PODCAST | Crónica de Ruperto Concha: Mentirosos

Por Ruperto Concha / resumen.cl Opción 1: Spotify https://open.spotify.com/episode/1QCFu7MR0fbnXSzGrP9Krs?si=t3puumqxQGu2VHhrKaz6Ag Opción 2: Google Podcast Ese genial escritor estadounidense que fue Mark Twain dijo una vez que mentir es algo universal. Que todos mentimos, y que tenemos que mentir. El psicólogo y sociólogo David Livingstone Smith señala que cada persona normal dice diariamente unas cinco mentiras. Pero, por supuesto, se refiere a las llamadas “mentiras blancas”, que se dicen sin mala intención o por pura cortesía, como decir “mucho gusto” cuando nos presentan a alguien. Todos sabemos que una persona que diga siempre y crudamente toda la verdad resultaría, en realidad… ¡insoportablemente odioso y grosero! Sin embargo, el Octavo Mandamiento de la Ley de Dios, para judíos y cristianos, manda “no dar falso testimonio ni mentir”. Violar el Octavo Mandamiento es pecado mortal. Con eso, se reitera el horror que desde la más remota antigüedad producen las mentiras de cierta clase. De hecho, la palabra Diablo en griego antiguo significa “Mentiroso” Pero ¿son mentirosos los escritores de relatos imaginarios, los poetas y los profetas?... ¿Es una mentira toda la maravillosa creación literaria que siglo tras siglo ha venido forjando la arquitectura cultural, espiritual, de la humanidad entera y en todas las civilizaciones? ¡Por supuesto que no!     En realidad, el tema de la mentira es muy complejo. Muchos hombres de ciencia consideran que mentir es una función biológica profunda, que ha evolucionado a través de los milenios siguiendo las portentosas transformaciones de la evolución cerebral de la especie humana. Pero en términos claros y concretos, ¿en qué consiste la mentira malvada, esa que es instrumento de abuso para lograr perversamente ganancias de unos a través del engaño, y generalmente produciendo despojo e injusticia en los demás? Para los periodistas, el desafío es aún más grave. Informar exige describir los hechos noticiosos y esa descripción ya implica poner ahí una parte de la opinión del periodista, y su relato tendrá cierta carga emocional y de percepción. Eventualmente, el periodista intentará traspasar a su público esa carga de lo que, por ser noticia, debe ser convincente. El periodista debe convencer. Pero ¿hasta qué punto el intento de convencer puede llegar a falsear la realidad objetiva de los hechos?... ¿Cómo puede un periodista honesto describir los hechos en forma convincente, pero sin llegar a mentir? ¿Y hasta qué punto puede cada periodista, individualmente, alejarse de la línea editorial del medio para el que trabaja? Fíjese Ud. que, durante la Guerra de las Malvinas, varios periodistas de la BBC de Londres fueron duramente sancionados por referirse a los soldados británicos simplemente como “fuerzas británicas” en vez de decir “nuestros bravos muchachos”. ¡Con eso dejaban muy claro que la BBC de Londres no es un medio “¡Independiente, Independiente de Verdad”!     Estados Unidos, durante muchos años logró desarrollar un periodismo valiente y apegado a la gran ética de la Libertad de Expresión e Información como base imprescindible de una democracia verdadera. Y con ello surgieron periodistas admirables y valientes, capaces de desafiar al propio gobierno de Washington y a los grupos millonarios del poder, incluso en plena guerra. Como fue el caso de Seymour Hersch, el periodista que investigó y denunció la monstruosa matanza de My Lai, en Vietnam, que el gobierno había anunciado como una magnífica victoria sobre el Vietcong. En tres crónicas consecutivas, Seymour Hersch reveló que en realidad había sido una acción criminal contra una aldea indefensa, en que las tropas estadounidenses asesinaron a 182 mujeres, muchas de las cuales fueron violadas, además de 173 niños pequeños y 60 personas ancianas. Luego, las tropas estadounidenses incendiaron las 243 casas que formaban la aldea, mataron todo el ganado y quemaron la cosecha de arroz. Las revelaciones del periodista Hersch provocaron un vuelco total de la opinión pública respecto de la guerra de Vietnam. Luego, a través del New York Times, reveló las operaciones delictuales de la CIA. En 2001, reveló las atrocidades de la invasión a Afganistán. Y luego, destapó las torturas contra prisioneros en la prisión de Abu Ghraib, en Irak. En 2015, Seymour Hersch desenmascaró la farsa difundida por el gobierno de Barack Obama sobre la muerte de Osama Bin Laden, revelando que en realidad ese hombre estaba preso desde 2006 en Paquistán, y que, a cambio de un soborno de 25 millones de dólares, un ex agente de la inteligencia paquistaní les reveló a los estadounidenses el lugar donde Bin Laden se hallaba. Pero ahora sólo podemos preguntarnos ¿qué pasó desde el gobierno sangriento del Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, hasta nuestros días, con el gran periodismo estadounidense?     