Por Ruperto Concha / resumen.cl
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El viernes antepasado, 23 de junio, justo en los momentos en que el ejército de Ucrania iniciaba un nuevo ataque en su anunciada contraofensiva a las fuerzas rusas, la gran prensa oficialista occidental pareció iluminarse con la súper e inesperada noticia de que las tropas mercenarias del llamado “Grupo Wagner”, del empresario Yevgueni Prigozhin, se habían rebelado contra el gobierno ruso y se proponían marchar sobre Moscú para tomarse el poder.
Las primeras noticias eran escalofriantes. El Grupo Wagner se estimaba en algo más de 70 mil soldados aguerridos y temibles. Un periódico británico llegó a mencionar que los rebeldes habían atacado una base de la Fuerza Aérea Rusa, dando muerte a 23 pilotos de combate.
Pocas horas después las noticias fueron perdiendo un poco de entusiasmo. No se habló más de supuestos ataques contra las fuerzas rusas. Incluso se mencionó que grupos de los mercenarios se mantenían en sus posiciones en el frente de batalla.
Pero se confirmó que el empresario Prigozhin, dueño del Grupo Wagner, se dirigía hacia la frontera rusa al mando de una fuerza estimada en 50 mil hombres poderosamente armados. Horas después llegó a la pequeña ciudad rusa de Rostov, que ocupó sin que nadie se le opusiera.
De hecho, en toda Rusia la opinión pública expresaba admiración por las fuerzas del grupo Wagner, que había vencido en feroces combates a las mejores tropas del ejército ucraniano.
Bueno, Prigozhin reiteró su intención de avanzar en pie de guerra rumbo a Moscú, distante unos 600 kilómetros. Al día siguiente, ordenó a sus tropas iniciar su avance en una columna de vehículos blindados. Allí quedó en evidencia que las fuerzas rebeldes del Grupo Mozart en realidad eran poco más de 8 mil hombres, que iban a conquistar Moscú, una ciudad con más de 12 millones de habitantes, como 1500 habitantes por cada soldado.
La guarnición de Moscú envió una escuadrilla de helicópteros de combate con la misión de hacer una advertencia a las tropas que avanzaban en descubierto por la carretera.
Una vez más la prensa occidental mencionó que, según supuestos testigos, los rebeldes habrían derribado a 2 de esos helicópteros, poniendo en fuga al resto de la escuadrilla.
Tampoco hubo información sobre el incidente. Pero con ello se puso fin a la más estrafalaria, patética y ridícula caricatura de revolución armada. Prigozhin, que se había quedado en la ciudad de Rostov, ordenó la inmediata y pacífica retirada de sus tropas…
Y el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, pactó con el presidente Vladímir Putin una fórmula de negociación en que Prigozhin pudiera salvar la vida, por lo menos.
A juicio de los mejores analistas, incluyendo aquellos más furiosamente anti rusos, esa parodia de guerra civil hay que entenderla como un mensaje cifrado. Y que más que saber lo que de veras pasó… lo importante es darse cuenta de ¡todo lo que no pasó!
El coro de los primeros analistas internacionales apuntó a que esa parodia de rebelión armada marcaba feamente un deterioro del prestigio del presidente Vladímir Putin, quien, después de haber acusado al empresario Prigozhin de traición a la patria y abandono de su deber ante el enemigo… finalmente accedió a retirar sus cargos que sin duda implicaban sentencia de muerte para el acusado.
De hecho, eso fue posible porque, al parecer, las fuerzas de mercenarios rebeldes no llegaron a realizar ningún ataque sangriento contra soldados o civiles rusos. Sumado a eso está el hecho de que hubiesen retornado de inmediato a sus puestos de batalla, con lo que se podía calificar su conducta como simple obediencia militar debida a sus superiores jerárquicos directos.
Por eso casi todas las tropas mercenarias de Wagner fueron simplemente transferidas a unidades del ejército ruso.
En tanto, las acciones del ejército ucraniano sobre las posiciones rusas fueron rechazadas con graves pérdidas tanto humanas como de armamento y material blindado de guerra. El propio comandante en jefe de los altos mandos militares de Estados Unidos, general Mark Milley, admitió que la contraofensiva ucraniana no parece estar avanzando, y anticipó que vienen batallas muy prolongadas y sangrientas.
Pero el general Milley enfatizó también que Estados Unidos seguirá ayudando a Ucrania al máximo posible.
