Por Ruperto Concha / resumen.cl
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Últimamente son muchos los hombres de ciencia que están entregando malas noticias sobre el destino de la especie humana.
Algunos han destacado que la tendencia a disminuir la natalidad en el mundo desarrollado es algo más que un fenómeno cultural o político. Que más bien se trata de una especie de tendencia suicida que diversas especies exhiben en determinadas circunstancias. Por ejemplo, la conducta que evidencian los leones cuando el número de ejemplares de una región sobrepasa las posibilidades de alimentación. En esos casos, los leones machos comienzan a dar muerte a los cachorros.
Y, por otro lado, se ha reiterado que la reproducción de la especie humana está siendo afectada gravemente por la alteración ecológica del planeta, el cambio climático, la degradación general del medio ambiente y la alteración de la biosfera por polución de gases junto a emisión de miles de millones de toneladas de basura tóxica… ¡cada año!.
Igualmente, se ha mencionado la serie de mutaciones detectadas en diversos agentes patógenos, virus y microbios, que derivan en la aparición de enfermedades nuevas y también en cepas nuevas de enfermedades viejas que se han vuelto resistentes a los antibióticos...
La inmensa mayoría de los hombres de ciencia, y también de los observadores más competentes, coinciden en admitir que los propios seres humanos somos el peligro más grave e inminente para nuestra propia supervivencia.
Peor aún, se está admitiendo que los seres humanos no somos capaces de actuar racionalmente y controlar nuestros impulsos más primitivos, ni siquiera cuando se nos informa que poner la razón por encima de las emociones y del instinto es la única salvación para evitar una catástrofe generalizada.
Ya se ha informado a todo el mundo que cada nuevo ser humano que aumenta la población de la tierra, implica el consumo de cientos de barriles de petróleo, de toneladas de alimentos, de decenas de miles de litros de agua dulce higienizada, cada año durante todos los años de su vida.
Además, cada ser humano genera al mismo tiempo cientos de toneladas de basuras, desechos y desperdicios que polucionan el medio ambiente y con ello agravan el deterioro. Es decir, hacen que el planeta se vaya haciendo cada vez menos habitable.
En la década de 1950, cuando en el mundo desarrollado comenzó a extenderse la conciencia ecológica, la población del planeta era de 2 mil quinientos millones de habitantes. En 1973, cuando se produjo en Chile el golpe militar contra el presidente Allende, la población del planeta ya había aumentado a 4 mil millones, o sea, un aumento de 1.500 millones de personas.
Cuando llegó el año 2 mil, la población alcanzó los 6 mil millones de personas, y en estos momentos ya vamos llegando a los ocho mil millones de personas.
Pero no sólo se trata de un aumento en el número de los habitantes. A eso hay que agregar también el aumento del consumo por cada habitante, según se avanza en el concepto neoliberal de que el progreso económico es aumento del consumo, de las compras y de todo. Y de las modas, por cierto. O sea, la necesidad de que haya cada vez más gente ávida de comprar más y más cosas.
Por ejemplo, en 1950, cuando la población era 2 mil 500 millones, había en el mundo un vehículo motorizado por cada 1.800 habitantes. Hoy la proporción es de un vehículo por cada 160 habitantes. ¡O sea, un aumento del orden del 30 mil por ciento!
Y el consumo mundial de petróleo es hoy de 100 millones de barriles que se queman cada 24 horas.
Ese aumento del consumo se proyecta a todos los aspectos de la vida cotidiana. Oiga, sólo en envases vacíos de plástico, se estima un volumen de 20 toneladas anuales la basura que cada familia bota en el mundo desarrollado.
Es decir, el aumento irrefrenado de la población mundial tiene un efecto de deterioro del planeta cuya intensidad se incrementa en proporción geométrica, cada vez más grave y cada vez más rápido.
Sin embargo, no se ha logrado detener la explosión demográfica. No se ha logrado llegar al punto de equilibrio que es un máximo de dos hijos por familia.
Algunos biólogos han tratado este fenómeno de explosión demográfica, contaminación y destrucción del medio ambiente, como un proceso propio de la evolución de las especies vivas. En una perspectiva darwinista, la humanidad se encontraría inmersa en un proceso que necesariamente tendría que implicar una selección natural por la llamada “supervivencia de los más fuertes”.
¿Qué podría significar eso?... No es fácil responder.
Podría significar que los conflictos que recién comienzan a darse en el mundo, por ejemplo, en torno a los ríos y el agua potable, podrían convertirse en enfrentamientos feroces donde el vencedor se queda con todo y el perdedor se queda sin nada.
Eso es lo que en este mismo instante está perfilándose en Cachemira, entre Pakistán y la India, que pugnan por controlar no los ricos valles agrícolas de esa región, sino los grandes ventisqueros del Himalaya, que abastecen de agua a los principales ríos de ambos países.
