PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Homosexualidad

Por Ruperto Concha / resumen.cl Opción 1: archive.org Opción 2: Spotify https://open.spotify.com/episode/2cB2uYzwv1Rvkp52zQYmi1?si=vhqqxxF9Q3ydd1DKu5zyHA Todo este comienzo del Tercer Milenio ha estado cargado de noticias relacionadas con lo que llamamos “Homosexualidad”. En las elecciones de Estados Unidos, este año, se presentaron 782 candidatos abiertamente “gays” o lesbianas de los cuales 334, fueron elegidos. De hecho, las candidaturas de las minorías sexuales alcanzaron un 43% de éxito, muy por encima del promedio general de los candidatos. Los varones gay tuvieron un 41.4% de éxito electoral, y las candidatas lesbianas llegaron al 55%. Entre los vencedores se cuentan Ritchie Torres y Mondaire Jones, ambos candidatos demócratas, y primeros afroamericanos extrovertidamente gays que ganan escaños en el Congreso Federal de los Estados Unidos. También destacaron especialmente Sarah McBride, primera persona transgénero que gana un escaño en el Senado de Delaware, y Stephany Byers, una indígena piel roja, también transgénero elegida en la legislatura de Kansas. Asimismo, el presidente electo Joseph Biden designó Ministro de Transporte al ex pre candidato presidencial Pete Buttigieg, otro declaradamente gay. En Nueva Zelandia, doce candidatos declaradamente lesbianas o gays resultaron elegidos en el nuevo parlamento, alcanzando el 12% de los escaños. Y además, la jefa de gobierno Jancida Ardern, designó viceprimer ministro a su aliado y amigo Grant Robertson, también gay. De hecho, Robertson es el primer transgénero en alcanzar tan alto cargo, ser vicepresidente de Nueva Zelandia. En tanto, en Europa, el ministro francés de asuntos europeos, Clement Beaune, se declaró también abiertamente homosexual y anunció que viajará a Polonia, a visitar precisamente las zonas que el gobierno polaco declaró agresivamente “Libres de Homosexualidad”. En conferencia de prensa, Clement Beaune señaló que es necesario hacerse presente en esos focos homofóbicos de Polonia y Hungría, en su calidad de Ministro de Francia, para dar el apoyo de la cultura y la democracia europea a las comunidades transgénero que están siendo agredidas por agrupaciones de corte neonazi. De hecho, en esos países, así como en Rusia y varios países del sudeste asiático, se mantiene una apasionada postura de rechazo violento y en algunos casos, brutal contra las minorías sexuales. La acusación básica apunta al supuesto abuso sexual sobre niños, olvidando que la pedofilia más frecuente en realidad se ejerce sobre niñas, tanto en los abusos directos como en la pornografía. Es decir, la pedofilia es predominantemente heterosexual, no homosexual. Más aún, algunos psiquiatras, como la profesora estadounidense  Laura Kipniss, consideran que la pedofilia es un morbo psíquico totalmente distinto de la homosexualidad, y uno de sus síntomas sería considerar a los niños y niñas impúberes o de muy corta edad, como objeto de placer sexualmente indeterminado. Bueno, ¿qué es realmente la homosexualidad? ¿Dónde y cuándo se origina?     En la gran isla italiana de Sicilia hay una gruta que data del período prehistórico llamado Auriñacense, de hace más de veinte mil años. Es la Cueva de “La Adaura”, cerca de la ciudad de Palermo. Allí, entre otras pinturas rupestres, hay una escena extraordinariamente vívida y clara, que muestra un grupo de hombres de distintas edades, incluyendo a uno que por su estatura es un chico en la edad de la pubertad, alrededor de doce o trece años. Todos están danzando en ronda alrededor de dos figuras centrales. Un hombre adulto y el chiquillo. Todos denotan excitación sexual, y ostensiblemente, el hombre del medio está haciendo lo que hoy se llamaría “sodomizar” al muchacho. Es el más antiguo documento conocido que muestra un caso de pedofilia, cuando faltaban diez o doce mil años para que apareciera la primera aldea sobre la faz de la tierra. Se ha interpretado la escena como un ritual de paso de la infancia a la vida de adulto, tal como siguió haciéndose durante miles de años en muchas otras culturas que no tenían contacto entre sí. Aquella caverna era un lugar sagrado, una especie de templo prehistórico, un centro de culto de una ignorada religión de nuestros remotos antepasados. No sabemos ni tenemos cómo comprender cuál pueda haber sido el sentido de ese ritual que con la más pura inocencia exhibe una situación que, ahora, aparece como la perpetración de un crimen.       