Al estallar la crisis de Ucrania, en febrero, se desató una especie de huracán de informaciones, seudo informaciones, relatos novelados y estridentes acciones seudo-periodísticas que intentaban movilizar furiosamente a toda la opinión pública occidental en contra de Rusia. Y, por supuesto, con la invasión rusa iniciada el 24 de febrero, la marea comunicacional de los grandes medios occidentales llegó a niveles ensordecedores. Particularmente grave ha sido la glorificación del poderoso movimiento neonazi de la llamada OUN, Organización Ucraniana Nacionalista, que ya incluyó la inauguración de un monumento al líder Stepan Bandera como prócer patriótico. De hecho, la prensa estadounidense y de los países miembros de la OTAN llegaron a negar, airadamente, que Bandera y sus nacionalistas hayan sido colaboradores de Hitler en la segunda guerra mundial, y que mantengan la ideología nazi racista hasta nuestros días. Sin embargo, toda la trayectoria de Stepan Bandera, y su carácter ferozmente racista, está netamente registrada en la documentación europea, rusa y estadounidense sobre la Segunda Guerra Mundial. De hecho, desde sus primeros escritos ideológicos, Bandera adhirió fervorosamente a la noción nazi de una “Raza Superior”, germánica-escandinava, que tenía la necesidad y el derecho natural de someter y eventualmente exterminar a las razas “inferiores” o “subhumanas” según la jerga hitleriana. Él se consideraba a sí mismo como racialmente “ario”, igual que una parte de la población del oeste ucraniano, que según él serían los únicos ucranianos verdaderos. Los demás, de raza eslava, así también como los rusos, debían ser expulsados de los territorios que ocupaban.  De ahí que el 30 de junio de 1941, cuando Hitler inició su invasión hacia la Unión Soviética, Stepan Bandera tomó el poder sobre la ciudad de Lviv y proclamó el Estado Ucraniano Independiente, de raza aria. Para su partido, Organización Ucraniana Nacionalista, OUN, era esencial la alianza con Alemania nazi para expulsar y eventualmente exterminar a los eslavos tanto de Ucrania como de Rusia. Las fuerzas alemanas que invadieron Ucrania utilizaron las tropas de Bandera para reprimir a la rebelde población eslava de Ucrania, y dar también comienzo a un “pogrom” o masacre de judíos en la ciudad de Lviv. Ya en 1943 la Organización Ucraniana Nacionalista, de Stepan Bandera, tuvo a su cargo las matanzas de polacos, que llegaron a más de cien mil civiles muertos, incluyendo gran número de judíos, en el oeste de Ucrania. Sin embargo, ese año el propio Bandera había sido detenido por razones no aclaradas, en un campo de concentración alemán. Pero al año siguiente, 1944, cuando ya el ejército soviético había derrotado la invasión alemana en Rusia y los nazis estaban en retirada, Stepan Bandera fue puesto en libertad para reasumir el mando de su partido OUN. Los nazis le proporcionaron financiamiento, armas, vehículos y vituallas para su ejército insurgente ucraniano, pero Bandera, en lo personal, se radicó en Berlín donde estuvo hasta la derrota final de Hitler. Después de la guerra se radicó en Alemania Occidental. Fue asesinado el 15 de octubre de 1959, supuestamente por agentes soviéticos.     En Israel y en la propia Ucrania las autoridades judías han tomado con asombro la aparente simpatía que demuestra el presidente ucraniano Zelenski por la figura de Stepan Bandera, un cómplice del holocausto y exterminio de judíos, siendo que el propio Zelenski es también judío. Asimismo, otro poderoso multimillonario judío de Ucrania, Igor Kolomoiski, fue quien le financió la campaña presidencial a Zelenski. En todo caso, Israel ha sido uno de los más importantes países occidentales que se ha negado a plegarse a las sanciones anti-rusas impuestas por Washington, y, de hecho, el gobierno israelí ha presionado a Zelenski para que sinceramente busque un entendimiento de paz con Rusia. De hecho, ya Zelenski admitió que Ucrania no se va a incorporar a la OTAN y se prevé una posible reunión con el presidente ruso Wladímir Putin. Pero, siguiendo con el tema de las mentiras impregnando a la actividad periodística, hay tres asuntos que tienen mucho sentido. El primero es la denuncia por toda la prensa occidental de que Rusia estaría utilizando en Ucrania las llamadas “bombas de racimo” o “cluster bombs” que están prohibidas a nivel mundial. Pero esa misma prensa omite decir la verdad de que Estados Unidos, junto a Ucrania y Rusia, se han negado a suscribir la Convención que prohíbe las bombas de racimo. De hecho, el presidente Barack Obama, Premio Nobel de la Paz, en 2009 ordenó lanzar un ataque con bombas de racimo en Yemen, en el cual asesinaron a 55 civiles, en su mayoría mujeres y niños. Asimismo, Estados Unidos fabrica y vende bombas de racimo para Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos que, a su vez las lanzan sobre la población yemenita. Otro tema que vincula al periodismo con la mentira fue la declaración del presidente Biden, por televisión, en que acusa el presidente Putin de ser un criminal de guerra por lanzar la invasión sobre Ucrania, sin autorización de las Naciones Unidas. El problema para Biden fue que, de inmediato, se exhibió una entrevista que él mismo dio por TV en Washington, en 1998, mientras era senador, en que declaró abiertamente que apoyaba y recomendaba que se hiciera el bombardeo de Belgrado, la capital de Serbia, por la OTAN, sin autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Oiga, un bombardeo en que murieron más de 500 civiles, y en el que, durante dos días, la OTAN lanzó centenares de bombas de uranio empobrecido, esas que emiten nubes de polvo cancerígeno que, hasta ahora han provocado más de 3 mil casos de cáncer fulminante en la población de Belgrado.     