de racimo y las bombas de uranio empobrecido, aportadas por Estados Unidos y por Gran Bretaña para la guerra contra Rusia.
En cuanto a la guerra misma, la declaración del Grupo de los 20 instó a que todas las naciones se abstengan de intervenir militarmente sobre la integridad territorial, la soberanía y la independencia de otra y otros pueblos.
Con ello, el Grupo de los 20 implicó el respeto por las repúblicas del oriente ucraniano que votaron por independizarse y adherir a la Federación Rusa de Naciones, y fueron brutalmente atacadas por el régimen ucraniano, lo que llevó finalmente a la intervención de Rusia. O sea, fue una declaración notablemente favorable tanto a Rusia como a China.
También la declaración del Grupo de los 20 fue muy desafiante para los países de la OTAN al admitir que el mundo desarrollado tiene el deber de encontrar forma de financiamiento para las nuevas políticas de defensa del medio ambiente, que exigirá a los países en vías de desarrollo inversiones de casi 6 millones de millones de dólares antes 2030, además de otros 4 millones de millones de dólares que tendrán que pagar los países ya desarrollados.
Y, sobre todo, la Declaración del Grupo de los 20 exhibió el acuerdo mayoritario de apoyo a los líderes de China y Rusia en la formación de un régimen multipolar, sin predominio de los países de la OTAN.
Más bien, a la luz de esa declaración que Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea tuvieron que resignarse a aprobar, se trata ahora ya de poner término al dominio internacional impuesto por países poderosos, y, en cambio, reformar la Organización de las Naciones Unidas, ampliar el Consejo de Seguridad y democratizar las estructuras de poder, poniendo límites prácticos al militarismo.
Esa declaración final, redactada en términos cuidadosos pero muy claros, ya ha sido entendida en Europa y Estados Unidos como señal de que ya está prevaleciendo una nueva realidad en que las naciones prestigiosas, aunque de poderío económico y militar comparativamente modesto, pueden ahora dialogar y transar de igual a igual en busca de soluciones, con las grandes potencias.
¿Es el fin de los imperios? ¿Es el retorno a una realidad multipolar como en los tiempos de gloria de los Países No alineados con ninguno de los grandotes demasiado poderosos?
Como fuere, en estos momentos el destino de nuestro planeta y nuestra humanidad parece estar dependiendo de factores nuevos que eran inimaginables hasta hace pocos años.
Básicamente se trata de la intervención creciente de una inteligencia artificial, cada vez más poderosa e independiente de sus creadores humanos.
De partida, la demencial ferocidad militarista que ha mostrado el mundo occidental tras la desintegración de la Unión Soviética ahora ha derivado en el desarrollo de verdaderos ejércitos de robots dotados de inteligencia artificial y dirigidos por centrales donde la inteligencia humana se ve obligada a aceptar eventualmente que un aparato de inteligencia artificial pase a tener mando militar superior.
En los últimos juegos de guerra aérea de Estados Unidos se comprobó que ya, ahora, los aviones de combate tripulados por robots con inteligencia artificial son más hábiles y tienen mejor puntería que los aviones tripulados por seres humanos.
Igualmente, en estos momentos en la guerra de Ucrania están ya participando miles y miles de robots voladores, drones dotados de inteligencia artificial con mayor grado de autonomía para tomar, por su cuenta, decisiones.
Y, lo más aterrador en estos momentos es que se ha comprobado en ejercicios de combate y también en juegos de negociación diplomática, que los aparatos dotados de inteligencia artificial ya son capaces de mentir y engañar a los seres humanos, incluso a sus superiores directos.
Oiga… engañar muy hábilmente al ser humano, y también perpetrar traiciones o hacerse pasar por un ser humano cuando es necesario para obtener algo.
Robots mentirosos y traidores. ¿No es eso algo realmente aterrador?
La violencia, el fuego, el calor, el color rojo, la traición y la mentira… ¿No son esos elementos los atributos que nuestros antepasados le asignaban a ciertos dioses y espíritus peligrosos y subterráneos?
Por supuesto, para nuestros antepasados, los volcanes eran prueba indiscutible de que en las profundidades subterráneas moraban seres sobrenaturales, poderosos y a veces destructivos.
El dios Efesto de los griegos, el Vulcano de los romanos, era una especie de industrial riquísimo que en su fragua fabricaba armas poderosas, los rayos de Zeus-Júpiter, y el carro volador que usa el sol para cruzar diariamente el cielo.
Después, con la llegada del cristianismo, ese mundo de fuego subterráneo pasó a ser el Infierno, y el señor del Infierno pasó a ser el Diablo.
Y la palabra misma Diablo es la palabra griega Diábolos, que significa “El Mentiroso”.
¿Estamos ya fabricando máquinas sin la inocencia maquinal?...
Con el calentamiento del planeta, ¿nos preparamos para emigrar hacia el infierno?
Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense.
Todo se está poniendo endiabladamente peligroso.