La antigüedad de ese documento pictórico en realidad nos lleva necesariamente a considerar que la homosexualidad no es un producto de la civilización y de las costumbres viciosas. Sobre esa base, dos hombres de ciencia, el estadounidense C. S. Ford, de la Universidad de Yale, y el británico F. A. Beach, de la Universidad de Cambridge, realizaron una vasta investigación que publicaron bajo el título de “Modelos de conducta sexual”. Ellos analizaron las costumbres de 79 comunidades indígenas en todo el mundo, eligiendo las que conservaban todavía sus antiguas tradiciones sin contaminación cultural por contacto con misioneros y comerciantes o colonos. Y se encontraron que, de las 79 comunidades, el 64 % consideraba normales y legítimas las relaciones homosexuales, y, del 36 % restante, la mitad aunque no las aprobara, tampoco las condenaba. Señalaron que en muchas de esas sociedades, en África, Australia, Nueva Guinea y la Amazonía, se acepta también como normal el travestismo y los casamientos entre hombres. En tanto, la Historia muestra que la gran mayoría de las antiguas civilizaciones aceptaban la homosexualidad. Ya en las más antiguas tradiciones escritas, el amor apasionado entre varones se describe en términos de elogio y admiración. En el poema Gilgamesh, escrito en tabletas de arcilla hace casi cinco mil años, se narra el amor intenso entre Gilgamesh, rey de Uruk, y el joven guerrero Enkidu. Y cuando una diosa le pide a Gilgamesh que se case con ella, éste la rechaza y se va junto a Enkidu, desatando así una tragedia épica. En la Ilíada, Homero describe también el amor apasionado del héroe griego Aquiles con su amigo Patroclo. Y en la Biblia, resulta clara la indignación del rey Saúl por la relación de su hijo Jonatás con el joven  futuro rey David. De hecho Saúl le dice que su madre está avergonzada de ver cómo su hijo le regala joyas y ropas bonitas a David, haciéndole muestras de excesivo afecto. Por su parte, Alejandro Magno de Macedonia tuvo una estrecha y apasionada relación con su amigo de infancia Hefestos. Y hasta el propio y mujeriego Julio César repartía sus preferencias y lo llamaban “el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos”. Y, oiga, estamos hablando de pueblos guerreros, de heroicos combatientes y temibles conquistadores. Recordemos también que el valiente y romántico rey de Inglaterra Ricardo Corazón de León era tan fanáticamente homosexual que ya desde niño le llamaban “Ricardito sí y no”.       Con referencias como esas, nuestra noción de homosexualidad por cierto nos exige pensar un poco más en ella. Muchos biólogos, incluyendo al célebre doctor Konrad Lorenz, investigaron también las vinculaciones filogenéticas de la sexualidad orientada a individuos del mismo sexo. Y también en ese campo se encontraron con que nuestras ideas preconcebidas sobre la homosexualidad no tienen base, al menos en suponer que esa conducta sea exclusivamente humana. Por el contrario, hallaron que muchísimas especies de los animales presentan conductas homosexuales. De partida se describió esa conducta entre lobos, perros, leones, conejos, antílopes, bisontes, caballos, ovejas y jirafas, entre muchos otros. ¿Podríamos considerar que esos animales son también viciosos y depravados? ¿Podríamos atribuirles a esos grupos zoológicos la “decadencia moral de una civilización en decadencia”? El doctor Simon Zuckermann, en su obra “La vida social de los monos y los simios”, revela que esas prácticas son comunes, entre los simios de mayor tamaño como los gorilas y los chimpancés. Eso sugirió un indicio de que una conducta similar pueda haberse dado también en los homínidos primitivos, también del grupo zoológico de los simios, y que haya habido relaciones homosexuales hace más de 300 mil años, cuando el Homo Sapiens recién comenzaba a emigrar desde África a la conquista del resto del planeta.       A mediados del siglo 20 el zoólogo estadounidense dr. Alfred Kinsey, doctorado en la Universidad de Harvard, catedrático de la Universidad de Indiana y director del Instituto para la Investigación Sexual, decidió obtener una estadística científicamente confiable respecto de la sexualidad humana. Con un vasto equipo de colaboradores altamente calificados y especialmente entrenados, realizó una enorme encuesta sobre las costumbres y experiencias sexuales de la gente de Estados Unidos. La encuesta en sí es una prodigiosa obra de inteligencia diseñada para detectar las respuestas falsas e interpolar los elementos que llevaran al sinceramiento de los entrevistados. Kinsey sabía que en la sociedad estadounidense, de mediados del siglo 20, iba a encontrar desesperados ocultamientos de las conductas consideradas pecaminosas y socialmente reprobables, y por ello las entrevistas fueron un modelo asombroso de interrogatorio cruzado. No obstante, el propio Kinsey admitía que sus cifras podrían ser un poco incorrectas y mostrar menos