Pero, en términos de información y opinión periodística, un extremo realmente nauseabundo lo dio la transmisión en Ucrania, por el Canal 24 de TV, que es propiedad de la esposa del alcalde de Lviv, de un discurso del periodista estrella Fakhrudin Sharafmal, en el que hace un llamamiento a que la gente de Ucrania se lance a matar a los rusos que viven en Ucrania, incluso los insta a que maten también a los niños pequeños. Ese supuesto “periodista estrella” de la TV ucraniana dijo, textualmente “el ejército ucraniano no puede matar a los niños rusos porque se lo prohíben tratados internacionales, pero ni yo ni Uds. somos el ejército. Nosotros sí podemos matarlos. Matando a los niños, los rusos disminuirán. Tenemos que matar a las familias rusas. Yo estoy impaciente por hacerlo. Esperamos que Rusia y el pueblo ruso perezcan y no se levanten nunca más. Son basura. Hay que barrerlos de la faz de la tierra. Si un ucraniano tiene la suerte de romperles los huesos, de rajarles la garganta, de ahogar a esos ruskofs, yo espero que aprovechará la oportunidad”. Bueno, el discurso fue mucho más largo, pero eso fue lo que dijo un periodista estrella de la TV ucraniana, en el Canal 24 de la ciudad de Lviv, la segunda más importante del país, y que fue precisamente la capital del nazi Stepan Bandera. Pero no sólo en Ucrania la prensa miente, insulta y siembra odio. En Italia, en la ciudad de Turín, el gran periódico La Stampa publicó una enorme fotografía de una ciudad ucraniana semi destruida por bombas. En segundo plano se ven varios cadáveres tirados, y en primer plano aparece un anciano que se cubre el rostro con expresión de dolor desesperado. El titular bajo la foto dice “La Carnicería”… “Así se enfrenta Kiev al asalto final de los rusos”. Y “El trauma de los niños que huyen de Lviv”. Pero, oiga, resulta que esa dramática fotografía no es de Kiev ni es de los ataques de los rusos, sino que es de la ciudad de Donetsk, siendo atacada con obuses y misiles de las milicias ucranianas del Batallón de Azov. Es decir, todo aquel horror que mostraba el periódico no era obra de los rusos sino de los neonazis anti rusos. Al destaparse la escandalosa tergiversación, el director de La Sampa, Massimo Giannini, se quejó de que lo acusaran de publicar falsedades. Dijo que la foto lo que mostraba era el horror de la guerra, y que de todas maneras ¡la culpa la tiene Rusia!     ¿Qué ha pasado con el periodismo de Occidente?... ¿Cómo es que no hay ni un solo de los grandes medios de prensa y redes de televisión, que se atreva a desafiar el mandato dictatorial de la OTAN sobre toda la información que se está dando? ¿Cómo es que todos esos grandes medios han aceptado actuar como meros vehículos de propaganda militarista, haciendo caso omiso de las contradicciones, las mentiras y los ocultamientos escandalosos de tremendas verdades? Quizás la respuesta esté en cifras de la contabilidad. En Estados Unidos, el valor promedio de un aviso de 30 segundos en cualquiera de las cadenas de TV, es de 105.000 dólares, por pasada en una tanda de 10 avisos. O sea, esas redes de TV ganan $3.150.000 dólares por hora, en sólo 3 tandas de publicidad. Otras cifras: Para la campaña presidencial de 2020, la candidatura de Donald Trump recibió donaciones por 596 millones de dólares. Y la candidatura de Joseph Biden recibió donaciones por 1.000 millones de dólares. En las campañas parlamentarias, los republicanos recibieron 5.800 millones de dólares, y los demócratas recibieron $6.400 millones de dólares. Y de esas enormes cantidades de dinero en donaciones, el 85% fue aportado por grandes empresas, y sólo el 15% fueron pequeños aportes personales hechos por miles de personas de la gente común. ¿Queda claro así cuál es el poder financiero que controla las publicaciones periodísticas y las campañas de publicidad electoral en Estados Unidos? En estos momentos, ninguno de los grandes medios de prensa ni las redes de televisión puede sustentarse sin el visto bueno que los grandes avisadores le den a sus contenidos periodísticos. Tienen que ser a gusto de ellos. Y ningún candidato puede financiar su campaña electoral sin el visto bueno de esos grandes aportadores que, además, descuentan de sus impuestos las sumas que entregan generosamente para el buen funcionamiento de la democracia neoliberal.     Hasta la próxima, gente amiga. Cuídense. Hay peligro… peligro de que las cosas no alcancen a cambiar a tiempo.
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