Por Ruperto Concha / resumen.cl
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Hace un par de semanas tuve el agrado de recibir un mensaje de un auditor que me relataba la extraordinaria aventura que le ocurrió a raíz de una de mis crónicas del año 2011, en que toqué el tema del Bitcoin, la novedosa moneda digital que quizás podría reemplazar al dólar y al resto del dinero que circula en el mundo.
Por pura curiosidad, mi amigo se gastó unos 24 mil pesos en comprar 50 dólares, y con ellos adquirió dos unidades de esa misteriosa moneda digital que, siendo inmaterial, puede sin embargo comprar cosas y pagar servicios.
En esos momentos, el bitcoin era muy poco más que una cosa pintoresca. Aunque la habían inventado hacía ya dos años, su valor práctico había sido insignificante, aunque súbitamente ya se estaba cotizando a la par con el dólar.
Y, el 8 de julio de 2011, súbitamente se disparó al fantástico valor de 31 dólares. O sea, ya en dos años esos 50 dólares que había gastado le estaban dando una buena ganancia.
Pero esa ganancia se esfumó en muy poco, y ya en diciembre el valor del bitcoin había vuelto a caer, de 31 dólares a sólo dos miserables dolaretes.
Mi amigo asumió que se trataba sólo de esas especulaciones de los prestidigitadores de las bolsas de comercio. Se encogió de hombros y dejó de pensar en el asunto… en realidad se olvidó de sus bitcoins.
Eso hasta el 29 de enero de este año, cuando el billonario más billonario del mundo, Elon Musk, anunció que había comprado bitcoins por 1.500 millones de dólares y la cotización de esa criptomoneda se disparó a 37.989 dólares cada uno.
Todo el mundo se lanzó a comprar la súper moneda y ya el 16 de febrero llegó a superar los 50 mil dólares y aún se empinó más, hasta los 58 mil, aunque finalmente retrocedió hasta estabilizarse en 48 mil dólares.
Entonces, por supuesto, mi amigo decidió que ya era tiempo de bajarse aquella fábula. Y, razonablemente, vendió sus dos bitcoins que en 2011 le habían costado 50 dólares, o 24 mil pesos. Supuestamente cobró 96 mil dólares que, al cambio actual, son algo más de 70 millones de pesos.
¿Qué tal?
Está claro que esa magnífica ganancia de mi amigo fue básicamente fruto de su intuición. De su curiosidad basada en las leves pistas de una invitación a pensar a partir de noticias internacionales.
Y en toda la Historia de la Civilización la curiosidad inquisitiva ha sido siempre el impulso a la exploración, el experimento y la fascinación de lo novedoso que se nos muestra.
Pero para otras personas, como el súper-billonario Elon Musk, la aventura del bitcoin se basaba en cálculos bien informados. Se trataba de hombres de negocio y de empresa que tienen muy bien entendidos los vericuetos de la ambición y de la competencia despiadada, orientadas siempre rumbo al lucro y el poder.
¿Por qué ellos se han lanzado a participar de una economía donde el dinero es un algoritmo matemático, sin ninguna base monetaria tangible?
Bueno incluso personas tan humildes como Ud. y yo, sabemos que el dinero supuestamente tangible que mueve toda la economía mundial ya es ahora solamente una cifra impresa en documentos computacionales.
Fíjese que, según cifras de la Reserva Federal de Estados Unidos y del Banco Central Europeo, los billetes dólar pesan un gramo cada uno. O sea, un millón de dólares en billetes, que son 100 paquetes de 100 billetes de 100 dólares, tiene un peso de 10 kilos.
Y, claro, si en vez de billetes de 100 se usaran billetes de 50 dólares, el mismo millón de dólares pesaría 20 kilos.
Los auxilios despachados por el gobierno de Estados Unidos dentro de su territorio para paliar los efectos económicos de la pandemia del Covid-19, ya son más de dos millones de millones de dólares. Esa suma, en billetes de 100 dólares, tendría un peso de 20 mil toneladas. Para transportarlos se necesitaría una caravana de 400 camiones cada uno cargado con 50 toneladas de billetes de 100 dólares.
Por supuesto, en la realidad, esas inmensas sumas de dinero sólo se desplazan electrónicamente. Tal como a uno le hacen los pagos con depósitos electrónicos en nuestras cuentas bancarias y nosotros hacemos la mayoría de nuestros pagos mediante transferencias electrónicas. Es decir, en términos reales, el dinero tangible, en billetes y monedas, no es más que una parte minúscula del dinero que usamos.
Hablando claro, casi todo el dinero que manejamos es intangible. Es sólo una figura de contabilidad. Y sin embargo funciona, funciona de lo más bien.