Por su parte el comandante en jefe de las fuerzas ucranianas, general Valery Zaluzhny, entrevistado por el diario Washington Post, admitió que no habían podido aprovechar de sacar alguna ventaja táctica de la situación creada por la rebelión de los mercenarios en Rusia, y culpó de eso a los países occidentales que no les envían suficiente armamento de guerra.
¿Y en qué situación está quedando ahora el presidente Vladímir Putin?... Al parecer, la reacción popular espontánea ha sido de emocionado apoyo a su persona y su gobierno. Pero ¿qué implica eso en cuanto al apoyo de la gente a la forma en que ha conducido su relación con Occidente?
Algunos analistas occidentales estiman que esta breve y fea crisis de una rebelión armada asombrosamente estúpida e inútil, sin duda encierra la noción de que Putin no fue capaz de preverla y evitarla. Y tiene especial impacto el hecho de que los mercenarios de Wagner hayan demostrado su valentía, su firmeza y su fuerza en los más enconados combates venciendo a las mejores fuerzas de elite del ejército de Ucrania.
Incluso varios analistas de Europa y Estados Unidos coinciden en considerar que el liderazgo nacional del presidente Putin ya quedó agrietado.
Más aún, la sensación de haber sido traicionados por alguien que parecía amigo de Putin, puede estar dando fuerzas a un grupo creciente de personas de todos los grupos culturales y sociales de Rusia, que están sintiendo que Putin carece de la fiereza necesaria para enfrentar a una jauría de enemigos que odian a Rusia y odian a la gente de Rusia y odian la cultura de Rusia.
Miembros muy leales y de mucho prestigio del actual gobierno ruso, como el ministro de Exteriores Sergei Lavrov, o la vocera de gobierno María Zajárova, en varias ocasiones no han podido ocultar su enojo y repugnancia por el tono insultante y a menudo calumnioso en que políticos occidentales y la prensa occidental se refieren a la nación rusa y su gobierno.
Y el economista y sociólogo Sergey Karaganov, presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa del gobierno de la Federación Rusa, provocó un impacto enorme la semana pasada al declarar públicamente que Rusia debería disparar uno de sus misiles atómicos sobre el país más agresivamente anti ruso de Europa, al parecer refiriéndose a Polonia cuyo gobierno, por su parte, está pidiéndole a Estados Unidos que le proporcione una bomba atómica.
En palabras de Sergey Karaganov, “Atendiendo a la agresividad anti rusa, Rusia debiera considerar la posibilidad de lanzar un misil nuclear sobre Europa. Con una sola bomba atómica Rusia podría salvare a la humanidad de una catástrofe global que se va haciendo inminente”.
¿Qué tal?
Por supuesto, de inmediato un estudiante ruso le respondió por redes sociales diciendo: “Eso es tan estúpido como tratar de curar el dolor de cabeza con una guillotina”.
Pero otros personajes de gran prestigio cultural, como el escritor Alexander Dugin y el recién muerto escritor Eduard Limónov, han impactado profundamente en la manera en que los jóvenes y los no tan jóvenes de la Rusia de hoy están sintiendo y resintiendo la odiosidad anti rusa de Occidente…
¿Cómo alcanza ese sentimiento y resentimiento al presidente Vladímir Putin?
El 26 de marzo del año pasado, al iniciarse la invasión rusa sobre el oriente de Ucrania, el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, refiriéndose al presidente Putin, declaró ante la prensa mundial que, fíjese Ud. “¡a ese hay que sacarlo del poder!”
Ya en 2014, tras el golpe de estado iniciado en la Plaza Maidan, de Ucrania, financiado y dirigido por Estados Unidos, contra el presidente Víktor Yanukovich quien tuvo que huir para no ser asesinado, ya la subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, apuntó la necesidad de derrocar en Rusia al presidente Putin.
Ahora, la misma Victoria Nuland asumió el cargo de viceministra de política exterior, y asumió de inmediato la necesidad de debilitar al actual régimen de Moscú.
Obviamente, ni Biden ni la Nuland se dieron cuenta de que fue precisamente el golpe anti ruso de Maidan el que provocó que Rusia incorporara a su territorio la península de Crimea, que ya era parte de Rusia desde el siglo 18, y luego la invasión rusa sobre el territorio de Ucrania que había sido parte de Rusia hasta 1954, cuando el jefe de estado soviético Nikita Khrushchev, quien era ucraniano, emitió un decreto haciendo donación a Ucrania de esas provincias, incluyendo a sus habitantes.
En realidad, para Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, era ya indispensable despojar a Rusia no sólo de aquellos territorios sino también de sus aliados de Asia occidental como Georgia, Armenia y Kazajistán.