Sea Pakistán o sea la India el que alcance el predominio, podrá dejar al otro sin agua dulce ni siquiera para las necesidades básicas de la población. Ya en estos momentos, los ríos de Pakistán se encuentran prácticamente agotados por el uso, y lo mismo ocurre en el norte de la India.
Paradojalmente, las ocasionales lluvias torrenciales que se producen brevemente en esas regiones tienen por efecto inundaciones desastrosas que erosionan el suelo fértil y luego dejan paso a meses y meses de sequía total.
Eso, porque el calentamiento de la atmósfera disminuye la acumulación de nieve y hielo en las montañas, que gradualmente, al fundirse, poco a poco, van entregando durante todo el año el agua que alimenta ríos y manantiales que riegan los valles y las tierras bajas.
En Asia Occidental, sobre todo en Siria, Irak, Jordania y el Líbano, la escasez de agua ya es dramática, y los legendarios ríos de la Mesopotamia, el Tigris y el Éufrates, que regaron el nacimiento de la civilización humana, ahora llegan prácticamente secos a su desembocadura.
Podríamos decir que el Jardín del Edén ya no podría existir donde supuestamente estuvo. Y el Árbol del Conocimiento no habría producido su manzana fatal.
En esa perspectiva darwinista, ciertamente podemos temer lo peor. Si el imperialismo nos parecía una alternativa inaceptable, la nueva realidad podría ser muchísimo peor. Sin embargo, el concepto de evolución está replanteándose muy profundamente. No se trata de negar los procesos evolutivos de la vida, que ya han sido demostrados en forma indiscutible por la investigación del ADN.
Pero sí se trata de explorar ahora en qué forma se produce la evolución.
Según lo planteó Charles Darwin, en el siglo 19, la Evolución se produce en forma completamente accidental, cuando alteraciones del medio ambiente amenazan la supervivencia de las especies y mata a las que no son capaces de adaptarse al cambio.
Frente a ese enunciado de Darwin, el biólogo francés Jean Baptiste Lamarck, planteó que las especies están permanentemente adaptándose, y que son capaces de generar sus propios cambios genéticos a fin de desarrollar órganos y capacidades nuevas para ocupar ambientes nuevos y enfrentar peligros nuevos.
Es relevante apreciar cómo, por cuestiones religiosas o de emocionalidad, entendemos de maneras diversas qué es lo que nos espera en este proceso evolutivo que se nos está planteando.
Según los grandes biólogos estadounidenses James Lovelock y Lynn Margulis, hay pruebas concluyentes de que los seres vivos, en determinadas circunstancias podemos experimentar cambios genéticos no sólo en muy corto tiempo, sino incluso durante la vida de un solo individuo.
Esa afirmación fue luego confirmada por observaciones de biólogos y médicos de la universidad de Upsala, en Suecia, que detectaron cómo excesos alimenticios durante la vida de una persona, podían producir secuelas genéticas que hacen que sus hijos y sus demás descendientes sean todos propensos a la diabetes y otras enfermedades.
Igualmente, en esa perspectiva, la actual composición de la atmósfera terrestre, y la abundancia de agua en nuestro planeta, serían efecto no de la materia original astronómica de la tierra, sino de los procesos desatados y desarrollados por la vida.
Los primeros organismos, que todavía no eran completamente seres vivos, provocaron alteraciones que incluían la liberación de grandes cantidades de oxígeno y la formación de agua dulce a partir de las nubes de metano.
Así, los primeros seres realmente vivos, que existían en un medio carente de oxígeno, o sea, eran anaerobios, encontraron a lo largo de los siglos que sólo por haber estado vivos habían liberado enormes volúmenes de oxígeno polucionado la atmósfera hasta hacerla venenosa para ellos.
Para enfrentar esa polución de agua y oxígeno libre, los seres unicelulares tuvieron que agruparse, crear membranas protectoras y formar, así, organismos complejos que pudieran utilizar el oxígeno para generar energía al interior de las células, pero a la vez canalizando el oxígeno a fin de que no pueda destruirlas.
O sea, una catástrofe del medio ambiente se tradujo nada menos que en la aparición de las formas superiores de vida en el planeta. Todas, desde las plantas más elementales hasta los genios de la humanidad.
También en nuestra visión del futuro que espera a los humanos que se lancen al espacio, la adaptación indudablemente traerá transformaciones espectaculares.
De hecho, por tener que adaptarse a vivir en el interior de naves espaciales que realicen viajes que durarán muchas generaciones, posiblemente siglos, y en que habrá seres humanos que nacerán y procrearán en un medio de ingravidez o gravedad cero.
Ya se sabe que esas personas finalmente no podrían resistir volver a adaptarse a la vida en un planeta como la tierra, pues la gravedad les causaría transtornos fisiológicos mortales.
Al mismo tiempo, las formas y hasta la disposición de los órganos posiblemente cambiaría mucho por vivir sin tener peso. Por ejemplo, las piernas se harían delgadas y flexibles, y los pies recobrarían características manuales, pues ya no tendrían utilidad para caminar como en la Tierra. O sea, podríamos volver a ser cuadrúmanos y manejar nuestros pies con la precisión y la habilidad que hoy tienen nuestras manos.