incidencia de las conductas socialmente anómalas. Pero, aún así, la Encuesta Kinsey asombró al mundo. Entre otras cosas, reveló que un 35,5% de los hombres de Estados Unidos habían tenido al menos una vez una relación homosexual completa. Es decir, coito incluyendo orgasmo. O sea, de los cien millones de hombres de Estados Unidos de su época, 35 millones 500 mil habían sido “gays” aunque fuera por una vez. Sobre ese tema, la Encuesta Kinsey reveló también otros hechos significativos. Que las primeras experiencias homosexuales tienden a concentrarse en dos edades; una, entre los 9 y los 12 años, y la otra entre los 17 y los 20. Y, que alrededor de un 10 por ciento de los hombres mantiene definitivamente su conducta homosexual, y otro 5% la alternan con relaciones heterosexuales; es decir, son bisexuales que suelen casarse y ser padres de familia.       Podríamos pensar que eso ocurre en Estados Unidos y no en Chile... Pero sabemos que la especie humana es una sola, y la mezcolanza de razas ha uniformado a casi todo el mundo, por lo menos en Occidente. A la luz de esas cifras, por ejemplo, en un curso universitario al que asisten 30 alumnos varones, lo más probable es que 11 de ellos hayan tenido, tengan o tendrán dentro de poco, alguna relación homosexual. Son una minoría, pero una minoría realmente enorme. No hay ningún partido político que tenga tantos militantes. En julio de 1993, el Instituto de Investigaciones Celulares y del Cáncer, de Estados Unidos, hizo también una revelación muy fuerte. Informó que hay indicios muy claros de que la homosexualidad es un rasgo determinado por los genes de una zona de los cromosomas X. Es decir, que la homosexualidad es genética, hereditaria, y se transmite a los hijos varones a través de la madre y no del padre. Aquellas mujeres en cuyas familias haya parientes homosexuales, tienen cuatro veces más posibilidades de que sus hijos varones también lo sean.       Otro equipo de investigadores, de la Universidad Biológica de Oregón, Estados Unidos, informó sobre los resultados del análisis de cerebros de ovejas y carneros. La muestra incluía un tercio de cerebros de hembras normales, un tercio de cerebros de machos normales, y un tercio de cerebros de machos homosexuales, o sea, carneros que entran en celo y se aparean únicamente con otros carneros. El análisis de esos cerebros confirmó varias observaciones anteriores realizadas sobre cerebros humanos de homosexuales muertos. Por ejemplo, que la zona llamada pre-óptica del hipotálamo es más grande en los hombres que en las mujeres, y que en los homosexuales tiene un tamaño intermedio. También encontraron que los cerebros de carneros homosexuales tenían menos desarrolladas ciertas células que generan la enzima llamada Aromatasa, involucrada en la producción de testosterona. Eso podría provocar sutiles modificaciones en la hormona masculina, que por cierto alteraría el total de la conducta sexual. Pocos meses después, el Boletín Británico de Neurociencias de la Conducta, informó también sobre evidencias que muestran rasgos neurológicamente homosexuales en criaturas recién nacidas. Es decir, bebés que traen claramente desarrollada su inclinación sexual desde el útero materno. El análisis de reflejos ante diversos estímulos había mostrado claramente modelos diferenciados de reacciones reflejas masculinas, femeninas y, otras intermedias, en el 4% de los casos.       De esos experimentos, dedujeron que hay evidencias muy consistentes de que la homosexualidad es una forma de conducta genéticamente predeterminada, por lo menos en sus casos más intensos, que corresponden a personas que únicamente sienten atracción por individuos de su mismo sexo. Ese grupo abarca a un 4% de la población humana masculina y a un 2 por ciento de la femenina, y constituiría el conjunto de lesbianas y gays con características más marcadas. Ahora se está estudiando en esa perspectiva también la forma en que se producen los cuadros más moderados de homosexualidad. Con la coherencia interna típica de la ciencia experimental, cada observación, cada experimento y cada interpretación, se verifica comparándola con trabajos de los demás científicos. En este caso, hay una continuidad clara y sin contradicciones, desde las primeras observaciones sobre animales, de los años 50, y las cifras mostradas por la Encuesta Kinsey, hasta las observaciones más recientes Hay otros descubrimientos menos espectaculares que coinciden también en mostrar que la homosexualidad en realidad es una conducta sexual que produce la naturaleza de la misma manera en que produce las otras formas que son consideradas normales. Por ejemplo, se ha descubierto que las madres van reduciendo su producción de ciertas hormonas androgénicas según el número de partos, y que las madres de más de tres hijos tienen mayores posibilidades de que los hijos menores sean homosexuales.       