Ya en 2008, Estados Unidos había impulsado el derrocamiento del presidente de Georgia Edward Chevarnadze, y luego la elección de Mijeíl Saakashvili, cuya misión era obtener el ingreso del país a la OTAN.
Saakashvili, violando un fallo de las Naciones Unidas que había dado reconocimiento de “repúblicas asociadas a Georgia” a los territorios de Abjasia y Osetia del Sur que defendían su autonomía, lanzó una sangrienta invasión sobre Osetia del Sur, en la que, además, dieron muerte a varios rusos funcionarios de la misión de paz de las Naciones Unidas.
Ello provocó una intervención militar de Rusia bajo la presidencia de Dmitri Medvédev, que culminó con la derrota de Georgia y la independencia definitiva de Osetia del Sur.
Es decir, el primer conflicto bélico de la Rusia post soviética fue provocado y tuvo no sólo carácter defensivo sino, además, de restauración de un mandato de las Naciones Unidas.
A la luz de las acciones de la OTAN, instigadas por Estados Unidos, resulta comprensible que para muchos nacionalistas rusos el gobierno de Vladímir Putin sea considerado débil y excesivamente tolerante.
A instancias de Washington, ya en 1999 la OTAN lanzó una guerra brutal para desintegrar la República Socialista de Yugoslavia, que culminó con el brutal bombardeo de Serbia, nación a la que, además, le arrebataron por fuerza la provincia de Kosovo donde crearon una república independiente destinada a albergar una gran base de la OTAN.
En Rusia, Vladimir Putin ya había sido designado ministro del Interior por el presidente Boris Yeltsin, pero no logró que Rusia denunciara que esa guerra había sido una violación criminal del Derecho Internacional y había violado abiertamente la Carta de las Naciones Unidas.
Después, ya elegido presidente de la Federación Rusa, Putin buscó inicialmente ingresar al Tratado del Atlántico Norte, la OTAN, pero no fue aceptado. En cambio, suscribió un acuerdo con Estados Unidos y la Unión Europea destinado a coordinar políticas que aseguraran la paz y el buen entendimiento en las fronteras europeas.
Pese a ello, la OTAN incorporó a los países del oriente europeo, Polonia y los países bálticos, y Estados Unidos instaló en ellos fuertes guarniciones militares, poderosamente armadas.
De hecho, la OTAN llegó a formar un muro de bases militares estadounidenses enfrentando las fronteras con Rusia.
Ya durante el gobierno de Barack Obama, Estados Unidos lanzó su política estratégica de las “Revoluciones de Colores” en países amigos de Rusia, especialmente Ucrania y Georgia, y que originaron también las sangrientas intervenciones militares en Libia, en Siria, en Yemen y en Sudán.
Pese a la indisimulada hostilidad de Estados Unidos y la OTAN, el gobierno de la Federación Rusa bajo Vladimir Putin mantuvo su tono más bien conciliador y defensivo, hasta la intervención de Estados Unidos en Ucrania el 2014.
De hecho, incluso algunos analistas estratégicos estadounidenses publicaron análisis burlones sobre la incapacidad de Rusia de ir oportunamente en auxilio del presidente constitucional de Ucrania, Víktor Yanukovich, durante la operación sediciosa de la Plaza de Maidan, que culminó en su derrocamiento.
Y que recién entonces Rusia haya improvisado la recuperación de Crimea, y se haya dejado embaucar con el Acuerdo de Minsk de respetar a la población rusa del oriente ucraniano, el Donetsk, que ya era parte de Rusia y estaba habitado por rusos.
En esa perspectiva, se entiende que para muchos nacionalistas rusos Vladimir Putin aparezca como un gobernante débil, conciliador y malo para la dura negociación estratégica.
¿Será verdad, entonces, que en estos momentos y a partir de la ridícula pantomima de rebelión militar, el gobierno de Vladimir Putin está realmente agrietándose desde sus cimientos?
Como fuere, ¿no resulta interesante ver que de pronto los políticos de Washington estén dispuestos a reconocer que Putin, al menos, es simpático?
Realmente tienen buenas razones los analistas estratégicos para empezar a darse cuenta de que el gobierno de Rusia en manos de Putin no es tan peligroso como podría ser si surge un líder como Aleksandr Dugin, cuyo sueño político es la creación de un estado federal euroasiático que incluya a Rusia, a la China, la India, Turquía, el Cáucaso y toda la mitad oriental de toda Europa.
¡Hasta la próxima, gente amiga! Cuídense hay peligro. ¡Hasta los sueños de algunos pueden ser peligrosos!