Posiblemente también cambiaría la posición de la cabeza en relación a los hombros. En fin, es posible que esos seres humanos acabarían biológicamente transformados en seres muy distintos a nosotros, al menos en su aspecto físico.
En cuanto a lo psicológico o lo espiritual… simplemente está fuera de nuestras posibilidades tener siquiera un atisbo de lo que podría ocurrir en el interior de sus cerebros, en sus espíritus.
Pero la inmensa mayoría de los seres humanos, los que seguiremos aquí, pegaditos a la Madre Tierra, tendremos que enfrentar otra clase de mutaciones y transformaciones evolutivas.
En el mundo desarrollado, ya los sociólogos están detectando el surgimiento de una nueva clase social, que tentativamente están denominando los “Cuellos dorados”, para distinguirlos de los “Cuellos azules”, que son los obreros, y los “Cuellos blancos”, que son los empleados superiores y los capitalistas.
Estos “Cuellos dorados” son un tipo humano que actualmente tiene entre 18 y 30 años, que han desistido de seguir estudiando en la manera tradicional, a veces con el pretexto de ganar dinero para estudiar después.
En general disponen de abundante dinero para gastos menores, aunque no para hacer inversiones o ahorrar de verdad. Son grandes consumidores, a menudo viven en casa de sus padres y en su mayoría tienden a postergar indefinidamente cualquier perspectiva de matrimonio.
Los que se casan también suelen seguir viviendo en casa de los padres de uno de ellos… ¡y tienen extremo cuidado en evitar tener hijos!
Simultáneamente, esa forma de vida, individual o en parejas, va acompañada en medida creciente con modalidades inéditas de convivencia. Surge una suerte de familia elástica, en que se comparten parejas, de uno u otro sexo, y se forman presupuestos familiares con aportes de todos.
Todavía no se ha llegado a un análisis profundo de esta nueva clase trabajadora que está siendo característica del mundo desarrollado, tanto en Estados Unidos y Europa, como en las grandes y prósperas urbes de Asia.
Pero, para muchos analistas, esa podría ser la corriente social dominante en un futuro muy próximo, y se relaciona con la contracción enorme de la natalidad en el mundo desarrollado.
Es como si esa gente se estuviera preguntando “Bueno, ¿y para qué hay que tener hijos?”
Es una actitud que no se relaciona ni con conciencia ecológica ni nada. Simplemente parece una reacción emotiva esencialmente distinta de los sentimientos tradicionales de amor y de procreación.
En Estados Unidos, todavía hay un leve, leve aumento de población, aunque es inferior al de América Latina. Sin embargo, al analizar las estadísticas, encontramos que los llamados “blancos caucásicos”, de tipo europeo, están disminuyendo su natalidad igual como está ocurriendo en toda Europa y en Japón.
En cambio, los grupos hispanos y otras minorías raciales mantienen los muy altos índices de natalidad.
Y ese fenómeno está cobrando ahora rasgos amargos. En Estados Unidos y en muchos de los países de la Unión Europea, las mayorías raciales blancas están creado una atmósfera de odiosidad hacia los inmigrantes de otras razas. Incluso en la muy morena España, se ha intensificado la odiosidad racial contra los latinoamericanos, que peyorativamente son llamados “sudacas”.
Además de los peligrosos enfrentamientos raciales entre los afroamericanos del movimiento “Black Lives Matter”, “Las Vidas de los negros importan” con los llamados “White Pride”, “Orgullo Blanco”, que se están multiplicando en ataques, de blancos y negros, contra otras minorías raciales, especialmente los asiáticos.
Y en todos esos enfrentamientos está presente una sensación de peligro de las razas tradicionales mayoritarias, blancos anglosajones y mulatos afroamericanos, frente a la multiplicación de inmigrantes de otras razas, que tienen muchísimos hijos y podrían llegar a ser mayoría políticamente decisiva.
¿Se fija usted?... Las razas humanas son por cierto un efecto de las líneas evolutivas dentro de una misma especie humana… El terrorismo, la emigración, sea legal o ilegal, la intransigencia religiosa y política, parecieran estar confluyendo a la vez que el medio ambiente y los recursos naturales se vuelven más y más escasos.
¿Estamos derivando hacia una catarata en que las transformaciones tendrán que ser tan enormes y dramáticas que dejarán atrás cualquier recuerdo de las antiguas revoluciones sociales?
¿O quizás seremos capaces de generar un modo de convivencia que nos permita compartir este hábitat planetario, incluso con quienes tienen opiniones, religión y gustos terriblemente distintos de los nuestros?
Y más aún, ¿seremos capaces de mantener la vida humana en este planeta, en que sin duda nuestros descendientes aún no nacidos podrían crear una civilización maravillosa?
Hasta la próxima, gente amiga. No sólo nosotros estamos en peligro. También lo están los hermosos seres humanos que todavía no han nacido.
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