Entre sociólogos y psicólogos hay consenso en considerar que los factores genéticos determinan a lo menos un 50 % la actitud sexual de las personas. El otro 50 % se determina por la historia personal, la educación, la alimentación y los accidentes que haya tenido durante la infancia. Sin embargo, esos factores no genéticos sólo influyen en el desarrollo de la personalidad, pero no pueden eliminar al otro 50 % que es genético. Es por eso que los intentos de “curar” la homosexualidad han sido todos fracasos o incluso fraudes. En la Unión Soviética, durante el stalinismo, se trató de curar a los homosexuales rusos sometiéndolos a reflejos condicionados, de forma similar a como se cura el alcoholismo. Pero el intento terminó con una ola de suicidios y gravísimos cuadros de psicopatía de los pacientes en esa clase de tratamiento, que finalmente tuvo que ser abandonado. Sin embargo, los movimientos de defensa de los derechos de los homosexuales y lesbianas no miran con buenos ojos las evidencias de que la homosexualidad sea genética, fisiológica y hereditaria. Para ellos, esa visión científica puede llevar a que se considere que la homosexualidad sea una especie de “enfermedad hereditaria”. Los activistas homosexuales sostienen que el carácter genético de las inclinaciones sexuales en realidad no tiene importancia, y que tales inclinaciones deben ser respetadas como el derecho a encontrar libremente la propia identidad de un ser humano.       Para madres y padres de familia, estos descubrimientos han tenido un impacto inmenso. En Europa, en Israel y en Estados Unidos, han surgido organizaciones de padres y hermanos de gays y lesbianas, para unírseles en la lucha contra la discriminación y el odio. Un oficial del ejército israelí lanzó una iniciativa para que las Naciones Unidas especifiquen entre los Derechos del Niño, el derecho de los niños homosexuales a ser respetados en su identidad. En Gran Bretaña, Holanda, Dinamarca y Suecia, se dictaron leyes que prohíben, como delito, que los profesores hablen sobre la homosexualidad de un modo despectivo o antagónico, y el Parlamento británico derogó una antigua ley que prohibía hacer apología de la homosexualidad. En Estados Unidos, la Corte Suprema federal, por mayoría de dos tercios, declaró inconstitucionales todas las leyes estaduales que condenaban las prácticas homosexuales. Pero, a todo esto, ¿es entonces un mito la heterosexualidad como sexualidad normal del ser humano? En estos momentos hay numerosos científicos, sexólogos, psicólogos y antropólogos, que están planteando que los seres humanos, como todos los demás miembros del reino animal del planeta Tierra, tenemos simplemente sexualidad. Y que la llamada “heterosexualidad” sería un mito,  Para el sociólogo Oscar Guasch, la heterosexualidad, más que una forma de amar, es un estilo de vida hegemónico llevado a extremo en los últimos 150 años después de la Revolución Industrial. El sociólogo Frederick Whitam, sobre investigaciones en comunidades de Estados Unidos, Guatemala, Brasil y Filipinas, señala que el porcentaje de homosexuales es similar en todas las sociedades y es estable con el paso del tiempo. Las normas sociales no evitan ni causan la aparición de la orientación sexual y en cualquier sociedad mínimamente numerosa aparecen subculturas homosexuales. La sexóloga Dra. Elizabeth Badinter afirma que la homosexualidad es una forma de la sexualidad humana que se expresa en todas las culturas y que a través de miles de años ha obrado más allá del mero acto de procrear. De hecho, es obvio que para todas las mujeres y todos los hombres, el acto sexual es básicamente placentero, y que sólo en momentos excepcionales, unas pocas veces en toda una vida, el acto sexual tiene el propósito de preñar a la mujer.       De todas las religiones del mundo, a través de la Historia de la Humanidad, solamente aquellas que se basan en la Biblia, o sea, el judaísmo, el cristianismo y, en menor grado, el islam, consideran como pecado y abominación el sexo entre personas del mismo sexo. Para las demás religiones, el sexo es una dádiva divina que mujeres y hombres reciben libremente y aceptan según sus preferencias íntimas. Así, pues, si hay quienes buscan ser felices y amarse de un modo distinto del mío, ellos en su privacidad, sin invadir mi intimidad ni mi pudor… ¿Por qué tendría yo que condenarlos? Hasta la próxima, gente amiga. Hay peligro incluso adentro de la cama. Cuídense. La libertad es peligrosa.
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