A finales de la Segunda Guerra Mundial, en la localidad de Bretton Woods, Estados Unidos, las potencias aliadas, ya seguras de su victoria sobre el imperio nazi, se reunieron para diseñar la economía necesaria para reconstruir aquello que la guerra había reducido a ruinas.
Básicamente se enfrentó la necesidad de establecer un sistema monetario de uso internacional, para ensamblar el comercio, la industria y los servicios.
Los países de Europa, incluyendo a la Unión Soviética, eran partidarios de crear una nueva moneda, válida en todas las naciones, que serviría al comercio, a la banca y a las instituciones financieras mundiales.
Estados Unidos rechazó la propuesta de una nueva moneda afirmando que el dólar americano ya existía y era el instrumento monetario perfecto. Al imponer su moneda, Estados Unidos comprometió que el dólar tendría respaldo en oro, estableciéndose un valor de 30 dólares por onza. Es decir, prácticamente se establecía que cada uno de los dólares tendría el respaldo de un gramo de oro y sería convertible en metal.
Supuestamente ese respaldo garantizaría que el dólar americano estaría absolutamente blindado ante cualquiera posibilidad inflacionaria por emisiones inorgánicas de dinero.
Sin embargo, la economía de post guerra y la guerra de Corea llevaron a que Estados Unidos incumpliera progresivamente su compromiso de respaldo de oro al dólar y finalmente, el 15 de agosto de 1971, el presidente Richard Nixon comunicó al mundo el fin del respaldo de oro para el dólar.
De hecho, se implantó un sistema de respaldo al dólar como divisa internacional, basado sólo en fórmulas contables.
El efecto fue una lenta pero permanente inflación, ejemplarizada por el propio valor del oro, que subió de los 30 dólares la onza en 1944, es decir un gramo por dólar, a alrededor de 1.300 dólares por onza en la actualidad, es decir, una inflación de más del 4 mil por ciento.
Sin embargo, esa desvalorización del dólar apareció siempre compensada por la vigorosa economía que se extendía progresivamente por todo el planeta.
Inicialmente, la economía mundial se atenía al enfoque socialdemócrata, con economía planificada, que había aplicado el gobierno de Franklin Delano Roosevelt en Estados Unidos, y que aplicaron también los gobiernos europeos para la reconstrucción.
De hecho, la intensa distribución de la riqueza llevó en Europa al llamado “estado de bienestar” que contemplaba excelentes y muy generosas ventajas sociales para todo el mundo, para toda la clase trabajadora, la cual, en consecuencia, se volvió más dócil y más despreocupada.
Pero paulatinamente las grandes sociedades anónimas o corporaciones internacionales lograron imponer el sistema llamado “neoliberal”, que condenaba y rechazaba la intervención del estado en la mayor parte de las actividades económicas.
Más aún, la presión de las megaempresas sobre la clase política en prácticamente todo el llamado “Mundo Occidental” llevó a que los gobiernos de Estados Unidos y Europa impusieran sistemas obligatorios que reforzaran el poder político y operacional de las grandes concentraciones de capital, de las grandes corporaciones.
Ya a finales del Siglo XX, el tejido de instituciones financieras estaba dejando en manos de las megaempresas un control implacable sobre el tráfico de capitales y créditos, con lo que el quehacer económico mundial quedaba imposibilitado de buscar procedimientos alternativos, aún si ellos pudieran ser más convenientes.
Sin embargo, incluso dentro del universo económico neoliberal y tras la enorme transformación política y cultural de Rusia y China, comenzó a producirse el surgimiento de nuevas y poderosas empresas que comenzaron a tener una relación conflictiva con las viejas gigantas.
Cada vez más la supremacía económica dentro de Estados Unidos iba siendo desafiada por nuevas empresas, sobre todo en el área de la tecnología avanzada.
Y por cierto los desafíos también surgieron con intensidad fuera de Estados Unidos, y especialmente en Asia.
De esos desafíos y ese enfrentamiento cada vez más intenso y cada vez más peligroso, emergió la necesidad de reemplazar los sistemas de control financiero y comercial impuesto por Estados Unidos sobre todo el resto del mundo.
Cuando recién apareció el Bitcoin, muchos economistas advirtieron que esa moneda virtual podría, quizás, proponer una alternativa al dólar.
Pero, mucho más que a la moneda virtual, con sus tentadoras características, la atención se centró en la tecnología llamada “blockchain”, o cadena de bloques, que es la que hace posible que exista una moneda virtual prácticamente imposible de falsificar.
Una cadena de bloques es esencialmente solo un registro, un libro mayor de acontecimientos digitales que está “distribuido” o es compartido entre muchas partes diferentes e individuales que están fuertemente conectadas entre sí, y cuyos contenidos son imposibles de borrar.
Cada bloque puede ser actualizado agregando más y más cosas a partir del consenso de la mayoría de participantes